Recomiendo:
1

El nosotros bajo el tiempo de la pandemia

Fuentes: Rebelión

Confiar y Esperar

Edmundo Dantés. ‘El conde de Montecristo’

A lo largo de los días, conforme hemos experimentado los tiempos de la pandemia, nos hemos dado cuenta del futuro sesgado, loado por las clases dominantes en términos de prosperidad, salud, tecnología y seguridad. Nos enfrentamos ante la contradicción de sistemas predispuestos a entrar en un conglomerado de entendimiento mercadotécnico: ventas de realidades y reflejo óptico de situaciones que siempre habían estado presentes en ese espacio litoral y, sin embargo, por diferentes situaciones, no se habían expresado ni analizado en todo su esplendor. Hoy, la pregunta se dirige sobre cómo afrontar la pandemia a pesar de las particularidades de desigualdad marcadas enfáticamente por el por el proceso histórico que atravesamos. Algo para nada sencillo por las condiciones, además, históricas de cada zona geográfica, particularmente del territorio mexicano. Después de una modificación de gobierno (manteniendo reglas similares del Estado en el funcionamiento social) las esperanzas brillaban sobre un nuevo discurso, un nuevo camino: ver caída la tiranía de promesas y falsos profetas que auguraban que “ahora sí” había tocado el cambio (situación que se ha desarrollado al interior del gobierno entre acuerdos partidistas y cuya modificación sigue una sincronización estructural, es decir, de arriba hacia abajo). Después de un tiempo de reafirmarse, reconducirse, reexperimentarse, siempre llegábamos a la conclusión de que se trataba de un efecto común experimentado en los trucos de magia, es decir, lo importante no es lo que se decía sino la rapidez de la mano y lo que no se veía en el juego de ambas.

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, presidente de los Estados Unidos Mexicanos, se ha caracterizado por ser, desde hace tiempo, figura de oposición de la izquierda institucional, llegado al poder con un gran problema entre manos: reconstruir el tejido social desfragmentado por años de corrupción, impunidad, nepotismo, asesinatos, desapariciones y una vasta carta que ha lacerado durante mucho tiempo a un sector de la sociedad vulnerable, enojado y con una memoria histórica implacable que exigen constantemente, reparo, justicia, derechos, etc. Todas esas exigencias con la validez de los tiempos. Su camino no es fácil y resulta complicado, además, si las propias condiciones del Estado continúan bajo la misma dinámica, en el mismo contexto, se vuelve una visión desoladora, de la cual se infiere que el Estado solo garantiza la perdurable división de clases junto con la marginalidad de problemas. Hablamos de situaciones complicadas, donde podemos enumerar algunas situaciones muy presentes en el discurso de Obrador, pero que se anteponen con la realidad. Algunos ejemplos de lo anterior serían:

·         Asesinato de defensores y activistas sociales.

·         Asesinato de periodistas.

·         Imposición del Tren-Maya.

·         Continuación bajo una nueva versión (mismo producto, estrategia de venta diferente) de los proyectos educativos en la Reforma Educativa.

Estos hechos nos llevan a repensar el momento histórico que vivimos, aunado a una coyuntura político-económica que se vive, de cuyos márgenes habrán de analizarse sobre el reordenamiento financiero mundial. Lo que se encuentra en peligro, a partir de esta reestructuración socioeconómica, son las formas de pensar actuales de un vasto número de poblaciones y comunidades tanto del centro como hacia la periferia: la recuperación de la vida cotidiana  fuera de los intentos constante, implícitos e impredecibles de formar una  seguridad única (panoptismo de Estado dirigido hacia estados autoritarios y su renacimientos mediante los discursos y actos nacionalistas, ideológicamente actualizados y recuperados), en la ejemplificación del ejército o Guardia Nacional, ocupando de poco en poco el territorio como justificación de la seguridad territorial en contra del narcotráfico y cuyos objetivos finales, forman tendencia sobre la idea de un control social fuertemente marcado por el deseo de disolver cualquier movimiento de organización social; es la autonomía de los pueblos originarios por decidir si dentro de su territorio se desea establecer proyectos pensados bajo la lógica del progreso, como el mal llamado  Tren Maya, por ejemplo, y que a pesar de la situación actual el plan va tomando forma a pesar de la negativa de los pueblos de su construcción como se hizo notar en la pasada consulta y en la invisibilización del Estado por erigir una autonomía que implicaría pensares diferentes, autonomías distintas e independencias legítimas al margen del gobierno mexicano. La toma unilateral de decisiones no toma en cuenta las cosmovisiones diferentes de los pueblos indígenas, de los pueblos originarios: en nombre de la modernidad traza los caminos que habrán de tomar en un intento salvaje de individualización rígida, autoritaria, deseando perder la otredad y la dialogicidad como formas de organización propias de los pueblos; asesinato de periodistas, de defensoras, defensores sociales que se encuentran mermados constantemente, ultrajados y asesinados por las concesiones del Estado cuyo objetivo termina ser, como siempre, el enriquecimiento ilícito de recursos de una clase dominante. Asesinatos de periodistas de forma impune en lo que va del sexenio de Obrador, donde los números siguen apuntando, como lo han hecho en los últimos sexenios, a considerar aquella profesión de las más peligrosas al dedicarse a observar, reportar, analizar y reflexionar sobre las condiciones de la estructura económica, política, social del país; las diferentes formas de violencia, constantemente puestas en el desarrollo de experimentos sociales, donde lo simbólico es cargado de connotaciones negativas, infiriendo un ataque desde el interior de las comunidades (de forma intencional), auxiliados por el sempiterno silencio de las autoridades y la justificación de las violencias por medio del diálogo utilizado como elemento de coerción social; visibilizar también a las familias víctimas de la violencia y las situaciones que afrontan para esclarecer los hechos del homicidio doloso de sus seres queridos, de las desapariciones en otros casos todos esos casos históricamente reiterativos en la historia mexicana moderna; ¿Dónde están los acuerdos respetados en la toma de decisiones y su proceder en estos momentos? ¿Cómo puede afrontarse una situación de cuarentena, cuando se ha vivido durante un largo tiempo alrededor de un aislamiento social, individualizante donde proliferó la inquisición y desapareció la organización comunitaria en muchos lugares? Es evidente que dentro de la agenda política, se suscribe el diálogo del doble discurso; el diálogo de acuerdo político sobre la protección del capital privado y,por otra parte, un llamamiento a la pacificación como mecanismo de contención sobre las comunidades más vulnerables e invisibilizadas del territorio nacional. Aún más; una clara simplificación de que la mayoría de los grupos vulnerables no son tomados aún hoy en cuenta por el Estado que pretende el “bien de todos”, sacrificando a grupos vulnerables, excluidos constantemente de la agenda política nacional.

Enfrentamos una pandemia en nuestro tiempo con muchísimas situaciones importantes en contra, además de una situación sociopolítica desfavorable para muchos colectivos en la sociedad. Hablamos así de una baraja de individualización, que se observa y se marca a través de la influencia del miedo, tanto por aspecto psicofisiológicos, de pensamientos como el fin último en el efecto de hegemonía dominante. Este proceso no se desarrolla de manera exclusiva intrínsecamente en cada individuo, sino con un eco que emerge en los tiempos donde se trata partir de la propia individualización para afrontar las condiciones de aislamiento en que nos encontramos; abundan por todas las redes sociales formas de un habla  “ontosuicida” desde un yo para un colectivo, pretendiendo ser voces de alineación ante las circunstancias, deseando ejercer un derecho sobre la civilización en tiempos de crisis: ser la voz de los dominados desde un ambiente de favorecimiento material importante. De ahí el gran problema civilizatorio donde se confunde, tal vez, de manera intencional, de una conciencia nacional que habrá de definir el acto de agrupación sobre imaginarios simbólicos para dilucidar la idea de un nosotros1, unidos, fuertes, capaces de afrontar el encierro a través de una cultura viciada por situaciones multiculturales donde el sentido del nosotros se identifica más como una representación acomodaticia de roles sociales a través de una conciencia de clases implícitamente marca y diferenciada. Se pretende afrontar el encierro desde la posición privilegiada de clase, con los significados de los objetos de consumo previamente fortalecidos y sistematizados en la funcionalidad del sistema de objetos de clases sociales totalmente desiguales. Mientras que para una población mayoritariamente de clase baja (caracterizado por ser los sacrificados de forma exponencial en los reacomodos financieros), el ideal se encuentra en el sostenimiento de un empleo que beneficie en el mantenimiento de una familia junto con las situaciones económicas, sociales, políticas que la identifican, tratando de cuidarse, vencer el miedo colectivo, ocuparse de las cogniciones anticipatorias sobre el futuro incierto y sobre la disfuncionalidad financiera que lleva, nuevamente, bajo la argumentación catastrófica, a una preocupación irracional, aunque totalmente real y válida, y mientras que para otro grupo de población, de clase dominante, el hecho de la expresión socioafectiva “resiliente” es significante de un afrontamiento adaptativo de las condiciones que se vuelven una expresión de relaciones de poder  en los sitios de producción y evidencian la división de clases, quitando la significación banalista del afrontamiento como un hecho solo expresado en las condiciones favorables que comparte menos del 20 por ciento de la población. La oligarquía crea videos de felicidad desde las indiferentes comodidades que le ha protegido, en el discurso, el Estado.

Este hecho refleja el desarrollo de un nacionalismo fuertemente marcado a través de procesos ideologizadores mediante los poderes ideológico-simbólicos referentes de la caracterización de un Estado en su acción y efectos de poderes heterogéneos de apoyos sobre la clase dominante2. Basta con observar el curso del discurso de legitimación sobre las acciones correctas que deben de tomarse para contrarrestar el COVID-19 como extensión positiva, mediante los llamados del subsecretario de salud Hugo López Gatell y el propio Obrador, y después, conocer dentro de un grueso de las discusiones los esquemas sobre las cosas que se han perdido a lo largo del tiempo y cómo la vida era diferente en un momento determinado donde se tenía todo y no se sufría de nada, para observar esa extensión negativa, capaz de cohesionar entre ambas sobre discursos y símbolos de una nación sin un fuerte sentido del nosotros, inmensidad de miedos de una identidad nacional constante en el imaginario simbólico comunitario, social (el efecto recalcitrante de los medios de comunicación, que ejercen más allá de su efecto ideologizante, es la muestra subjetivada sobre la muestra de los deseos de la inversión privada, respecto al rescate de las empresas más allá del rescate colectivo).

Dentro de las estrategias para afrontar el tiempo de cuarentena de la pandemia, existen grupos entre los cuales, las recomendaciones que se hayan hecho ( o no se tomaron en cuenta desde las particularidades) desde el gobierno federal, estatal, municipal se vuelven insuficientes por desconocimiento general de las cosmovisiones (como es el caso de los pueblos originarios y su lucha de resistencia por la vida, por la tierra, por sus costumbres), como lo es la violencia de género, recrudecida mayormente por el encierro y el estado de peligrosidad al convivir en una situación de vulnerabilidad cuando el violentado convive con la persona; los grupos de migrantes y el despotismo, como costo político sin asumir (ni desearlo) sobre los cuales pesa el hecho de pocas legislaciones que procuren y protejan al migrante en sus condiciones que le toca vivir, aún más, la exposición altamente peligrosa al contagio por las condiciones de cotidianeidad que les toca afrontar (mucho más si se tiene en cuenta los acuerdos de migración convenidos con el gobierno de Estados Unidos). Debajo de ese espejismo la pregunta pertinente tiene relación sobre ¿cómo podemos en un estado de aislamiento seguir siendo nosotros a pesar de las restricciones de interacción social? ¿Se puede hablar psicosocialmente de un entramado de resistencia, de trabajo comunitario a pesar del encierro? ¿Cómo podemos afrontar esta pandemia desde nuestras propias realidades? Trataré de visualizar brevemente estas preguntas, conociendo de antemano que existen muchas propuestas nacientes y fortalecidas en estos tiempos que adquieren vigencia y de los cuales existirá tiempo, más adelante, para analizar su quehacer psicosocial.

No se puede hablar sobre el afrontamiento sin el “nosotros”. Esa parte del nosotros necesita que fortalecerse y recrearse a lo largo del tiempo. En el trabajo comunitario, sabemos de antemano, que el sentido del nosotros es lo que da un gran impulso en la memoria histórica que vuelve coherente y consciente al sentido de pertenencia y nos sitúa, históricamente, en un punto de quehacer cotidiano, donde el nosotros ya no se refiere a un ente individualizante, narrador de la cotidianeidad desde una perspectiva pasajera, cronista objetivo sin interacción social alguna; por el contrario, hablar del nosotros es hablar de la interacción constante, simbólica, reflexiva, crítica sobre cómo aprendemos a escuchar desde la otredad diferentes mundos, ideas, que permiten dilucidar un acercamiento certero con aquello que construimos con la comunidad; saberes profundos y en algunos casos en construcción, que dan ideas sobre la solidificación de bases que permiten explicar, comprender y rescatar el pasado y presente y su construcción futura de una comunidad determinada, así como sus actos de resistencia y lucha. El nosotros, se vuelve, por ese mismo medio, una solución funcional ante la vanguardia capitalista de la individualización y la competencia como rasgo del mejoramiento civilizatorio de las personas, redefinido sobre caracterización de clase, de adquirir los sueños con lucha y aterrizar en la realidad de ideologías dominantes, que prepara el camino hegemónico para un sector determinado, privilegiado que reproduce la misma violencia simbólica que agrava aún más los factores de lucha de clase tan marcado en nuestros tiempos. Como lo explica Katherine Herazo “el proceso de concientización del nosotros se da mediante el diálogo constante que problematiza la existencia de cada miembro del pueblo como parte integrante de la comunalidad” (Herazo, 2018).3 Verdaderamente preocupante cuando el diálogo solo tiene una vía de comunicación y el ejercicio autoritario funcionalista pretende, en base a la noción nacionalista, terminar con el entramado intercultural para fortalecer el folclor mercadológico de la inclusión soberanamente correcta, explicativa y calificativa de las decisiones del gobierno como base de principios de sustentación legítima y legal.

El encierro nos ha permitido, al mismo tiempo darnos cuenta de la vulnerabilidad a la que nos enfrentamos de forma constante y de la cual, no termina por aterrizarse esa idea sobre lo que vivimos, el momento histórico que se percibe y, a través de los aparatos ideológicos se pretende dar la sustancia proteica de la conformidad y el mantenimiento de un status privilegiado: el miedo. De ahí el abundante uso de fake news (noticias con una tendencia de desprestigio político, al tiempo que dominación y efecto panóptico al no tener un punto de contra argumentación y visualización de historias legitimas), la recreación de mundos ficticios donde la problematización se patologiza con objetivos claros de aislamiento psicosocial, formas individuales de sobrevivencia, temor sobre la interacción social, catastrofización de un futuro al corto plazo sumamente caótico y con pocas posibilidades de superación. La razón del miedo ya conocida, se vuelca hacia la razón instrumental del uso de la clase privada para proteger sus medios de producción en el uso imaginario de la base sólida a través del trabajo y del sentido nóstrico mediante el discurso y mediante la violencia simbólica, naturalizante, en las clases dominadas del país.

Esa otredad debe de reforzarse en el replanteamiento de las acciones comunitarias que, desde el nuevo factor tecnológico de las sociedades postindustriales permita añadir objetivos positivos y subjetividades definidas por un quehacer psicosocial basado en un sentido de identidad, mediante la colaboración colectiva de diferentes actores sociales que respondan, de forma concreta, ante la exclusión, proyectos alternativos de trasformación que den ideas sobre las bases de una solidaridad horizontal, el empleo de una escucha activa que problematice la preocupación de  los otros y los miedos totalizantes, premiando el contacto tecnológico en la acción receptiva dialógica del intercambio de saberes y la apuesta por una contrahegemonía cultural, capaz de brindar seguridad, análisis, crítica y reflexión ante lo que sucede, pero también, sin dejarlo de lado por un minuto, el espacio de organización comunitaria creada, reconstruida en un lenguaje dentro de las propias estructuras ideológicas del Estado. El reto se plantea, pues, paradigmático: construir redes comunitarias desde la virtualidad donde para muchos se vuelve una innovación capaz de responder a demandas sociales o, en sentidos prácticos, como escucha y voz sobre la inconformidad que se vive y como fuente de recreación colectiva epistémica sobre el sentido del nosotros, el de comunidad que se traza en momentos complejos con una estructura indescifrable desde lo económico, en una acción política y, al mismo tiempo, la necesidad organizativa, participativa, en la discusión cada día más reflexiva y ocupacional en diferentes espacios comunitarios, sobre la labor de recrear eso que llamamos colectividad. Reparo desde la individualización como la problematización presente dentro de un sistema de objeto-símbolo que vuelve arbitrario la cotidianeidad, formando un status sistemático en la idea del consumo de objeto4 para exhibir la conciencia de la clase dominante y su repertorio de estigmatización sobre las realidades paradójicas e invisibilizadas en sus grandes conjuntos, dentro de un doble discurso de justificación del Estado, afianzando la seguridad de la burguesía y dando preferencia a las relaciones económicas que permiten el mantenimientos de división de clases sociales.

Justamente porque a problematización se trata de las condiciones de consumo que han modificado los elementos simbólicos de comunicación, el paso de la crítica sobre la anomalía de la reflexividad a través de análisis vagos que se mueven a través de las redes sociales, permitiendo la justificación ideológica del Estado (no como manipulador, sino por su propia conducción en el reafirmamiento de su papel de mediador de clase dominante) mediante el amplio espectro de intelectuales del Estado que se valen sobre views, likes, comparticiones de redes sociales, defenestrando un análisis reflexivo, participativo e investigativo, es el realce que se pretende afrontar la pandemia; análisis crítico-reflexivo sobre las condiciones no necesariamente relacionado en la pandemia, cuanto sí de las acciones que han llevado a conductas individualizadas, aisladas, consumidas sobre la funcionalidad del objeto. Ahí, en medio de los claroscuros de la hora sombría, el afrontamiento parte de la participación dialógica sobre el balance del sistema capitalista y el intento civilizatorio de moderar, culturalmente, respuestas adaptativas y aceptadas correctamente como una forma de avanzar en el progreso posindustrial, que apuesta por la tecnologización de la vida cotidiana, dando paso a los atropellos invisibilizados sobre las condiciones de trabajo en el papel de relaciones de poder sobre la clase dominante y sus leyes de protección al mundo político-económico que mantienen sobre la vía del engaño contractual y la simplificación del obrero como un número linfático que puede someterse a diferentes procesos psicoquirúrgicos, ideológicos que fomente la idea de la consecución de la libertad, por medio del trabajo. Los días del nacionalsocialismo y la idea de que el trabajo libera, se hacen presentes. El autoritarismo vuelve con una presencia de reacomodo bajo nuevos preceptos y, en medio de la hecatombe, la movilización a distancia, la organización virtual colectiva, la escucha constantemente dialógica, la propuesta de redes comunitarias virtuales con objetivos de transformación social, permitirá desde diferentes características, espacios y resistencias, la creación de un acontecer histórico propio de cada comunidad, fortaleciendo la aparición del sentido de nosotros desde una perspectiva reflexiva, participativa y reconstruida, desde un acto consecuentemente psicopolítico generador de propuestas alternativas y el trabajo colectivo, fomentando la organización de actores sociales comprometidos, junto con la creación de políticas públicas que permitan la identificación de la otredad, la movilización autónoma de los pueblos respeto a sus cosmovisiones y la interacción constante, intercultural en un nosotros reflexivos, fuera de los estándares de gobierno y más centrado en la pertenencia del sujeto-comunidad en una reconstrucción de identidad colectiva y la creación particularmente fundamental de su propia memoria histórica que potencialice, con sus propios recursos, las comunidades al interior de su organización sea virtual o presencial. Lo “nosotros” no es un espacio físico, cuanto una idea de solidaridad y alternativa ante el desplome de la individualización operante.

Se trata de reflexionar sobre el entramado del individuo, subjetividades, espacios de resistencia, procesos psicosociales organizativos comunitarios y la modificación hacia actores sociales, redescubriendo el papel del Estado no desde la banalidad de la opresión, cuanto sí de su papel figurativo en las relaciones de poder y el mantenimiento de clases como vía de dominación histórica constante. La pandemia del COVID-19 ha desmantelado, a plena luz de día, las incongruencias del sistema capitalista y su depreciación sobre la vida, al tiempo, la individualización subjetivizante del individuo y la categorización civilizatoria, empañada por un nacionalismo como vía de justificación organizativa y un progresismo de legitimación de las propias clases dominantes. Resistir y repensar los espacios colectivos significaría un repensar nuevamente, sobre la construcción que se realiza y poner en discusión constante el papel que se juega en lo colectivo sobre condiciones sociales, laborales, de sanidad, de medio ambiente, saber que no encontraremos la normalidad porque se construyó sobre sesgos patologizadores, individualizantes: la construcción de lo normal ha llevado a recapitular que “el fin de la historia” no es sino una recapitulación de un comienzo donde el sentido de seguridad habrá de perderse al no encontrar una cotidianeidad avasallantemente ciega, pero saberse conscientes de que la construcción de alternativas nuevas es posible; dar paso a un nuevo concepto de sociedad, del valor del individuo, de inclusión de cosmovisiones diferentes y necesarias y reflexionar en todo ese proceso organizativo y reflexivo cómo salir y afrontar la crisis bajo el cautiverio de la crisis.

REFERENCIAS

1 Lenkersdorf, C. (2011). Aprender a escuchar. Plaza y Valdés

2 Poulantzas, N. (2014). Estado, Poder y Socialismo. Siglo XXI

3 Herazo, K. (2018). Crítica a la Psicología Social Comunitaria. Universidad nacional Autónoma de México.

4 Baudrilard, J. (2014). El sistema de los objetos. Siglo XXI