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El periodismo de pacotilla

Fuentes: Rebelión

 Cuando alguien en España, al otro lado de la pantalla, dice al moderador de un programa televisivo que los medios están dirigidos realmente no por él sino por sus dueños, el periodista de turno siempre alega que él nunca recibe instrucciones sobre lo que puede o no puede decir. Y no miente. Los periodistas que trabajan para un medio tienen la misma ideología y mentalidad que las de los dueños del medio en que trabajan y para el que trabajan.

 Es conocida la idea de que la prensa es el llamado cuarto poder. Es decir, el cuarto tras el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Pero en España, siempre diferente de los demás países europeos en lo negativo, la prensa y la televisión son en realidad el primero conjuntamente con el judicial. Ambos condicionan al ejecutivo, a los gobiernos y al legislativo, de una manera absolutamente determinante. Los periodistas sirven a la causa de los dueños de los medios, eligiendo la información y el modo de difundir el contenido que les envían las Agencias,  y ponen en marcha las corrientes de la opinión acorde a la causa de aquellos, haciendo creer a los lerdos que son ideas propias suyas. Y los medios alternativos no les van muy a la zaga. ¿Cómo, si no, puede Jesús Maraña en un plató hablar con entusiasmo de una vacuna cuya eficacia se desconoce positivamente hasta que pasen las cuatro estaciones del año? ¿Cómo es que su sentido crítico se adhiere automáticamente a la corriente general en el modo de hablar de la pandemia, de las vacunas y de todo cuanto se relaciona con ellas? ¿Será que si pusiera en tela de juicio la eficacia de la vacuna en los términos que digo, sería un heterodoxo al que llevarían a la hoguera?

 Los cambios reales de España sólo pueden llegar barriendo antes a los periodistas y jueces de primera línea. Mientras eso no ocurra, y me temo que nunca ocurrirá, Europa seguirá terminando en los Pirineos y España seguirá en un limbo político, judicial y mediático muy cercano a una especie de democracia feudal, un engendro próximo a la “democracia orgánica” franquista de último tramo.

 ¿Por qué digo lo dicho? Veamos. Yolanda González, de 19 años, fue secuestrada, torturada y asesinada por el fascista de un partido fascista, Fuerza Nueva y del «Batallón Vasco Español», en 1980, un tal Emilio Hellín Moro. Fue condenado a 42 años. Se fugó de la cárcel y detenido por la Interpol en julio de 1989, fue entregado a España en 1990. Salió de prisión en 1996. Es decir, de los 43 años de la condena cumplió seis. Una vez en libertad, empezó a trabajar asesorando e impartiendo cursos de seguridad informática a agentes de todos los cuerpos policiales y participando en juicios como perito, tal como descubrió una investigación periodística de 2013. Emilio Hellín Moro ha trabajado como perito en numerosos casos judiciales en los que estaban implicados militantes del Partido Popular. Ahora, Emilio Hellín, el asesino, vuelve a ser noticia. Esta vez porque ha participado como perito en el juicio que se sigue contra Cristina Cifuentes, ex presidenta de la Comunidad de Madrid y militante del Partido Popular, por el llamado caso “Máster” en el que se la acusa por falsificación de documento público. A buen seguro la señora considera que aquel asesinato de su asesor fue un acto patriótico. El tal Hellín sigue presentándose como «instructor de los Cuerpos policiales Guardia Civil, Policía Nacional y ¡Ministerio de Defensa! en materia de investigación de delitos y análisis de la comunicación.

 Esta es la justicia que tenemos, tan benévola hasta la náusea con un asesino confeso de un bando, como salvaje con los asesinos reales o presuntos del otro bando vasco y luego con unos políticos catalanes desearon que su pueblo se pronunciase sobre su destino…

 Bien, esto es historia. Pero lo que llama poderosamente la atención es que ningún medio de comunicación se ha hecho eco de esa doble barbaridad: los pocos años que cumplió de condena y que un asesino tenga ese protagonismo subrepticio en la sociedad española y forme parte ahora incluso del equipo de Cifuentes. Mientras tanto, ese periodismo y esos periodistas siguen poniendo el foco exclusivamente en los crímenes cometidos por el bando contrario, y la canalla sigue usándolos como moneda de cambio mientras se dedicaba a robar a lo largo del mismo número de años que han pasado desde aquella monstruosidad de 1980 cometida por el abyecto fascista.

 A nadie debiera extrañar que un informe de la Universidad de Oxford concluya que los medios españoles son los menos creíbles de los once países consultados en Europa y los segundos menos creibles de los doce estudiados de todo el mundo. Vivimos todavía un periodo del franquismo tardío, el postfranquista pero franquista. Y los medios de comunicación y sus periodistas, unos más y otros menos, manejan la información y la opinión como cómplices distinguidos del mismo. Europa sabe perfectamente todas estas cosas y no me cabe duda de que soporta a la España política porque le conviene, pero a buen seguro la detesta. Como detestamos millones de españolas y españoles la imagen de esa España, tal como la bosquejan su periodismo, su justicia y casi media clase de sus políticos…

 Jaime Richart,  Antropólogo y jurista