1- Por primera vez en la historia, habrá segunda vuelta para dirimir quién será el nuevo Presidente. Que se trata de unas elecciones que pueden tener una trascendencia histórica lo revela el hecho de que la opinión pública se agita y se repolitiza la arena democrática. Lo que está en discusión es qué continuidad y […]
1-
Por primera vez en la historia, habrá segunda vuelta para dirimir quién será el nuevo Presidente. Que se trata de unas elecciones que pueden tener una trascendencia histórica lo revela el hecho de que la opinión pública se agita y se repolitiza la arena democrática. Lo que está en discusión es qué continuidad y qué rupturas se establecerán en el futuro inmediato y a mediano plazo con el régimen de regulación y la forma de Estado que se han establecido durante los últimos 12 años.
El hecho de que se irán a enfrentar en el próximo ballotage dos candidatos que representan distintas caras de un movimiento de características conservadoras, expresa un impasse y una crisis del propio proyecto kirchnerista y de su hegemonía política y social, que nunca superó las limitaciones de un neodesarrollismo y un compromiso de clases basado en un modelo agroexportador y dependiente que finalmente comenzó a hacer crisis con los primeros reveses de la economía mundial. De esta manera, las políticas de inclusión o los beneficios sociales como la AUH o la jubilación semi-universal, se asentaron en una estructura productiva que pervive con trabajadores pobres y una precarización e informalidad que luego de 12 años de modelo, no puede ser considerada como una rémora sino la expresión social de un esquema primarizador, extranjerizante y dependiente que no se ha modificado. En el terreno político, estas limitaciones se expresaron en la renuncia de los sectores más progresistas y en la misma presidenta a ofrecer un candidato propio que resista la presión derechista en su propio partido. A cambio de conservar cuotas de poder en el aparato de estado, el kirchnerismo le ofrecía a la sociedad al candidato más reaccionario que podía surgir del Frente para la Victoria. El resultado fue decepcionante. Sin carisma, carente de todo pensamiento estratégico, un veleta de la política nacional que ofrecía como única ventaja hablar sin decir nada y quedar bien parado con dios y María Santísima, Daniel Scioli quedó encerrado en su propia ambigüedad. Dependiente para su carrera presidencial de los logros sociales que los sectores populares reconocen en la administración kirchnerista, íntimamente convencido que sólo siguiendo la corriente del «proyecto con inclusión» y el repudio al pasado menemista podía recoger los favores electorales y la gobernabilidad necesaria para asumir la primera magistratura, pero convencido a su vez de que debía tender puentes a los factores de poder que se inclinan por la oposición; sospechado de inconsecuente, perdiendo la confianza de ambos polos de una sociedad polarizada, dejando descontentos a unos y otros, Daniel Scioli quedó atrapado en sus propias contradicciones, de las cuales, todavía, no ha logrado salir.
2-
Macri no tiene las ataduras del sciolismo. El elenco PRO expresa el resentimiento y el espíritu de vendetta que las clases acomodadas, abogados y consultores, yuppies e importadores, ruralistas y habitantes del cordón norte de la Argentina satisfecha, han acumulado en estos 13 de años de «populismo». Se trata de una nueva derecha, pragmática, que hace de la anti-política su ideología, anclada en valores de progreso individual, que emerge de la crisis de los partidos tradicionales luego de la crisis del 2001 y alineada con la experiencia de otras experiencias de este tipo en América latina, como Capriles en Venezuela o Piñera en Chile. Fogoneados por los grandes medios de comunicación, que con Clarín a la cabeza ven la oportunidad única de voltear de una buena vez la Ley de Medios que avanza en la democratización y desmonopolización de los mismos, este bloque social de los favorecidos, arrastró, como ya lo hizo el ruralismo durante el conflicto agrario de 2008, a mayorías populares a los que prometió un «cambio» vacío preservando una abstracta «justicia social», una demagogia que las clases altas, guiñando un ojo, entienden como picaresca. Un tributo que el diablo le rinde a la virtud del sentido común popular, que enmascara una ofensiva sobre paritarias y salarios, pero que revela como insuficiente las explicaciones simplistas acerca de la «clase media fascista». Mientras un núcleo duro defiende con su voto intereses económicos muy claros y brechas sociales y culturales que pretende ratificar, un amplio abanico social heterogéneo aprueba «cambios de estilo» o «transparencias» sin modificaciones radicales en su horizonte económico. La sociología tiene una formidable tarea por delante, pues tiene pendiente aún caracterizar de manera acertada no sólo el voto popular al PRO sino también el 22% del voto a Massa. ¿Un voto peronista descontento o expresión de los sectores más conservadores y culturalmente retrógrados? Los condicionantes económicos son fundamentales, en general, en el análisis social y las motivaciones políticas de una población, pero se necesita, en este caso, despojarse del craso economicismo para abordar una explicación cabal de las tendencias electorales. De un lado la retórica estatalista, popular y continuista que los tres candidatos han estado obligados a esgrimir. Del otro, los deseos, muchas veces explícitos, de la UIA, los bancos y la burguesía agraria de barrer con las conquistas sociales de los últimos años y volver al puro y duro capitalismo. Libertad de contrato, libertad en el manejo de las divisas, libertad de exportación, desregulación de la economía, constituyen el pilar de la hoja de ruta de estos sectores que han visto en el macrismo a su instrumento electoral más eficaz para lograr sus objetivos. La Fundación Pensar reúne al elenco intelectual que representa sin mediaciones, sin concesiones, estos intereses. Bajo el espíritu de la «libertad de expresión», la «república» y «la democracia» acecha la defensa sin restricciones de la propiedad privada del capital. El radicalismo, históricamente oscilante entre las oligarquías adineradas y los vientos democratizadores de la sociedad, se ha inclinado, buscando su propia supervivencia como aparato político, hacia su costado derecho, donde hoy ocupa un lugar subordinado.
3-
Esta situación contradictoria, paradójica, abrió un debate en el seno del campo popular y la izquierda. El kirchnerismo reclama de la izquierda un voto cerrado por Scioli, acusándola, como siempre, de «hacerle el juego a la derecha», olvidando que, ayer nomás, el Frente para la Victoria llamó a votar en blanco e impidió que Lousteau derrote a Larreta, lo que hubiera debilitado de manera quizá definitiva las aspiraciones presidenciales de Mauricio Macri. Un cheque en blanco a Daniel Scioli fortalecería todas las tendencias conservadoras que anidan en sus aspiraciones presidenciales y potenciaría, de triunfar, la política punitivista, de restricción presupuestaria y amistosa hacia las corporaciones que ya demostrara en su pésima gestión al frente de la Provincia. Sin embargo, está claro que un movimiento de rechazo a Mauricio Macri y todo lo que este representa constituye un movimiento progresivo de la sociedad, en el que sus sectores más progresivos se alarman y se organizan contra la restauración conservadora. Una tendencia conservadora que tendrá su inevitable repercusión regional y que correrá el eje de la política exterior hacia el uribismo, la derecha venezolana y el cordón neoliberal del Pacífico, rediseñando una nueva política de relaciones carnales con EEUU y la derecha regional con implicancias de largo alcance en el continente. Este movimiento de resistencia electoral a la restauración pro yanqui, esta tendencia a la organización y la lucha contra el macrismo es un elemento positivo incluso si llegase a ganar Daniel Scioli, pues marcaría un límite muy preciso a cualquier intento restaurador y fortalecería las relaciones de fuerzas en las luchas inevitables del futuro inmediato. Este planteo de un amplio abanico social parte de un elemento cierto: Macri y Scioli no son lo mismo. Expresan relaciones de fuerza, contextos y compromisos diferentes. No es casualidad que el bloque del PRO haya votado con tanta consecuencia en el Congreso de la Nación contra la Ley de Servicios Audiovisuales, de Fertilización Asistida, el Matrimonio Igualitario, YPF, AFJP, Aerolíneas e incluso hace pocos días la gratuidad de la educación superior.
El hecho de que sectores masivos del progresismo y la izquierda no kirchnerista y claramente opositores a Scioli sostengan hoy en día el voto contra Macri es comprensible y representa una sana intuición de lo que vendrá y lo que está en juego. Esa energía movilizadora, en la medida en que sea igualmente crítica con el sciolismo y se apreste a la organización y la lucha en defensa de las conquistas gane quien gane las presidenciales, será un acervo valioso del movimiento popular. A su vez, es natural que otros sectores de la vanguardia sean reluctantes al voto a Scioli y prefieran el voto en blanco. La trayectoria de Daniel Scioli y la renuncia del kirchnerismo a disputar contra el jefe de la mano dura en la provincia, son la base de aquellos que no se ven representados por el candidato del FPV. Hasta ayer nomás, 6-7-8 no dejaba de hacer campaña denunciando a Scioli como un «outsider del proyecto» y un candidato «de las corporaciones».
4-
Scioli, el hombre de la palabra hueca, el candidato que saca ventaja de la evasiva y la generalidad, reveló a la teoría política, una vez más, el papel enigmático del carisma. El hombre de villa La Ñata carece de este perfume electrizante de manera dramática. No transmite liderazgo, no posee un hilo de magnetismo. Hay un voto kirchnerista que se ha fugado dentro del 54% de las personas que tienen una imagen positiva de Cristina Fernández. Ese caudal no es transferible, no posee estabilidad ni es del todo programático, mucho menos disciplina partidaria. Apenas, quizá, una referencia movimientista. ¿Qué hubiera pasado si Cristina hubiera estado habilitada para la re-elección teniendo la mayor imagen positiva de toda la dirigencia política? ¿Estaríamos hablando de un dramático giro a la derecha? El concepto de hegemonía, por lo menos en América latina, se reúne y se encarna con el de liderazgo. No es casual que una de las mayores preocupaciones de Evo Morales y su partido, el MAS, haya sido asegurarse la posibilidad constitucional de una nueva re-elección. Sin partidos orgánicos fuertes, sin intelectuales colectivos a la manera imaginada por Gramsci, el papel carismático de líderes movimientistas pasa a ser un dato relevante de la continuidad. La palabra hegemonía sigue siendo válida a la hora de analizar la era kirchnerista, incluso hasta el día de hoy. Pero las hegemonías se fatigan, sus costados más débiles revelan la crisis de continuidad y exponen el carácter intransferible del aura mágica de la que se benefician sus protagonistas. El hecho de que Scioli haya mudado el naranja por el celeste y blanco del FPV y que incluso el PRO terminó su campaña inaugurando un monumento a Perón, indican el grado en que el peso que la idea-fuerza del «desarrollo con inclusión», la redistribución del ingreso, la soberanía nacional, el empleo como motor del crecimiento, tienen en la Argentina actual, en tanto relato movilizador de creencias. Se trata de un triunfo simbólico que resignificó incluso el lenguaje de la oposición conservadora. Pero la crisis mundial, el contexto de devaluaciones competitivas, la recesión en Brasil y el debilitamiento de la demanda China inauguran una nueva coyuntura que colocará en discusión, una vez más, el valor ideológico y el papel movilizador del régimen discursivo nacional-popular desarrollista. El país entrará en un ciclo de redefinición hegemónica. El triunfo de un candidato conservador acelerará, en esta disputa, una redefinición de valores sociales y políticos que en su devenir podrían desembocar, parafraseando a García Linera, en un punto de bifurcación regresivo, abriendo el camino para la recomposición reaccionaria de la hegemonía social. Pero todo depende de la lucha. En su devenir, los sectores populares tendrán la oportunidad también de radicalizar sus demandas y aspiraciones superando los límites estratégicos del modelo kirchnerista. Lo que suceda en Bolivia, Venezuela y otros países de la región tendrán un peso gravitante en este desenlace. Así también, un gobierno conservador en Argentina podría ser sólo un paréntesis dentro del proceso abierto en el 2001.
Sea cual sea la inclinación definitiva del voto del pueblo argentino, el eje fundamental de los sectores nacional populares, progresistas y la izquierda será la capacidad política, ideológica y organizativa de hacer confluir en un amplio movimiento social a todas aquellas fracciones sociales que, gane quien gane, deberán afrontar un nuevo tiempo, interesante, difícil, complejo, cuyo eje será la defensa de la agenda del 2001. El 23 de noviembre comenzarán a delinearse los marcos en que se darán las nuevas disputas por venir.
Jorge Sanmartino. Sociólogo UBA-IEALC, Integrante del EDI (Economistas de izquierda).
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