La masiva marcha del jueves 26 de agosto convocada por Juan Carlos Blumberg, instaló con fuerza al empresario textil como el referente político y social de «la gente como ustedes» (Blumberg sic). Columnas compactas de clases medias enojadas son el nuevo protagonista callejero, la base social de una derecha reaccionaria, que impuso su agenda en […]
La masiva marcha del jueves 26 de agosto convocada por Juan Carlos Blumberg, instaló con fuerza al empresario textil como el referente político y social de «la gente como ustedes» (Blumberg sic). Columnas compactas de clases medias enojadas son el nuevo protagonista callejero, la base social de una derecha reaccionaria, que impuso su agenda en materia de seguridad y que ahora presiona para conseguir aún más del gobierno de Kirchner y de Solá en la provincia de Buenos Aires. Por su parte, la violencia policial contra los manifestantes que reclamaban la libertad de Raúl Castells y la redada posterior que dejó 120 detenidos, hablan de la decisión oficial de recurrir a la represión contra los movimientos de lucha. El kirchnerismo continúa su giro a la derecha y los elementos más reaccionarios de la situación priman en la realidad. La movilización Blumberg tuvo -como vemos- un rápido efecto.
En Congreso se olía perfume y las ropas delataban el «buen gusto» y las marcas caras, un clima social recoleto y «paquete» que los medios de comunicación -con su inquina racista- no tardaron en contrastar con la Plaza de Mayo ocupada por piqueteros, calificada de «Plaza mugre» en referencia al acampe de los desocupados. (Al margen, el reaccionario Mariano Grondona calificó a los concurrentes de la marcha Blumberg como «la reserva moral» del país. Extraña «moralidad» la de esta «gente» que pide gatillo fácil, que aplaude a rabiar la declaración fascistoide sobre «los derechos humanos de los delincuentes» y que expresaba a viva voz su desprecio hacia los sin trabajo).
La bandera de orden y seguridad constituye hoy la punta de lanza de una ofensiva reaccionaria de la derecha que halló eco en la disposición del gobierno «progresista», el cual votó todas las leyes propuestas por Blumberg. Tanto es así que Solá respondió a los ataques del empresario diciendo que había hecho todo lo que le había reclamado y Arslanián acusó a la Fundación Axel de ser financiada por Kirchner. Si la agenda represiva y la criminalización de la pobreza hoy están en el centro del debate, no es sólo por la convocatoria de Blumberg sino también por la voluntad del kirchnerismo que tomó como propio su programa. La mayoría de los organismos de derechos humanos y el «progresismo» depositó en K sus expectativas de cambio. El fracaso de esta ilusión está a la vista y demuestra la estrechez -o la complicidad- de la política que llevan adelante apoyando al presidente.
La crisis de representación
El efecto Blumberg es un producto de la crisis orgánica del capitalismo argentino y de la persistente crisis de representación política que ha terminado con la gran mayoría de los viejos partidos patronales. Es una muestra de la incapacidad del régimen para contener a la pequeño burguesía bajo la tutela de los viejos partidos. Con el estallido de la UCR y el Frepaso, este sector social se quedó sin una voz política que lo contuviera, dividiéndose entre el apoyo al gobierno -el ala progresista- (aunque cada vez en menor medida); y corporizándose como movimiento social reaccionario, su ala más conservadora. La base de Blumberg hace recordar a lo que en la Argentina históricamente se conoció como el «gorilaje».
Parafraseando a Antonio Gramsci, lo viejo aún no muere y lo nuevo no termina de dar a luz. Esto ocurre porque la rebelión popular del 2001 no pudo llevar hasta el final las tareas que se había propuesto, lo cual se explica porque la clase obrera no intervino dando una salida positiva a la crisis de la sociedad. A su vez, la disputa por la hegemonía entre las distintas fracciones burguesas impidió la recomposición plena del estado. Esto llevó a que fueran fracciones de la pequeño burguesía las que actuaran como voceras de la política burguesa y agentes de las instituciones y del orden capitalista. Así, el gobierno de K se presenta como lo nuevo que nace, para ser más eficaz como instrumento de la pasivización, es decir de la desmovilización de los grupos sociales en lucha. Su discurso «renovador» y «antineoliberal» le permitió atraer las simpatías de franjas de la clase media y los trabajadores. Por su lado, el efecto Blumberg es la contracara reaccionaria que -también travestida como algo nuevo- expresa los temores de la franja acomodada de este sector ante la «inseguridad» y el fantasma del «desorden» (identificado con la protesta social), preocupada por perder su estabilidad económica y con ella el consumo del que hoy gozan.
En ambos casos, la vieja política intenta reciclarse: como peronismo «moderno» -junto a K- el aparato de duhaldistas y menemistas y como «nueva» derecha, el lopezmurphysmo, Macri y Bullrich.
Kirchner y Blumberg son por último tendencias que anidan en la realidad pero que no logran desplegarse porque la relativa estabilidad económica atempera en algo los ánimos de las clases sociales, no se han logrado constituir como fuerzas orgánicas y porque el peronismo -donde convive el «progresismo» kirchnerista, el duhaldismo conservador y la derecha menemista- aún subsiste manteniendo unidas a todas sus fracciones.
Son dos fenómenos híbridos (potencialmente aberrantes) que hablan de la degradación de la democracia burguesa semicolonial, del papel devaluado de las instituciones del régimen y sus partidos: hoy el peso político corresponde a las figuras mediáticas -Blumberg y Kirchner- y las disputas políticas siguen teniendo como escenario privilegiado, las calles.
Seguridad y lucha de clases
Una parte del progresismo golpea contra Blumberg porque opinan que es desestabilizador del gobierno kirchnerista. Como ya dijimos, «olvidan» que el mismo K asumió la agenda del ingeniero. Otros presentan el hecho de que el gobierno sea el factor institucional que endurece las leyes y ejecute una política más represiva como el «mal menor» frente al fantasma de la derecha. Pero que la «seguridad» esté en el orden del día habla de una comunidad de interés entre la derecha y el gobierno que responde a la necesidad de recomponer las fuerzas represivas del estado -paradójicamente las mismas que en su descomposición están detrás de los secuestros extorsivos- y apuntalar por otra parte a las instituciones de una democracia para ricos, cada vez más degradada y con sus libertades crecientemente restringidas, ya que la misma se basa en la pobreza de la mayoría de la población, el desempleo de millones, la entrega nacional y el crecimiento obsceno de la desigualdad social.
Esencialmente, la «seguridad» que discuten no es la de la vida de los barrios humildes o la de los jóvenes como Diego Lucena asesinados por el gatillo fácil, sino la de la propiedad privada de los capitalistas, de los countries y del control de las calles para evitar la emergencia de la lucha de clases. Y es precisamente el retraso, o la inmadurez política de este último factor el que permite que sean estos actores los que ocupen el escenario.
La tesis del «mal menor» suele hacer referencia a que la pobreza, la desigualdad, el desempleo y el gatillo fácil son los factores que explican la criminalidad. Pero como los progresistas apoyan a un gobierno que a las demandas de pan, trabajo y salario no puede darle una respuesta favorable por su compromiso con el imperialismo, su papel de agente de las grandes patronales y su compromiso con las instituciones represivas, sólo pueden quedarse en el terreno del diagnóstico y no ofrecer ninguna solución. La lucha por estas reivindicaciones chocan con el rumbo del gobierno y el interés capitalista, planteando la necesidad de un movimiento independiente de las clases explotadas para imponerlas. El kirchnerismo es un factor de desorganización para impedir que esta posibilidad se concrete.
No es un problema secundario. Toda la preocupación de la burguesía y sus agentes desde fines del 2001 en adelante ha sido la de evitar que se exprese ofensivamente la fuerza social que puede darle una respuesta positiva a la crisis nacional: la de la clase obrera y el pueblo oprimido. Lo vemos hoy en el Consejo del Salario donde los burócratas de la CGT y la CTA son auspiciados como representantes de los trabajadores para fortalecerlos en su papel de contención de la fuerza obrera.
Lucha política
Si la fuerza de los trabajadores no se expresó no es por falta de poder social. Todo lo contrario: en sus manos reside la capacidad de paralizar la maquinaria de los capitalistas y de reorganizar la sociedad sobre nuevas bases. Tampoco es porque la fragmentación de sus filas responda a una nueva naturaleza que la inhibe como sujeto del cambio. Si su fuerza no se muestra plenamente es producto de derrotas pasadas, de los dirigentes traidores, del temor conservador al desempleo y de las ilusiones presentes en que la solución a sus problemas vendrá desde arriba.
La situación actual de nuestra clase está llamada a ser revertida. Síntomas de recuperación existen y se manifiestan crecientemente. Hemos señalado en el último tiempo numerosos ejemplos: Aceros Zapla, Caleta Olivia, los mineros de Río Turbio, los obreros de Zanon, son algunos entre muchos. Cabe decir que mientras franjas de los trabajadores entran a la lucha por sus reivindicaciones y millones padecen la pobreza, los burócratas sindicales negocian migajas y se desgañitan por mantener a la clase obrera cautiva del gobierno.
Si en las calles se están imponiendo las agendas políticas y la derecha exige orden, hay que bregar porque la clase obrera y el pueblo movilizado la derroten -también en las calles e impongan su propia idea del orden: contra los banqueros, los capitalistas, los políticos del viejo régimen, todos los que entregaron la nación y la hundieron en la pobreza. Para eso, la clase obrera tiene que asumir la necesidad de la lucha política, como una fuerza independiente de la burguesía, el peronismo y todos los partidos patronales, recomponiendo la unidad entre ocupados y desocupados y planteando su propia salida. El primer paso en este sentido es hacer suya la defensa de las libertades democráticas hoy en cuestión, la lucha por la libertad de Raúl Castells y todos los presos políticos y contra la represión en ciernes contra los movimientos de lucha, planteando el frente único entre las organizaciones obreras combativas y los movimientos piqueteros opositores, así como la unidad en la acción con los organismos de derechos humanos opuestos a la represión y el movimiento estudiantil.
Todas las propuestas que venimos planteando desde el PTS, la lucha por el salario y el reparto de las horas de trabajo, la necesidad de un frente político de los trabajadores, la recuperación de las organizaciones obreras y la institución de organizaciones comunes de ocupados y desocupados, los consideramos pasos a dar hacia este objetivo, un nuevo orden, el de las masas autodeterminadas, un estado de los trabajadores y el pueblo.