El Congreso aprobó por amplísimo margen la recuperación de YPF. Y la presidenta la promulgó de inmediato. Este resultado hay que consolidarlo, porque Repsol, otros inversores y sus voceros en el país no se resignarán. Orgullosa de su iniciativa y de la victoria conseguida por sus diputados y aliados, conducidos por Agustín Rossi, la presidenta […]
El Congreso aprobó por amplísimo margen la recuperación de YPF. Y la presidenta la promulgó de inmediato. Este resultado hay que consolidarlo, porque Repsol, otros inversores y sus voceros en el país no se resignarán.
Orgullosa de su iniciativa y de la victoria conseguida por sus diputados y aliados, conducidos por Agustín Rossi, la presidenta subrayó que la ley de nacionalización de YPF se había conseguido con un margen tan amplio como no se había conseguido desde 2003.
Y no exageraba. El 81 por ciento de los diputados votó por la afirmativa, al cabo de 21 horas de arduo debate, en dos días de sesiones. En números absolutos fueron 208 legisladores los que levantaron la mano a favor de los intereses nacionales, con la columna vertebral del Frente para la Victoria pero también de aliados de centroizquierda (Nuevo Encuentro), el FAP, Felipe Solá y desprendimientos del Frente Peronista.
En el acompañamiento de la iniciativa kirchnerista hizo un aporte significativo la UCR, exceptuando a Oscar Aguad y dos correligionarios que se ausentaron a la hora de votar y de otro que lo hizo por la negativa junto al PRO y legisladores afines como Patricia Bullrich.
Se podía intuir, y lo había mostrado en el Senado, que los del FAP, aún con críticas y refunfuños, iban a acompañar en general. Así lo hicieron. Toda esa cosecha de votos propios y de aliados, más los de habituales adversarios que esta vez entendieron que se trataba de una cuestión de Estado, explica que el volumen de votos afirmativos llegara a 208. Y que, a la inversa, se achicara el espectro de quienes optaron por permanecer en la vereda de enfrente, aún en esta sensible y racional cuestión. Apenas 32 diputados se atrincheraron junto a los intereses de Repsol, a los que habría que sumar las 5 abstenciones y algunas ausencias.
A ese resultado favorable, en el barrio, la cancha y también en la política se le llama goleada.
Y no se trata de una cuestión futbolística. Es una pulseada política ganada con amplitud y buenos argumentos por el ancho campo nacional, popular y democrático en un asunto estratégico como el hidrocarburífero, del petróleo y el gas.
El 81 por ciento de los diputados se alineó en la misma forma que deseaba la mayoría de la población. Debe ser una de las pocas veces que la correlación de fuerzas en el Congreso coincide en forma casi matemática con la opinión de los argentinos. Alrededor del 80 por ciento de los encuestados se manifestaba en los días previos a favor de esa importante recuperación, con mayor o menos conocimiento de causa.
Para esa amplitud y despliegue colaboró también en esta oportunidad la presidenta y su corriente política, que presentó su iniciativa no como propia o partidaria sino explícitamente nacional, convocando a los distintos partidos a debatirla y compartirla. En sus alocuciones al presentar la idea el 16 de abril, luego de las aprobaciones en Senado y Diputados, y al anunciar la promulgación, el 4 de mayo, Cristina Fernández agradeció a la oposición. Tuvo el tono de una estadista y no de la presidenta del 54 por ciento. Tendió su mano al 100 por ciento y se la estrechó el 81 por ciento, un éxito extraordinario que será difícil se repita en asuntos más domésticos y polémicos.
Los amigos de Repsol
«Nunca falta un buey corneta cuando un pobre se divierte», dice el tango. Y cuando la mayoría del pueblo y sus representantes parlamentarios festejaban afuera y adentro del recinto, el jueves 3, la derecha quiso arruinar el festejo. Lógico, para ellos no era fiesta sino velorio. Parecían accionistas o consultores de Repsol, como Alberto Fernández. Ellos se fueron a casa derrotados, con el ánimo por el piso. Tuvieron el fin de semana para recuperarse y dar entrevistas a Joaquín Morales Solá y Nelson Castro en TN, a Jorge Lanata y hacer declaraciones a Clarín y La Nación.
La derecha perdió no sólo la votación, eso le puede ocurrir a cualquiera. Lo peor es que sufrieron una paliza política porque se quedaron sin argumentos.
Habrá que convenir que ni el más capacitado cuadro político de esa oposición, caso de Federico Pinedo, del PRO, podía evitar ese resultado adverso.
Dijeran lo que dijeran los diputados macristas, estaban defendiendo el interés del capital extranjero por sobre el nacional. Y eso no tiene arreglo. Es una mochila de plomo a esta altura del siglo XXI, con la nefasta experiencia de los gobiernos neoliberales y privatizadores del Consenso de Washington, el crac de Argentina en 2001 y el panorama que se vive en Europa por motivos similares.
Claro que la iniciativa gubernamental tenía sus límites, al afectar sólo al 51 por ciento de Repsol y no al resto de los accionistas; el Grupo Petersen debió ser parte de la recuperación. Otra materia opinable, si esa mayoría del paquete debía ser sólo de la decena de provincias petroleras o bien pertenecer al conjunto. Y así de seguido.
Pero el PRO y sus aliados conservadores hicieron hincapié en que la expropiación era una mala política porque espantaba la inversión extranjera. Según esta visión tan empapada por la lente de la Bolsa de Comercio, se afectaba la seguridad jurídica, un latiguillo de todos los que piensan en términos de multinacionales. En regla con Madrid, esos detractores deploraron el procedimiento para expropiar, considerándola una confiscación sin pago de indemnización. Faltaron a la verdad: la ley dice que se pagará un precio justo estimado por el Tribunal de Tasación.
Hubo algunas desprolijidades en el trámite de expropiación, pero si el mismo se demoraba, tan al estilo de la justicia argentina, cuando -después de varias semanas los interventores pudieran acceder a las oficinas de Puerto Madero- no habrían encontrado ni una silla.
La derecha pintó un escenario casi delictivo con la recuperación. Debería recordar que la sesión para la privatización del gas, en el menemismo, se hizo con diputruchos y se votó un proyecto redactado antes en inglés por el Banco Mundial. En cambio el 2 y 3 de mayo hubo discursos con sustancia, una buena ley, perfectible, y muchas banderas argentinas y escudos de YPF.
Larga marcha
No vaya a creerse que con la promulgación de ley ya se asegurará la soberanía energética, pues los enemigos de afuera y de adentro extremarán sus recursos para poner palos en la rueda.
El frente más beligerante tiene por abanderado a Repsol y el gobierno de Mariano Rajoy, con el apoyo político de la Unión Europea. Son potencias decadentes y con graves dificultades económicas, pero por eso mismo pueden oponer una resistencia más encarnizada.
Estados Unidos, si bien hasta ahora no tomó posición pública muy explícita, es esperable que vaya avalando más los reclamos madrileños. La esencia del imperio no se modifica, por más que en sectores del gobierno argentino se sueñe con su neutralidad. No la tiene en este asunto ni en otra cuestión vinculada: Malvinas.
En lo relativo a las islas, los británicos no están dispuestos a ceder ni un tranco de pollo. Se indignaron con una módica intervención de la embajadora, Alicia Castro, que puso en apuros al canciller inglés William Hague por su nula disposición al diálogo.
Y también pusieron el grito en el cielo por el excelente video del atleta argentino en Malvinas que dice «entrenamos en suelo argentino». La jauría de los gobernantes británicos y representantes kelpers fue tan ruidosa que pareció que en vez de un spot les hubieran arrojado un misil.
Clarín y La Nación reaccionaron frente a los dos hechos (embajadora y video) con la lógica del Thámesis y no del Río de la Plata. Del Foreing Office y no del Palacio San Martín.
Otro tanto hicieron respecto a la nacionalización de YPF. Desairados por una iniciativa que contó con tanto apoyo social y político, no tuvieron mejor idea que afirmar, en forma absolutamente irresponsable, que el bloque radical había sido comprado con cargos en Diputados. Morales Solá lo escribió en «La Nación» y provocó el enojo del jefe de esa bancada, Ricardo Gil Lavedra.
«La victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana» se le atribuye haber dicho a Napoleón. Siendo opositor acérrimo y pro-monopolios, el columnista de aquel matutino no se quiere hacer cargo de la parte su ya del traspié. Y como no tiene una explicación política, apela a las calumnias. Todo sería una compra-venta de la «caja K». ¿No se le ocurre pensar que el radicalismo no podía dejar de votar esa norma legal, siendo que gobernaba en 1922 cuando se creó YPF?
El cronista, por lo expuesto en esta nota y anteriores, está feliz por la ley de nacionalización, pero tiene tres observaciones críticas.
Una, que hayan comenzado entrevistas con ejecutivos de Exxon, Chevron y otras multis para proponer asociación con YPF. Con PDVSA y Petrocaribe sería otra cosa.
Dos, que el mensaje de la presidente advirtiera a los obreros petroleros que no pueden hacer ni un minuto de paro, cero conflicto laboral, por la importancia de la empresa. Esto no es «profesionalidad» pues suena a extorsión contra el mundo del trabajo.
Y tres, que se haya nominado como gerente general a Miguel Galuccio, un ejecutivo que hace 15 años trabaja en el exterior para multinacionales como Schlumberger. ¿No había ningún político nak&pop que tuviera conocimientos técnicos en la materia? ¿Por qué no un economista y militante como Axel Kicillof?