Aunque la principal explicación de la derrota del gobierno radica en la dificultad para lograr una recuperación socioeconómica, la oposición tuvo la inteligencia de mantener la unidad, logró ampliar su coalición e interpretar el clima de malestar. Con eso fue suficiente en un país que vota más por rechazo que por adhesión.
La contundencia de la derrota oficialista –la extensión nacional de una caída que no deja a nadie a salvo– habla en primer lugar de un voto castigo al gobierno, del que la pandemia apenas funciona como atenuante: aunque el sentido común sugiere que los oficialismos parten en desventaja, los datos globales indican que no es así, que no necesariamente quien gestiona bajo las condiciones imposibles del coronavirus está condenado a perder (algo que por otra parte demostraron las elecciones provinciales realizadas hasta ahora) (1). Tan absoluta fue la derrota que la coreografía del bunker del Frente de Todos no dio ni siquiera para cumplir con el protocolo de rescatar el buen resultado en algún distrito singular y felicitar al ganador: no hubo ni Perico. Y esto por motivos nada misteriosos: la sociedad está destruida, la economía sigue estancada, la inflación altísima y los salarios lejos de los precios.
Este es el núcleo de la explicación: cualquier análisis debe comenzar por registrar que el gobierno enfrentó la pandemia con responsabilidad y que logró desplegar un plan de vacunación masivo, pero que no consiguió impulsar una recuperación socioeconómica a la altura de las demandas de la sociedad.
Quizás también equivocó la táctica. Es fácil decirlo ahora, pero parece evidente que la decisión de descartar una lista de notables integrada por los diferentes sectores de la coalición (Santiago Cafiero, Malena Galmarini, etc.) y proponer postulantes desconocidos en la provincia y la Capital era una apuesta demasiado riesgosa a la popularidad de un gobierno que –hoy lo sabemos– es muy impopular. Los candidatos importan, incluso en una elección legislativa, incluso en una pandemia, porque de otro modo se sobreexpone al que los elige: el poder destructivo de la foto de Olivos no fue solo su capacidad de despertar en cada uno de nosotros el recuerdo de las cosas que perdimos en el fuego, sino que hizo imposible desviar la atención a otro lado. Si el candidato es el gobierno, y es el mismísimo presidente el que rompe la cuarentena, el efecto es dinamita.
La oposición se movió con astucia. Por más que el peso explicativo descanse sobre todo en los errores del gobierno, también cabe registrar los aciertos opositores (explicar al no peronismo, esa tarea a la que el peronismo le sigue escapando hasta que le explota en la cara). El primero de esos aciertos es la capacidad de Juntos por el Cambio de preservar la unidad más allá de las internas y las tensiones. Luego del largo ciclo de derrotas iniciado en 2003, de los intentos por construir coaliciones progresistas alternativas al kirchnerismo o explorar alianzas contra natura al estilo Victoria Donda-Alfonso Prat Gay o Alfonsín-De Narváez, los huérfanos de la política de partidos entendieron dos cosas: que la única forma de ganarle al peronismo es no dividirse y que esa victoria se busca por derecha.
Los huérfanos de la política de partidos entendieron dos cosas: que la única forma de ganarle al peronismo es no dividirse y que esa victoria se busca por derecha.
Como el peronismo con la construcción del Frente de Todos, la dirigencia opositora aprendió del pasado y encontró en Juntos por el Cambio –es decir en la suma algebraica de macrismo más radicalismo– el dispositivo para ganar, perder y volver a ganar. Cruzados por mil rencores, odiándose incluso, los líderes de la coalición exhibieron una organicidad que confirma que no son un grupo de improvisados sino un conjunto de políticos profesionales: veamos sino el prende y apaga al que sometieron a Mauricio Macri, que cuando comenzó la campaña había sido desterrado a un cómodo exilio europeo y que, frente a la necesidad de recuperar un discurso más duro, fue recuperado para el tramo final (“Nuestro presidente”, lo presentó en el acto de cierre Rodríguez Larreta, reconociendo tanto la jerarquía como el dolor de ya no ser: Macri ya no es presidente y Larreta no dijo “nuestro futuro presidente”). Pero estaba ahí, cumpliendo su rol en un festejo sin globos.
También tuvieron reflejos. Bajo la conducción larretista, la campaña opositora había comenzado en el tono moderado y municipalista que el jefe de gobierno cultiva como contraste con el Macri intenso pos-Marcos Peña, hasta que el ascenso de Ricardo López Murphy en la interna porteña y el crecimiento veloz de Javier Milei forzaron un rápido cambio de estrategia, que concluyó con un rush de súbita trumpización: abrazos con Patricia Bullrich, rentrée estelar del ex presidente y la propuesta final de eliminar las indemnizaciones por despido.
Además, en contraste con un Frente de Todos que ofreció a la sociedad una propuesta idéntica a la de 2019, confiando en que la fórmula era tan buena que no merecía innovaciones o añadidos, que no había ni siquiera que revisarla, Juntos por el Cambio opuso una coalición ampliada, que en los casos de la Ciudad (con López Murphy) y la provincia (con la gran performance de Facundo Manes) resultaron claves para garantizar el triunfo. Supo aprovechar la ventaja institucional de las PASO para estirar sus fronteras y asegurarse victorias también en Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos.
Pero más allá de las tácticas electorales, del minuto a minuto de los “tonos” y de la dimensión ingenieril de las alianzas, ¿la oposición ofreció algo nuevo, una promesa de futuro, una luz ideológica, un clivaje innovador? Mi impresión es que no, salvo quizás por una cosa: la idea de que el gobierno descuidó la educación suspendiendo la presencialidad durante demasiado tiempo penetró en todos los sectores sociales y supo ser explotada a fondo por un Rodríguez Larreta que convirtió a las “escuelas abiertas” en uno de los ejes de construcción de la diferencia política, por ejemplo contratando servicios de limpieza de madrugada para que hoy los colegios porteños funcionen normalmente. Sin entrar en discusiones epidemiológicas acerca del acierto o no de la decisión, resulta obvio que el gobierno nacional no supo medir el colapso familiar de los chicos rebotando de sillón en sillón, ni contempló en toda su dimensión la necesidad de los padres de salir a trabajar, la locura de los Zoom, la angustia universal del con quién los dejo.
Concluyamos.
¿Qué nos dejan las PASO, además de la certeza de que los argentinos seguimos procesando nuestras diferencias de manera democrática? Tal vez la idea de una cierta normalización del sistema político en torno a dos coaliciones ideológicamente diferenciadas, el viejo sueño torcuatoditelliano hecho realidad. Quizás porque venimos de años de partidos gelatinosos y plasmáticos, que se reorganizaban casi desde cero ante cada elección, nos sorprende algo que podría ser visto como totalmente lógico: que para castigar al oficialismo la sociedad se incline por la principal fuerza de la oposición, que justamente por eso se mantiene unida.
Pero también fue una elección apática, en la que el componente negativo del voto se impuso sobre el positivo. Y no es la primera vez. Tan inesperado como el de ayer, el triunfo del Frente de Todos de hace dos años puede ser leído hoy menos como el resultado de la adhesión entusiasta a un proyecto político que como el castigo necesario a un gobierno fracasado. Esta vez pasó lo mismo: el principal acierto de la oposición fue estar ahí, en el lugar indicado en el momento justo, y tratar de no equivocarse. Lo consiguió, y con eso fue suficiente para imponerse en la Argentina de los rechazos cruzados.
Nota:
1. https://www.cenital.com/los-oficialismos-tambien-ganan-en-pandemia/
Fuente: https://www.eldiplo.org/notas-web/la-argentina-de-los-rechazos-cruzados/