Cuando se estableció el sufragio secreto en la Argentina de 1912, ya era sabido que las opiniones que la gente expresa en público no son necesariamente consecuentes con lo que quiere votar. Las sociedades tienen tendencias mayoritarias de opinión que muchas veces juegan como una mordaza para quien disiente y en consecuencia es difícil que […]
Cuando se estableció el sufragio secreto en la Argentina de 1912, ya era sabido que las opiniones que la gente expresa en público no son necesariamente consecuentes con lo que quiere votar. Las sociedades tienen tendencias mayoritarias de opinión que muchas veces juegan como una mordaza para quien disiente y en consecuencia es difícil que alguien se atreva a romperla por miedo al aislamiento social. Un claro ejemplo de esto es lo que ocurre cuando alguien de River va a un bar a ver el superclásico, y frente a una abrumadora mayoría xeneixe evita gritar los goles de su equipo. Desde el punto de vista electoral esto siempre sucedió y justamente el cuarto oscuro se inventó con el fin de que estas presiones sociales no afecten a los votantes. Este es uno de los puntos que provoca la gran falibilidad de las encuestas y que solemos ejemplificar con la elección del año 1995 a Presidente de la República en la cual la capacidad predictiva de las mismas se vio sumamente cuestionada luego de que Menem arrasara en el cuarto oscuro. Pasado casi un siglo desde la Ley Saenz Peña, la opinión mayoritaria y los grupos de presión se han trasladado en su mayoría a la nueva esfera pública de la posmodernidad: los medios de comunicación de masas.
La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann ha desarrollado hace algunos años un concepto denominado Espiral de Silencio a través del cual se pretende explicar los efectos ascendentes y opresivos de las tendencias de opinión formuladas por los medios masivos de comunicación. En su desarrollo empírico-teórico, se da cuenta de que establecido un cierto «clima mayoritario», las minorías tienden a silenciarse dando la impresión de que cada vez son más las personas que apoyan la tesitura mediática. Sin embargo los verdaderos efectos electorales de este dispositivo son raramente comprobables en el corto plazo, y lo que suele suceder es que las posiciones políticas son más difíciles de torcer y en consecuencia la espiral se destruye el día de la elección en el silencio del cuarto oscuro. Sabiendo esto, y con la experiencia del 95 sobre sus espaldas, los formadores de opinión de la derecha como Mariano Grondona están lanzando una campaña que apunta a tender un halo de sospecha sobre la transparencia de los próximos comicios con el objetivo de que frente a una eventual derrota opositora pueda denunciarse un fraude en favor del gobierno.
Con la espiral de silencio como prologo y fundamento de una predestinada derrota kirchnerista y el fraude como corolario, resulta una astuta trampa para un electorado que no podría reflejar sus decisiones ni antes ni después del 28, silenciados antes y sospechados después. De este modo, la espiral mediática seguirá siendo indestructible aunque los hechos la golpeen. Basta recordar que CFK ganó con más de 22 puntos de ventaja sobre sus opositores en el año 2007 y sin embargo pocos meses después el país televisado pareció enfrentarse al gobierno por amplia mayoría.
Si bien los efectos directos de la espiral no son tan estremecedores en lo que a campañas electorales se refieren sino que más bien refuerzan decisiones previas atravesadas por aspectos más estructurales, se han verificado como sustantivos en el largo plazo. Las posiciones morales y culturales que los medios impulsan tienen una gran influencia en lo que las personas valoran, anhelan y respetan. La reproducción del status quo y la falta de sentido crítico son altamente permeadas por los medios de comunicación de masas dirigiendo el sentido del consumo y las nuevas tendencias culturales que en última instancia se constituyen en conjunto como posiciones políticas. En definitiva, la espiral no hace ganar a una fórmula electoral, pero sí a un paradigma político-social, a una visión del mundo. Este es el motivo por el cual no nos resulta extraño que un candidato prefabricado por el marketing o políticos nutridos de lo más insípido de la tecnocracia, puedan ponerse de cara al electorado y perfilarse hacia los primeros puestos. Son un subproducto de la frivolidad, el consumismo y el exitismo que los medios proponen en todas las instancia de la grilla, y en este sentido no hay diferencia entre los personajes de la ficción tinellizante y la realidad política contemporánea.
La construcción de esta espiral, parapetada detrás de la libertad de expresión, es uno de los principales problemas que enfrentan los gobiernos latinoamericanos actuales y uno de los más complejos entramados a disolver si se pretende profundizar el cambio en América Latina. Las nuevas tecnologías y la instauración de nuevas leyes de radiodifusión deben ser herramientas que ayuden a invertir el sentido de esta espiral. Pero paralelamente no debemos olvidar que la política no pasa sólo por los medios de comunicación y que en el cuarto oscuro no hay mordazas. Demostrar de qué lado de la espiral está el fraude queda sólo en manos de la conciencia de los votantes.
————
Agustín Calcagno. Politólogo. Docente Política Latinoamericana. UBA.