Por una serie de razones que trataré de exponer aquí, el reciente asado realizado en la ESMA, más allá de las irregularidades administrativas, fue un grave error del Ministro Alak, consecuencia de la banalidad con la que estamos tratando la memoria histórica. Corresponde exigir al Ministro una disculpa pública para que todos aprendamos de esta […]
Por una serie de razones que trataré de exponer aquí, el reciente asado realizado en la ESMA, más allá de las irregularidades administrativas, fue un grave error del Ministro Alak, consecuencia de la banalidad con la que estamos tratando la memoria histórica. Corresponde exigir al Ministro una disculpa pública para que todos aprendamos de esta experiencia.
Repasemos un poco… La toma de la Bastilla en Paris en 1789, es el mayor símbolo en la historia de la emancipación humana. En esa oportunidad el pueblo de Paris no dejó piedra sobre piedra de la horrible fortaleza. Cada pieza estaba manchada de sangre. Sólo quedó un páramo que, con los años, se transformó en la «Plaza de la Bastilla» y en una estación de Metro. Sin embargo el nombre, símbolo de la radicalidad de la Revolución Francesa, representa la eterna memoria de la lucha contra la opresión. Esa palabra es más simbólica para mantener vigente la memoria que los edificios de la época y los eventuales monumentos.
La ESMA es nuestra Bastilla, mejor dicho una de nuestras Bastillas. Pero la enorme diferencia es que no fue destruida en una acto de justicia por el pueblo enardecido y decidido, sino desmantelada por una firme acción administrativa de un gobierno, que luego entregó las instalaciones para transformarlas en «sitios » para la memoria. Es sabido que tal decisión se tomó sin recabar la opinión de todos los sobrevivientes que padecieron torturas allí y sin conocer los ideales de los jóvenes que fueron reprimidos por su rebeldía para un mundo mejor.
Ese «mundo mejor», por el que dejaron la vida los jóvenes de los setentas, tenia determinada materialidad. Por ejemplo, la eliminación de las clases sociales; la igualdad entre el varón y la mujer; la educación, no solo masiva, sino superando el simple analfabetismo hacia el dominio del conocimiento y sobre todo del arte… y la consecuente eliminación de monumentos y todas esas banalidades de la sociedad de clases. Como queda dicho, los funcionarios que tomaron esas decisiones ignoraban eso y ello no es reprochable. No tenían porqué saber ya que en general no fueron protagonistas. Precisamente por eso lo que puede reprocharse es que no hayan preguntado a los actores sobrevivientes que poseemos esa valiosa información.
En este mismo orden de razonamiento, creo honestamente que el haber organizado un asado en los predios de la Esma, no fue un acto de mala fe, sino quizás el punto más alto de la frivolidad con la que se está tratando el serio tema de la memoria, al transformar la ESMA en una especie de Luna Park donde se realizan carnavales, murgas, recitales, maratones, clases de cocina; el asado es una casi inevitable consecuencia. Ello no quita que fue un error del Ministro, un grave error, por lo tanto, lo que debemos es señalarles el error y pedirles una disculpa pública. De ninguna manera creo que haya que pedirles la renuncia, para luego aceptarla agradeciendo «los patrióticos servicios prestados» como es de rutina. No, de ningún modo… cualquiera puede equivocarse y un funcionario no es un superdotado; si se equivocó, es suficiente hacerle ver el error y exigirle enmendarlo y la correspondiente disculpa pública.
Pero tal «error» involucra a todos los asistentes, en primer lugar al Secretario de Derechos Humanos, incluso al personal del ministerio que se dice fue «obligado» a asistir. Ningún empleado público puede ser obligado a hacer algo que no esté en el reglamento, nos proteje la legislación contra la supuesta «obediencia debida». A lo que se agrega la incorporación de esa gran figura aportada por los Derechos Humanos, llamada «objeción de conciencia»
En definitiva, todos los asistentes son responsables de la futilidad con la que se está tratando la memoria histórica, claro que con diversos grados de responsabilidad, pero responsables también.
Pero insisto en tratar este tema descontando la mala fe. En realidad es la oportunidad para establecer un nuevo intercambio sobre la tan mentada Memoria. Somos muchos los que opinamos, siguiendo el ejemplo de los plebeyos de Paris, que la ESMA y cualquier edificio utilizado para la opresión deben ser demolidos porque la sangre brota de sus paredes. En ese sentido se podría seguir el espíritu de la Asamblea del año 13 que ordenó destruir los elementos de tortura. O también, recordar al Presidente Cámpora quien, en 1973, ordenó al Ministro Righi destruir los elementos de tortura de las fuerzas de seguridad.
Es menester que todos nos metamos de lleno en el debate que se está desarrollando y que no es más que un salto que se había iniciado cuando se institucionalizaron los primeros espacios de la Memoria. Cuando la memoria necesita demasiado sostén material, cabe dudar de su potencialidad. Cuando necesita de consignas que han perdido vigencia, como ser «con vida los llevaron con vida los queremos», indicaría que ya los recordamos como muertos.
Un debate por el que aprendamos a conservar la memoria sin mausoleos fúnebres nos hará reencontrarnos con nuestros hermanos desaparecidos hoy vivos en nuestra memoria del corazón.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.