Un poco de historia Es un clásico lugar común del peronismo el de sostener que el marxismo «no entiende la cuestión nacional», con el objetivo de combatir el trotskismo que promueve la lucha de clases «contra la unidad nacional». En «Marx y América Latina», José Aricó, a la búsqueda de las razones de la incomprensión […]
Un poco de historia
Es un clásico lugar común del peronismo el de sostener que el marxismo «no entiende la cuestión nacional», con el objetivo de combatir el trotskismo que promueve la lucha de clases «contra la unidad nacional».
En «Marx y América Latina», José Aricó, a la búsqueda de las razones de la incomprensión de la figura de Bolívar por Marx, desmonta el prejuicio vulgar de que Marx era un eurocentrista que no entendía nada del problema colonial y de la periferia del capitalismo, tomando especialmente sus escritos sobre Irlanda, así como el interés de Marx por Rusia.
Y es frente al tratamiento de la cuestión irlandesa que Marx hace un giro más claro en la cuestión de las nacionalidades oprimidas. En 1867 Marx escribe a Engels sobre la cuestión irlandesa, planteando el programa que la clase obrera inglesa debe defender para Irlanda:
«¿Qué consejo debemos dar nosotros a los obreros ingleses? A juicio mío, deben hacer la ruptura de la Unión (se refiere a la Unión Anglo-Irlandesa impuesta por la fuerza) un punto de su declaración (…) Lo que necesitan los irlandeses es:
1. Autonomía e independencia con respecto a Inglaterra.
2. Una revolución agraria. Los ingleses, con la mejor voluntad del mundo, no pueden hacer esta revolución por los irlandeses, pero pueden darles los medios legales para que la hagan ellos mismos.
3. Tarifas proteccionistas contra Inglaterra. Desde 1783 hasta 1801 prosperaron todas las ramas de la industria irlandesa. La Unión, que abolió todos los derechos proteccionistas, establecidos por el Parlamento irlandés, destruyó toda actividad industrial de Irlanda…»
Marx consideraba que la principal tarea de la I Internacional era acelerar por todos los medios la revolución en Inglaterra, porque era el único país en el cual el capitalismo había desarrollado con cierto grado de madurez las condiciones para un revolución proletaria.
Marx consideraba que Irlanda era el baluarte de la aristocracia terrateniente inglesa, la burguesía tenía el mismo interés que la aristocracia en «transformar Irlanda en un pastizal» y el secreto de la impotencia de la clase obrera inglesa estaba dado por la división del proletariado entre irlandeses e ingleses en todos los centros industriales británicos.
Aquí es importante destacar que para Marx la lucha del pueblo irlandés no es contra el feudalismo superviviente, sino contra un capitalismo degradante, asentado en la alianza reaccionaria de la aristocracia terrateniente y la burguesía inglesas, que se benefician ambas, por motivos distintos pero convergentes, de la concentración de la tierra en manos inglesas.
La situación colonial no aparecía para Marx como la posibilidad de un futuro desarrollo regenerativo de una estructura rezagada (como pensaba Marx para la India), sino como la perpetuación del atraso del país, anticipándose en esta cuestión a la teoría del imperialismo, formulada casi medio siglo después por Lenin.
En este contexto, la emancipación de Irlanda se transformaba en condición indispensable para la revolución proletaria en Inglaterra, tanto por el golpe que significaría para las clases dominantes inglesas, como por el hecho de que para el proletariado inglés, luchar por la emancipación de Irlanda era asumir una posición independiente de su propia clase dominante.
Estos puntos de vista de Marx mantienen relación con su concepción de la revolución permanente. Para Marx, la revolución permanente era la bandera con que el proletariado debía intervenir en las revoluciones burguesas para llevarlas más allá de los límites que imponía la misma burguesía, con una política proletaria independiente para avanzar hasta donde fuera posible en las condiciones de su propia emancipación. Esa fue la famosa «fórmula cuarentaiochesca».
Pero con su política para Irlanda, Marx complejiza la cuestión al ligar esa conquista de la «posición independiente» de la clase obrera con la lucha por la emancipación nacional y la revolución agraria en Irlanda en oposición al capitalismo inglés.
De esta forma, Marx sentó las bases de un problema capital y de principios para el marxismo, que luego fue tergiversado y/o ignorado por la socialdemocracia en su desbarranque oportunista. Contra ésta, Lenin planteaba en 1916 que las tareas del proletariado de los países imperialistas (respecto del problema colonial) son las mismas que las del proletariado inglés respecto a Irlanda en el siglo XIX, en su conocido trabajo sobre la revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación. A su vez, sin llegar a comprimir la revolución democrático-burguesa y la proletaria en un proceso «continuo» (o permanente en uno de los aspectos planteados luego por Trotsky), la lucha nacional se entrelaza con la perspectiva de la revolución proletaria, a través de dos formaciones histórico-sociales distintas pero unidas bajo la bota de la principal potencia capitalista de su tiempo.
La Tercera Internacional planteó la unidad entre la lucha de la clase obrera contra la burguesía en los países metropolitanos y la de los pueblos oprimidos contra el imperialismo. Sobre la base de la experiencia de la revolución china, Trotsky fue mucho más allá, señalando que las tareas de la emancipación nacional solamente podían realizarse a través de la dictadura del proletariado en alianza con los campesinos. (En la actualidad, en muchos países y en un mundo mucho más urbanizado, ese rol lo juegan otros sectores oprimidos, como los pobres urbanos). En sus Escritos Latinoamericanos, analizó la realidad de los «bonapartismos sui generis» en América Latina, cuestionando a los «trotskistas» que pensaban mecánicamente la revolución permanente, desconociendo el desarrollo de la lucha por las tareas de emancipación nacional y su relación con la lucha por el poder obrero.
En los debates fundacionales del trotskismo en la Argentina, Liborio Justo batalló por la necesidad de tomar la cuestión de la emancipación nacional contra aquellos que veían que en Argentina estaban solamente planteadas tareas revolucionarias directamente socialistas.
Es decir, que existe una gran tradición en el marxismo, que va desde el propio Marx, pasando por Lenin, la Tercera Internacional, Trotsky y un sector del trotskismo en América Latina, que resalta la importancia de la «cuestión nacional» en su relación con la lucha de clases en los países coloniales y semicoloniales, oprimidos por el imperialismo.
(Anti) nacionales y (anti) populares
En momentos en que el kirchnerismo está en uno de sus típicos giros «nacionalistas» retóricos, ubicar en su justo término el rol que ocupa la lucha por la liberación de las cadenas que atan a la nación al imperialismo, dentro de una estrategia proletaria independiente, es de suma importancia.
Negar la existencia de estas tareas de liberación nacional o, lo que es lo mismo, de lucha antiimperialista, nunca encaradas seriamente por la burguesía argentina (incluso en sus momentos más «nacionalistas», como bajo el peronismo), y que se manifiestan como justas aspiraciones en el movimiento obrero y de masas de enfrentar la prepotencia y el dominio impune del capital y los estados imperialistas; es capitular ante el «nacionalismo» de opereta del kirchnerismo y permitir la manipulación de estas justas aspiraciones por la dupla complementaria de relato «nacionalista» y el vasallaje en la política real.
En la cuestión de la deuda externa, en las práctica de las empresas imperialistas (como Donnelley y su cierre fraudulento o Lear y su impunidad para no acatar una docena fallos judiciales a favor de los delegados y despedir masivamente), en el monopolio privado del comercio exterior que detentan un grupo de cerealeras o en la concentración de los bancos extranjeros y sus negocios parásitos con el ahorro nacional; se hace más que evidente algunos de los tantos lazos de subordinación de la economía nacional a los dictados de los capitales imperialistas en íntima alianza con sus socios económicos y políticos locales.
Ciertos sectores de izquierda, adherentes a una especie de «teoría del capital puro y global», simplemente niegan de plano que exista la cuestión nacional (ver polémica acá). Otros afirman que «El nacionalismo, en los países oprimidos, juega un rol progresista, solo en forma circunstancial y de un modo excepcional – es por regla reaccionario, porque enfrenta a la clase obrera». Y critican las denuncias que sacan a la luz que empresas como Lear «violan sistemáticamente las leyes argentinas», tergiversando sensiblemente el planteo, ya que la denuncia en el caso de Lear, no se refiere a que viole las leyes que garantizan la indemnización o los convenios pro-patronales firmados por SMATA, sino a que la empresa no acató una docena de fallos judiciales que obligaban a permitir la entrada de los delegados a la fábrica. Estos fallos se basan en «leyes argentinas» de protección de la organización sindical en general y de los delegados en particular (a la vez que son leyes de regimentación de los sindicatos por el estado); y que fueron «a su manera» un homenaje rendido al peso del movimiento obrero en la Argentina contemporánea. Ahora que se permitió un día la entrada de los delegados a la fábrica, se lo hizo en condiciones de militarización que niegan la propia resolución.
El «nacionalismo» burgués basa su relato en la supuesta efectividad de la intervención del estado para poner límite al capital imperialista y defender los intereses nacionales. Demostrar en la experiencia real de las masas (no sólo en la propaganda) como se opone el discurso a la política efectiva, es una forma de desenmascarar el falso nacionalismo y demostrar quienes son los que verdaderamente enfrentan la prepotencia de las empresas y monopolios imperialistas; y quienes se subordinan a ellos. Es decir, en manos de quien está la defensa de los verdaderos intereses nacionales avasallados permanentemente por el capital, los estados y la justicia imperialista.
Un pedagógico artículo de Trotsky, aunque referido a circunstancias completamente diferentes (la cuestión nacional bajo la naciente Rusia soviética), plantea criterios metodológicos muy útiles para ubicar el rol de la cuestión nacional en el marxismo: «El conjunto de nuestra política -en la esfera económica, en la construcción del estado, en la cuestión nacional y en la esfera diplomática- es una política de clase. Está dictada por los intereses históricos del proletariado, que está peleando por la completa liberación de la humanidad de todas las formas de opresión. Nuestra actitud hacia el problema nacional, y las medidas que hemos tomado para resolverlo, constituyen una parte esencial de nuestra posición de clase, y no algo accesorio u opuesto a ella. Ud. dice que el criterio de clase es supremo para nosotros. Esto es absolutamente verdadero. Pero sólo en la medida en que sea realmente un criterio de clase; esto es, en la medida en que incluya respuestas para todas las cuestiones básicas del desarrollo histórico, incluyendo la cuestión nacional. Un criterio de clase sin la cuestión nacional no es un criterio de clase, sino sólo el tronco principal de tal criterio, que inevitablemente se aproxima a una perspectiva sindicalista o artesanal». (León Trotsky, Sobre la cuestión nacional, 1923)
En necesario aplicar este criterio en todos los aspectos de la política o la economía nacional, donde el falso nacionalismo opera con su relato para convertir las sanas aspiraciones de terminar con los saqueos imperialistas, en ilusiones de que con tímidas intervenciones estatales y sobreproducción de discurso se puede lograr: como en la cuestión del petróleo o de la deuda externa, donde se llega al colmo de que un juzgado municipal (aceptado por el gobierno cuando renunció a su soberanía) manda al «default» al país y la medida más «radical» que se toma es un cambio voluntario de jurisdicción, incluso con oferta de pago a los más buitres entre los buitres.
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