A 5 años de un cacerolazo, de un reclamo popular sostenido, provocado por un Domingo Felipe Cavallo que, como Ministro de Economía, supo sentar las bases de la profundización del neoliberalismo impuesto por la dictadura, la misma que lo llevó al Banco Central en 1982, y por un mandatario pusilánime como Fernando de la Rúa, […]
A 5 años de un cacerolazo, de un reclamo popular sostenido, provocado por un Domingo Felipe Cavallo que, como Ministro de Economía, supo sentar las bases de la profundización del neoliberalismo impuesto por la dictadura, la misma que lo llevó al Banco Central en 1982, y por un mandatario pusilánime como Fernando de la Rúa, que se limitó a seguir al gurú económico de su gabinete, nos encontramos con la supervivencia de viejos paradigmas y con la necesidad imperiosa del homenaje a las 37 personas que cayeron en las lúgubres jornadas de diciembre de 2001.
Al ‘que se vayan todos’, se impuso el ‘que se quedan todos’… Y se quedaron nomás, de la mano de un Eduardo Duhalde que supo ser el arquitecto del reciclado de la clase política y del fin de una convertibilidad insostenible. Una vez más, a pesar del estado asambleario de la época, las élites políticas resucitaron pese a un conjunto de demandas populares encarnadas por un medio pelo asustado por la pérdida de sus pertenencias, parafraseando a Serrat, y por los trabajadores desocupados que construyeron la institución del piquete como método para exigir soluciones a sus problemáticas.
Los viejos paradigmas neoliberales pudieron hacer pié gracias a un gobierno de transición que, entre otras cosas, procuró destruir el paradigma asambleario sostenido por las asambleas barriales, alentadas por vecinos con conciencia ciudadana, pero cuyo mensaje no supo ser interpretado por la izquierda vernácula. El ‘que se vayan todos’ fue perdiendo fuerza a medida que el medio pelo comenzó a recuperar sus depósitos, lo cual permitió deshacer la alianza entre sectores medios y sectores populares que hizo trizas el contrato social durante el 19 y 20 de diciembre de 2001.
No cabe duda que los hechos, materializados en la movilización popular que provocó la salida del poder de la Alianza, vistos a la distancia pueden ser analizados en términos políticos y sociales, teniendo en cuenta la actual coyuntura que sigue sosteniendo viejos paradigmas. El neoliberalismo no se ha ido, permanece en los pliegues del gobierno de Néstor Kirchner para seguir sobreviviendo de la mano de un doble discurso por el cual se sostiene la bandera de los Derechos Humanos, por un lado y por otro, se reprime la protesta social que aún continúa, en menor o mayor medida, debido a la gran exclusión social y muy a pesar de los generosos índices oficiales.
Sin embargo, el paradigma asambleario no ha desaparecido totalmente. Sigue vigente en algunas expresiones barriales y en muchas organizaciones de base que, aún hoy, siguen construyendo opciones sociales destinadas a la memoria del pasado reciente y al encuentro del camino hacia soluciones, tal vez temporarias, para quienes todavía sufren las consecuencias del huracán neoliberal de los `90.
De lo que no cabe duda, es que el 19 y 20 de diciembre de 2001 marcó un hito histórico imborrable en todos los argentinos y argentinas con conciencia ciudadana, pero también para una clase política que, desde el 2002, trata de sostenerse mediante el clientelismo y el amiguismo como una suerte de reaseguro para su perpetuación en el poder. Fue el límite a la tolerancia de la impericia en el manejo de la res pública, aunque ella sigue siendo alta frente a la ausencia de soluciones para amplios sectores populares porque el medio pelo ha decidido, de alguna manera, continuar con esa tesitura pues no afecta sus intereses de clase.
Hoy no podemos olvidar a quienes, desde su propia trinchera, supieron hacer frente a un gobierno inerme, azotado por un justicialismo ávido de poder que fomentó los saqueos en la Provincia de Buenos Aires, al igual que en vastos rincones del interior del país. Claudio ‘Pocho’ Lepratti, en Rosario; Gustavo Benedetto, Diego Lamagna y Gastón Riva, en la Ciudad de Buenos Aires; Sergio Miguel Ferreyra, en Córdoba; Luis Fernández, en Tucumán; Pablo Guías, en Almirante Brown (Provincia de Buenos Aires) y Rosa Paniagua, en Paraná (Entre Ríos), entre tantos, fueron los que dejaron su semilla para la construcción de una nueva Argentina y ello no se debe, ni se puede olvidar…
Entre los viejos y nuevos paradigmas y el homenaje a aquellos militantes populares que cayeron bajo los fuegos de la represión indiscriminada, cuyos responsables aún no han sido juzgados y condenados, transcurre este nuevo aniversario de la mayor pueblada que se ha conocido en estas tierras, pero que todavía continúa ante la pertinaz vigencia de un neoliberalismo oculto tras el telón de la demagogia clientelar y amiguista.
Si algo podemos concluir, sin dudas, es que el campo popular necesita recuperar una unidad de acción con el objeto de proseguir la lucha en pos de la satisfacción de las necesidades existentes en un pueblo que no merece continuar, en su gran mayoría, entregado al hambre y a la permanencia en un ejército de reserva.
La responsabilidad es de todos los dirigentes del campo popular que, aún hoy, no han advertido la necesidad de la unión para la praxis, de un compartir con quienes seguimos buscando ese camino que lleve a otra Argentina: la de ser un país para todas y para todos, sin exclusiones y no, como ocurre actualmente, para esos pocos que siguen añorando el pasado reciente o que permanecen en el manto de la comodidad, del bienestar, olvidando que existen otros que también lo merecen…
Juan Carlos Sánchez es Profesor de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales en I.S.P.’Dr. Joaquín V. González’.