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Reseña de En el interinato de Adolfo de la Huerta y el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924)

Importantes aportes al estudio del movimiento obrero mexicano

Fuentes: Rebelión

La colección «La clase obrera en la historia de México», que coordina el doctor Pablo González Casanova, se ve enriquecida con la edición del tomo 7, En el interinato de Adolfo de la Huerta y el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924), del investigador Jaime Tamayo, recientemente lanzado a la luz pública por Siglo XXI Editores. […]


La colección «La clase obrera en la historia de México», que coordina el doctor Pablo González Casanova, se ve enriquecida con la edición del tomo 7, En el interinato de Adolfo de la Huerta y el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924), del investigador Jaime Tamayo, recientemente lanzado a la luz pública por Siglo XXI Editores. De este modo, la colección casi se completa, faltando solamente el tomo 5 a cargo de Juan Felipe Leal y José Villaseñor.

La obra de Tamayo hace aportes importantes al estudio del movimiento obrero mexicano. Por una parte, logra superar la visión estatalista y, por otra, no incurre en la otra vertiente de investigación de moda hoy día, la movimientista, que intenta asumirse como contestataria. El autor, pues, engarza en un todo el desarrollo económico, la formación del Estado moderno en México y las luchas y la organización de la clase obrera.

En el texto se describen y analizan la política de Álvaro Obregón y el proceso organizativo de los trabajadores asalariados. La política obregonista es caracterizada como populista y bonapartista, la cual tenía como ejes la aplicación de reformas sociales, las concesiones a las organizaciones obreras y sus líderes y el apoyo a las demandas laborales, en combinación con la cooptación y represión de los movimientos que tendían a rebasar los límites tolerados.

El pacto de Obregón con el liderato de la Confederación Regional Obrera Mexicana le permitió al gobierno hacerse de una firme base social y a la CROM le facilitó el crecimiento acelerado y masivo. Por medio de la concreción de los puntos que se firmaron –que eran de interdependencia– el movimiento sindical alcanzó conquistas inmediatas, aunque sin poner en peligro el régimen de la propiedad privada.

Tamayo narra la situación legislativa en materia laboral que prevalecía en 1923 y la lucha por la reglamentación del artículo 123 constitucional, bandera del movimiento obrero que enfrentó una furiosa resistencia por parte de las agrupaciones patronales.

Dada la etapa de configuración del Estado moderno en México, la organización sindical además de ser el principal instrumento de lucha económica de los trabajadores permitió a éstos participar e incidir en el Estado. La alianza entre la CROM y el gobierno de Obregón a la larga tuvo profundas proyecciones.

Un capítulo está dedicado a la CROM, en el cual explica el sindicalismo de la acción múltiple. Apunta Tamayo que la hegemonía de esta organización se impuso gracias al fracaso de las concepciones y prácticas del anarcosindicalismo, la formación del Grupo Acción y la política de reformas del gobierno obregonista. Sin embargo, la CROM no pudo alcanzar la unicidad en el sindicalismo nacional; fuera de sus filas permanecieron destacamentos claves del proletariado, como los petroleros, textiles, ferrocarrileros y tranviarios. La CROM en estos núcleos era minoritaria y los campesinos constituían alrededor del 40 por ciento de sus agremiados.

La CROM era pragmática. Las cuestiones doctrinarias e ideológicas la tenían sin cuidado.

Conforme la dirección cromista se imbricaba con el aparato del Estado, se hacía más conservadora: buscó centralizar la decisión del estallido de huelgas, impuso el esquirolaje frente a otras organizaciones sindicales y cayó en un anticomunismo militante; por ejemplo, en la Sexta Convención se rechazó la credencial de Alfonso R. Soria, por comunista, y se resolvió: «…Tercero. La CROM no permite el establecimiento de partidos comunistas dependientes de la Tercera Internacional de Moscú». (p. 94)

El libro presenta en breves líneas las relaciones entre la CROM y la American Federation of Labor y su participación en la Confederación Obrera Panamericana.

El investigador estudia los orígenes y fundación de la Confederación General de Trabajadores y aclara el papel dirigente en la CGT del Centro Sindicalista Libertario. Para Jaime Tamayo, esta central en sus mejores momentos (1923) llegó a agrupar a 40 mil trabajadores, principalmente en la capital de la República, siendo muy desigual su inserción en otras entidades.

La ideología anarcosindicalista impedía la construcción de una poderosa central, al mismo tiempo que la política de acción directa se rompía en la práctica cotidiana de muchas filiales cegetistas. En los primeros meses de vida de la CGT se estableció una alianza con los comunistas, basada centralmente en la coincidencia de ciertos objetivos y en la confusión ideológica a la sazón, ya que los comunistas, sindicalistas revolucionarios y anarcosindicalistas compartían muchas concepciones y formas de hacer política sindical; pero el mismo año de 1921 tronó la alianza entre militantes del Partido Comunista Mexicano y la corriente del anarcosindicalismo.

Una aportación de primer orden que hace Tamayo es el análisis de la Confederación Nacional Católica del Trabajo, mediante el relato de sus antecedentes y origen, el Primer Congreso Católico Regional Obrero y la Confederación de Obreros Católicos, y el Congreso Nacional Católico Obrero y la CNCT. Esta central fue muy ninguneada por Vicente Lombardo Toledano, Rosendo Salazar, Luis Araiza y Jacinto Huitrón.

En resumen, los principios de la CNCT eran la sumisión absoluta a las autoridades eclesiásticas, confesionalidad de las agrupaciones obreras, respeto a los principios fundamentales de la sociedad, la patria, la religión, la familia y la propiedad privada, la armonía de las clases sociales y el rechazo a la lucha de clases.

De acuerdo con Tamayo: «La Confederación Nacional Católica del Trabajo llegó a constituir en la región del Bajío y en general en el centro-occidente de México una central capaz de disputarle la hegemonía a la CROM, si bien su presencia no fue muy prolongada. Por lo demás tuvo alguna influencia en varios otros lugares del país.

«En ella se agruparon numerosos obreros artesanales, y algunos obreros industriales, pero también campesinos y otros sectores que nada tenían que ver con la clase obrera». (p. 185) La CNCT tenía en 1924 un total de 21,500 trabajadores.

La ideología de la CNCT se sustentaba en la doctrina social de la Iglesia, que tenía como punto de partida la encíclica Rerun Novarum de León XIII. Dicha organización atacaba al socialismo, al sindicalismo y la lucha de clases. Varias organizaciones llevaban el nombre de Agustín de Iturbide.

El choque entre el caudillismo revolucionario y el alto clero vaticanista, la rebelión cristera de 1926-1929 y la Ley Federal del Trabajo, promulgada en agosto de 1931, que impedía e impide la organización confesional de los trabajadores, sellarían la suerte del sindicalismo de inspiración clerical. En México, sin dejar de existir las tendencias sindicales católicas, fueron, son y seguramente seguirán siendo siempre una minoría en el conjunto del movimiento obrero organizado.

Después del interesante estudio sobre la CNCT, el autor expone el rol de los textiles, mineros, petroleros, electricistas y ferrocarrileros, con los señalamientos de que la vanguardia en el movimiento huelguístico la llevaban los primeros; que los mineros tenían las peores condiciones de trabajo; que los petroleros enfrentaban no sólo a las empresas y al poder público, sino al gobierno norteamericano que apoyaba a las compañías imperialistas y amenazaba a nuestra patria; que los electricistas lograron en lo fundamental permanecer al margen de las centrales nacionales, y que los ferrocarrileros fueron sentando las bases de su futuro sindical nacional: el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, constituido en 1933.

Tamayo analiza las relaciones entre Adalberto Tejeda y el movimiento obrero veracruzano, y logra demostrar las diferencias entre la CROM local y su dirección nacional; la alianza entre José Guadalupe Zuno y el movimiento sindical jalisciense, que condujo incluso al armamento de los rojos para enfrentar a las guardias blancas; las relaciones de Felipe Carrillo Puerto y los trabajadores yucatecos, y Tomás Garrido Canabal y el corporativismo sindical tabasqueño.

El último capítulo de la obra aborda la rebelión delahuertista –la célebre rebelión sin cabeza— y el movimiento obrero, donde reseña el apoyo cromiano a Obregón, el rompimiento de Luis N. Morones y Álvaro Obregón, y los nexos entre la CROM y Plutarco Elías Calles.

Para Tamayo: «La clase obrera, que incorporada al pacto social populista había participado en la conformación del moderno Estado mexicano, pasaría a quedar subordinada, durante el callismo, marcando el fin del populismo con la estructuración de un sindicalismo de corte corporativista». (p. 291)

El autor se basa en fuentes muy ricas y variadas: los Archivos General de la Nación, Histórico de Jalisco y del Centro de Estudios sobre la Universidad (hoy Instituto sobre la Universidad y la Educación); en los periódicos Restauración, El Archivo Social, El Obrero, El Obrero Católico y otros, y en autores como Fabio Barbosa, Jorge Basurto, Barry Carr, Jorge Durand, Rocío Guadarrama, Guillermina Bahena, Harvey A. Levenstein y Marcelo N. Rodea.

Referencias:

Jaime Tamayo, En el interinato de Adolfo de la Huerta y el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1929), Vol. 7 de «La clase obrera en la historia de México», México, Siglo XXI Ed., 1987, 302 pp.

Memoria, revista del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, núm. 18, febrero de 1988.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.