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Debates pendientes y el rol de los medios

Extractivismo e información

Fuentes: Rebelión

Las corporaciones utilizan todas las herramientas existentes para garantizar el mejor clima para sus negocios. Todo está a su alcance; y lo que no existe, lo inventan. Los medios masivos de (des)información cumplen un rol fundamental en esta empresa: son quienes inventan un rostro humano, comprometido con la naturaleza, responsable y pulcro para cada negocio. […]

Las corporaciones utilizan todas las herramientas existentes para garantizar el mejor clima para sus negocios. Todo está a su alcance; y lo que no existe, lo inventan. Los medios masivos de (des)información cumplen un rol fundamental en esta empresa: son quienes inventan un rostro humano, comprometido con la naturaleza, responsable y pulcro para cada negocio. El «capitalismo verde» es una de esas caras.

Las estretegias son de lo más variadas. Muchas suelen ser imperceptibles para los desprevenidos, sobre todo en un momento de consumo de información a través de las redes sociales, que implica una interacción instantánea y superficial con las noticias. La información falsa, la desinformación y también la sobreinformación son parte de esos artilugios empleados por las grandes empresas que necesitan desviar la mirada que empieza a abrirse en gran parte de la población sobre sus más sucios y manifiestos negocios.

Las corporaciones que más se han servido de su poder en los medios en los últimos años fueron las que levantan, de mínima, sospechas por su accionar sobre el medio ambiente y la salud de las personas. En varios países americanos, la resistencia a los emprendimientos extractivistas tiene preocupadas a las corporaciones. La imposibilidad de un gigante como Monsanto a instalarse en un pueblito en la provincia de Córdoba es una muestra clara.

Malvinas Argentinas, una pequeña localidad cercana a la capital provincial, frenó a la multinacional del agro más poderosa del globo hace ya un año y medio. Y no sólo eso, también a los gobiernos cómplices y socios de la serial killer -como la definió Eduardo Galeano- que celebraron el anuncio y la millonaria inversión de la empresa, hace casi tres años, para instalar la plata de semillas transgénicas más grande de Suramérica. Aquel discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner frente a empresarios estadounidenses en New York será un archivo irrefutable y una prueba de un momento político de dobles discursos, desinformación y manipulación desde distintos sectores del poder. También de las relaciones carnales con las corporaciones por gobiernos progresistas.

Vale aclarar que la ejemplar resistencia no estuvo exenta de las represiones a las que acuden los gobiernos para defender los intereses de estas empresas. Los asambleístas de Córdoba han sufrido seis hechos represivos desde comienzo de su lucha; sin embargo, siguen de pie.

Medios tóxicos

El rol de los grandes medios de comunicación es significativo. En muchos casos funcionan como voceros de las corporaciones; en otros, tienen relación directa con ellas, con negocios de por medio. Un claro ejemplo es el de dos importantes empresas mediáticas argentinas como Clarín y La Nación y su relación con el agronegocio.

Dentro del amplio abanico de estrategias de los medios de (in)comunicación se encuentra una muy particular: la desinformación. Pero las maniobras que ésta utiliza también son de lo más variadas. Una de ellas tiene que ver con la construcción de teorías conspirativas, a través de las cuales pretenden deslegitimar o desviar ciertos debates y resistencias hacia otros ejes. Muchas veces con situaciones de lo más extravagantes, ridículas o inverosímiles.

Es considerable el número de artículos que alientan teorías conspirativas de lo más disímiles. Con algunos conocimientos previos respecto de ciertas problemáticas se puede separar la paja del trigo. Sin embargo, pueden verse a diario como viajan de un lado a otro dentro del ciberespacio, demostrando la falta de información y el sensacionalismo de parte de los medios, pero también de muchos de quienes consumen esas «noticias».

Debate pendiente

En un reciente artículo publicado en el portal del Programa de las Américas del Centro para la Política Internacional, el periodista y escritor uruguayo, Raúl Zibechi, hace un interesante recorrido por la urgente situación que viven los pueblos fumigados de Argentina, el inconmensurable crecimiento de enfermedades como el cáncer y las resistencias y avances de quienes se organizan para luchar contra el monstruo del agronegocio que tiene a los agrotóxicos, el avance de la frontera agropecuaria, la concentración de la tierra y el negocio de las semillas como estandarte. La crónica surge a partir del desarrollo del 17° Plenario de la Campaña Paren de Fumigarnos, en la provincia de Santa Fe.

El artículo titulado La guerra química contra los pueblos hace mención a una «tesis polémica» – lanzada por el médico Damián Verzeñassi en el encuentro- que, como propone Zibechi, debemos considerar: «Los alimentos forman parte de un proyecto geopolítico de control de la población mundial». Luego se pregunta si la idea suena exagerada. Para responder a esto, cita un artículo firmado por dos científicos del Instituto de Ecología de la UNAM, publicado el 17 de abril en el diario mexicano La Jornada, en el que recordaron que «Monsanto y el gobierno de Estados Unidos conocían de la toxicidad del glifosato desde 1981».

Al final de la crónica, el escritor uruguayo repasa algunos datos alarmantes sobre los pueblos fumigados: «En 2008 en Argentina había 206 casos de cáncer cada 100 mil habitantes. En algunos pueblos encontraron hasta dos mil casos, casi diez veces más. En cuanto a las malformaciones, se llega a seis niños en algunos pueblos de 4.000 habitantes cuando la prevalencia es de un caso por millón». Luego, agrega: «Pero lo que más les llama la atención es que no aumenta el mismo tipo de cáncer que había antes sino que aparecen nuevos: linfomas, leucemias, cáncer de tiroides, páncreas y mamas».

También hace mención al trabajo realizado por estudiantes, docentes e investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) que encendió una alarma a partir de un relevamiento efectuado en la localidad de Monte Maíz: las tasas de cáncer casi triplican la media provincial, además de detectarse altos índices de otras patologías y de abortos espontáneos. A los pocos días de la trascendencia del estudio en los medios, comenzaron los ataques a los investigadores y los intentos por deslegitimar el análisis. Una historia que se repite cuando se tocan intereses; y más aún cuando la propia Universidad o alguna de sus autoridades tiene relaciones con las propias corporaciones, como se da en este caso con la multinacional Monsanto.

Más adelante, retoma la idea planteada por Verzeñassi: «La hipótesis de ‘una guerra química’ que busca controlar a los pueblos cobra vigor si tenemos en cuenta que empresas multinacionales y autoridades tienen perfecta conciencia de las consecuencias esperables cuando liberaron los plaguicidas».

El artículo de Raúl Zibechi está lejos de ser información errónea, malintencionada o ingenua. Por el contrario, es un trabajo recomendable y necesario, como el de tantos otros periodistas comprometidos. Tampoco se alimenta de una «teoría conspirativa» perversa. Sin embargo, lo que amerita un debate es esta última cuestión: si las multinacionales y los gobiernos tienen «perfecta conciencia» de las consecuencias de los agrotóxicos, ¿necesariamente tiene que ver con un «control de la población» planificado? También podemos preguntarnos si esta lógica no responde al propio funcionamiento del capitalismo, donde las corporaciones avanzan sin medir ningún tipo de riesgo. Porque el riesgo, para ellas, es lejano o ni existe. No se trata de simplificar ni hacer un análisis reduccionista de la situación; más bien, es una interpelación a una teoría, que puede ser tan válida como desacertada.

El conocimiento sobre el efecto de los agrotóxicos por parte del Gobierno norteamericano y de multinacionales está probado mucho antes de 1981. Durante la Segunda Guerra Mundial, en la búsqueda de armas químicas, nació un producto que más tarde fue utilizado por el ejército de Estados Unidos en Vietnam. El tristemente célebre Agente Naranja fue fábricado por empresas como Dow AgroSciences y Monsanto y hoy en día se continúa utilizando uno de sus componentes: el 2,4-D. Este tóxico, combinado con otro herbicida (el 2,4,5-T) y en una concentración más elevada que la usada actualmente para la agricultura, fueron los que causaron miles de muertes durante la guerra, además de los efectos devastadores que persisten aún hoy en la población afectada con los químicos.

Es evidente, entonces, que los gobiernos, las corporaciones y los poderosos conocen desde hace décadas estos efectos, quizás desde sus primeras pruebas y empleos. El desarrollo histórico y los avances científicos en esta materia así parecen indicarlo. Lo que primó y lo que sigue mandando en todas las empresas extractivistas más cercanas a nuestros pueblos (megaminería, explotación de hidrocarburos, monocultivo de árboles y el agronegocio que todo lo devora) es el capital. La lógica capitalista avanza sin ningúna objeción de parte de los que mandan; los que gritan y resisten, desde hace mucho tiempo, están abajo. Muchas veces se hacen escuchar y en algunos casos son una honda de David, como el pueblito cordobés.

Los medios masivos de comunicación se encargan día a día, o al menos lo intentan, de impedir que cierta información y diferentes luchas se arraiguen en los debates de la población que no está empapada en estas problemáticas tan apremiantes y profundas.

Muchas teorías suelen ser formas sutiles de mostrar otro rostro del capitalismo, de demostrar que algunas situaciones son excepcionales dentro del sistema actual y no parte constitutiva del mismo. Debemos interpelarnos, entonces, sobre ésta y tantas otras situaciones y no caer en trampas o discursos que pueden ser contraproducentes para quienes luchan incansablemente por otro mundo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.