Siete balazos, todos de calibre diferente, abatieron a Martín Cisneros a las 10 de la noche del viernes 25 de junio, en el local del comedor Los Pibes, en La Boca. Obrero, militante desde su juventud, desocupado de muchos años, Martín pertenecía ahora a la Federación Tierra y Vivienda, la organización encabezada por Luis D’Elía. […]
Siete balazos, todos de calibre diferente, abatieron a Martín Cisneros a las 10 de la noche del viernes 25 de junio, en el local del comedor Los Pibes, en La Boca. Obrero, militante desde su juventud, desocupado de muchos años, Martín pertenecía ahora a la Federación Tierra y Vivienda, la organización encabezada por Luis D’Elía. Pero no es sólo por esa biografía de luchador social que hay mucho más que un vil asesinato en esta muerte. Se trata de la señal de largada de una nueva etapa en la estrategia planificada por las clases dominantes locales y sus mandantes extranjeros para afrontar la crisis en curso en Argentina. La utilización de un comando de lúmpenes encabezados por un narcotraficante y provocador policial, prueba a qué métodos y a qué sector social recurre el capital a partir de ahora.
Es preciso subrayar la diferencia con lo que inmediatamente viene a la memoria: la Triple A durante el gobierno de Perón en los 70. Aquéllos eran comandos paramilitares. Estos son grupos civiles reclutados en los agujeros negros cavados desde entonces por la miseria y la degradación social; y aunque no tienen todavía una conformación orgánica visible, responden a la naturaleza de un fenómeno que la historia política registra como fascios: los comandos civiles puestos en marcha por Mussolini contra el proletariado italiano en los años 30 del siglo pasado. (Por eso, dicho sea entre paréntesis, fue correcta y en todos los sentidos reivindicable la respuesta inmediata del barrio y de D’Elía al ocupar la comisaría y producir un hecho político irreversible desmantelándola y provocando la destitución de sus autoridades).
De tal manera, aunque ocurrió en el segundo aniversario de aquel otro crimen fríamente calculado, el de los compañeros Darío Santillán y Maximiliano Kosteky, éste tiene otro significado. Aquéllos, fueron programados en el marco de la lucha interburguesa para alentar -entre otras cosas- la fragmentación ya en curso de las filas de desocupados. Este, fue posible precisamente porque las clases dominantes, más allá de sus irreconciliables diferencias internas, alcanzaron aquel objetivo.
Resultados previsibles El impacto de esta muerte obliga a reflexionar sobre temas debatidos durante los últimos años, que han derivado en el actual cuadro de fragmentación de las masas explotadas y oprimidas. Es imperativo que luchadores y luchadoras involucrados en esta coyuntura de enorme trascendencia puedan trazarse una estrategia de lucha en la cual cobren coherencia cada uno de sus combates diarios. Actuar de manera espontánea o pragmática, limitarse a responder golpe por golpe, en situaciones como ésta puede significar que el conflicto se encauce según la voluntad del enemigo. De hecho, eso es lo que ha venido ocurriendo en los últimos años: las fuerzas sociales de la resistencia y la oposición a los designios del imperialismo y el gran capital no lograron hacer que sus luchas encarnaran en una alternativa visible y comprensible para el conjunto de la población y capaz de elaborar y asumir el programa de acción que la situación nacional reclama. Por el contrario, cundió la división, la confu sión y la dispersión, lo cual abrió el espacio para que el enemigo de clase abriera su tenaza y la apuntara contra la resistencia para aprisionarla y destruirla: de un lado las instituciones del Estado que controla, de otro el sector social lanzado a la marginalidad (por ahora en forma de comando clandestino), todo adobado ante la sociedad por una campaña de intoxicación masiva con la participación sin fisuras de la prensa comercial.
Este curso era previsible. Como lo es su continuidad. Todavía hay tiempo y espacio para detener esa marcha y orientar al conjunto de víctimas actuales y potenciales de la crisis en dirección inversa, es decir, el de su confluencia y articulación política. Pero no hay un minuto que perder.
Como hace 10 años… pero diferente La gran batalla en curso no es exclusivamente argentina. Está a la vista el empantanamiento de Estados Unidos en Irak, lo que no frena, sin embargo, el sistemático avance intervencionista del imperialismo sobre América Latina, con punto de partida en Cuba y Venezuela. No debiera perderse ni por un instante esa dimensión del combate, que condiciona todo lo necesario y posible fronteras adentro. Como tampoco debiera ponerse a un lado, siquiera un milímetro, la certeza de que aquí la confrontación ocurre según la propia realidad argentina, nuestra propia historia, nuestras propias experiencias mediatas e inmediatas y las relaciones de fuerza entre las clases existentes hoy, aquí.
Desde su fundación este periódico batalló por una herramienta política de las masas, independiente del capital y sus tentáculos en las filas de la clase trabajadora y el pueblo. Diez años después, la tarea sigue planteada. El punto de partida, sin embargo, es bien diferente. Muchos de quienes entonces podían ser una alternativa, hoy son víctimas irrecuperables de lo que en su momento denominamos «segunda campaña de cerco y aniquilamiento». Del otro lado, los desvíos infantilistas esterilizaron igualmente a cuadros y equipos potencialmente valiosos.
No hay lugar para el pesimismo, sin embargo. Tanta lucha, tanta experiencia acumulada, no cae en saco roto. Divisiones absurdas y alianzas imposibles, ilusiones sin asideros, mezquindades, torpezas, errores, pueden ser mirados hoy desde otra perspectiva. Y transformados en invalorable acervo social y político.
Como hace diez años, El Espejo convoca a jóvenes y trabajadores, ocupados y desocupados, en el arco más plural de las definiciones antimperialistas, a realizar dos tareas centrales: dar a luz un órgano de prensa de masas, de alcance nacional y periodicidad semanal; y alentar un profundo y democrático debate popular respecto de las medidas necesarias en Argentina y las formas de llevarlas a la práctica para evitar que sus clases dominantes sepulten la libertad, la democracia y la justicia en el abismo donde han arrojado al país.
* El autor es fundador de El Espejo y director de Crítica de Nuestro Tiempo y América XXI