«Los jesuitas fueron indudablemente los principales artesanos de este equilibrio, y para conservarlo, imprimieron a la Iglesia un movimiento progresivo que tiende a dar ciertas satisfacciones a las exigencias de la ciencia y la filosofía, pero con un ritmo tan lento y tan metódico que las mutaciones no se perciben en la masa de los […]
(citado en HUGUES PORTELLI, «Gramsci y la cuestión religiosa. Una sociología marxista de la Religión)
El encumbramiento del Papa «Franciso» en la cúspide de la Iglesia Católica despertó un sin fin de polémicas a nivel mundial. En la Argentina abrió brechas inesperadas en el debate político e ideológico e indiscutiblemente se convirtió en un hecho que cambió el escenario.
La «operación Bergolgio» puso sobre la mesa la pregunta sobre su función: ¿reformista o restaurador?. Una pregunta mal formulada porque parte de la premisa de que existe una contradicción absoluta entre esos términos. Podríamos dar una respuesta anticipada y sentenciar, como afirmamos en relación a otros fenómenos similares, que en tanto reformista para los cánones actuales de la Iglesia, restaurador.
Acordamos con los análisis que separan por lo menos tres niveles para pensar el fenómeno: a) El nivel «endógeno» propio de la Iglesia y su «crisis orgánica», b) el geopolítico mundial y latinoamericano y, por último, c) la gravitación que potencialmente pueda tener en la política argentina.
a) A nivel interno y de los problemas y desplazamientos dentro de la propia Iglesia, Bergoglio, ahora Francisco, viene a representar el emergente de una crisis. Metafóricamente podemos llamarla una «crisis orgánica» que combina una crisis económica-financiera, política y moral («del estado en su conjunto»), que llevó a una cierta escisión entre representantes y representados. En términos más históricos, y geográficos los bastiones de la Iglesia Católica mutaron: hubo un importante retroceso en Europa, un avance en Asia, pero no lo suficiente para convertirse en un nuevo centro de gravedad y mayor fuerza en América, pero donde hace un tiempo venía sufriendo un drenaje.
Entonces el primer motivo es lograr cierta convergencia entre la cúpula y su propia base social y obturar esa pérdida de fieles hacia otras religiones. Pero además, con el perfil «austero» y «social» de Bergoglio, siempre medido en términos relativos con respecto a sus competidores dentro de la Iglesia, se intenta una regeneración moral y un operativo lampedusiano a golpes de gatopardismo («cambiar todo para que nada cambie»), con los tiempos jeusíticos que describe Gramsci en la cita del epígrafe. Según el teólogo Hans Küng «asumirá una posición más reformista que la del papa anterior (Benedicto XVI)» y que «no hará una revolución, sino que realizará reformas lentamente».
Todo esto c ombinado con gestos kirchneristas o más específicamente «nestoristas», contra el protocolo y de acercamiento «a la gente», un lenguaje «popular» y mucha demoagogia. Por lo tanto, al igual que el kirchnerismo y con todas las diferencias específicas (que son muchas y entre las principales que el «estado» Vaticano no es como cualquier estado nacional); su reformismo es para cumplir un rol restaurador. Algunos entusiasmados empiezan a exigir que no se limite al «kirchnerismo» y avance hacia un «chavismo», cambiando el régimen con un nuevo concilio, es decir cambiando la constitución misma de la Iglesia actual, perspectiva que hoy parece la menos probable.
El primer interrogante es si va a poder llevar adelante con éxito esta operación maquillaje y recuperar la muy desprestigiada autoridad de la Iglesia. Y más en general esta crisis de la Iglesia y el intento del fin de la «teología de la ostentación», expresa el fin de la época de la restauración y el neoliberalismo y el retorno de los conflictos sociales, la lucha de clases e incluso los procesos revolucionarios. La Iglesia debe aggionarse si pretende cumplir su clásico y pérfido rol de contención en los nuevos tiempos violentos que comienzan a configurarse.
b) En el plano geopolítico latinoamericano, la comparación que inmediatamente surgió de parte de quienes defienden a los gobiernos llamados «pos-neoliberales», es con Karol Wojtyla-Juan Pablo II y su papel activo para empujar la restauración-contrarrevolución capitalista en Polonia y el conjunto de los ex-estados obreros (llamados «comunistas»). Lech Walesa, el fundador del movimiento sindical Solidaridad que llegó a movilizar a 10 millones de personas contra el régimen polaco, declaró alguna vez ante Associated Press: «Sabemos lo que el Papa ha logrado. Le corresponde el cincuenta por ciento del colapso del comunismo». Contra la jactancia burocrática de Stalin que, según cuenta Churchill, habría preguntado algunas vez «¡El Papa! ¿cuántas divisiones tiene?»; la realidad es que el papel de Juan Pablo II fue importante desde el punto de vista simbólico y moral. Pero actuaba sobre un terreno de descomposición de las relaciones sociales, políticas y morales que el stalinismo había provocado en las formaciones sociales de los ex-estados obreros. Para que que pudiera hacerse realidad la consigna lanzada en Polonia por Wojtyla, un año después de ser electo Papa y que llamaba a «renovar la faz de la tierra»; fue clave el rol del estalinismo que allanó el camino a la restauración, a la que la Iglesia le dio cierta ideología y moral. La desmoralización generada por el estalinismo en estas sociedades y su rol aberrante en el desprestigio de la idea de la revolución y del comunismo, fue al ariete para moralización religiosa impulsada por la Iglesia.
América Latina puede tener algunos puntos en común, pero muchas diferencias con este proceso. Empezando porque en ninguno de los países de nuestro continente se cambiaron las relaciones sociales capitalistas, a excepción de Cuba que está en un abierto proceso de restauración.
La relación entre la Iglesia y los regímenes de los gobiernos «pos-neoliberales» es mucho más de diálogo u oposición que de contradicciones abiertas. Prácticamente todos los gobiernos, incluido a uno de los más «radicales» (Venezuela) que hizo a la vez la interpretación más bizarra (Maduro), saludaron la asunción del «Francisco» y el perfil «social» y «humilde» que el operativo ideológico-político mundial quiere resaltar del nuevo Papa, casi transformando al mismísimo Bergolgio en un progresista. Hasta en Cuba se reestablecen los vínculos con la Iglesia en una relación directamente proporcional a los avances de la restauración.
Si «Francisco» logra recuperar la autoridad de la Iglesia (cosa para la que hay que «esperar y ver»), puede convertirse en un baluarte estratégico para las burguesías, pero no necesariamente en oposición total a los gobiernos del llamado «populismo» latinoamericano y actuando como factor «destituyente» de esos gobiernos.
c) Finalmente y relacionado con lo anterior está el significado del hecho para la Argentina. En principio que un opositor al gobierno llegue a la jefatura de la Santa Sede no fue una buena noticia para el cristinismo. La oposición de derecha, mediática y política y hasta sus expresiones más recalcitrantes, levantaron cabeza y obtienen cierta fuerza moral para pasar a la ofensiva. La «Tribuna de doctrina» está exultante y quiere largar la «guerra santa» contra el populismo montonero.
En el gobierno dividió aguas entre las dos almas del kirchnerismo. El pragmatismo peronista salió a festejar al «Papa, argentino y peronista»; mientras que el «progresismo» gorila se espanta y vuelve con ciertas pinceladas de sus mejores años críticos, denunciando la comprobada complicidad de Bergoglio con la dictadura y el amparo hacia genocidas y pedófilos que mantuvo como jefe de la Iglesia.
Antes que el «gobierno de los derechos humanos» es el gobierno del desvío y la contención, por eso los progresistas vuelven a practicar su deporte preferido: la desilusión.
En la coyuntura, l a vida espiritual de la nación está empapada de una mezcla de religiosidad con cierto chovinismo nacionalista (ambos distintos, pero con un mismo carácter ideológico, en el sentido marxista del término), un clima reaccionario y clerical. Hay cierta unidad nacional cargada de ilusiones que van desde quienes esperan milagros literales, hasta los más mundanos que piensan en las ventajas geolpolíticas y hasta económicas de contar con un Papa argentino al frente del Vaticano (ambos no se dan cuenta que a Bergoglio lo nombraron Papa de una Iglesia en crisis… no Dios).
Más a mediano plazo pueden abrirse varias hipótesis. Una es que el gobierno gire a la derecha «capitulando» (más) ante la Iglesia, y que la reunión de este lunes de Cristina con Bergoglio sea el inicio de una fumata blanca y se deje a la izquierda progresista cumpliendo su rol ecológico y funcional. Otra es que comience un enfrentamiento y alguna tendencia hacia los extremos, porque Francisco devuelva favores contra el kirchnerismo y apuntale de esa manera a la oposición patronal. En el primer caso se abrirá un espacio a la izquierda del gobierno, que coronaría su giro a la derecha en lo social (ataque al salario obrero y ajuste) con un giro a la derecha ideológico, lo que dejaría planteada la pregunta ¿qué queda del gobierno de desvío?. En el segundo caso se abriría una dinámica de crisis política y de polarización.
Para la izquierda, más allá de la repugnancia del clima que tiñe la coyuntura, ante el envalentonamiento de las derechas, se abre una oportunidad para enfrentarla abierta y consecuentemente (cosa que le está negada «por naturaleza» al progresismo), oponiendo y desenmascarando la demagogia y demostrando que «Francisco»…es Bergoglio, un reaccionario férreo opositor a los derechos democráticos de las mujeres (como el aborto) y de las personas LGTTB, así como cómplice y luego encubridor del genocidio y de curas pedófilos como Grassi. En la juventud, el movimiento estudiantil y el movimiento de mujeres, están planteadas estas batallas a banderas desplegadas. Además de que existe como base una relación de fuerzas y peleas ganadas contra esta institución, que fueron producto de la movilización y las necesidades impuestas al proceso de desvío que también tiene su explicación última en la lucha de clases (2001). Hasta en la Córdoba monacal y conservadora en el año 2010 se dio un proceso de tomas y movilizaciones masivas que fueron más allá de los edificios y adoptaron un programa anti-eclesiástico, contra un artículo de la ley de muy difícil aplicación, lo que demostraba que había una necesidad de manifestar contra esa institución retrógrada.
Esto puede permitir un salto en la organización militante para que no se de «ni un paso atrás» en los derechos conquistados y se plantee ir por el derecho al aborto, terminar con el sustento a la educación religiosa y separar la iglesia del estado.
Esto no debe confundirse con la unilateralidad de hacer mecánicamente propaganda antirreligiosa en los sectores obreros o populares que adhieren al catolicismo o conservan un sentimiento religioso, donde se debe explicar pacientemente.
Hacia el 24 de Marzo está planteado ganar la calle contra el golpe militar-eclesiástico y empresarial. Todas banderas que, frente al progresismo que se divide entre ser el ala izquierda de quienes apoyan a «Francisco» (los «Libres de escrúpulos» mas que del Sur, como bien los caratuló el amigo AL o el MST) y por otro lado los tragasapos e impotentes progresistas K; banderas que en última instancia sólo la izquierda revolucionaria está dispuesta a llevar hasta el final.