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El triunfo de la simulación

Fuentes: República

El pasado domingo [9 de agosto] se celebraron en Argentina las elecciones «primarias abiertas simultáneas y obligatorias» (PASO) que oficializaron las candidaturas presidenciales y de otros cargos electivos. No me centraré hoy en este dispositivo electoral manipulatorio, esta suerte de mito democrático -no exclusivamente argentino- al que aludí con detalle en otros artículos. Baste subrayar […]

El pasado domingo [9 de agosto] se celebraron en Argentina las elecciones «primarias abiertas simultáneas y obligatorias» (PASO) que oficializaron las candidaturas presidenciales y de otros cargos electivos. No me centraré hoy en este dispositivo electoral manipulatorio, esta suerte de mito democrático -no exclusivamente argentino- al que aludí con detalle en otros artículos. Baste subrayar que iguala el derecho permanente de los miembros activos de una agrupación a elegir sus candidatos con la concesión ocasional de ese derecho a ciudadanos desinvolucrados partidariamente. En consecuencia, en lugar de mejorar la democracia de los partidos asegurando la participación de los afiliados en la selección de candidatos, estas primarias abiertas licuan al partido en una masa plebiscitaria. Desalientan además el compromiso consecuente del militante y premian el fugaz -aunque compulsivo- acercamiento dominical del eventual simpatizante transitorio, cuando no del adversario inmiscuido en tiendas ajenas. De este modo, además de profundizar la crisis de militancia, se perpetúa la estructura clientelística de dirigentes y punteros, que recupera particular impulso en los periodos electorales, mientras infunde en muchos ciudadanos no alineados la sensación ilusoria de una participación hasta festiva, como en romería. La efectiva intervención decisional abdica su potestad ante el altar de la legitimidad ficticia. En completa subordinación con el esquema institucional que denomino liberal-fiduciario, se reducen los procedimientos democráticos al mero acto de votar, sin importar qué ni dónde.

Asistidas por la videopolítica, las oligarquías partidarias encuentran su mejor modo de auto reproducción recubriéndose de una pátina de ilusoria legitimidad. Las listas de precandidatos siguen confeccionándose tan a dedo como siempre, antes de someterlas a la compulsa ciudadana para dirimir la interna. Tomemos el ejemplo al interior del espacio político gobernante, el kirchnerismo. Una vez que se auscultaron chances diversas mediante encuestas y se diseñó en un secreto círculo íntimo la estrategia final, la actual presidenta pidió un «baño de humildad» a todos los precandidatos que debieron resignar sus pretensiones, liberando el camino a Scioli (alguien no sólo ajeno a la orientación hegemónica sino frecuentemente denostado y apartado del núcleo decisor) quién finalmente no compitió con nadie. Como contrapartida, se impuso el acompañamiento como vice de alguien de particular confianza presidencial. Si no fuera porque por primera vez hubo una interna oficialista para gobernador de una provincia, pareciera que las PASO, instituidas por iniciativa oficial, se concibieran exclusivamente para la oposición.

Pero el deterioro de la dinámica política argentina no concluye con este placebo electoral, típico de épocas de despolitización que consolidan una inveterada brecha entre dirigentes y dirigidos. Tampoco en la también recurrente ausencia de compromiso o mandato de los candidatos refrendados por esta vía, ni estimula procedimiento de control alguno sobre la gestión de los representantes. Tal deterioro reposa en que toda la configuración y mantenimiento de las candidaturas, se basa en la simulación. Pongamos otro ejemplo: Inmediatamente conocida la victoria definitiva del candidato derechista Rodriguez Larreta en la ciudad de Buenos Aires, el líder del espacio, Mauricio Macri, sorprendió a propios y ajenos defendiendo el carácter estatal de empresas públicas (la línea aérea de bandera o la petrolera) cuando toda su tradición lo ubica en la ortodoxia monetarista y la privatización. El desconcierto militante no podía ser mayor, de forma tal que al día siguiente los principales dirigentes, legisladores y ministros recibieron un mail con las estrictas indicaciones discursivas justificando el giro político copernicano del que se enteraron por TV o en el mismo acto. Con un aditamento más: la última de las indicaciones se refería al fútbol gratuito en la televisión pública abierta (FPT), otra afirmación desconcertante. Al rato, otro mail obligaba a desechar ese punto. Al día siguiente, fue el turno de que el publicista ecuatoriano Jaime Durán Barba, reuniera a los principales intelectuales e ideólogos de este espacio derechista en un bar del barrio de San Telmo para reforzar la bajada de línea. El aristocrático diario «La Nación», transcribió sus palabras: «Si la gente cree que Scioli es un buen gobernador -el 65% lo piensa-, pues Scioli es un buen gobernador. ¿Es Maquiavélico? No, es acercarse a la gente. Si la gente cree que la Virgen de Guadalupe es una atorranta, pues lo será hasta que se demuestre lo contrario».

Sin embargo, el pragmatismo -negador de cualquier posible acepción de la política como asunto de una polis- del diseñador histórico de la campaña de la derecha, fue más lejos aún. En una charla que dio el economista Federico Sturzenegger en la Universidad de Columbia en Nueva York diferenciando los temas que se discuten en las universidades y los de una campaña política, expuso el «couching» que había recibido de parte de Durán Barba antes de presentarse a un debate cuando competía por una banca en la Cámara de diputados. Se basaba en cuatro consejos. La primera recomendación, para su sorpresa, fue «no propongas nada». La segunda, «no expliques nada: si vos explicás qué es la inflación, vas a tener que decir que la emisión monetaria genera inflación, que entonces debería reducirse la emisión y que si hacés eso tendrías un ajuste fiscal donde la gente va a perder su trabajo y eso no queremos que lo digas. Cuando seas gobierno hacé lo que vos creas, pero no lo digas ahora en medio de un debate». La tercera fue «no atacar al resto de los postulantes» y la última «no defenderse». Cuando el candidato le preguntó qué era lo que sí podía decir, la respuesta fue: «decí que están mintiendo con la inflación o decí cualquier cosa; hablá de tus hijos (…) el objetivo del debate es ganar votos, no ganar el debate».

Del lado del oficialismo no falta su equivalente. El principal gestor de la campaña de Scioli es Ernesto Savaglio, con nutridos y plurales antecedentes en materia de campañas. Comenzó trabajando para el ya desechado derechista Ricardo López Murphy, al que asoció a la figura del bulldog, y diseñó recordados spots titulados «lo puso» y «la verdad», uno de los cuales ganó un premio en Cannes. Continuando esa línea ideológica se fue a trabajar con Macri, creó el ganador lema «Va a estar bueno Buenos Aires», impuso el amarillo como el color macrista y fue el ideólogo de la sigla «PRO». Posteriormente entregó sus oficios a Sergio Massa, el tercer candidato creando la marca «Más Tigre», que luego se convirtió en «+a», lema de campaña del ex jefe de Gabinete kirchnerista, hoy opositor. Habiendo pasado por todos los candidatos posibles, sólo le faltaba Scioli, para quien trabaja actualmente. Impuso el naranja como marca registrada de la gestión del actual gobernador y dirige la campaña «Yo creo en vos», que culminó con un polémico de Scioli rezando de rodillas junto a su mujer.

La particular impronta comunicacional que cada espacio y su candidato va desarrollando individualmente con sus spots, colores y cotillón específico, encuentra sin embargo un escenario común en el que exhiben sus convergencias. Lejos de un debate programático público, en el programa televisivo de Marcelo Tinelli, comparecieron los tres principales precandidatos (ya confirmados en las PASO) a bromear con sus imitadores, bailar sus ritmos preferidos exaltar su amistad con el conductor y ratificar que más allá de cualquier posible matiz de divergencia, los une la realpolitik. Aquella actualmente resignificada por un espíritu payasesco, una inescrupulosa capacidad de adaptación a cualquier ambiente y circunstancia en la que todo discurso, rictus o gesticulación acompañarán las demandas y expectativas del entorno y llamará al público a suscribir un optimismo huero e ingenuo, desaguado en diversión.

Para terminar de configurar el panorama, el propio Tinelli, zar de la TV basura y amigo de todo candidato presente pasado y futuro, se postula como presidente de la Asociación de fútbol del país (AFA) gracias a una discutible interpretación reglamentaria que tres ex ministros de justicia formularon, contratados por él para tal fin. Precisamente la institución que maneja millonarias cifras por la televisación del más masivo y popular de los deportes, record absoluto de rating, quedaría en sus manos.

De todos ellos, candidatos a presidentes de AFA o del país, conocemos los colores de sus globos, cómo bailan, quiénes son sus esposas, qué visten y dónde, además de sus gustos alimentarios. Hasta tienen programa: el de Tinelli. ¿Para qué más?

Cuando el sociólogo francés Alain Touraine escribió «El retorno del actor» concibió esta figura como protagonista de los incipientes movimientos sociales de los ´80. Seguramente no imaginó que caracterizaría al vértice de la pirámide política argentina en su virtuoso despliegue de las artes escénicas. Transcurrieron 25 siglos desde la emergencia del primer actor en la antigua Gracia, Tespis, a quien por entonces llamaban «hipocritès». Hay varias traducciones posibles en nuestra lengua. Escogeré sólo una.

Simulador.

 

Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

Fuente: http://www.republica.com.uy/el-triunfo-de-la-simulacion/531889/