Es cierto que el mundo cambió y Argentina también, pero no al grado tal de creer que el plan del Fondo Monetario Internacional (FMI) debe ser el objetivo de un gobierno. Y menos entregar sus recursos naturales al capital extranjero y orientar toda la economía a conseguir divisas a como dé lugar y a costa del consumo interno.
El acuerdo con el FMI parte de aceptar que los precios de los factores de producción (capital, trabajo y recursos naturales) los determina el mercado, eufemismo que esconde la decisión de los grandes operadores nacionales e internacionales en un país que produce bienes y servicios con serios atrasos tecnológicos y déficit estructurales, y que no puede competir sin el apoyo y direccionamiento del Estado.
El Estado es indispensable en la gran mayoría de la producción nacional –salvo aquella que depende del rinde por tener la tierra más fértil del mundo, donde más toneladas se producen por hectáreas de soja o de determinados minerales, más algunos enclaves industriales, como puede ser la producción de trépanos para perforar pozos, algunos segmentos de la industria automotriz o del laminado de acero o de aluminio–, pero aun así con la necesidad de contar con energía subsidiada para su realización.
La lógica imperante en el plan del FMI es la búsqueda y apropiación inmediata de la ganancia a cualquier costo, sin plantearse la situación de mediano y largo plazo, como si el mercado pudiera configurar el presente y ese presente el futuro. Se construye una sociedad a partir de la tasa de ganancia, que es la que permite en ese modelo comparar las inversiones: se invierte en aquello que genera más ganancia y de esa manera se opta por producir caramelos en lugar de acero. También, si otras economías generan mayor tasa de beneficio, se emigra hacia ellas.
En ese marco, son diametralmente distintas las funciones de un Estado en una economía que en otra. En la primera, es imprescindible el rol planificador, orientador y regulador del Estado. Desde el punto de vista económico, para esa visión de la economía la principal función del Estado es regular, establecer las “reglas de juego” y controlar qué es lícito y qué es ilícito, qué es “blanco” y qué es “negro”. En el plan del FMI, el Estado debe evitar intervenir y, de hacerlo, sólo debe hacerlo en forma circunstancial ante ciertos “defectos” del mercado, cuando no se toman en cuenta las relaciones de fuerza dispares que puede haber entre sus operadores.
Esto hace que el Estado ausente desorganice a la sociedad, la apropiación de lo que se produce y de sus recursos comunes. El Estado es, además de las instituciones, una relación entre las personas. Es una manera de vincularnos cotidianamente en torno a cosas que nos involucran a todos: la Patria, la sociedad, la educación, el intercambio de productos, la sanidad, el respeto, los procedimientos lógicos y morales.
Los capitales internacionales, en cambio, buscan cuñas donde reproducir rápida y fuertemente su acervo, sin interesarle la consistencia y sustentabilidad de los mismos. Su política es extractivista (petróleo, gas, minerales) y aprovechan la ventaja comparativa de las tierras fértiles, a la par que se utiliza el endeudamiento para que la economía argentina se subordine a esas políticas.
Es la lógica de la presión de los 5.500 productores de soja y de las grandes empresas acopiadoras y comercializadoras de granos para obtener un dólar de casi un 40% por encima del oficial. Que el gobierno haya cedido, en lugar de decirles: “No liquidaron en su momento, se les aumenta la tasa de derecho de exportación 10% por mes hasta que liquiden”, implica la justificación de la medida con el mismo argumento que los acopiadores. El mismo es que la soja se vende al exterior casi en su totalidad, olvidando que la mayoría de los campos se arriendan en base al precio de la soja y que ese grano se utiliza en el forraje (afectando a la carne y a los productos lácteos) y en el corte del biodiesel de las empresas productoras locales, etc.
¿Ingenuamente se puede creer que el 30 de septiembre de 2022 termina el premio a la especulación? La lógica que prima es que “nos necesitan” y, por eso, “vamos a presionar con el resto de la soja retenida (que supera las 10 millones de toneladas), con el maíz, con el trigo, etc.”, sabiendo que existe una relación inversamente proporcional entre el tipo de cambio (precio del dólar) y el salario real. Si se dan más pesos por dólar, aumenta el precio de los alimentos y desciende el poder adquisitivo de todos los que tenemos ingresos en pesos.
También se equivoca el gobierno si cree que se va a estabilizar el dólar porque ofrece al capital extranjero el litio y los minerales raros de nuestra Puna, o el petróleo y el gas de Vaca Muerta, e incluye la extracción de gas a 6.000 metros bajo el nivel del mar y a 307 kilómetros de la costa marplatense por la firma estatal noruega Equinor. O el acuerdo con Petronas, firma estatal de Malasia, para la construcción de una planta de Gas Natural Licuado (GNL) que contempla una inversión de 10.000 millones de dólares y que permitirá, cuando la planta de GNL alcance su capacidad máxima, exportar unos 460 barcos anuales, lo que hará del GNL uno de los principales sectores exportadores y generadores de divisas del país.
Se genera riqueza para afuera, en lugar de hacerlo para el desarrollo de nuestra industria, nuestra producción y nuestro consumo. Todo para conseguir el “papel verde” que emite la Reserva Federal de los Estados Unidos que, lo peor, es que no se lo necesita, dado que:
- La deuda que se está pagando fue generada con evasión tributaria y fuga de capitales.
- Desde el 1° de enero de 2020 al 31 de julio de 2022, hubo un superávit comercial (las exportaciones superaron a las importaciones) de 29.818 millones de dólares, que el BCRA dilapidó. Dentro de ese monto, deben contabilizarse 14.500 millones de dólares que el BCRA le vendió a precio oficial (de $62 en diciembre de 2019 a los $135 de julio de 2022) a un grupo de grandes empresas por supuestas o reales deudas, cuando la mayoría de ellas son las principales compradoras y fugadoras de divisas durante la gestión de Cambiemos.
El gobierno cierra el circuito con otra vuelta de suba de la tasa de interés, con lo que la situación se torna insostenible. Sumado al descontento popular, esto augura nuevas y más profundas crisis, que se irán repitiendo sistemáticamente mientras cae la producción y se incrementa la pobreza.
La palabra “clásico” significa digno de imitar. Nuestros gobernantes deberían leer a Maquiavelo en El Príncipe, cuando asevera: “Porque, puesto que los hombres avanzan casi siempre por los caminos que otros han trazado y proceden en sus acciones imitando lo que otros han hecho, y puesto que es imposible mantener exactamente el mismo camino y alcanzar el mismo grado de virtud de aquellos a los que imitas, un hombre prudente debe tomar siempre los caminos que han seguido los grandes hombres e imitar a los que han sido más ilustres, para que, si sus capacidades no llegan a igualarlos, por lo menos se le parezcan un poco”.
Entre los datos positivos que difunde el gobierno y el ministerio de economía (presentados al FMI) está el ingreso de unos tres mil millones de dólares entre préstamos concedidos por parte del BID y del Banco Mundial, los que se han liberado en tanto y en cuanto el gobierno argentino ha otorgado concesiones como el mencionado dólar soja y otros temas que permiten postergar el proceso de devaluación general de la moneda, pero que aceleran el proceso de adecuación del tipo de cambio oficial a lo que requieren los grandes productores, exportadores y especuladores de la economía argentina.
Por ello, la Directora Gerente del FMI destaca que “felicitó” al ministro por “estabilizar los mercados y revertir un escenario de alta volatilidad”, claro que concediendo la principal reivindicación del sector agroexportador de soja, al tiempo que destacó el “compromiso e impulso para lograr las metas del programa – que se mantendrán sin ser alteradas – y los concluyentes avances logrados”, en materia de ajuste fiscal y monetario, como de acumulación de reservas internacionales.
La mención de la Georgieva apunta a la inestabilidad política generada por la corrida cambiaria de las últimas semanas.
Son señales del poder mundial radicado en Washington que le otorgan aire político al gobierno y que más allá del debate entre dolarizar o devaluar, se acelera el proceso del ajuste y el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población, algo que se consolida con el dato de inflación que conoceremos esta semana respecto del último mes, que augura una inflación cercana a los tres dígitos.
La transferencia de ingresos que opera vía remarcaciones de precios y la consolidación del programa de ajuste con el FMI, demanda la emergencia de una alternativa política que superen las opciones de gestión del capitalismo
Horacio Rovelli. Licenciado en Economía, profesor de Política Económica y de Instituciones Monetarias e Integración Financiera Regional en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). Fue Director Nacional de Programación Macroeconómica. Analista senior asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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