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A las transnacionales, sin duda. Pero la ética nos convoca a todos

Juicio ético a las transnacionales

Fuentes: Rebelión

Procuraré analizar el sentido de los encuentros habidos a fines de 2011 en la Patagonia, la Triple Frontera, en el NOA y en la capital federal, que constituyeron un «Juicio ético a las transnacionales», basado en la importancia del temario que supieron abordar y denunciar, como el extractivismo y su significado destructor del planeta; la […]

Procuraré analizar el sentido de los encuentros habidos a fines de 2011 en la Patagonia, la Triple Frontera, en el NOA y en la capital federal, que constituyeron un «Juicio ético a las transnacionales», basado en la importancia del temario que supieron abordar y denunciar, como el extractivismo y su significado destructor del planeta; la transnacionalización de las economías cada vez más en manos de pulpos empresarios y tantas otras cuestiones.

Las denuncias tienen muy valiosa calidad; diría que es un esfuerzo de síntesis formidable de las problemáticas político-ecológicas en que estamos inmersos y a las que tenemos que afrontar; la Barrick fabricando un tercer estado entre Chile y Argentina en Pascua Lama; la angurria de Yamana Gold en Catamarca que explotando la mina de oro de Bajo La Alumbrera, descubriendo nuevos hallazgos en Agua Rica, que ponen en peligro sanitario a Andalgalá remataron con la propuesta de levantar el mismo pueblo para procesar su suelo (pero allí la angurria les rompió el saco), y tantos otros ejemplos.

El papel de Monsanto es particularmente protagónico en este proceso de transnacionalización de la Argentina, por su alcance y por la importancia de los aspectos de nuestra vida cotidiana que ha abordado e invadido Monsanto: la contaminación generalizada y la calidad de nuestros alimentos, nada menos, habiéndonos convertido a los habitantes de Argentina en cobayos de sus innovaciones tecnológicas.

Un ejemplo del papel creciente del universo empresario en las decisiones políticas planetarias es el mismísimo G20. Ya no se trata de reuniones de presidentes o de cancilleres o de presidentes y otros ministros de diversas áreas. Concurren, claro, «el personal político» y los equipos asesores, pero también significativamente lo hacen empresarios (y en el caso del G20, también cuadros o mejor dicho aparatos sindicales).

Por eso, el relevamiento de los sitios y las huellas que el capital cada vez más monopólico está surcando en la tierra argentina, y en las de cada sociedad o estado, es muy, muy importante.

Hay, sin embargo, un par de observaciones que considero necesario hacer. La primera pretende ser una precisión; llamaría a la segunda una incómoda ampliación…

En los considerandos de la convocatoria al JET se hace particular referencia, insistentemente, al papel neocolonial de estos abordajes transnacionales sobre la periferia planetaria. Como que estamos en plena etapa de neocolonización.

Y es cierto. Al menos hay dos elementos que explicarían, ya que nada lo justifica, ese agravamiento de la ofensiva neocolonial: 1) el creciente agotamiento planetario aguza el ingenio de los grandes capitales para adueñarse de todo, del todo restante y 2) la liquidación de un campo opositor de alcance planetario, como fue el llamado, mal llamado «mundo socialista», gracias al colapso soviético, le ha vuelto a dejar el campo orégano al gran capital, fundamentalmente de las naciones «centrales» o ex-coloniales, o si se quiere, neocoloniales y particularmente al centro planetario que insiste en que el XXI es «su» siglo: las élites de poder de EE.UU., hoy en día inescindibles de las de Israel y algunos otros enclaves dirigentes del Primer Mundo y sus cabeceras de playa en la periferia.

Junto a los factores señalados, a nuestro entender de indudable peso, queda la pregunta: ¿cómo opera la recolonización, qué es, en rigor, una neocolonización? Porque opera ante entidades formalmente independientes, con sus banderas propias, con sus gobiernos supuestamente soberanos…

Y si tales existieran, ¿cómo podrían tener éxito? Es que lo hacen con la complicidad, el acuerdo, la aceptación, resignada u orgullosa, de los planteles políticos de las sociedades periféricas, las «cabeceras de playa» a que hicimos referencia.

Por eso algunos autores, como Ramón Grosfoguel o Enrique Dussel, hablan de sociedades colonializadas, para distinguirlas de las históricamente coloniales. El colonialismo histórico (apenas existente en regiones aisladas, como puede ser Palestina, Belice, la Guayana francesa, ¿Hawai?) y la colonialidad.

Este aspecto lo recoge claramente el JET. Trazando un esclarecedora línea crítica contra la modernización tan ponderada por ciertos progresismos, como el IIIRSA o, como bien describe el JET, «un modelo agroalimentario hegemónico, en el que la alimentación transformada en mercancía es un mecanismo de control de nuestras vidas«.

Resumiría el acierto del planteo del JET en una frase que enfrenta, como hay que enfrentar, a Monsantos, Wal Marts y McDonald’s, declarándose contra «la globalización fundamentalista de los mercados«.

Una segunda observación que me parece merece tales encuentros es una cuestión que se vuelve sobre todos nosotros, incluyendo quienes lleven o llevemos adelante tales críticas.

Para mí resulta evidente que el gran capital ensaya estos rasgos depredatorios que denuncia el TEC porque no ve cómo llevar adelante su mundo de cosas y relaciones, su civilización en suma, que es nuestra civilización, consumista, heterónoma, de clase, si no es mediante estos métodos de depredación.

Si sólo criticamos sus procederes depredatorias puede dar la impresión de que lo hacen por «malos» que son. Ciertamente, existe una dosis de tales actitudes en el racismo imperante, en la defensa mezquina de privilegios, pero así y todo, acusar esta modalidad sin referirse al mundo que vivimos, que de algún modo compartimos, es como tirar la piedra y esconder la mano.

Porque los críticos también constituimos, formamos parte de ese sector de la humanidad, que goza, que gozamos (bien que en una medida las más de las veces muy parcial) nuestro «estilo de vida», a costa de los más despojados y del planeta.

Porque lo que no se puede es mantener el ritmo, la intensidad, el estilo de vida actual, la producción monstruosa de desechos, por ejemplo, la contaminación generalizada, sin la «generosa» contribución de las transnacionales, pero también de sus destinatarios. Es decir, de «nosotros». La crítica tiene que incluir al consumo.

Entonces, lo que debe acompañar a la crítica que han llevado con precisión, sitio por sitio, los activistas del TEC, es la asunción de que no podemos seguir viviendo como lo hacemos.

Sería nefasto creer que se trata sólo de quitar de en medio a los burócratas insensibles o a los capitalistas sedientos de oro y sangre, y que nosotros, «los buenos», podemos administrar amigablemente el mundo que habríamos heredado.

Nada sería más falaz y trágico.

Afortunadamente un par de pasajes del documento final : [1] «en defensa de la soberanía alimentaria, la agricultura familiar, el respeto a nuestras identidades y formas de organización y de vida» nos revelaría que el propio JET no se conforma con aquellas simplificaciones «depuradoras».

En primerísimo lugar, los que no pueden sostener su ritmo de vida son los países enriquecidos. Hay algunos analistas que estiman que deberían reducir a un 10% su consumo energético, que es como decir que deberían reducir sus costos y gastos en un 90%.

En los países periféricos, la merma es de otro orden, mucho menor, claro, puesto que son las privaciones de la periferia, en general, las que permiten los derroches y las comodidades del centro planetario.

Por eso, por ejemplo en Argentina, la merma que provocaría un ajuste del «estilo de vida» sería francamente menor, pero, sobre todo en las grandes ciudades, y particularmente en la capital federal, en su parte norte, también tendría efectos muy visibles semejantes tipo de decisiones, como, por ejemplo, la del decrecimiento.

Por eso, precisamente, me temo como improbable que tal asunción de responsabilidad se asuma. Los que tienen privilegios a menudo no se sienten privilegiados y aun si se sienten así, los defenderán a capa y espada.

Y tomo el ejemplo del JET porque su calidad manifiesta en el abordaje de las situaciones, resulta en una desvaída atención al abordaje de pasos concretos para enfrentar la ofensiva neocolonial.

Resulta significativo que, por ejemplo: «El objetivo del Juicio ético a las transnacionales […] que forma[n] parte del proyecto de «Resistencias populares a la Recolonización del Continente «, […] es para dar inicio a un proceso de contrajudicialización, tomando casos emblemáticos de algunas de las grandes corporaciones, y dando cuenta de las políticas públicas y privadas que favorecen este accionar, así como de sus responsables.» [2]

No es que la contrajudicialización no sea importante, política y pedagógicamente hablando. Entendemos que es, sí, un enfrentamiento, pero que el documento es mucho más lábil o pálido para enfrentar la problemática de la escasez de recursos generalizada y cómo enfrentarla. Difuso para visualizar opciones culturales y de vida cotidiana, que a todos nos atañen.

En una palabra, este tipo de encuentros también tendría que salir salir con opciones concretas. Como lo hace, por ejemplo, uno de sus coautores, «FM La tribu» en lo mediático; hacerlo, por ejemplo, en la cuestión alimentaria mostrando la opción de las redes de alimentos orgánicos y artesanales.

Tal vez porque nos cuesta tanto bajar de la teoría a la vida cotidiana, a menudo tenemos que oír a quienes temen que habrá que esperar grandes cataclismos para encarar cambios en las economías planetarias y en sus incidencias en nuestras vidas cotidianas. Es decir, terapias tardías. Porque toda constelación de poder y privilegios bloquea los cambios que le van a significar un despojo, una pérdida. No sólo los Kissinger del Primer Mundo; los grandes «forjadores» del desastre planetario, sino también los pequeños usufructuarios de la modernidad…

Pero el papel del pensamiento crítico tiene que ser, precisamente, abordar la cuestión lo más ampliamente posible. Sabedores que una media verdad puede resultar una gran mentira. O al menos que un planteo defectuoso de una cuestión puede alejarnos y no acercarnos a la superación del problema.

Una última observación, ésta sobre el «capitalismo verde» que es indudablemente una opción que también está a la ofensiva y con creciente presencia «cultural» y comunicacional.

El mismo día, precisamente, en que el JET difundió el fruto de sus encuentros, 29 de octubre de 2011, la «Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo» (de Tehuantepec, en el sur mexicano), UCIZONI, denunciaba un claro ejemplo de despojo y avasallamiento desde empresas, con las conocidas complicidades públicas, que se presenta como ecológica: se trata de un macroproyecto eólico en esa zona del istmo (seguramente muy favorable a energía producida por el viento).

UCIZONI detalla [3] que, por ejemplo, les fueron ocupadas sus tierras ancestrales, por «rentas irrisorias» y que, por ejemplo donde el ejido La Venta tenía en sus 1050 ha una producción anual de diez toneladas por ha, ahora existen únicamente aerogeneradores.

Entre otros, la panificadora industrial Bimbo ha encarado la construcción del Parque Eólico Piedra Larga, valiéndose de operadores priístas y matones para «persuadir» a los vecinos refractarios. La seguridad privada de las transnacionales corre por cuenta de una empresa local, Demex, que denuncian como mera filial de la hispanísima Renovalia Energy. Refinado significado el de su nombre. Con lo cual volvemos al esquema denunciado por el JET en multitud de ejemplos locales.

Los indígenas informaron que los ataques de Demex han contado con el apoyo de policías y camioneros y taxistas organizados en la CTM (Confederación de Trabajadores de México, la central sindical oficial).

Los pobladores han tenido actitudes diversas ante los envites de las transnacionales, algunos dispuestos a ceder y vender, otros a mantener su fuente nutricia, laboral, cultural, identitaria.

Lo que reclama la UCIZONI son estudios de impacto ambiental más serios, un esquema fiscal que obligue al pago de impuestos por el uso del suelo para energía eólica y el respeto a las decisiones autónomas.

Observemos que hasta energías sostenibles, en manos del capital se convierten en veneno y muerte para la humanidad; ¡qué pensar de industrias y energías directamente tóxicas!

A la vez, este ejemplo debe ponernos sobreaviso acerca de la necesidad de implementar este tipo de energías, aunque no bajo la supremacía de los poderes existentes.

Finalmente, puesto que considero que las observaciones precedentes no van contra el acierto del diagnóstico del JET, y que en todo caso procuran complementarlo, estoy enviando en corr-e separado mi adhesión a la Sentencia.


[1] «Sentencia final del Tribunal del Juicio Ético a las Transnacionales», 29 octubre 2011.

[2] Juicio Ètico a las Transnacionales. Pañuelos en rebeldía, 28 al 30 de octubre de 2011.

[3] «Exigimos cese persecución contra opositores al megaproyecto eólico del Istmo», 29/10/2011.

Luis E. Sabini Fernández es Periodista, editor e integrante de la Cátedra Libre de Derechos Humanos, Facultad de Filosofìa y Letras, Universidad de Buenos Aires.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.