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El progresismo sin poder

Fuentes: Hargentina

Las peripecias del gobierno kirchnerista y su enfrentamiento tan particular con un grupo mediático han logrado enrarecer el clima ideológico al punto que proliferan mensajes políticos directamente defensivos y ofensivos, como sucede cuando aparece en el escenario un estado de necesidad de conseguir adhesiones que se vuelvan ostensibles para definir la compulsa. Quitando el enorme […]

Las peripecias del gobierno kirchnerista y su enfrentamiento tan particular con un grupo mediático han logrado enrarecer el clima ideológico al punto que proliferan mensajes políticos directamente defensivos y ofensivos, como sucede cuando aparece en el escenario un estado de necesidad de conseguir adhesiones que se vuelvan ostensibles para definir la compulsa. Quitando el enorme espacio que ocupa el juego dialéctico-mediático entre los bandos, que funciona como un gigantesco juicio oral y público donde ambas partes se la pasan reclutando testimonios sociales a favor de su postura, bajan algunas líneas por demás interesantes. En primer lugar los posicionamientos relativos saltan por los aires ya que el sinceramiento de esencias que implica la binarización combativa no permite que resistan mucho los enmascaramientos marketineros: el que en el fondo es de derecha y defiende intereses hegemónicos de los grandes grupos empresarios debe salir a tomar acción directa con el riesgo de ponerse en evidencia. No hay más espacio para jugar a la confusión de los discursos ambiguos. Del otro lado ocurre algo similar, el apoyo distante que se recluye en la neutralidad o el rechazo relativo que se disfraza en teorías de «dos demonios» es vencido por la imperiosa opción de la lucha real.

En este tiempo el sofisma de derechas más en boga, repartido a discreción desde las usinas emisoras y recibido con ingenuidad por muchos progresistas, es la idea de que el progresismo no debe aspirar al poder en tanto se destruye moralmente a si mismo cuando lo logra. Temerosos de algún cambio real en el reparto de poder establecido, quieren desterrar la idea de que el progresismo sea una ideología que contemple un intento de conquista del poder, ni siquiera que plantee su disputa. Debe quedar bien en claro que su techo es declamatorio, su perspectiva de máxima es tener voz y no de voto en la confrontación por el poder. Se debe cuidar que se respete el rol que se les asigna a los progresistas: meros fiscales orales de la sociedad mientras el poder permanece en manos de los que corresponden, o sea sus dueños naturales. Cualquier trasgresión al límite de la esfera subalterna implica una automática desviación autoritaria, por lo tanto debe quedar abolida del ideario progresista autorizado. Se busca consolidar la idea-fuerza de que el poder económico, tal como está y tal como es, emana de una especie de estado de «derecho natural» tal como se creía en la monarquía que el poder de los reyes emanaba de un orden divino. Entonces el progresismo consistiría en hacer cualquier cosa excepto confrontar directamente ese poder, porque disputarlo significaría ya «usurparlo»

Como lo explican a diario cientos de operadores, los abusos de poder son considerados «naturalemente justos y bien ganados» cuando emanan del poder privado de la economía pero «autoritarios e inmorales» cuando emanan de un gobierno. Se vuelve a caer en la misma confusión que se repite; nadie parece leer cuanto de intento de clausura a todas las ideas alternativas de distribución del poder hay en el combate de éste «poder» actual y transitorio de un gobierno en particular.

http://hargentina.blogspot.com/2010/09/el-progresismo-sin-poder.html