Cuando le comentaron que la leche que estaban dando en algunos colegios estaba podrida, la vicepresidenta del Consejo Escolar de BahĂa Blanca Adriana Perdriel dijo: «El que tiene hambre de verdad come cualquier cosa». Lamento decirle, señora Perdriel, de esta forma tan pĂşblica, tan poco Ăntima y cálida, que se equivoca y que su equĂvoco […]
Cuando le comentaron que la leche que estaban dando en algunos colegios estaba podrida, la vicepresidenta del Consejo Escolar de BahĂa Blanca Adriana Perdriel dijo: «El que tiene hambre de verdad come cualquier cosa».
Lamento decirle, señora Perdriel, de esta forma tan pĂşblica, tan poco Ăntima y cálida, que se equivoca y que su equĂvoco no es para dejar pasar. Para decir: «No pueden, otra vez, ser tan ignorantes» y consentir que usted siga en su cargo y que todos, nosotros, los que la votamos y los que no, hagamos como si nada hubiera pasado. Que hagamos como si no acabáramos de enterarnos que el Presidente está implicado en un escándalo internacional de lavado de dinero y minimice y se rĂa y sigamos hacia adelante, buscando el horizonte o vaya uno a saber quĂ© cosa, sin pedir que explique, renuncie o demande a quienes lo están ensuciando de forma tan vil y canallesca.
El que tiene hambre de verdad, señora, se dedica a la filosofĂa, a la pintura, a la literatura, a la mĂşsica.
El que tiene hambre de verdad, Adriana Perdriel, no está pensando en comer. Sólo puede uno ocuparse de la verdad si tiene las condiciones básicas (muy) satisfechas, si no tiene que trabajar en algo que le permita conseguir comida.
Con pena debo decir que conozco pocos polĂticos con hambre de verdad (muy pocos). Me encantarĂa que fuera la mayorĂa.
El que tiene hambre de verdad (y pienso la verdad en el sentido en que piensan el honor los japoneses) y dice una atrocidad como la que usted dijo deberĂa renunciar sin más. DeberĂa poner una excusa: ignorancia, distracciĂłn, falta de mĂ©rito, imbecilidad, confusiĂłn (por abstinencia o consumo excesivo) de antidepresivos, estrĂ©s, la que le plazca y aceptar que, aunque sea, tiene dignidad (que suele perderse mucho antes de la esperanza).
La mujer más buena que conocĂ, señora Adriana Perdriel, se llamaba Remedios. HacĂa unas torrijas tan deliciosas que usted no podrĂa creerlo, unas torrijas casi de fantasĂa. HabĂa vivido su infancia en España y habĂa sido pobre. Mucho más, seguramente, que algunos de los chicos que meriendan en los comederos de los que usted, polĂticamente, es (vice)responsable. Cuando uno tenĂa ganas de comer y se quejaba, Remedios era lapidaria: «TĂş no tienes hambre», decĂa, «tienes apetito».
Yo creo, señora Adriana Perdriel, que usted no tiene apetito (lo que me parece lógico). Pero tampoco tiene hambre de verdad: eso es lo lamentable.
Federico Bianchini, periodista. Editor de Anfibia.
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-296464-2016-04-08.html


