Noviembre quedó marcado por expresiones de disconformidad y protesta contra el Gobierno que, más allá de distintos componentes sociales y ambigüedades políticas, revelan un profundo malestar social. El telón de fondo es una crisis política (ruptura con Moyano y guerra sucesoria en el peronismo), a la que se suma el impacto de la crisis económica […]
Noviembre quedó marcado por expresiones de disconformidad y protesta contra el Gobierno que, más allá de distintos componentes sociales y ambigüedades políticas, revelan un profundo malestar social. El telón de fondo es una crisis política (ruptura con Moyano y guerra sucesoria en el peronismo), a la que se suma el impacto de la crisis económica internacional, la doble asfixia de la deuda externa y del endeudamiento público y los acumulativos desastres en el área energética, en el sistema de transporte, en la salud, la educación, etcétera, que se agrava con el des-gobierno de Provincias y Ciudad autónoma. La Presidenta no se cansa de hacer declaraciones anti-piqueteras y anti-sindicales y pro-patronales, estrecha relaciones con la UIA (Unión Industrial Argentina), los grandes sojeros, la minería a cielo abierto, Soros… ¡Y encara con Macri un descomunal negociado inmobiliario! Pero hace todo esto sin dejar de proclamarse adalid de la soberanía nacional contra los «fondos buitres» y llamando a la guerra contra el Grupo Clarín y el destartalado bloque derechista que lo acompaña. Destaco esto, porque lo notable es que el kirchnerismo mantenga la capacidad de presentar la pelea con la oposición burguesa que se coloca a su derecha, en términos tales que impiden o dificultan la irrupción de un genuino proyecto popular y anticapitalista. Éste es el contexto en que nos reunimos para discutir y aportar a la construcción de nuevas herramientas políticas de izquierda, al que aportaré 8 puntos. Y provecho para aclarar que lo hago sin mas representatividad que la de ser un simple militante del Frente Popular Darío Santillán.
4) Como hijos o tributarios de la rebelión del 2001, con su masivo y justificado rechazo a la vieja política, tuvimos una relación ambigua con lo político que es tiempo ya de clarificar. Se trata ahora de asumir, con todas sus consecuencias, que la lucha contra las injusticias del capital, los malos gobiernos de turno y el Estado, es necesariamente también una confrontación política que, para ser efectiva, debe realizarse con medios políticos y disputando poder. El orden del capital es indisociable del Estado como estructura política de mando, que asegura su reproducción y evita que las contradicciones y antagonismos lo hagan estallar. Pero el Estado no es una cosa ni se reduce a un aparto de Gobierno. No es un artefacto externo a la sociedad. El Estado es una forma de relación social o, mejor dicho, un proceso relacional, dinámico, que se teje en interacciones recíprocas de los seres humanos, que se realiza en el conflicto y en cuya configuración participan también las clases subalternas. Una forma anclada, por un lado, en la política entendida como actividad que relaciona a los hombres en tanto copartícipes de la vida pública. Una forma contenida, asimismo, en la dialéctica de la dominación hegemónica, que supone al mismo tiempo un proceso de negación y de reconocimiento del dominado. Todo Estado se pretende soberano y casi omnipotente, pero es en realidad un proceso inestable. En su existencia y modo de manifestación, la forma-Estado expresa el permanente intento de unificar la sociedad, detener el conflicto, institucionalizar y domesticar la política, pero la estatización de la vida social está siempre atravesada por el conflicto y desafiada por la política autónoma de las clases subalternas, aunque ésta sea fragmentaria e intermitente.
5) Habiendo bajado del pedestal «metafísico» en que suele colocarse al Estado, podemos intentar una redefinición radical de lo político. Digamos en primer lugar que es un concepto que desborda lo estatal. La política está relacionada con esa cualidad humana que es la capacidad de actuar para construir las normas que regulan la convivencia. Así como hay actividades orientadas a la reproducción material de la vida y la satisfacción de necesidades, la política es el ámbito de la confrontación activa en el que se decide cómo organizamos -y no sólo «ellos», la clase dominante, sino también nosotros- la vida colectiva. Podemos dejar de lado la falsa opción entre «politicismo estatalista» y «antipolítico», para pensar y proyectar la confrontación en términos de otra política. Porque, me permito repetirlo, la lucha contra el capital es también una confrontación con otras políticas que, para ser efectiva, debe realizarse con medios políticos que se definen y dirimen en la lucha misma. La política no se reduce a la participación en elecciones o a la ocupación de bancas, aunque sería completamente equivocado ignorar que tales espacios, pueden y en muchos casos (por ejemplo, en nuestro caso) deben ser también utilizados por las clases subalternas para expresar inconformidad y rebeldía. Hacer política significa asimismo entender que la lucha contra el capital incluye la lucha por construir nuevas reglas de organización de la vida social: por redefinir las normas que ordenan la convivencia, lo que compete a todos. Esta redefinición permite impulsar construcciones políticas de y para los de abajo y supone, también, reconocer, valorar y potenciar las sutiles formas que suele adoptar la política autónoma de nuestro pueblo. Nadie es totalmente ajeno, siempre existe una vivencia política aunque sea desapercibida o desconocida, ella palpita en la cotidiana experiencia colectiva que, entre agravios, humillaciones y esperanzas, enlaza lo presente con la memoria de frustraciones, luchas, victorias y derrotas pasadas. Más en general, estratégicamente me atrevería a decir, pienso que siendo la lucha contra el capital una batalla por la construcción de una nueva forma de sociabilidad y por la recuperación de la condición humana, esta batalla requiere trascender la politicidad enajenada es decir, la situación en que los seres humanos son expropiados por el capital del derecho a organizar, controlar y decidir libremente la forma de organización de su vida social. Es un paso en la lucha por la construcción de lo que Marx denominaba una comunidad real y verdadera: una asociación política fundada en la libertad, en la plena realización de la individualidad concreta y en el reconocimiento recíproco como personas.
7) Paso a una cuestión muy actual. Cristina, que tanto habla de soberanía, lo hace en términos de «unidad nacional» y de autoridad del Estado, o sea, con palabras que ocultan el antagonismo social y dejan todo en manos de quien gobierna. Desde el punto de vista de la lucha de clases, creo que la soberanía nacional no debe traducirse o conjugarse como soberanía estatal, sino como soberanía popular. Santificar el poderío y la fuerza del Estado significaría agacharnos frente al maldito precepto constitucional que ordena: «el pueblo no delibera ni gobierna». A eso oponemos el protagonismo popular. Y mucho más: queremos que llegue a ser efectiva y continuada auto-actividad y contra-hegemonía. Queremos que se instituya como poder popular de hecho y de derecho, porque dicho sea de paso, no todo derecho requiere de la unción del Estado. Pero construir poder popular no tiene nada que ver con dar la espalda al Estado. Con análisis concretos de situaciones concretas podremos denunciar y combatir las insuficiencias y la inamovible hostilidad del aparato burocrático-estatal hacia lo plebeyo y su movilización, manteniendo una posición flexible y propositiva para reclamar, negociar e incluso apoyar cualquier medida que implique ganar soberanía frente los imperialistas, frente al mercado mundial o las exigencias del gran capital. En este sentido, la COMPA elaboró el documento titulado «A 10 años del 2010, 10 propuestas políticas emancipatorias», el año pasado realizamos el «Foro por un Proyecto Emancipador» y acabamos de realizar la Campaña Nacional «100% Soberanía Popular – Construyendo una Alternativa de país» en la que se desplegaron más de 300 mesas en Capital Federal, Gran Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata, Córdoba, Rosario, Mendoza, Tucumán, Salta y Jujuy, destacando 4 ejes necesarios para construir un país soberano (los recursos naturales, el trabajo, el transporte público y el derecho a la tierra y la vivienda). Menciono estos textos y actividades simplemente para recordar que están sujetos a la discusión, aportando y apostando siempre a construir nuevas y mejores respuestas colectivas que, en definitiva, deberán ser puestas a prueba y corregidas tantas veces como sea necesario dialogando y luchando con el pueblo.
8) Para terminar, quiero recordar, porque nunca está demás hacerlo, que la construcción del poder popular incluye prever y prepararse para el momento en que deba afrontarse un momento de ruptura radical con el Estado capitalista y asumir la incierta conformación de un Estado radicalmente diverso (como en algún momento escribiera Lenin, aunque luego no pudo hacerlo). Pero digo también que ninguna «ley» histórica o «principio» teórico impone creer que todo cambio revolucionario queda supeditado a ese momento. Y mucho menos autoriza a pontificar que recién entonces podrían abordarse las cuestiones de la transición… Por el contrario, la Historia y la vida misma muestran que es posible y necesario desafiar desde ahora el orden del capital y poner en marcha al menos rudimentos de un nuevo metabolismo económico social. El «Socialismo del siglo XXI» debe asumir que la revolución no consiste sólo en la expropiación del gran capital. Debe ser también una ruptura radical e irreversible con la división social jerárquica del trabajo, así como una redefinición completa del paradigma productivo-tecnológico-