Lo ocurrido en Argentina en los primeros 100 del gobierno de Macri pone en evidencia muchas cosas. Para concentrarnos en solo dos: que las recetas neoliberales de lucha «contra» la inflación funcionan como una extrapolación al mundo de la economía del viejo método clínico del desangrado. Y segundo: que todo lo que dicen los neoliberales […]
Lo ocurrido en Argentina en los primeros 100 del gobierno de Macri pone en evidencia muchas cosas. Para concentrarnos en solo dos: que las recetas neoliberales de lucha «contra» la inflación funcionan como una extrapolación al mundo de la economía del viejo método clínico del desangrado. Y segundo: que todo lo que dicen los neoliberales sobre la no intervención del Estado, más que falso, es profundamente cínico e interesado.
Con respecto a lo primero, recuérdese que el método del desangrado tan popular hasta la invención de la medicina moderna, consistía en hacer cortes a los pacientes para que sangraran y en consecuencia «curaran» del mal que los aquejaba, partiendo del principio de eliminar los excesos o déficits de sangre, flema, bilis amarilla o bilis negra, los célebres Cuatro Humores de la medicina desde Galeno e Hipócrates. El razonamiento de fondo era que el equilibrio de los cuatro indicaba el estado de salud de la persona, por lo que en el desequilibrio de alguno se podía encontrar el origen de cualquier enfermedad. Restaurar dicho equilibrio era por tanto el fin de la medicina. Alimentar al paciente era una forma de hacerlo, bañarlo con agua fría o colocarle compresas calientes. Sin embargo, en la Europa medieval y hasta bien entrado el XIX el desangrado fue ganando espacio, convencidos de que era la mejor manera de combatir fiebres, infecciones o cualquier otro mal incluyendo tumores y espíritus malignos.
En teoría. Porque en la práctica lo que terminaba ocurriendo era que el paciente a menudo empeoraba y casi siempre moría. O quedaba en tal estado de debilidad que cualquier infección menor lo terminaba matando. Extremando las cosas, podría decirse que la efectividad del desangrado se basaba en que acababa con la enfermedad, pero acabando con el paciente.
En política económica, el equivalente al desangrado en cuanto «santo remedio» antiinflacionario es llevar el nivel de precios tan alto, que la gran mayoría no pueda adquirir los bienes y servicios que necesita y por tanto estos se estabilicen. Es el exceso tratado por la vía del exceso. La receta es bastante conocida: primero se devalúa la moneda y eliminan las regulaciones cambiarias, despiden gente, liberan precios, eliminan subsidios y cualquier otra cosa que haga falta. Todo esto trae como consecuencia que un sector mayoritario de la sociedad vea caer su capacidad de compra, tanto más en cuanto que más abajo en la escalera social se encuentre. Así las cosas, el «éxito» del tratamiento consiste en empobrecer a la gente hasta el punto que no compre o lo haga lo menos posible, lo que para las cuentas del gran capital (no el pequeño ni el mediano) se compensa por la vía del consumo suntuario y los altos márgenes de utilidad por unidad que los sectores minoritarios más pudientes no tienen problemas de costear.
Es por este motivo que, tal y como ocurrió cuando los Chicago boys de Pinochet aplicaron su trístemente célebre Ladrillazo, los precios en Argentina lejos de disminuir aumentan tras el Ladrillazo de los Chicago boys and girls de Macri. En el último año de Allende, la inflación especulativa llegó al 500%, lo que fue esgrimido como señal del «fracaso de su modelo». Pero de hecho, en el primer año de la dictadura llegó al 746,2%. Y durante toda la misma, siempre sería superior a los dos digitos siendo el promedio anual de 87,7% y 21% al cierre. Ciertamente, cualquiera diría que pasar de 746% en el primer año a 21% en el último es una reducción exitosa. Pero dejando a un lado que para los cánones neoliberales un 20% de inflación sigue siendo señal de un «modelo fracasado», lo cierto es que tal reducción se alcanzó luego de la brutal precarización del poder adquisitivo de la población. El subconsumo de la mayoría en condiciones de dictadura con muertos y desaparecidos fue la clave del «milagro» chileno.
Este último efecto de subconsumo, sin embargo, obligó a la larga a los neoliberales y a los grupos económicos a replantearse las cosas, preocupados más que nada por la rentabilidad de las empresas. Pero la vía escogida fue la de devolver el poder adquisitivo de la población no mejorando su salario o abaratando los precios, sino promoviendo el endeudamiento familiar e individual. Era de nuevo el desangrado, pero a un nivel superlativo. De tal suerte, al final de la dictadura chilena, pero especialmente durante los años de La Concertación, se conformó la trampa crediticia de la que se encuentra prisionera la población chilena hasta la actualidad: precios relativamente bajos y estables con respecto a su pares regionales, pero inaccesibles para la gran mayoría dada la precariedad salarial y laboral, que solo puede acceder a los bienes y servicios (incluyendo la salud y la educación) endeudándose. La crisis de la sociedad chilena al menos desde 2008, cuando estalló la burbuja crediticia mundial, es que dicho modelo es cada vez más insostenible, dado que la acumulación de deuda por parte de las familias supera con creces su ingreso mensual. Ingreso buena parte del cual lo utiliza para pagar las deudas adquiridas, lo que las lleva a adquirir nuevas deudas para costearse el diario y así sucesivamente. Muy probablemente sea esa «la salida» que se impulse en Argentina de mano de los buitres para bajar la conflictividad que ya se vive, sin dejar nunca de lado -claro está- la vía represiva que tampoco ha demorado en mostrarse.
Lo que nos lleva al tema del Estado. Y es que ¿se puede seguir sostiendo, luego de lo visto en los primeros 100 días de gobierno de Macri, que los neoliberales toman en serio lo de la no intervención del Estado? Está visto que no. No solo no se lo toman, sino que se toman muy en serio lo contrario.
Al respecto, no sería exagerado decir que el gobierno neoliberal de Macri es tan o más interventor en lo económico (y en todas las demás areas) que lo que fueron los gobiernos progresistas de Néstor, Cristina, el del Comadante Chávez o lo que actualmente son los de Maduro, Evo o Correa. Pero lo es al mismo estilo como lo son los gobiernos chilenos o como es el colombiano: no a favor de las grandes mayorías nacionales, en el ánimo de limitar los abusos de los grandes sobre los chicos, superar las desigualdades, distribuir mejor la riqueza o democratizar el aparato productivo. Es exactamente al revés: intervienen para garantizar que nada de lo anterior ocurra. Actúan en perjuicio de las mayorías nacionales y a favor de las minorías pudientes, intervienen para garantizar que los más grandes abusen mejor de los más chicos, para ahondar las desigualdades y procurar una mayor concentración de la riqueza. Es como un chavismo o un «régimen K» pero en un mundo bizarro: la política de precios no es que se abandona, se le cambia el sentido protegiendo al especulador. Tampoco es que se vuelven neutrales las políticas monetarias y fiscales: se reorientan para favorecer a la banca y los capitales buitres. El «cepo» cambiario nunca se levantó, solo se cambió el régimen: aunque formalmente hablando ahora cualquiera puede comprar los dólares que desee, el ajuste cambiario sumado a la depreciación salarial hace que, en lo real, cada vez más sea una minoría privilegiada la que puede hacerlo.
Así las cosas, sirva la ocasión para recordar que no existe un contexto, ni un país ni un tiempo histórico, en que el Estado no intervenga en la economía. El Estado siempre interviene en la economía, tanto por comisión como por omisión. En tal razón, si el Estado se sustrae de intervenir sobre una injusticia o desigualdad, de hecho, no lo está haciendo: simplemente está dejando que la injusticia se cometa y que la asimetría se reproduzca. Es una acción por omisión. El mejor ejemplo de ello es lo que pasa actualmente en Europa o los Estados Unidos. En ambos lugares, la pobreza y el desempleo son mucho mayores que hace cinco años. En Estados Unidos, hasta la revista News Week se refiere a clase media norteamericana como «especie en extinción». Ahora, toda esa gente que es más pobre ¿lo es porque perdió el espíritu emprendedor? ¿O lo que ocurre es que el Estado al no mediar entre la gente común y la banca, la gente común y las corporaciones, simplemente permite que las segundas abusen de las primeras?
Un trabajo del último Premio Nobel de economía -Angus Deaton, economista escocés nacionalizado norteamericano y profesor de la Universidad de Princeton- publicado a finales del año pasado bajo el título de Rising morbidity and mortality in midlife among white non-Hispanic Americans in the 21st century, ayuda a aclarar dudas al respecto [1]. Lo que el trabajo refleja es que la desigualdad entre el 1% más rico, los cada vez menos cuantitativamente hablando todavía integrados y el 99 % restante de la población excluida o en vías de serlo, no ahonda en lo salarial o en el nivel de ingreso, sino que se manifiesta con especial fuerza en las expectativas de vida. O dicho en términos sombríamente simples: lo que Deaton detecta es una tendencia entre la población blanca adulta a ir muriendo más rápido en la medida en que sus ingresos van disminuyendo, su empleo se precariza y aumenta la incertidumbre económica. Debe tomarse en cuenta que estamos hablando no de negros o latinos, sino del arquetipo etario de la población históricamente incluida: el hombre blanco de mediana edad, profesional anglosajón, ahora ahogado por las deudas para mantener el consumo, las escuelas de sus hijos, la salud, vivienda, etc., que debe optar entre empleos cada vez más escasos y peor pagados o el desempleo puro y simple. Para Deaton, ello ha supuesto una incidencia cada vez mayor a las separaciones familiares, al no establecimiento de lazos conyugales, así como una elevación en los índices de drogadicción, alcoholismo y suicidios. Es decir, no es que están viviendo menos: es que se están matando más.
Cualquiera diría que tratándose de un economista del mainstream, prototipo de lo que la gran prensa considera un «experto», Deaton acusara a la inexistencia de mercados eficientes dada la perversa intervención del Estado. Sin embargo, es justo lo contrario: todo esto viene ocurriendo, afirma, por la falta de capacidad -y más aún de voluntad- del Estado para intervenir, regular y ofrecer los servicios necesarios que requiere la sociedad.
Lo que nos plantea un tema crucial en esta coyuntura regional que estamos viviendo: y es que si bien ciertamente el esfuerzo personal es una clave necesaria para el desarrollo económico y social, no es suficiente si no se acompaña de políticas de carácter colectivo que creen condiciones favorables, o peor aún, si se enfrenta a otras que crean escenarios hostiles, lo que degenera en el fracaso o en una lucha despiadada y egoísta. Es un hecho empíricamente comprobado, manifestado por la alta movilidad social ascendente operada durante los gobiernos de corte progresista, pero que sin embargo debe vérselas en momentos de vacas flacas con la oposición de los propios sectores medios movilizados (y no solo trabajadores, sino comerciantes, pequeños y medianos empresarios), convencidos ex post de la ideología del self made man y que el papel del Estado es cuidar el orden público pues todo lo demás fomenta la flojera y la sirvengüenzura.
De tal suerte, y en virtud de lo dicho, el Estado interventor neoliberal del cual Macri es exponente (en 100 días no solo ha intervenido activamente en lo económico, sino que ya tiene presos políticos, ha cerrado medios de comunicación, reprimido protestas, etc.), no solo debe considerarse señal de lo que amenaza por reinstaurarse del peor modo, sino que en perspectiva debería servirnos desde la acera contraria para considerar un tema mucho más urgente. Y es que desde el punto de vista histórico, así como no existe un contexto en que no se intervenga desde el Estado en tal o cual dirección, lo que la experiencia demuestra es que en épocas de vacas flacas y coyunturas críticas es cuando más lo hacen. En este sentido, la situación compleja que vive el gobierno de Dilma ¿no es en buena medida resultado directo de la aplicación por voluntad propia del mismo programa restrictivo que la derecha demandaba, pero con el adicional de implicar el desgaste tremendo de un gobierno de clara raigambre popular? Dos años de ajuste ortodoxo y señales positivas a «los mercados» no han traído recuperación económica de ningún tipo (más bien todo lo contrario). Ni hecho retroceder las ambiciones golpistas de la derecha (más bien todo lo contrario). Lo único que han provocado es un reflujo popular que solo la torpeza de la derecha al arrestar ilegalmente a Lula parece haber detenido (al menos por ahora). La enseñanza histórica de los gobiernos de Chávez, Kirchner y el propio Lula a comienzos de esta década, es que no se debe dejar en manos del «mercado» lo que son obligaciones de los Estados y los gobiernos.
Sobre todo porque «el mercado» no es un ser etéreo ni anónimo, ni el espacio de encuentro de los millones de agentes pequeños en situación de competencia perfecta que nos dicen los libros. El mercado capitalista realmente existente son las grandes multinacionales oligopólicas, los fondos buitres, los especuladores, paraísos fiscales y pare usted de contar, a las cuales los trabajadores, los consumidores pero tampoco los pequeños y medianos empresarios, tienen capacidad de enfrentar solos. Guste o no, es la activa intervención del Estado acompañada de una aún más activa movilización ciudadana y popular en defensa de sus derechos, la receta que se ha demostrado exitosa como forma de garantizar una mayor democratización social y económica. O es esta receta o es la otra receta. Desde luego, siempre se podrá decir que este tipo de intervención que genera arbitrariedades, corregibles por lo demás en el marco de las democracias ¿Pero no es la arbitrariedad de los poderes privados -como la que vemos en Venezuela en materia de precios o Ecuador como reacción a las reformas impositivas- mucho peor y excesiva? ¿No lo es la toma de los poderes públicos por el poder privado, como la que opera en Argentina, amenaza en Brasil y reina en Chile mucho más dañina social y económicamente hablando y difícil de reparar, si es que puede repararse? La posibilidad de un futuro para todos y todas, en buena medida depende de la resolución colectiva de este dilema.
Nota:
[1] Disponible en: http://wws.princeton.edu/faculty-research/research/item/rising-morbidity-and-mortality-midlife-among-white-non-hispanic