Un coronel franquista facilitó al general Perón el plan que sirvió de base para crear la organización terrorista argentina que, en menos de tres años, asesinó a cerca de 1.000 adversarios. Hoy, su viuda, ‘Isabelita’, y Rodolfo Almirón, uno de los jefes de la Triple A, han visto roto su apacible exilio en España y […]
Un coronel franquista facilitó al general Perón el plan que sirvió de base para crear la organización terrorista argentina que, en menos de tres años, asesinó a cerca de 1.000 adversarios. Hoy, su viuda, ‘Isabelita’, y Rodolfo Almirón, uno de los jefes de la Triple A, han visto roto su apacible exilio en España y están detenidos a la espera de una respuesta a la petición de extradición de un juez argentino para responder por sus crímenes.
Francisco Franco aceptó en 1960 como refugiado en España al ex presidente de Argentina Juan Domingo Perón, que llevaba cinco años a la deriva por Latinoamérica tras ser destituido por un golpe militar. Esa acogida retribuía los barcos cargados de carne y trigo que el argentino había enviado en 1946 y 1947 a la península, rompiendo el bloqueo dispuesto por la Sociedad de Naciones sobre el régimen.
De enlace político entre Franco y Perón actuaba el coronel franquista Enrique Herrera Marín, que antes había realizado varias misiones especiales. Por ejemplo, viajó a Buenos Aires con una carta de Franco, que rogaba más alimentos a Perón y su esposa Evita, bautizada popularmente la abanderada de los humildes. También ayudó a crear en República Dominicana -luego de la revolución cubana- la Legión Anticomunista Internacional, formada por mercenarios de países europeos y latinoamericanos.
Aunque debió transmitirle a Perón la exigencia de Franco de que se casara con su concubina, la ex bailarina María Estela Martínez de Perón, alias Isabel -evento concretado en 1962-, Herrera Marín hizo amistad con el exiliado y solía pasar muchas tardes en la residencia de Puerta de Hierro bautizada 17 de octubre en honor a la fecha fundacional del peronismo.
Allí la pareja dormía en el mismo cuarto con el cadáver momificado de Evita. Perón era un líder populista, carismático y nacionalista, que había gobernado Argentina de 1946 a 1955 con cierto éxito y fuerte apoyo obrero. Sus seguidores peleaban porque retornara al país y muchos peregrinaban a Madrid en busca de instrucciones. Durante los días previos al regreso definitivo -el 20 de junio de 1973 y que desembocaría en su tercera Presidencia de la República- Herrera Marín conoció a más peronistas que nunca. Entre ellos, trabó relación con Alicia Eguren, la cual en 1976 terminaría secuestrada y desaparecida por la guerra sucia de la dictadura militar.
Pedro Cotella, único hijo de Eguren, presenció cuando Herrera Marín, en secreto, le dejó a su madre echar un vistazo a un dossier que entregaría minutos después a Perón. «Ese documento era ni más ni menos que el diseño de un proyecto de represión basado en la experiencia de la Guerra Civil española», contó el testigo, según consta en el libro López Rega, biografía, del escritor Marcelo Larraquy, publicado por Editorial Sudamericana.
Gloria Bidegain, hija del gobernador electo de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain, también acompañó a su padre, en mayo de 1973, a reunirse con Perón en Madrid. En una de las tertulias de sobremesa presenció cómo Perón le decía una confidencia a Bidegain: «Lo que hace falta en Argentina es un ‘Somatén'». Así figura en su testimonio volcado al libro ‘El presidente que no fue’. Los archivos secretos del peronismo, editorial Planeta, del periodista y escritor Miguel Bonasso, actual diputado nacional y premio Novela Negra de Gijón por su obra testimonial ‘Recuerdo de la Muerte’.
Con esa referencia tan puntual a la historia negra de España, Perón no hizo sino inspirarse en el Somatén, un cuerpo armado paramilitar de Cataluña, originario del siglo XI y reflotado en el XIX por el brigadier Joaquín Mola y los patricios de Barcelona, cobró nuevos bríos con el general Primo de Rivera al asestar su golpe de Estado en 1923.
Perón se alimentó en el padre del fundador de la Falange porque tenía plena conciencia de que en su tercera Presidencia debía combatir a las guerrillas que él mismo había alentado desde el exilio para azuzar a los militares, Montoneros, Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y Descamisados. Si no acababa con ellas, le resultarían inmanejables e iban a disputarle la conducción política.
Por eso cada vez más delegó responsabilidades en su ala derecha, Isabel, y su hombre de confianza, José López Rega, alias El Brujo por sus aficiones al esoterimso y a la astrología, al cual ungió Ministro y hombre fuerte de su tercer Gobierno. López Rega, un gris ex policía, terminó reclutando a sus ex camaradas de la fuerza y ultraderechistas pistoleros para armar el Somatén argentino: la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A).
Los terroristas de la Triple A ofrendaron su bautismo de fuego en honor a Perón cuando el líder, ya con 80 años, regresó al país a bordo de un avión chárter de Alitalia, solventado por el italiano Licio Gelli, il capo de la logia masónica de ultraderecha Propaganda Due (P2), poco antes de que la aeronave aterrizara en el aeropuerto bonaerense de Ezeiza. Aupado al palco montado a las afueras del aeropuerto para que el líder hablara a la multitud, estimada en más de un millón de manifestantes, Jorge Osinde, teniente coronel retirado y secretario de Deportes del Gobierno peronista, encabezó un grupo de matones que ametralló a las columnas de militantes y simpatizantes de la Juventud Peronista, el ala izquierda del partido. Aquella escena propia de una película de la mafia neoyorquina pasó a la historia contemporánea de Argentina con el nombre de la masacre de Ezeiza y, aunque nunca hubo cifras oficiales de víctimas, se calcula que costó la vida al menos a 14 manifestantes y dejó heridos a medio centenar.
En los tres años siguientes los muchachos de la Triple A intensificarían su cosecha de sangre eliminando a tiros y bombas a casi un millar de argentinos. La idea de Perón de revivir en Argentina la experiencia del Somatén se fortaleció en las tertulias que mantenía en Madrid con varios personajes de la fauna nazi y fascista que pululaban por la villa en épocas de Franco.
Entre otros, estaba Otto Skorzeny -general de tropas de asalto de Hitler y rescatador de Mussolini en su cautiverio-, Jean Maurice Bauverd o León Degüelle. Ese grupo «gozaba de protección en España por parte de dos funcionarios del régimen: Gerardo Lagüens, ex combatiente de la División Azul, y Antonio Cortina, sobrino nieto de Pedro Cortina, último ministro de Exteriores de Francisco Franco», según se afirma en el libro ‘La fuga del Brujo’, de Editorial Norma, del periodista de investigación Juan Gasparini, también premio Novela Negra de Gijón.
Incluso Antonio Cortina, según esa obra, acogió en Madrid a El Brujo López Rega en 1975, cuando debió abandonar el país por la presión popular y aterrizó en Barajas con el título de embajador argentino plenipotenciario, escoltado por los jefes de la Triple A Juan Morales y su yerno, Rodolfo Almirón Sena, el cual, en pocas semanas, se empleó en la seguridad de Manuel Fraga Iribarne, que se encontraba al frente de Alianza Popular.
A través de varias sociedades dedicadas al tema de seguridad, Cortina se abocó -siempre según Gasparini- a «fichar a extranjeros» para la denominada matanza de Montejurra, en Navarra, ocurrida el 9 de mayo de 1976, en la que murieron dos monárquicos carlistas. Allí habrían actuado de sicarios tanto Almirón como Morales y otros argentinos de la Triple A, sostiene el autor.
Treinta años y tantisimos cadáveres después, hoy a Isabel y a Almirón Sena se les terminó su exilio dorado en España. Están detenidos, aunque ella en su casa de las afueras de Madrid, y aguardan la hora de ser extraditados a Buenos Aires para rendir cuentas a la Justicia por los crímenes de una organización criminal que, ahora se sabe, tuvo su raíz española.