Es domingo por la noche, camino un rato desafiando el viento y la sensación de frió que penetra en mi cuerpo, busco una ayuda en la contienda y un bar luminoso ofrece una mano. Pido un café, miro las mesas buscando encontrar un diario oxidado por las horas ya transcurridas del día, y no consigo […]
Es domingo por la noche, camino un rato desafiando el viento y la sensación de frió que penetra en mi cuerpo, busco una ayuda en la contienda y un bar luminoso ofrece una mano. Pido un café, miro las mesas buscando encontrar un diario oxidado por las horas ya transcurridas del día, y no consigo el objetivo. Al menos, me defiendo de una posible pulmonía.
Pero en la búsqueda no puedo dejar de observar que allí arriba, casi sin proponérselo, como desde el cielo, aparece la imagen televisiva del Dr. Grondona. No esta solo, en su derredor sentados a la mesa simbólica, una serie de sujetos de las más misteriosas tallas intelectuales, refritando para los que tenemos un cierto tiempo vivido, aquella escena final de los domingos de «la gran pensión el campeonato»de la revista dislocada comandada por el inefable Delfor o un poco más acá en el tiempo «los Campanelli», o los Benvenuto.
Me ocupo más de la imagen y veo sentado a la diestra del maestro siniestro de la etimología, a otro tordo, pero este para mi sorpresa, es de acá, de nuestros pagos, de los Arroyos, cuna de la bandera, ciudad de Rosario. Es el «Novaresio» o Luisito. Que esta probando fortuna para emular a la llamada trova rosarina y hacer lo que todo rosarino quiere: rajar de Rosario en cuantito se pueda. Muchos por aquí, del estilo del Dr. Luis Novaresio, sostienen aquello de: «si tienes inquietudes y quieres progresar en lo que haces llega un momento en que la ciudad te queda chica, en definitiva no es otra cosa que un pueblo grande y sin mayores horizontes.»
Sigo mirando, ya que escuchar no se puede por el ruido a tasas y cubiertos del bar y alcanzo a ver, en letras grandes, destacadas, «GARRAHAN: UNA HUELGA PERVERSA». Todos gesticulan, Vilma Ripio parece que se pelea con el resto, el Dr. Borocotto menea la cabeza como diciendo: esta mina no tiene cura, pero todos lucen políticamente correctos.
Ya no miro más la tele, solo pienso y me digo a mi mismo: Ojo con el Luisito, es abogado, como Grondona. Trabaja en Rosario para un medio cuyos dueños allá por el 80 le dieron la bienvenida en su cargo de presidente de facto al genocida Roberto Viola, en una entrevista de hora y media, «exclusiva» donde la bebida blanca regó sus profundas reflexiones. Hace radio y televisión charlando amablemente para «doña Rosa», ¿no estaremos en presencia del tan mentado «recambio generacional»?. Al menos todavía no escribio ningún discurso para un dictador, me dice mi otro yo, como si lo hizo con creces el Dr. Grondona. Pero bueno, ojo al piojo con ese bicho.
Pero lo más importante, me digo y les digo, es ver como la lucha de clases penetra en todos los espacios de la vida. Se pasaron años diciendo que los trabajadores eran una categoría social fenecida. Que el trabajo había muerto y no tenía incidencia en la vida. Que la robótica, y el agotamiento del fordismo, habían terminado con los firmantes y adherentes del Manifiesto Comunista. Pero bien, allí los tienen, soldados del Capital, asumiendo con traje y corbata los embates más jodidos, los ideológicos y manipuladores contra trabajadores que reclaman salarios acordes con la reproducción de su existencia en una vida digna y para ello recurren también a categorías de la psicología también nacidas en el siglo XIX. Nos dicen: LA HUELGA EN EL HOSPITAL GARRAHAN ES PERVERSA.
Perversión, deberían recordarlo el sofista Grondona y su aprendiz Novaresio es un término derivado del latín perversio, ‘desvío’, ‘aquello que se aparta de la vía o camino común’, y que, en el lenguaje habitual, se aplica a diferentes conductas sexuales que la sociedad considera anormales o desagradables. Freud entendía la perversión como una forma de comportamiento ancestral y definía al niño con su sexualidad normalmente reprimida como «polimórficamente perverso», ya que, al no encontrar un campo de acción adecuado para su ya existente impulso sexual, en el niño conviven varias formas posibles de realización de su deseo. Según esto, sólo puede hablarse de una verdadera perversión si el adulto queda anclado en esta primera etapa de desarrollo sexual, dando lugar a una fijación que, según el psicoanálisis, conduce no sólo a un comportamiento sexual desviado, sino también a una neurosis.
Ahora bien, imponer como adjetivo calificativo de la palabra «huelga», el término «perversa», no es otra cosa que un intento de manipular la opinión pública, apelando a una comprensión vulgar del término que lo asemeja con algo «malo» y direccionarla hacia los trabajadores que luchan para quebrarlos en su firme voluntad de obtener un ajuste en su salario que le permita reproducir su existencia. Lo cierto es que la huelga nunca puede ser perversa en tanto supone por definición un accionar colectivo de los que en igual circunstancia apremiante no encuentran otra vía de expresión de sus legítimos reclamos. La perversión alude a un sujeto individual y no a un sector de una clase social en lucha. Pero si por extensión se pudiera pensar que todos los trabajadores tomados individualmente pudieran ser perversos, habría que preguntarse como es que esas mismas personas hasta antes de iniciar la lucha eran destacadas como los miembros de una comunidad hospitalaria ejemplar. En buen criollo, y para estos señoritos bien del periodismo, te cabe el mote de perverso si luchas, no lo sos, por el contrario, si consentís el hambre, la miseria, la falta de insumos y el negocio de la medicina desarrollada como una mercancía más.
Ya me fui del bar, el café me dejó, mediatizado por la T.V, un gusto amargo, pronto una brisa fresca, me alerto sobre la esperanza de vivir, sobre la enseñanza de estos trabajadores de la salud, que no dejan de prestarnos este servicio, porque es sano saber que, frente a tanta hipocresía, se levanta con su lucha la posibilidad cierta de edificar una nueva sociedad, dirigida por los que crean la riqueza con su esfuerzo cotidiano, constructora del hombre nuevo, encargado de sepultar en el olvido de los tiempos a papá Grondona y su pichón rosarino, Luis Novaresio.