La restauración conservadora de la mano de Mauricio Macri y sus aliados del poder real en Argentina ya mostró, a poco de andar, algunos pincelazos con su sello: el avance sobre la división de poderes, el desconocimiento de los preceptos constitucionales y el privilegio hacia los sectores concentrados de la economía. Pero para que todas […]
La restauración conservadora de la mano de Mauricio Macri y sus aliados del poder real en Argentina ya mostró, a poco de andar, algunos pincelazos con su sello: el avance sobre la división de poderes, el desconocimiento de los preceptos constitucionales y el privilegio hacia los sectores concentrados de la economía. Pero para que todas sus medidas de gobierno sean ejecutadas sin resistencias ni contradicciones, el retorno al coloniaje -como había definido Arturo Jauretche en el año 1955 a aquella restauración tras la caída del primer peronismo- debe aun consolidar una estrategia política basada en tres pilares: la necesidad de una prensa única adicta, la división de la oposición para aislar al kirchnerismo (y perseguirlo judicialmente) y la creación de un peronismo dócil y funcional.
Tras el golpe de 1955 que derrocó a Perón, el liberalismo conservador en el gobierno dictatorial pretendió legitimar su orientación económica a través de una arbitraria auditoría llevada a cabo por el economista Raúl Prebisch, cuyo informe detalló la supuesta devastación que el peronismo había hecho de la economía argentina. El objetivo era justificar la adopción de medidas excepcionales que permitieran a las empresas privadas ligadas al interés extranjero retomar el control económico. Cualquier parecido con la actualidad argentina NO es mera coincidencia.
A poco más de un mes de gobierno, el presidente y sus aliados ya mostraron su sed de escarmiento en el empeño por silenciar las voces críticas para con su gestión. Es evidente que el gobierno de Mauricio Macri intenta disciplinar a los periodistas disidentes para imponer a la sociedad una sola mirada de la realidad. El referente de Socialistas para la Victoria, Jorge Rivas, consideró previsible la censura del gobierno: «Nadie que conozca mínimamente la historia reciente del país debería mostrarse sorprendido –dijo-, y si alguien esperaba de buena fe que la derecha se mostrara tolerante con el disenso, pecaba de una enorme ingenuidad«. Sólo una hegemonía mediática que respalde el programa político y económico neoliberal del actual gobierno podría contener la inevitable impopularidad de su gestión. Hay voces que resultaban intolerables a los oídos oficiales, al poder económico real y al todopoderoso monopolio de medios que cogobierna la Argentina. Esas voces fueron y están siendo barridas del espectro mediático: parece factible que los comunicadores que pregonen la normalidad y la buena onda sean los que invadan los espacios radiales y televisivos durante los próximos años. Un mundo controlado y dirigido, sin conflictos ni contradicciones, como ocurría en la ficción en la película The Truman Show.
En segundo lugar, el gobierno intentará una jugada quirúrgica: aislar al kirchnerismo del peronismo, para así poder destruirlo definitivamente. La estrategia es desterrar ese mal sueño de la política argentina, borrando al tirano depuesto de la memoria popular, tal como en 1955. Se vislumbra una ofensiva para colocar a la ex presidenta en la incómoda posición de la que el presidente Macri ha salido gracias a sus aliados en el Poder Judicial. Por traición a la patria a raíz del memorando de entendimiento con Irán, por enriquecimiento ilícito, por la muerte del fiscal Nisman o por lo que sea, el flamante gobierno neoliberal quiere ver entre rejas a Cristina Fernández de Kirchner y, de ser posible, a algunos de los más conspicuos integrantes del anterior gobierno. Los poderosos enemigos que la ex mandataria cosechó en sus años al frente de la presidencia de los argentinos -los fondos buitre, el grupo Clarín, la derecha norteamericana- no van a escatimar logística, información y poder de fuego para apuntar a su cabeza y llevar a cabo la venganza.
Es necesario aniquilar al kirchnerismo y con él todo lo que representa: su batalla cultural y simbólica, su discurso militante y su épica. El hecho maldito del siglo XXI en la Argentina -John William Cooke había definido durante los años de la larga resistencia al primer peronismo como «el hecho maldito del país burgués«- debe ser demolido a como dé lugar, y se ve claramente que con el descrédito y la difamación no les alcanza. Por eso necesitan a los cortesanos del Poder Judicial para ejecutar el escarmiento final.
La tercera estrategia será el intento de crear un peronismo edulcorado, sumiso y utilitario, que aparezca como socio razonable del gobierno. Un PJ sin interferencias kirchneristas, obediente al statu quo del orden liberal que comienza a predominar en la región. Similar en forma y contenido al peronismo de los años noventa, cuando estuvo a punto de flagelarse. Los primeros pasos están dados: la reunión días atrás -foto incluida- de algunos dirigentes del PJ no kirchneristas va en esa dirección. Uno de ellos, Sergio Massa, referente del Partido Renovador, será quien acompañe al presidente Mauricio Macri al foro de Davos, nada menos que la quintaesencia del capitalismo mundial, donde se reúne la flor y nata del mundillo neoliberal que estrangula y envilece al mundo. Aun resuenan las palabras de Evita para definir al movimiento popular instalado en la historia argentina en los años cuarenta: «El peronismo será revolucionario o no será nada«. Y si los tiempos y el mundo han cambiado, siempre cabe esperar que en él perdure la frescura, la rebeldía y la vitalidad que lo ha llevado, aun con desaciertos y confusiones, a convertirse en un referente ineludible para América Latina.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor, su último libro es «Café de los Milagros» (Editorial Autores de Argentina-2015). Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
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