El rumbo político y económico ya despierta iras en alta voz de vertientes del oficialismo, incluso atravesando la frontera entre “cristinistas” y “albertistas”.
Entre tanto quienes están volcados desde antes a la resistencia y la movilización, esbozan una articulación con aquellos descontentos que se manifiestan recién ahora.
Corren días de deterioro en los ingresos, sean salarios, planes sociales, jubilaciones o “changas”. También son épocas de precarización laboral, e imposición de condiciones de trabajo indeseables. La pobreza no hace más que incrementarse, con mujeres y niñeces como víctimas fundamentales. La respuesta central desde el poder político viene por el lado de la ratificación de un rumbo de ajuste fiscal y empobrecimiento ampliado. Cambió la gestión económica y los “nuevos” anuncios van en un sentido de profundizar las políticas antipopulares de la gestión anterior.
Tales circunstancias están tensando al límite la relación entre las organizaciones sindicales y sociales y un gobierno que aún blasona de “nacional y popular”. Los anuncios iniciales de la nueva ocupante de la cartera económica abonaron ese camino.
Tanto los muy genéricos del día de su asunción como los algo más pormenorizados de esta semana, han producido un giro, incipiente o no tanto, en la dirigencia que hasta ahora respaldaba, o al menos “toleraba” en relativo silencio, al elenco gubernamental.
El espacio de la ira.
Juan Grabois, dirigente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) emitió una declaración con destino quizás buscado (y en cualquier caso alcanzado) de titular periodístico: “Si quieren calmar a los mercados, que calmen primero el hambre de la gente”.
Quizás valga señalar que le cabe al menos una objeción: La creencia implícita de que se puede calmar a patrones (escondidos bajo el eufemismo “mercados”) y trabajadores y pobres por igual. No es factible, ni al mismo tiempo ni con acciones sucesivas. Cualquier acción contra el hambre, para ser de verdad eficaz, requiere tocar intereses. Lo que es fatal que desate no ya la intranquilidad sino la furia del capital más concentrado.
La valoración mencionada se inscribe en una serie de declaraciones muy desdorosas hacia la política económica, hechas por dirigentes de agrupaciones hasta ahora “oficialistas”. Éstas incluyeron la caracterización de la gestión de gobierno como una “tremenda decepción” y la afirmación de que la actual gestión “patea para los poderosos”. Entre otras varias apreciaciones de una orientación similar.
La confluencia con la Unidad Piquetera, del MTE, la CTA Autónoma, e incluso dirigentes del Movimiento Evita, como Esteban “Gringo” Castro se ha mostrado en la última semana.
Se manifestó aunque fuera a través de saludos presenciales y mutuos en las acciones respectivas, lo que marca una nueva situación. Que se hizo notoria sobre todo en los actos y movilizaciones del miércoles y jueves pasados. Y que ya alteró la calma de lxs poderosos, más allá de su inserción social y pertenencias políticas.
Las imágenes de los mencionados hermanados puños en ristre con Eduardo Belliboni, dirigente del “Polo Obrero”, es posible haya hecho correr sudor sobre algunas selectas espaldas.
Se ha achicado el espacio disponible para que las organizaciones sociales cercanas al gobierno se mantengan en esa proximidad. Los inhibe la ostensible asociación de distintas alas gubernamentales para atacar tanto a sus afiliados como a las organizaciones como tales.
Tanto “Alberto” como “Cristina” les están dando el peor pago a la fidelidad que los movimientos le han profesado a uno u otra. Grabois, cuya referencia es la vice y Castro, más bien cercano al presidente, se ven hoy sumidos en un grado de desamparo similar desde el gobierno.
Y además en medio de un descontento que asciende desde abajo, con la exigencia creciente de que los referentes actúen sin más contemporización.
“No más planes, no más ‘piquetes’”
Mientras tanto la estigmatización de las organizaciones sociales toma ribetes pornográficos. En primer lugar por la activación de denuncias penales y los allanamientos perpetrados por autoridades judiciales.
Asimismo, el ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, ha convocado a varias universidades nacionales para que auditen “el manejo de los planes”. Así no quedan dudas del activismo del Poder Ejecutivo en orden a desatar una persecución.
El empresariado, los medios masivos y el poder judicial, tácitamente levantadas ciertas barreras, se lanzan sobre los odiados “piqueteros” con el ímpetu y el entusiasmo que les proporciona la creencia de que están frente a un “tiempo de revancha.”
Los numerosos allanamientos en locales de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) insinúan una persecución judicial y policial, a partir de la reactivación de causas hasta ahora “dormidas”. Relanzadas a la voz de aura de las cumbres del poder político.
Mientras tanto los medios abonados al pensamiento del gran capital no ocultan su alborozo con la “cruzada antipiquetera”. Vale la pena reproducir un pasaje del editorial de Joaquín Morales Solá en La Nación de este domingo:
“Están en la mira de los jueces tanto los grupos trotskistas como los kirchneristas, la Corriente Clasista y Combativa, el Polo Obrero y el Movimiento Evita. El propio Emilio Pérsico, una especie de santón del albertista Movimiento Evita y funcionario del Ministerio de Desarrollo Social, está siendo investigado por la manipulación política de los planes sociales.”
Es llamativo ver como cae en la volteada este último dirigente, pese a que se ha cansado de sostener que su acción no apunta a exacerbar el conflicto social sino a “garantizar gobernabilidad”. Tal vez lo espere el destino que suele alcanzar a los conversos: A la hora en que doblan las campanas se los suele tratar con desprecio y en ocasiones como a enemigos.
El columnista muestra júbilo por la ofensiva gubernamental y judicial. Y pone de manifiesto la apuesta a destruir el poderío de las organizaciones sociales. Incluso se desliza a esbozar una previsión optimista, disfrazándola de certeza: “A los dirigentes de esas organizaciones se les escurre dramáticamente el liderazgo del conflicto social.”
Estamos ante una revancha de clase motorizada por una coalición “transversal”. Tanto que, como se ha explicado aquí, la vicepresidenta de la Nación ha sido una de sus inspiradoras. Todo en el rumbo trazado por “la jefa”, que menoscabó el rol de las organizaciones, sin privarse de invocar a Evita. Y atribuirle un imaginario enojo con los que para ella “tercerizan” de modo indebido los planes.
Cuando los intereses fundamentales convergen, parece no haber “grieta”.
Economía y democracia en lo profundo de la crisis.
Asistimos a una crisis económica combinada con un escenario político que ya hace tiempo da síntomas de descomposición. Ambas dimensiones se potencian en las dos direcciones.
Ejemplo cabal de esa realimentación lo ha dado el resultado, hasta ahora, de la intempestiva salida del ministro de Economía Martín Guzmán. Se lo acusaba de una mirada propensa al ajuste fiscal y de voluntad de privilegiar los acuerdos con el FMI.
Muy al principio, algunos dirigentes sociales y de la política “progresista”, se tentaron con celebrar su desplazamiento. El incipiente festejo se diluyó en cuestión de horas. La nueva ministra, Silvina Batakis, trazó una hoja de ruta para el inicio de su gestión que podría haber sido escrita por su antecesor. Incluso lo sobrepasó en algunos aspectos.
En ese contexto sonó acertado el título que un diario de izquierda utilizó para sintetizar el discurso de Batakis: “el FMI, los bancos y los grandes empresarios primero”.
Entre esa ristra de beneficiarios destacan las entidades financieras, favorecidas con distintos beneficios a cambio de seguir prestándole dinero al Estado.
Podría decirse que esa línea de continuidad y profundización contribuye a que las bases sociales del peronismo tiendan a virar, desde la profunda decepción que campaba hasta ahora, a la rabia difícil de contener.
La dirigencia va tomando nota. Incluso el hasta ahora prudentísimo diputado Hugo Yasky alzó su voz airada contra las nuevas opciones.
Hasta la Confederación General del Trabajo ha debido darse por enterada. Claro que a su estilo. Convocó a una movilización, sin paro, para dentro de un mes. Que no se dirigirá a Plaza de Mayo, para no aparecer como hostil al gobierno, lo han dicho expresamente. Algún dirigente ha señalado como destinatarios de la protesta a los “formadores de precios”. Es probable que esa definición se diluya, para no incomodar tampoco a las patronales.
Cristina Fernández se refugió en una estudiada ambigüedad. No hizo el menor gesto de apoyo a la ministra y sus anuncios, y tampoco formuló ninguna crítica a los mismos. Hay indicios firmes de que ese “bajo perfil” puede tener corto aliento. Salvo que esté dispuesta a enfrentar la ira de los sectores pobres que forman parte decisiva de su sustento electoral.
Otra línea de “innovación” de los últimos días constituye una burla a los principios de la democracia. No en el plano de la legalidad sino, peor aún, en el de la posibilidad de que la idea de “gobierno del pueblo” tenga algún arraigo sustantivo.
Debilitado el presidente, al parecer de modo definitivo, e impedido Sergio Massa de asumir el timón de la crisis, ellos dos y la vice han optado por conformar un “triunvirato” que mantiene reuniones de contenido secreto.
El resto de la ciudadanía y hasta la dirigencia política más encumbrada, se quedan literalmente afuera de la toma de decisiones. El resultado insoslayable es ninguna información, nulo control, elusión de cualquier responsabilidad. No es fácil imaginar una degradación más cabal de la idea misma de democracia.
La derecha, por su parte, utiliza la trillada metáfora del Titanic y el iceberg, para profetizar que el gobierno va a “estrellarse” más temprano que tarde. Las especulaciones acerca de que el presidente puede no completar su período se hacen cada vez más a la luz del día, desechando pudores que se mantenían hasta hace poco tiempo.
Empleamos “derecha” en el sentido abarcativo de una dirigencia que tiene diversas ramificaciones, que por cierto incluyen a sectores del partido de gobierno. Y en la que tienen parte activa el empresariado y el grueso del poder judicial. Allí se alinean casi todos los aparatos de la comunicación masiva y una gama de intelectuales de definitivo alineamiento con el establishment.
Esa conjunción de sectores conservadores tiende a radicalizarse. En parte por inclinación “natural”. Que va acompañada por el afán de mantenerse en el lugar de “original” de las propuestas neoliberales, frente a la “copia” de un “justicialismo” que cada vez se le parece más. Sobre todo si hablamos de políticas concretas y no de gestos simbólicos, construcciones discursivas y elecciones estéticas.
No se debe subestimar la penetración de esa radicalización en amplios sectores de la sociedad, mucho más allá de los estratos que pueden considerarse integrados a la clase dominante. Percibido esto por algunos dirigentes de Juntos por el Cambio, los impulsa a creer que han ganado una “batalla cultural”.
Y que cuentan con un consenso amplio para volver al gobierno. Y desde allí tomar un rumbo de mayor profundidad y rapidez en dirección a las llamadas “reformas indispensables”. Cuyo contenido cabe sintetizar como un ataque integral contra el nivel de vida, las condiciones de trabajo y los derechos de las masas trabajadoras así como los pobres y empobrecidos.
——
Las clases explotadas necesitan encontrar el camino para sacudirse el predominio de lo que a esta altura puede denominarse la “corporación política”. Por su carácter cerrado y su consenso inconfesable acerca del mantenimiento de sus privilegios y el reparto “por izquierda” de algunos espacios de poder.
Las convergencias insinuadas en los últimos días entre ramas organizativas y orientaciones ideológicas diferentes dentro del campo popular, pueden marcar un rumbo a seguir.
Está claro sin embargo que con la lucha reivindicativa y la protesta no alcanza. Se necesitan propuestas programáticas. Demandas aisladas y discutibles como el “salario básico universal”, pueden jugar un papel una vez afinadas y precisadas, pero no alcanzan.
Quizás en estos días comience a jugarse la partida entre una renovada ofensiva contra el pueblo trabajador y explotado, empujada por la clase dominante y las superestructuras que le responden, frente a la progresiva construcción de una alternativa política que pueda adquirir potencial contrahegemónico.
Que se anime a cuestionar de modo activo la conjunción de poderes fácticos que tienen como objetivo cada vez más excluyente el pisoteo de las necesidades populares. Y que confiera un renovado sentido a una democracia que parece interesar cada vez menos a “los de arriba”.
Ante eso “los de abajo” necesitan la reivindicación de la iniciativa popular, de un orden no capitalista y de un verdadero “gobierno del pueblo”. Darse un programa en la doble perspectiva de disputa del poder y trazado de las grandes líneas de una sociedad nueva.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.