Analizar la campaña electoral a solo horas de las elecciones presidenciales es un ejercicio habitual para quienes estamos pendientes del futuro que se avecina en nuestro país. Por cierto, eso no significa que estemos en condiciones de predecir, con cierto grado de certeza, lo porvenir. Maravilloso sería contar con ese tipo de «dones», pero ya […]
Analizar la campaña electoral a solo horas de las elecciones presidenciales es un ejercicio habitual para quienes estamos pendientes del futuro que se avecina en nuestro país. Por cierto, eso no significa que estemos en condiciones de predecir, con cierto grado de certeza, lo porvenir. Maravilloso sería contar con ese tipo de «dones», pero ya sabemos que los humanos, en el mejor de los casos, solo podemos guiarnos por la razón qué, por otra parte, no siempre está en condiciones de efectuar un diagnóstico preciso. Sin embargo, tampoco es cuestión de menoscabar el ejercicio reflexivo como método eficaz para llevar destellos de luz ante la oscuridad que suele envolver al incierto futuro.
Evidentemente, un atisbo de lo que podrá suceder nos lo brinda, en ciertos aspectos, la trayectoria de los candidatos, sus propuestas -cuando las hay obviamente-, los pensamientos esbozados o materializados durante su condición de funcionarios y sus conductas en relación con lo público. Es precisamente en base a estas condiciones que resulta casi incomprensible que los ciudadanos de la Ciudad de Buenos Aires hayan erigido, a lo largo de estos últimos años, como líder político a, nada menos que, Mauricio Macri. Hecho que por cierto ha posibilitado que hoy aspire a ocupar el cargo de presidente de la república. No obstante, esas son las reglas de la democracia y todos, sin excepción, debemos someternos a sus dictados, más allá de nuestras simpatías o atributos que supongamos deba poseer quien aspire a semejante función.
Lo concreto es que, aun soslayando los más de 200 procesamientos judiciales que pesan sobre el mentado Jefe de Gobierno, las notorias sub-ejecuciones presupuestarias que caracterizan a toda su gestión, los magros presupuestos destinados a áreas claves como salud y educación, su reiterada negativa a urbanizar los barrios más precarios de la capital, su política de endeudamiento sistemático, su marcada predisposición al autoritarismo evidenciado a través de los más de un centenar de vetos a las leyes sancionadas por el Parlamento de la Ciudad; sin mencionar el desconocimiento absoluto que manifiesta no ya por el saber político; sino por interiorizarse de lo que acontece en la misma ciudad en que gobierna, causa prima facie un justificado escozor el mero hecho de considerar que estamos hablando de uno de los potenciales presidenciables en la Argentina.
Ahora bien, se podría sostener que es el candidato más representativo de la derecha y por ello lo votan, y sin duda que esto es así. Lo que de todas maneras deja traslucir el grado de decadencia y de mediocridad en que ha caído el conservadurismo político argentino que si bien, siempre supo estar en las antípodas de las necesidades populares, ha tenido otrora dirigentes muchos más hábiles y capaces -obviamente, dentro del marco de su ideario- de exteriorizar algunas propuestas.
Por suerte, y esperemos que así sea, el porcentaje de votos que podría llegar a obtener, conforme a las encuestas que circulan en la actualidad, resulta insuficiente para que acceda a la «Casa Rosada»; sin embargo el número que se estipula (alrededor del 29%) es demasiado abultado en relación con la «aptitud» y los procesamientos judiciales que recaen sobre la cabeza del candidato. Es verdad que los medios de comunicación dominantes han sabido blindar la figura de Macri para que no decayeran sus posibilidades (ver: nota. Macri su pacto con los medios y las intencionalidades de la oposición. 15/05/2013)); sin embargo, y deducidos aquellos que sufragan con «conciencia de clase», el porcentaje de sus posibles votantes está indicando que no son pocos los incautos que elegirían al líder del Pro como futuro presidente. Y es ahí, donde se observa cierto déficit en la conciencia ciudadana que no debería traducirse en elegir a tal o cual candidato, sino en emitir un voto que se corresponda con determinados valores: democráticos, sociales, políticos, morales y lo más lógico aun, con sus intereses. Sin embargo, resulta extraño y poco estimulante en realidad, observar como algunos ciudadanos votan a sus representantes prescindiendo de estas consideraciones y luego ni siquiera se interiorizan de cómo llevaron a cabo la función por la cual ellos lo han elegido.
Una muestra de lo que estamos diciendo aconteció en el año 2009 cuando en las elecciones legislativas Francisco De Narváez derrotó a Néstor Kirchner por una diferencia de dos puntos y posteriormente, una vez consagrado diputado nacional, solo asistió a poco más del 40% de las sesiones. La misma situación se repitió con uno de los actuales presidenciables, nos referimos a Sergio Massa. Calificado por los medios como el gran ganador de las elecciones del año 2013 y una vez electo se encargó de brindar sólidos ejemplos de cómo no concurrir a las sesiones y, no obstante, cobrar la dieta. Lo tragicómico es que ahora en uno de sus spots de campaña se lo escucha decir: «vamos a terminar con los vagos».
Sería más decoroso que primero asista a las sesiones y a trabajar en las comisiones de la Cámara de diputados para, entonces sí, gozar de un mínimo de autoridad moral para realizar esta clase de afirmaciones. Claro que mucho más preocupante es su otro spot de campaña donde al mejor estilo de estrella hollywoodense nos anuncia su declaración de guerra al narcotráfico.
Sin duda las guerras no son el mejor remedio para poner fin a los flagelos y mucho menos cuando el supuesto enemigo no se encuentra específicamente visibilizado. Así nos anticipa que recurrirá a las fuerzas armadas (cosa prohibida por nuestra legislación) en su propósito de combatir a un presunto enemigo no identificado (esto es, invisible). Colocando, de esa manera, bajo sospecha a todos los habitantes; pues, un enemigo sin rostro puede adoptar el de cualquiera de los transeúntes y dar lugar, de esa forma, a un estado pre-militarizado. Lo que puede derivar en situaciones catastróficas para el país y para la paz de la república. Los ejemplos de México y Colombia son harto suficientes para no intentar emularlos. Sin embargo, con un mero propósito electoralista, y sin reparar en las consecuencias, se agita la consigna de «la mano dura» que ha demostrado ser un categórico fracaso en donde se implementó. Dejando tras de sí un tendal de víctimas y heridos, la ruptura de la cohesión social, el desmembramiento de parcelas de territorios nacionales, el auge de la corrupción y todo ello sin lograr debilitar en lo más mínimo las estructuras delictivas que, por el contrario, incrementaron la rentabilidad de sus negocios.
No es, obviamente, la primera oportunidad en que el candidato en cuestión hace gala de «la política del garrote»; ya en materia de legislación penal realizó una cruzada a favor del aumento de las penas. A pesar que desde el siglo XVIII y gracias a Cesare Beccaria sabemos que la prevención de los delitos no reposa en la severidad de las penas, sino en la certeza e inmediatez con que se actúe y se impongan las mismas. Y esto depende no de la pena en sí; sino de las instituciones que deben velar por la seguridad de las personas (Policías) como de la celeridad de los órganos judiciales al momento de impartir justicia. La ilusoria creencia de que aumentando las penas se terminan los delitos es un fiel reflejo del pensamiento mágico; pensamiento que por otra parte trae como corolario la implementación de políticas erróneas que terminan agravando el estado de cosas dado.
Hasta aquí dos de los candidatos que pugnan por entrar al ballotage; el tercero en cuestión y que encabeza las encuestas, es el candidato del FPV, Daniel Scioli. Poco se puede hablar de lo que hará Scioli de llegar a la presidencia, es cierto que su gestión como gobernador está lejos de ser calificada como brillante. No obstante, todo indica que seguirá los pasos trazados durante estos años por el Frente para la Victoria.
Sin embargo, tiene una ventaja superlativa respecto a los otros candidatos y es que al tratarse del candidato oficial, juega en su beneficio los significativos logros que el kirchnerismo realizó a lo largo de todos estos años. Por ende, más allá de las legítimas dudas que uno puede depositar sobre la figura de Daniel Scioli; no es menos cierto que un voto de apoyo a su candidatura representa esencialmente la aprobación, en términos generales, de lo ejecutado por «el peronismo del siglo XXI», como gusta llamar Aníbal Fernández a la gestión kirchnerista.
Sin duda que no se trata de un apoyo incondicional, al fin y al cabo «la legitimidad de origen», no trae necesariamente aparejada la «legitimidad de ejercicio». Ésta se logra con políticas que satisfagan las necesidades populares, con la defensa de los intereses nacionales, con el fortalecimiento del Mercosur y Unasur herramientas éstas indispensables para proteger los intereses de la región y concomitantemente los intereses de nuestro país. Sintetizando: la legitimidad se obtiene con el respaldo popular; respaldo que, por otra parte, el kirchnerismo supo ganarse durante el ejercicio de sus mandatos.
Así llegamos al 25 de octubre. Las posibilidades están a la vista, el pueblo ha de decidir quién rige los destinos de la Argentina en estos próximos 4 años. Y nada menos que este domingo se develará la incógnita.
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