Para destituir al Gobierno probaron todo y siguen probando, ahora montados sobre el «caso Nisman» y la parodia de jueces y fiscales que llaman a marchar hacia el Congreso. Muchos de ellos, durante años, cincelaron el ya ilevantable descrédito de la Justicia de este país. Autoritarios, nostálgicos de la dictadura, antidemocráticos y ahora golpistas. Farfullan […]
Para destituir al Gobierno probaron todo y siguen probando, ahora montados sobre el «caso Nisman» y la parodia de jueces y fiscales que llaman a marchar hacia el Congreso.
Muchos de ellos, durante años, cincelaron el ya ilevantable descrédito de la Justicia de este país. Autoritarios, nostálgicos de la dictadura, antidemocráticos y ahora golpistas. Farfullan libertad e independencia -dos vocablos sagrados, que ofenden a coro de un periodismo miserable-, pero son golpistas.
Y encima apoyados por dirigentes políticos oportunistas y sin discurso propio, que avergonzarían hoy a personalidades como Raúl Alfonsín, Luis León y otros radicales honorables, igual que a socialistas consecuentes como Alfredo Palacios o Norberto Laporta, los cuales quizás habrían sido críticos del gobierno, pero jamás se hubieran prestado a ententes oligárquicas cargadas de odio de clase.
En ese contexto, la decisión de la Presidenta de liberar del secreto de Estado al espía Antonio Horacio «Jaime» Stiuso para que declare ante la fiscal Viviana Fein, que conduce la investigación del suicidio o asesinato de su colega Alberto Nisman, es ejemplar. Habilita a que se abran todos los archivos, en honor a la verdad y la democracia.
Pero también es una decisión peligrosa. Porque lo más probable es que este hombre, seguramente resentido por su destitución, sólo abrirá la boca para mentir. Es obvio que no le importan ni la democracia ni la Constitución, puesto que desde 1972 (dictadura de Lanusse), y pasando por todo el videlato, fue espía todo servicio de quien gobernase. Demócratas inclusive. No es esperable entonces que diga verdad alguna, ni colabore en esclarecer nada. Al contrario, sea él o no quien redactó la «denuncia» contra el Gobierno, mentirá en cuanto dañe a la Presidenta, el Gobierno y las instituciones.
Si Nisman se suicidó, como parecerían confirmar las investigaciones de la fiscal Viviana Fein, este Sr. Stiuso es acaso quien más y mejor conoce las causas profundas de la depresión y/o el miedo que habrá sentido Nisman, y su mejor estrategia será, como toda su vida, el silencio y la sombra.
Si la muerte de Nisman fue un suicido inducido, como estiman algunas hipótesis, es por lo menos sospechable el papel que, quizás, habría jugado este espía. No se ve claro qué otros factores podían haber inducido a Nisman a suicidarse, pues su fantasiosa «investigación» iba contra la Presidenta y el sistema constitucional, y por eso mismo el kirchnerismo y sus aliados, en pleno, lo esperaban ese desdichado lunes para replicar uno por uno sus dislates en el Congreso. ¿La inducción fue para que no se presentara? ¿Lo amenazaron con dañar a su familia si iba y se desmoronaban sus fantasías? Sería determinante lo que el Sr. Stiuso podría decir al respecto, pero nada hace pensar que no va a mentir.
Y si, tercera hipótesis, fue lisa y llanamente un asesinato, como insisten en hacer creer los medios a la ciudadanía y al mundo -incluidos algunos dirigentes políticos locales que bailan al son mediático-, no es disparatado pensar que este Sr. Stiuso, lo que sepa, lo va a negar. O sea, va a mentir. Su especialidad de toda la vida.
El oficio de un espía consiste, esencialmente, en mentir. Aunque seguramente lo explica mejor el psicoanálisis, los espías fabulan, son paranoicos y generan paranoias, distorsionan, inventan, son la indiscreción misma corporizada en hombres o mujeres de esencia perversa, cuando no psicópatas «de libro». Personajes despreciables por definición, suelen no tener principios ni valores, como todo el mundo sabe desde que el espionaje devino género literario y cinematográfico popularísimo del siglo XX y lo que va de éste.
Este Sr. Stiuso tenía más de 100 teléfonos celulares a su nombre, como admitió su abogado, Santiago Blanco Bermúdez. Quien, por cierto, ahora se sabe que también revistó en la ex SIDE entre 2000 y 2003, y que en la emblemática causa «Circuito Camps» defendió al represor Raúl Rolando Machuca, luego condenado a prisión perpetua. No sé los lectores, pero yo no confiaría en ninguna palabra de estos señores.
Además, quien lleva 42 años espiando, ocultando, disimulando, moviéndose en las sombras, sin dar jamás la cara y al servicio de gobiernos extranjeros, de dictadores y de gobernantes democráticos de todos los colores, es por lo menos, y por definición, un mentiroso profesional. Este Sr. Stiuso estuvo en la SIDE durante los últimos 42 años, y este suicidio/asesinato lo encuentra en el centro mismo de la escena. ¿Por qué esperar que diga la verdad?
Claro que sería buenísimo que hablara de los servicios que prestó a la Casa Rosada en cada ocasión, y también a la CIA, el FBI y el Mossad israelí. Que dijera quiénes fueron y son los periodistas a sueldo de la ex SIDE. Y diera los nombres de los jueces, fiscales, abogados y políticos que ídem ídem, y de los que taparon y disimularon las corruptelas del menemismo. Sería magnífico que hablara, porque él los conoce a todos. Nadie podría explicar mejor las causas profundas de la tragedia de Nisman, ni revelar los encubrimientos y pistas falsas que llevaron la investigación de los atentados de 1992 y 1994 hacia la nada absoluta, con las dos pistas (la siria y la iraní) siempre enturbiadas.
En vísperas de días graves, y estropeado el verano popular más exitoso y numeroso de las últimas décadas, ahora se anuncia una marcha claramente manipuladora del sentimiento de estupor que sobrevuela la República. Habrá sorpresas, seguramente, y acaso una de ellas sea el silencio de la Corte Suprema, que si no detiene esto será porque lo tolera. Habrá que escuchar lo que diga o calle en esta instancia dramática de la República su presidente, el Dr. Lorenzetti, que parece jugar siempre fichas propias.
Por fortuna, en la Argentina es muy mayoritaria la gente que trabaja y se enorgullece de cómo este país creció más y mejor que en los últimos 30 años. Gente que puede ser muy crítica con el Gobierno y sus metidas de pata, pero no quiere ningún otro cambio que el que marcan la Constitución y los votos.
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-265763-2015-02-09.html