La cuestión de la inflación hace rato que está en el centro de las preocupaciones cotidianas de los trabajadores y los sectores populares. Las indignantes cifras oficiales no hacen más que alimentar la bronca popular frente a un sueldo que alcanza cada vez menos. Ahora se vienen las paritarias, en las que muchos tienen expectativas […]
La cuestión de la inflación hace rato que está en el centro de las preocupaciones cotidianas de los trabajadores y los sectores populares. Las indignantes cifras oficiales no hacen más que alimentar la bronca popular frente a un sueldo que alcanza cada vez menos. Ahora se vienen las paritarias, en las que muchos tienen expectativas de conseguir un aumento digno. Pero muchos otros desconfían -con justicia- de que Moyano y Cía. quieran realmente torcerle el brazo a un gobierno que ya está mostrándose duro con los trabajadores. Por eso hay que prepararse para muy duras luchas por el salario y las condiciones de trabajo más allá del show que arme la burocracia sindical con las patronales.
Inflación regional
En verdad, habría que hablar de un aumento mundial de la inflación, ya que luego de dos décadas o más de relativa estabilidad empieza a haber señales de aceleración de los precios en varias de las principales economías del mundo, empezando por EE.UU. En este marco general, hay elementos que están en la base del crecimiento de la inflación que son comunes a la mayoría de los países latinoamericanos.
En efecto, el comportamiento económico de Sudamérica, desde principios de esta década y en particular en los últimos cinco o seis años, se caracteriza por inéditos niveles de superávit fiscal y de balanza comercial, que son en buena medida el producto de un aumento de los precios internacionales de las materias primas y commodities que exportan esos países. También Argentina se ha visto beneficiada por esta «ola», por lo que, como señalamos muchas veces desde estas páginas, el «milagro argentino» no tiene nada de milagroso y mucho menos de argentino.
Sin embargo, esta mejora de las cuentas fiscales -esto es, de la disponibilidad de caja del Estado- y cierta recuperación de la actividad económica, que permitieron un período de crecimiento continuo en la región, no llegan a configurar un ciclo de acumulación capitalista nuevo. Más bien, lo que se da es lo contrario: gobiernos que aprovechan políticamente la bonanza económica temporaria, pero sin dar pasos que conduzcan a sacar a nuestros países del atraso estructural y el subdesarrollo crónico.
Venezuela, por ejemplo, goza de un recurso hoy día caro, el petróleo, que le provee ingresos extraordinarios, pero a la vez carece de infraestructura industrial importante y depende de la importación para abastecerse de bienes de consumo, especialmente alimentos. Y a pesar de los discursos de Chávez sobre el «socialismo del siglo XXI», esa Venezuela desigual y atrasada no ha cambiado. Su dependencia de las importaciones hace que, a pesar del control de precios, hoy tenga la inflación más alta del continente. Algo parecido sucede con Bolivia, que parte de más atrás, y donde la «nacionalización» del gas de Evo Morales se está revelado como lo que siempre fue: una medida muy limitada para negociar las condiciones del atraso y la dependencia, no para salir de ellos.
Deterioro salarial
En nuestro país, los problemas de fondo no son tan distintos: el Estado cuenta con muchos más recursos que antes, pero la debilidad estructural en rubros clave como energía y transportes, así como la falta de inversión necesaria para sostener un ciclo de crecimiento genuino, hacen que se esté llegando rápidamente a «cuellos de botella» en la oferta, con la consiguiente disparada de los precios.
Desde 2006 se intentó un sistema de precios semicontrolados o «pactados» con los grandes productores y la cadena comercializadora. Pero, tal como era de prever, ese mecanismo se fue desgastando hasta volverse, en 2007, casi inutilizable. En consecuencia, se pasó a una variante muy «argentina». Mientras en muchos países, para que los índices de inflación no se desboquen, se buscan vías de control de precios, aquí se hace algo mucho más simple: que los precios vayan por donde quieran; total, lo que se controla es el índice oficial. Sin duda, en todas partes hay quejas de que la medición de precios tiene distorsiones. Pero sólo en Argentina se tiene un índice al que nadie (empezando por el propio Estado) toma en serio.
Así, se entiende que, mientras para el INDEK la inflación de 2007 fue del 8,5%, para el resto del país – consultoras privadas, bancos, economistas, sindicatos y, sobre todo, el bolsillo del trabajador- haya tenido un piso del 20%. Precisamente, los técnicos desplazados del INDEC hicieron un trabajo serio de estimación de la inflación real, considerando varios escenarios, y concluyeron que fue del 23 al 26%! Lo cual echa por tierra todo el discurso K de la «recuperación salarial continua».
Digamos las cosas como son: entre 2003 y 2006 puede haber habido, de manera desigual, algo de recuperación del poder de compra salarial (si bien nunca alcanzó a compensar lo perdido en la crisis de 2001-2002). Pero desde 2007 hasta ahora, ya puede hablarse de deterioro salarial con respecto a la inflación entre amplísimos sectores de trabajadores. Y a no engañarse: los K quieren que sea esta tendencia (la del deterioro en términos reales) la que se afiance en las paritarias que se vienen.
La pelea por el salario: una cuestión política
El escenario que se viene en el año es de deterioro económico. Sin embargo, Cristina K viene afirmando que «la Argentina está para ir por más y vamos a ir por más. Vamos a hacer todo lo posible y lo imposible también para que ese sueño de crecer todos los años 10% en la actividad se nos dé» (Clarín, 2/2/08). Efectivamente, la gran carta de triunfo de los K es el crecimiento que ha venido teniendo el país en los últimos años. ¿Pero cómo harán para sostener una alto crecimiento en un contexto deteriorado de la economía mundial? Independientemente que logren esos índices (cosa cada vez más discutible) una cosa ya está clara: una de las variables para «anclar» el crecimiento y la estabilidad económica será hacerles pagar a los trabajadores los costos de una eventual crisis.
Y lo anterior, traducido al salario, significa que los aumentos que se concedan en esta nueva ronda paritaria, se buscarán que queden por detrás no solo de la inflación real sino de las ganancias que van logrando los capitalistas en concepto de productividad (mayor cantidad de bienes producidos por hora de trabajo). Es decir, a costa de un aumento de la explotación de los trabajadores.
En estas condiciones se entiende el por qué de tanto celo gubernamental por tener bien atadas las negociaciones paritarias y la razón por la cual cada lucha que logre desbordar el corsé gobierno-patronal-burocracia tendrá no solo un impacto económico sino que apuntará a un aspecto central del andamiaje político de los esposos K.