La empresa frigorífica decidió unilateralmente aumentar la jornada de trabajo a 10 horas. Ante el reclamo de los trabajadores, los delegados fueros separados. Una situación que define el marco de alta concentración y explotación laboral en el que transcurre la producción de carnes en la Argentina. No es difícil burlar la historia desde el poder […]
La empresa frigorífica decidió unilateralmente aumentar la jornada de trabajo a 10 horas. Ante el reclamo de los trabajadores, los delegados fueros separados. Una situación que define el marco de alta concentración y explotación laboral en el que transcurre la producción de carnes en la Argentina.
No es difícil burlar la historia desde el poder económico: con un solo gesto, la larga tradición de luchas y conquistas obreras queda por el suelo. Así lo hizo el frigorífico Swift de Villa Gobernador Gálvez imponiendo la elevación de las jornadas a 10 horas. Los 1.300 empleados, ahora, deberán sacrificarse más tiempo para cumplir con las necesidades de la estrategia productiva de la empresa. Un ingrediente más en el panorama de superexplotación que atraviesa al sector de la carne de punta a punta y que tiene en los frigoríficos un actor principalísimo. Sueldos que van de los 6.500 pesos para los operarios iniciales hasta los 7.500 para aquellos con más experiencia y categoría calificada, pésimas condiciones de trabajo, control estricto de los ritmos de trabajo y, a partir de ahora, más tiempo para las tareas que requieren un alto desgaste físico y generan inmensas ganancias para los accionistas brasileños. Un mapa de la explotación con acento actual. Prohibido reclamar
Tras la decisión de la empresa de aumentar la jornada, los trabajadores realizaron una asamblea. Como consecuencia, la empresa separó a dos de los delegados. Fórmulas para el amedrentamiento y castigo, ante la inactividad del sindicato que termina en un posicionamiento de respaldo a la patronal y la falta de representación genuina de los intereses de los trabajadores. «Las veces que fuimos al sindicato fuimos apretados por gente que no tiene nada que ver con el gremio. Se manejan de esa manera. Tampoco nos atienden como representantes, nos hacen a un costado. Obviamente se llama a reuniones de cuerpo de delegados y no somos comunicados. Ellos toman que si no pensamos como ellos y estamos del lado del obrero, somos opositores -dice Silvio Aguirre, delegado de la picada de novillos del frigorífico Swift de Villa Gobernador Gálvez-. La sección de picada de novilllo repudiamos las 10 horas. Somos dos delegados que representamos a 300 compañeros. Estamos fuera de la ley laboral. Nos encontramos el martes separados de la planta, sin darnos ninguna respuesta. Lo que queremos es que el gremio nos represente y se ponga al frente de la lucha de los trabajadores».
Con el enemigo en casa
Las patronales se extienden hacia la plantilla de los trabajadores a partir de la complicidad de las cúpulas gremiales que evitan toda medida de fuerza y reclamo y contribuyen a mantener el orden de explotación. «El gremio está jugando para la patronal. El problema mío surge en el 2009 y no es la primera vez que me pasa. Me han iniciado juicio de desafuero gremial y mis representantes no asumieron su rol. Mi lucha es reinstalarme en las 9 horas de trabajo como corresponde. Mis compañeros me han elegido en el 2012, desde afuera lo he ganado, no estando en la planta mis compañeros nos han elegido. El tercero lo gano desde adentro y parte desde afuera. Y el gremio nunca dio una respuesta», cuenta Aguirre, que logró una medida judicial para su reincorporación que no fue obedecida por la empresa.
Tampoco contó con el respaldo del gremio obligando a cumplir lo dictado por el juez: «hoy la empresa está incumpliendo con lo que el juez firmó que es la reinstalación de las dos horas gremiales que me corresponden. Tomó arbitrariamente la decisión y no está acatando a la justicia. Yo tendría que estar adentro de la planta, más allá de lo que quiera la empresa. Así se manejan, con esa impunidad.»
Como si no existiera la inflación y las condiciones fueran óptimas, amparados en el argumento de no arriesgar las fuentes de trabajo, el gremio cerró un acuerdo a la baja en las paritarias, con un aumento discriminado en 14% para abril, cuando se firmó; 8% de julio a fines de noviembre y en adelante, hasta el 31 de marzo del 2015, otro 8%. También modificó el presentismo atándolo al 8%. No es recomendable, entonces, enfermarse o sufrir algún accidente. Una carrera imposible de ganar.
Lo importante (no) es la salud
Las exigencias de producción imponen un régimen de guardia entre los trabajadores e intensifican los ritmos, consiguiendo incrementar el nivel de explotación. «Los capataces están a la orden del día controlando el ritmo de trabajo», dice Aguirre.
En la ecuación, la salud de los trabajadores no es una variable a tener en cuenta a la hora de cuantificar las ganancias: «tenemos mucha superexplotación. Estamos sometidos a trabajar a un ritmo muy elevado: tenemos 900 cabezas todos los días en 9 horas. Los compañeros terminan agotados, con dolores en los brazos, las manos y la cintura», agrega el delegado.
Para evitar que los trabajadores recurran al seguro y estén fuera de la planta durante algunos días, lo que genera pérdidas para la empresa, y con el excusa de evitar accidentes de trabajo, la empresa impone métodos particulares para el cuidado, como la utilización de piletones con hielo para deshinchar los tendones y articulaciones y permitir que los brazos sigan funcionando: «es una rutina que se hace diariamente: la empresa los llama por legajo y dicen a quién le toca meter la mano en los piletones con hielo. Dicen que es para desinflamar los tendones y evitar accidentes de trabajo. Pero la realidad es que se trata de una forma para que rindan al 100% en la productividad y evitar que vayan al seguro y estén tres o cuatro días afuera de la planta por algún problema. Todo para disminuir pérdidas», sintetiza Aguirre. Paliativos para que los problemas físicos se posterguen y no repercutan en la inmediata producción: esas son las reglas de la eficiencia.
«Esa es la única medida que toman para la salud de los trabajadores. Y si se encuentra algún compañero con alguna dolencia dentro de las horas de trabajo, se lo autoriza a ir al servicio médico y, dependiendo de la dolencia, le dan calor o frío y lo dejan en reposo media hora o 45 minutos y nuevamente tienen que retomar las actividades. Como dice un compañero delegado: falta que nos metan el hielo por la boca y ya estamos curados. Todo se reduce a eso: calor o frío», añade.
Privilegios de gran actor
La crisis en el sector de la carne llevó a que el grupo JBS-Friboi rediseñara su estrategia apuntando a ganar el mercado interno. En esa maniobra se cerraron varios establecimientos y se concentraron las actividades en el frigorífico de Villa Gobernador Gálvez, lo que aumentó, al mismo tiempo, los niveles de exigencia y explotación. «La empresa argumenta que es un buen momento para que el obrero se gane unos pesos más. También nos dicen que si no se trabaja 10 horas, van a extender la faena a Paraguay. Esa es la presión de la empresa, con esa metodología presionan a los obreros con que si no se trabaja, ellos levantan su equipaje y se van», dice Aguirre.
La presencia de los capitales brasileños es absoluta y su hegemonía fue gestándose a través de la compra de otras empresas en un proceso de sistemática concentración que le dio preponderancia en las cadenas internas de los países en los que tiene presencia, a la vez que se expandió por toda la región, diversificando sus inversiones y contando con mayor capacidad de extorsión y chantaje: «El nuevo esquema de negocios, obviamente, llevó a las célebres reestructuraciones, y así comenzaron a cerrar diversas plantas en todo el país y miles de trabajadores quedaron en la calle sin mayores inquietudes. Este proceso de achicamiento fue acompañado de una sistemática concentración en la industria frigorífica brasileña: JBS compró el año pasado a Marfrig, incluyendo sus bienes en la Argentina, conformando una colosal estructura de 80 mil trabajadores, siendo la más grande del mundo en el sector (el grupo JBS-Friboi es un gigante con negocios extendidos por todo el continente, incluyendo el negocio financiero con los bancos JBS y J&F). De las ocho plantas que este coloso regional llegó a contar en la Argentina, solo quedan operando una, en Villa Gobernador Gálvez, donde concentró todas las actividades; Marfrig también comenzó a cerrar sus plantas, proceso de desinversión que comenzó en 2012, cuando se desprendió de la marca Paty: en el primer trimestre del año pasado reconocía pérdidas por 40 millones de dólares y la aplicación de medidas de achicamiento y cierre de plantas.»
En busca de la rentabilidad perdida
Si las condiciones no son favorables para la realización de los negocios, los capitales amenazan con abandonar sus establecimientos, sin ninguna consideración por las fuentes de trabajo. Poco importan las necesidades internas y el desarrollo productivo, lo importante es la magnificación de las ganancias y siempre hay mejores geografías para amplificarlas: así lo dejó en claro en 2012 Wesley Batista, presidente de JBS, anunciando que la empresa comenzaría a abandonar a la Argentina ante la política de carnes que estaba «asesinando la industria de la carne».
El proceso de concentración que se produjo en la Argentina en los últimos años, dotó a los grandes capitales del dominio total de la cadena y los transformó en los actores capaces de determinar las políticas del sector e influir en todas las instancias de la producción, desde la compra de las cabezas hasta la fijación de los precios en las góndolas para consumo.
Las inversiones se dieron en distintos países de la región como Paraguay y Uruguay, que cuentan con mejores animales que Brasil, y de esa forma, gozan de la posibilidad de buscar nuevos destinos para sus actividades cuando el rumbo político no es beneficioso. La expansión regional de los capitales brasileños dueños de los frigoríficos les permite una posición hegemónica desde donde extorsionan a los trabajadores e, incluso, al poder político que permitió ese avance, amenazando con levantar sus operaciones y trasladarlas a otros países donde las condiciones para sus negocios sean mejores.
Aguantar en el mercado interno
El 28 de mayo JBS anunciaba la presentación de una oferta por 6.400 millones de dólares para quedarse con Hillshire Brands, empresa líder en el negocio de los Estados Unidos. Su especialidad son los derivados cárnicos. La oferta fue realizada por intermedio de la subsidiaria Pilgrim’s Pride
Corporation, en la que JBS controla un 75% y cuenta con ingresos anuales por 4 mil millones de dólares, tiene sede en Chicago y una planta de 9 mil trabajadores. La estrategia global es fortalecer la presencia en el segmento de productos con valor agregado que se comercializa en los mercados internos. Esa disposición se replica en la Argentina y fue la que derivó en la concentración de actividades en Villa Gobernador Gálvez. JBS es la mayor productora de proteína animal, pero también vende cueros, productos de higiene, limpieza y biodiesel, acumulando alrededor de 300 mil clientes en 150 países. Un gigante mundial contra el que un grupo de delegados debe batallar.
En el país se encuentra en ese proceso de reacomodamiento, acaparando otros establecimientos que trabajan a su servicio y absorbiendo todas las instancias de la cadena de producción. Esa es la relación de fuerza en la que se produce el conflicto.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.