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La dictadura del clic y del algoritmo

Fuentes: Rebelión

Hay gestos que parecen inocuos. Un clic, un pulgar hacia arriba, un corazón rojo flotando sobre una imagen. Un “Me gusta”, o “Me encanta”, “Me divierte”, “Me enfada”…

Cuatro emociones encapsuladas, reducidas a píxeles, a reflejos condicionados. Pero detrás de ese gesto leve, casi automático, se esconde una cárcel. Una prisión emocional que nos hace creer que estamos comunicados, cuando en realidad somos islas flotando en un océano de soledades.

El clic es la nueva moneda de cambio en la economía de la atención. Nos esclaviza con su aparente ligereza. Nos roba minutos, horas, días. Nos hace sentir que participamos, que opinamos, que estamos presentes. Mentira. Porque no hay acción real detrás del clic si no va acompañado de pensamiento, de conversación, de compromiso. Es como firmar manifiestos digitales que no llegan a ningún sitio, como gritar en una habitación insonorizada. Nos quedamos con la conciencia tranquila, pero el mundo sigue igual. O peor. Un engaño en toda regla.

Y detrás del clic, el algoritmo. Ese dios invisible que decide qué vemos, qué leemos, qué ignoramos. El algoritmo no es neutral, es el nuevo censor invisible que decide lo que ves, lo que piensas, lo que eres. Y está programado para premiar la polarización, la confrontación, el escándalo. Censura sin decirlo. Silencia sin explicarlo. Nos encierra en burbujas ideológicas, nos separa de los otros, nos convierte en consumidores de contenido, no en ciudadanos. Así, la democracia se ahoga en un scroll infinito.

Las redes sociales simulan participación, pero lo que ofrecen es simulacro. Son el espejismo de la conexión en un desierto de soledades y nos acostumbran a la pasividad, a la reacción sin reflexión, a la emoción sin profundidad. Nos entrenan para vivir en la superficie. Para confundir visibilidad con relevancia, viralidad con verdad, interacción con comunidad. Pero no hay comunidad sin cuerpo, sin calle, sin mirada. No hay revolución en el clic.

¿Y la izquierda, qué?

Ante esta dictadura del clic y del algoritmo, ¿dónde está la izquierda? ¿Cuáles son sus alternativas, si es que las tiene? ¿Dónde están sus propuestas concretas para combatir esta maquinaria que reduce la acción política a gestos simbólicos, que convierte la conciencia en contenido, que transforma la militancia en métrica? ¿Dónde está el pensamiento crítico, la pedagogía emancipadora, la estrategia para romper esta cárcel digital que nos domestica?

Porque no basta con tener perfiles en redes, ni con lanzar campañas virales, ni con acumular likes en torno a causas justas. Si no hay pedagogía, no hay conciencia. Si no hay conciencia, no hay transformación. ¿Qué están haciendo los partidos de izquierda para formar a sus militantes, a sus activistas, a sus votantes, en el uso crítico de las tecnologías? ¿Qué herramientas están ofreciendo para que la ciudadanía no sea solo usuaria, sino protagonista de su propia comunicación?

La izquierda no puede seguir jugando en el tablero que el capitalismo ha diseñado para ella. No puede seguir midiendo su impacto en clics, ni su relevancia en algoritmos. Tiene que construir sus propios espacios, sus propios lenguajes, sus propias redes. Tiene que enseñar a leer entre líneas, a resistir el scroll, a desconfiar del trending topic. Tiene que volver a la calle, al cuerpo, a la conversación lenta. Tiene que recuperar el tiempo como herramienta política.

Porque sin aprendizaje no hay salto de conciencia. Y sin conciencia, no hay cambio posible. La pedagogía no es un lujo: es una urgencia. Una pedagogía que enseñe a desmontar el algoritmo, a cuestionar el clic, a construir comunidad más allá de la pantalla. Una pedagogía que no se conforme con la estética de la participación, sino que busque la ética de la transformación.

Evgeny Morozov, escritor e investigador bielorruso, desarrolla la idea del historiador Melvin Kranzberg de que “la tecnología no es buena ni mala, pero tampoco neutral”, al tiempo que crítica tanto el fetichismo tecnológico como el “solucionismo” digital: la idea de que todo puede arreglarse con una aplicación, una plataforma, un clic. Morozov también denuncia que los algoritmos no son simples herramientas, porque están diseñados por intereses concretos, con fines políticos y económicos. Es decir, el algoritmo no es un accidente, sino una arquitectura de control.

Por su parte, Jaron Lanier, escritor, informático y compositor de música clásica estadounidense, señala que “las redes sociales están diseñadas para manipularte emocionalmente” e insiste en que el diseño algorítmico no busca conexión, sino adicción. Y añade: “Si no estás pagando por el producto, entonces tu eres el producto”. Y va más allá aún cuando sostiene que el diseño algorítmico de estas plataformas está orientado a maximizar la adicción, la polarización y la manipulación emocional, lo que termina erosionando nuestra habilidad para conectar genuinamente con los demás y que “la conducta de las personas está siendo modificada por una maquinaria que ni siquiera entienden”. Todas estas ideas abundan en la cuestión de que el clic y el algoritmo nos domestican sin que seamos conscientes de ello, y cómo la izquierda —si quiere ser verdaderamente transformadora— debe enfrentarse a esta maquinaria con pedagogía, pensamiento crítico y acción colectiva.

Propuestas de cambio para la ciudadanía:

1) Desintoxicación digital consciente: establecer tiempos de uso, espacios sin pantallas, momentos de silencio. Recuperar el tiempo como acto político.

2) Acción real fuera de la red: si algo te importa, sal a la calle, organiza, conversa con quien tienes al lado, en la fábrica, en la oficina, en el parque, crea. No basta con compartir: hay que construir. Tampoco con compartir con solo un amigo: crea tus propias redes, tus grupos de wasap, facebook, messenger.

3) Educación algorítmica: entender cómo funcionan los algoritmos, cómo manipulan, cómo se puede resistir. La alfabetización digital es ya una forma de defensa civil.

4) Redes alternativas y descentralizadas: apostar por plataformas que no dependan de intereses corporativos, que respeten la privacidad y fomenten la horizontalidad. Dejemos de jugar en el campo de juego del enemigo y construyamos el nuestro.

5) Cooperación frente a confrontación: crear espacios de ayuda mutua, redes de apoyo, comunidades reales. El “sálvese quien pueda” es el lema del algoritmo. El nuestro debe ser “nadie se salva solo”.

Por expresarlo de una manera más clara y directa: El clic es una aspirina emocional: alivia momentáneamente, pero no cura nada. El algoritmo es un editor invisible: decide qué entra en tu cabeza sin que lo sepas. Las redes sociales son espejos deformantes: te devuelven una imagen de ti que no eres tú. El scroll infinito es una cinta de correr mental: te agota sin llevarte a ningún sitio. El “Me gusta” es una caricia sin piel: simula afecto, pero no toca nada. Igual hay que darle la vuelta a todo esto.

Txema García, periodista y escritor

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.