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Se perdió el rumbo en la ONU

¿Impericia o sumisión a Estados Unidos?

Fuentes: APM

El discurso de Kirchner resultó alarmante. Se alineó con la política belicista de Washington, Sarkozy e Israel, y denota una severa negligencia institucional.  El gobierno argentino juega con fuego. En la 62º Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) demostró impericia a la hora de trazar su propia estrategia internacional. Quedó burdamente sometido a las presiones […]


El discurso de Kirchner resultó alarmante. Se alineó con la política belicista de Washington, Sarkozy e Israel, y denota una severa negligencia institucional. 

El gobierno argentino juega con fuego. En la 62º Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) demostró impericia a la hora de trazar su propia estrategia internacional. Quedó burdamente sometido a las presiones de Estados Unidos e Israel en sus acometidas contra Irán, y abrió las puertas de este país a una nueva provocación de la CIA y de la Mosad -con el empleo o no de Osama Bin Laden-, ya que en cualquier momento puede estallar aquí un nuevo «atentado del terrorismo internacional», según el léxico puesto de moda por la administración de George W. Bush.

El presidente Néstor Kirchner pareció un boxeador mal entrenado y carente de cuerpo técnico, parado en el centro de un ring a oscuras y lanzando golpes a diestra y siniestra, sin enterarse siquiera dónde estaba parado su rival.

Se refirió al justo derecho argentino sobre las islas Malvinas y lo hizo con precisión: «Mi gobierno manifiesta su enérgico rechazo a la pretensión británica de establecer espacios marítimos en torno de dichos archipiélagos (…). En particular, rechaza la recientemente difundida intención de Gran Bretaña de hacer una presentación ante la Comisión de Límites de la Plataforma Continental relativa al limite exterior de la plataforma continental».

Sin embargo, sus palabras quedaron desdibujadas al no cumplir con ciertos requisitos básicos de política exterior, como lograr consensos previos dentro de los bloques de pertenencias (el Mercosur, por ejemplo); no identificar un marco más amplio de alianzas (los distintos vectores de países en desarrollo en el seno de la ONU); y no propiciar acuerdos mínimos con actores determinantes dentro de ese escenario (Rusia y China, entre otros).

Muchos de los países en desarrollo, Rusia y China podrían ser socios de peso en la disputa con Gran Bretaña por la islas Malvinas (sobre todo porque las pretensiones de Londres apuntan a un diseño hegemónico en materia de recursos energéticos y los países antes mencionados se paran en la vereda de enfrente), pero mal se puede aspirar a esas sociedades cuando las concesiones a Estados Unidos y a Israel respecto de Irán llegaron al punto que llegaron.

La incapacidad expuesta hasta ahora para aportar pruebas fehacientes que avalen sus acusaciones de falta de cooperación en torno a la investigación del caso AMIA deja en ridículo a la posición argentina frente a Irán, y pone al desnudo que la misma equivale a una directa aceptación de los reclamos de Estados Unidos y de Israel, países que ya cuentan con la complicidad de la Francia de Nicolas Sarkozy en sus estrategias belicistas contra la nación persa (de saqueo de sus recursos naturales).

Esos diseños militaristas fueron ratificados hace pocos días, y a título de anticipo de lo que está sucediendo en la ONU, por el ministro de Exteriores de Francia, Bernard Kouchner, quien amenazó a Irán con la guerra.

Kouchner, médico de profesión y connotado amigo de la Mosad, formó parte del ultimo «reinado socialista» francés y durante la pasada década del ´90 se destacó como un de los principales arquitectos de la llamada doctrina de la «intervención humanitaria», adoptada por Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y el Consejo de Seguridad de la ONU, y cuya última gema de aplicación es la actual ocupación internacional de Haití.

Las constantes concesiones de Buenos Aires a los lobbies del establishment empresario-corporativo estadounidense y de la derecha judía, dentro y fuera de Argentina – de dudosa actitud frente al atentado de la AMIA, en 1994 – han quedado en evidencia en Nueva York y dejan al país expuesto ante una nueva eventual ronda de la lógica terrorista que inaugurara la administración Bush el 11 de septiembre del 2001, en su afán justificador del diseño militarista y represivo que viene desplegando en el mundo y hacia el interior de su propio territorio.

Esta grave (¿impericia?) del gobierno argentino abona en términos objetivos el plan de acción previsto por Estados Unidos y los sectores más derechistas de la Unión Europea (UE) para la Asamblea General de la ONU.

Hace décadas que el bloque hegemónico se propuso vaciar de contenido a la Asamblea -donde por cuestiones institucionales y de aritmética de votos suele quedar en minoría-, para reforzar al Consejo de Seguridad, organismo éste en manos de los cinco miembros permanentes con derecho a veto y constante violador de sus propios estatutos.

Es dentro de esa dialéctica donde pueden ser comprendidas las impúdicas diatribas de Bush contra Cuba, Venezuela y otros países, en nombre de una «democracia» con sello de la Secretaría de Defensa, al estilo de Irak, por ejemplo, y de los campos de concentración denunciados por la propia prensa estadounidense.

Parecería ser que, una vez más, Argentina (y dicho sea de paso el Mercosur también) perdieron la oportunidad de llevar al seno de la comunidad internacional una postura autónoma y tendiente a reivindicar en serio las propuestas de multipolaridad.

Y lo que es más grave aún, el gobierno de Buenos Aires comprometió su condición de sujeto de derecho internacional y con ello la posibilidad de tener una política exterior seria y responsable.