Prontos a conmemorar un nuevo 24 de marzo, vale recuperar en el presente que esos problemas que hoy se acumulan y nos laceran, pobreza, indigencia, desempleo, subempleo, violencia social, entre muchos, tienen origen en la historia larga, pero muy especialmente en el tiempo fatídico de profundos cambios estructurales. En efecto, fue en torno al 76, aun antes y desde mediados de 1975, el país comenzó a mutar en lo económico, en lo político y en lo social.
Solo hay que pensar en las representaciones políticas actuales, totalmente disociadas de aquellas organizaciones políticas que protagonizaron el momento constitucional previo al golpe. La jerga cotidiana, no solo de los medios, remite a los nombres de la/os políticas/os y los referentes de las diluidas identidades partidarias actuantes. El presidente es Alberto y la vice es Cristina, los opositores son Mauricio, la Pato o Larreta, solo para mencionar algunas/os. Hacia los 60/70 y antes, claro, si bien existían matices y disputa por la hegemonía en los principales partidos políticos, no había dificultad para caracterizar y asociar a ciertas franjas sociales a esos principales partidos. El radicalismo recogía la impronta de la revolución del parque o la gesta de la reforma universitaria, entre otras muchas gestas empujadas por los sectores medios de la nueva burguesía local. El peronismo irrumpe con la movilización de las “masas populares” y su demanda por derechos sociales y laborales, incluso arrasando la tradición anarquista, socialista y comunista en el movimiento obrero. Antes, el socialismo y el comunismo ligan su tradición, principalmente en la cultura política de la inmigración y un horizonte de revolución social. Existe hoy una individualización y profesionalización de la política.
Antes del 76 se reconocía al tiempo constitucional como el del desarrollo del mercado interno y, por ende, con conflicto, los intentos de “pactos sociales” que asegurarían ganancia y salario, sustento de políticas desarrollistas, con industrialización protegida y consumo de masas. Ese programa e imaginario terminó en el 75/76 y se inició una nueva etapa de “aperturismo”, un remedo del proyecto de la generación del 80 del Siglo XIX, pero ahora en el marco de una creciente mundialización y transnacionalización del capital más concentrado actuante en el país. No solo aconteció durante la genocida dictadura, sino que se proyectó en el tiempo futuro. La liberalización de los 90 concretó el proyecto del 75/76 y tuvo sus rondas de recreación estructural, más allá de atenuaciones temporales, con sucesivas medidas que consolidaron el modelo de inserción subordinada de la Argentina en el sistema mundial.
Todo intento a contramano de esa tendencia estructural desde 1983 solo pudo morigerar esa mutación estructural, no revertirla ni transformarla en un sentido favorable a la mayoría social. Es importante rescatar esos momentos, sin embargo, el límite estuvo en contenerse en la crítica al orden emergente, “neoliberal”, sin cuestionar las premisas estructurales del orden capitalista. Existe similitud esencial con el acontecer regional y por eso el límite de la experiencia de cambio político en Sudamérica en los primeros años del Siglo XXI.
No solo hubo cambios en las relaciones sociales locales, sino que Argentina mutó su relación con el mundo, siendo parte de la ofensiva capitalista contra los derechos laborales y previsionales, modificando el patrón productivo para ofrecerlo al sistema mundial, incluso produciendo sin objeto de consumir localmente, especialmente en el modelo de la producción primaria para la exportación, sea soja, hidrocarburos, oro, o de bienes industriales ensamblados con destino al mercado mundial. Un mecanismo privilegiado para esa transformación provino del endeudamiento externo y la adecuación de la legislación y el régimen financiero y de inversiones externas para favorecer la circulación y movilidad del capital especulativo.
Por eso aludimos a un cambio integral, de modificación de las relaciones sociales de producción para hacer más regresivo al capitalismo local, en sintonía con lo nuevo que se inauguraba en el mundo, especialmente ratificado con la ruptura de la bipolaridad mundial en la última década del Siglo XX. Se sepultaba el sueño de la autonomía para el desarrollo capitalista, siempre irreal e imposible, mucho menos en un tiempo de extensión universal de la dominación del capital en sus manifestaciones transnacionales.
Maia y los millones de empobrecidos
Esos cambios estructurales explican el desempleo elevado del 2001 y el actual; los datos de la pobreza y la indigencia de hace dos décadas y de ahora. La coyuntura nos devuelve la crudeza de la situación de miseria de una menor, Maia, condición de vida de casi 60% de pobres entre los menores en la Argentina. Por eso aludimos a una realidad lacerante, la de Maia, que es la de millones de menores y de personas, de familias, de una situación que no empezó ahora por la pandemia, ni en el último turno de gobierno, sino que se trata de un problema estructural que arrastra casi medio siglo. Las tasas de pobreza de un dígito quedaron allá lejos. El tiempo nuevo construido por casi medio siglo es de creciente desigualdad y de una voluntad hegemónica por exportar (fugar) el excedente económico generado en el país.
¿Qué hacer para que no haya Maia y muchas/os similares? La respuesta hegemónica es invertir, favoreciendo la dinámica de inversión y desde ahí, con crecimiento derramar al conjunto social. Una gran falacia. Solo restaría decir que quienes invierten priorizan el uso del excedente económico en la fuga de capitales. La fuga es el pago de la deuda externa (renta financiera de los inversores de capital), las remesas de utilidades al exterior (renta por capitales invertidos en la producción y los servicios locales) y la constitución de activos en el extranjero (compras de propiedades o de títulos y bonos en el exterior, incluso billetes en el país). Es lo que denunció el BCRA respecto de los recursos ingresados desde el exterior durante el gobierno Macri. Mientras ingresaban los fondos del FMI, por una puerta giratoria se remitían al exterior esos mismos recursos. Esa lógica por ingresar dólares o divisas y favorecer su salida es lo que hace inestable al capitalismo local, con el sello de la inflación que lo diferencia de la mayoría de los países de la región y del mundo. El problema, dicen, es la baja productividad del trabajo que impide la competitividad local en el capitalismo mundial. Claro, si el excedente se fuga resulta imposible un proceso de mejora e innovación tecnológica y de adecuada formación de la fuerza laboral para esa expansión y desarrollo científico tecnológico orientado al incremento de la productividad del trabajo.
La lógica de la dominación y su reproducción es la “fuga” de capitales y por ende la acumulación en el sistema mundial. Esa es la especificidad local respecto de otros territorios, donde la dinámica mundial no anula la reproducción de la acumulación local. De nuevo, el argumento es a favor de las ganancias, ya que se insiste que el problema es el costo laboral elevado, especialmente a la hora de despedir. La solución sería entonces, bajar salarios y el costo asociado a la contratación y despido de trabajadoras y trabajadores. Qué eso lleva a peores condiciones de vida e incluso incrementar la miseria, la pobreza, la indigencia, el desempleo, el subempleo o la precarización laboral, no ingresa en el razonamiento de la “modernidad” de un pensamiento hegemónico. Un pensar estimulado desde los principales medios de comunicación, con argumentos académicos que replican la razón empresaria para ganar en sentido común de la población.
Superar la conmemoración de aquel momento de inflexión en la organización económica de la sociedad argentina y contribuir a la gestación de un proyecto más allá de las fronteras para constituir un imaginario de recuperación de la independencia y la solidaridad entre pueblos hermanados, requiere de una profunda crítica de nuestro presente y la historia reciente en el país y en la región. Es una tarea nacional y de articulación regional por otro mundo y distinto modelo productivo y de desarrollo.
Frenar la tendencia a la fuga de capitales supone denunciar el carácter ocioso de la deuda con el FMI y con ello modificar la gestión del endeudamiento, suspendiendo pagos y auditando con participación popular la deuda externa desde los tiempos del genocidio dictatorial. Empezar por la deuda y reorganizar la economía, los que supone mutaciones esenciales en las relaciones sociales de producción, especialmente en las relaciones de propiedad. El acceso a la tierra está en la primera consideración de cualquier transformación económica y social. La matriz productiva debe asociarse a la satisfacción de las necesidades del conjunto social y no orientadas por la generación de excedente con destino al sistema mundial.
Si en marzo del 76 o en torno a esa fecha se estructuró el tiempo fundacional de estos lacerantes tiempos, es hora de gestar las condiciones de posibilidad para una refundación pensada en la solución de problemas creados por el orden social derivado de aquellos años de fuego, los que ganaron en sentido común y transformaron la economía, la política y la sociedad.
Julio C. Gambina. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.