La paradoja de estos tiempos capitalistas es que quienes han decidido resguardar su riqueza en paraísos fiscales, lejos de digerir su pudor por ser descubiertos y tener que dar explicaciones, culpan al Estado de Bienestar de los excesos por gravar fuertemente sus rentas. Vale decir, la desmedida regulación estatal ha condenado a los ricos a […]
La paradoja de estos tiempos capitalistas es que quienes han decidido resguardar su riqueza en paraísos fiscales, lejos de digerir su pudor por ser descubiertos y tener que dar explicaciones, culpan al Estado de Bienestar de los excesos por gravar fuertemente sus rentas. Vale decir, la desmedida regulación estatal ha condenado a los ricos a utilizar estrategias de especulación deshonrosas para poner a salvo su patrimonio. Pero lo verdaderamente cierto es que estas maniobras offshore no sólo se originaron con administraciones que aplican políticas keynesianas o populistas -como gusta definir la derecha a todo gobierno popular- sino también en países regidos por las políticas de libre mercado. Pues entonces el libre mercado -dicen- no era genuino sino que estaba contaminado por los excesos de un estatismo asfixiante.
Por lo tanto, toda esa evasión que deteriora a los Estados nacionales y lesiona el bienestar de sus pueblos no es más que una estrategia defensiva de los dueños de la riqueza. ¿Anomalía del sistema capitalista o parte de su funcionamiento básico? Sin embargo, tal como afirma el sociólogo Slavoj Zizek, «los ricos viven en un mundo separado en el que se aplican reglas diferentes, en el que el sistema legal y la autoridad se inclinan a su favor y no sólo los protegen, sino que siempre están preparados para torcer sistemáticamente las leyes para acomodarlos«. En efecto, los Estados nacionales han tenido hasta hoy serias dificultades para controlar el flujo de capitales que salen de sus países y cuyo objetivo es el de evadir impuestos, y también para contrarrestar los efectos de ese sistema legal hipócrita y perverso.
Entonces, esa red de corrupción corporativa concede a quienes evaden una presunta legitimidad. Tal el cinismo del sistema jurídico capitalista: proteger con sus propias leyes a los evasores VIP, adaptando esas mismas leyes a su entero capricho. Esta coartada es la que les permite a los dueños de la riqueza evitar justificar la evasión: en nombre de aquella legalidad, los infractores offshore ni siquiera se preocupan por ensayar la más módica excusa. O lo que es peor: en su endeble descargo, hacen referencia a unas empresas inactivas que se asientan en esos paraísos sin ninguna razón aparente, para luego mantenerlas en desuso. Ni más ni menos que la impunidad de quienes se sienten poderosos.
La proliferación de paraísos fiscales en las últimas décadas es prueba de la degeneración del sistema financiero, la metástasis celular del cuerpo capitalista. Constituyen un agujero negro que provoca el desplazamiento del capital de la economía productiva a las cuentas bancarias opacas de las grandes multinacionales y fortunas particulares. Para el periodista René Naba, la distribución de los paraísos fiscales no es nada aleatoria: la mayoría están situados en un gran cinturón que rodea el mundo desde Centroamérica y el Caribe pasando por el Mediterráneo, el Oriente Medio y el sur y sudoeste de Asia, es decir, las principales vías marítimas de los tráficos y estrategias mundiales, en el punto de unión de los océanos y los continentes. Muchos de esos paraísos se sitúan, además, en el corazón de los barrios de negocios de las grandes metrópolis.
En el siglo XXI los dispositivos tecnológicos y cierta destreza informática han permitido filtraciones del tipo WikiLeaks o Panamá Papers. Una ironía: los amos de la riqueza son hackeados -y jaqueados- por cualquier lumpen cibernético, expuestos ante el mundo en la arena del Coliseo. Pícaros y omnipotentes transgresores desnudados por un solitario inescrupuloso que, desde cualquier lugar del planeta, acciona su ordenador con manifiesta intencionalidad. Esa es la paradoja: aquellos que jugaron a las escondidas burlándose de los controles están siendo sorprendidos en sus infamias, en un mundo contemporáneo en el que se caen a pedazos todos los secretos. La descripción aterradora de la vida bajo la vigilancia constante del Big Brother dejó hace rato de ser ficción. ¿Se recatarán, o buscarán la manera de sofisticar sus estrategias?
Es sugestivo y también beneficioso que las sociedades sepan quienes son los empresarios, banqueros y políticos vinculados a estas estructuras offshore creadas con el solo objetivo de ocultar dinero y sustraerse de las leyes de sus países. «Cada país afectado por las revelaciones de los Papeles de Panamá anda lamiéndose las heridas que le dejan sus corruptos -expresó la periodista del portal «Eldiario.es», Rosa María Artal-. Evadir obligaciones fiscales no es una conducta honrada«.
Un país como la Argentina tiene en paraísos fiscales una masa de 400 mil millones de dólares que, como mínimo, ha incumplido con su régimen tributario. Lo mismo ocurre en el caso de otras naciones del planeta. Nada más que calcular lo que se podría hacer con ese dinero en materia de políticas públicas -teniendo en cuenta sólo la pérdida de ingresos por el Impuesto a las Ganancias- nos da una idea de lo nocivas que resultan para las sociedades estas guaridas de corrupción.
Muchos de los empresarios argentinos que tienen firmas offshore en paraísos fiscales son formadores de precios y contribuyen, por lo tanto, a la disparada inflacionaria que se abate desde hace tiempo sobre la sociedad. Los dueños de estas empresas a las que les interesa el país parecen, sin embargo, estar más interesados en burlar al Estado nacional que en contribuir a su beneficio. Asimismo los dueños de los medios hegemónicos, también implicados en empresas en paraísos fiscales, no sólo son cómplices por ocultar o negar las listas de responsables de esos delitos, sino que tienen el descaro de ufanarse de ser los abanderados de la lucha contra la corrupción. Aburren con sus sagas de persecuciones mediáticas en las que participan excavadoras, cronistas y arrepentidos, perros y viajeros pagados con dinero buitre, para luego retener información y ocultarla para favorecer sus propios intereses. Se ahogan en llanto por la corrupción estatal y practican obscenamente la privada.
Capítulo aparte para los políticos implicados, como el propio presidente Mauricio Macri, que llegó al poder con promesas de transparencia y honestidad y cuyo gobierno aplica tarifazos, recesión y ajuste, perjudicando a las mayorías en beneficio de los sectores más concentrados de la sociedad, muchos de los cuales tienen su capital a resguardo en madrigueras offshore, lejos del control estatal.
Al igual que la insolente concentración del capital mundial en cada vez menos manos -las 62 personas más ricas del mundo tienen tanta riqueza como la mitad de la población más pobre, unos 3,600 millones de personas- éstas imágenes de la pornografía financiera del mundo de los ricos, como la llama Slavoj Zizek, no debe solamente hacernos sentir indignación, ya que al fin de cuentas pudor no sienten los responsables. Debemos exigir a nuestros funcionarios (claro, los que no están implicados) a que tomen urgentes acciones para frenar el drenaje de capitales. Asimismo, como sociedades responsables, exigir los nombres de quienes burlan a los Estados nacionales camuflando sus riquezas. Y como ciudadanos conscientes, dejar de consumir los productos o servicios que brindan aquellos que nos estafan con su práctica delictiva. Como dice la profética letra del tema No esperes, del poeta Joan Manuel Serrat:
«No esperes de ningún modo
que se dignen consentir
tu acceso al porvenir,
los que hoy arrasan con todo«
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.