Una de las caras simpáticas de las recientes elecciones primarias argentinas, donde Cristina Fernández apabulló a la oposición, fue el llamado «milagro para Altamira», que se tradujo en unos inéditos 500.000 votos para el Frente de Izquierda que agrupa a las tres principales fuerzas trotskistas, en una cartografía marcada por divisiones y más divisiones. Hablar […]
Una de las caras simpáticas de las recientes elecciones primarias argentinas, donde Cristina Fernández apabulló a la oposición, fue el llamado «milagro para Altamira», que se tradujo en unos inéditos 500.000 votos para el Frente de Izquierda que agrupa a las tres principales fuerzas trotskistas, en una cartografía marcada por divisiones y más divisiones. Hablar de milagro para un 2,5% muestra, sin duda, que lo acumulado por estas fuerzas después de largas décadas (el Partido Obrero, liderado por Altamira, fue fundado en los años 60) es escaso, marginal y ni siquiera expresa los flujos y reflujos de la lucha de clases en la sociedad. Pero eso no quita que medio millón de votos sea medio millón de votos. Y con ese bagaje electoral, hoy el líder eterno del PO se ha transformado en una nueva estrella mediática, lo cual aporta voces críticas desde la izquierda en este contexto donde el kirchnerismo enarbola banderas caras a las luchas populares con una consecuencia política muy variable.
¿Pero por qué este «milagro» de la izquierda radical argentina, justo ahora? Son varios los factores, pero el más colorido fue la campaña promovida por los periodistas Jorge Rial (de espectáculos) y Gustavo Sylvestre (política), llamada justamente «un milagro para Altamira», en referencia a la necesidad de obtener el 1,5% en las primarias para poder participar en las presidenciales de octubre. La campaña se expresaba además en una serie e spots televisivos en los que se pedía el voto «para que no silencien a la izquierda». De inmediato, el «milagro» se extendió por Twitter, donde batió récords y al final «la izquierda» llegó al 2,3% y el medio millón de votos. Para unos se trató de un «voto lástima», para otros un voto democrático.
Sin duda, una cartografía de votos muestra otros factores. La buenas votaciones en Salta (11% para diputados en la capital provincial), en Córdoba o Neuquén muestran un trabo político previo. Además, la unidad de la izquierda fue crucial: en lugar de varias papeletas trotskistas que un elector promedio era incapaz de diferenciar esta vez se armó un frente, obligado por la nueva ley electoral que amenazaba con dejarlos a todos afuera, más que por el espíritu unitario de una izquierda que sigue esperando la toma del palacio de invierno. También incidió el asesinato, el año pasado, del militante del PO Mariano Ferreyra a manos de una patota de la burocracia sindical ferroviaria que causó una profunda indignación social. Y al final, Altamira quedó en el límite de la frivolización de su candidatura pero logró manejar el problema y usarlo en beneficio de las candidaturas de izquierda.
Uno de los temas a pensar es que la gente votó a la izquierda sin tomar muy en serio su programa anticapitalista. Pero el problema más relevante que afecta el crecimiento de varios partidos de izquierda radical suele ser, a menudo, lo que el historiador de las izquierdas Horacio Tarcus llamó «la forma secta». (Es verdad que comparado por ejemplo con el POR boliviano y el devenir del lorismo, otros partidos trotskistas parecen una panacea y que hay varias diferencias entre diferentes grupos pero el problema está ahí). Así, Tarcus señala que «para comprender en profundidad la sectarización de la izquierda, no es suficiente apelar a cuestiones de programas políticos o de querellas ideológicas. El clima mágico de la secta política, con su culto del líder, sus libros sagrados, sus saberes esotéricos y exotéricos, sus ritos y ceremonias, su esperanza mesiánica en el triunfo definitivo del Bien (el socialismo) y su profecía del derrumbe final del Mal (el capitalismo), invitan a pensar en la existencia de un nivel no consciente de la política, en un imaginario institucional que gobierna invisiblemente la vida de la secta política, al punto tal que su parecido con las viejas sectas religiosas es asombroso» (Inprecor, 4/3/2005).
La cuestión de fondo de estas formas organizativas es que prefiguran el tipo de orden social que construirán. La suma de jerarquías, elitismo, antiintelectualismo (en la mayoría de los casos), y eternización en los cargos (aunque se critique eso a otros, con razón, como Fidel Castro) son hoy incompatibles con una política de la emancipación. Y lo serían mañana en caso de avanzar hacia el poder. Es una historia conocida. Se puede criticar con razón a Fidel Castro por estar medio siglo en el poder, estando medio siglo a la cabeza del Partido (Altamira)…Pero cambiar eso requiere otro milagro más difícil que los 500.000 votos.