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La dictadura del periodismo

Fuentes: kaosenlared.net

Los que vivimos plenamente la dictadura franquista dispo­nemos de una opción comparativa de la que naturalmente ca­re­cen las ge­neraciones que no la conocieron ni la padecie­ron… Por eso, nosotros podemos decir hoy día que aquella dicta­dura ha sido transmutada por otra tiranía: la tiranía me­diá­tica. En efecto. Vi­vimos una democracia de mínimos, si no una […]

Los que vivimos plenamente la dictadura franquista dispo­nemos de una opción comparativa de la que naturalmente ca­re­cen las ge­neraciones que no la conocieron ni la padecie­ron…

Por eso, nosotros podemos decir hoy día que aquella dicta­dura ha sido transmutada por otra tiranía: la tiranía me­diá­tica. En efecto. Vi­vimos una democracia de mínimos, si no una de­mocracia fal­seada. Pero es que el avasalla­mient­o que los ciuda­danos pudimos experimentar durante la opro­biosa, lo estamos sintiendo de otra manera ahora. Pues todo está tornando a pasos agiganta­dos al despotismo ilus­trado que el perio­dismo en general y los medios radiotelevi­sivos en particular están ejerciendo sobre pue­blos que res­piran una atmósfera plagada de mentiras institucio­nales. Di­ríase que el ciuda­dano de la calle se está acostum­brando a la tergiver­sación y a la fábula infantil aplicada a la reali­dad, y que en el fondo disfruta de ellas. El de allí, como el de aquí… Por eso son los mentirosos y los cínicos los nuevos triunfadores del presente; son los que medran fácilmente. Es más, po­dríamos decir que la única opi­nión que va que­dando entre las masas es la fabricada por el propio pe­rio­dismo. Para obten­er oro hay que separarlo de la ganga. Pues bien, lo que luce hoy no es el oro, sino la ganga… Y es que no hay mejor cosa que, disponiendo como dispone el perio­dismo, del material de una opinión manufacturada por él mismo, mucho más lejos puede lle­var su mani­pu­lación si esa opinión está previa­mente configu­rada a base de ficcio­nes y verda­des a medias. ¿Qué son, si no el 11-S de allí, y el 11-M de acá? Michel Moore lo re­frenda con datos, pero ya mucho antes el sentido común permitió descifrar con faci­lidad lo que que parecía una charada…

Así pues, aparte el bochornoso periodismo genital al uso en este país, que tan deliberadamente confunde el derecho a la infor­mación con el derecho a la intimidad para explotar arteramente éste, no menos per­verso es el periodismo por antonomasia, el político. Ese fabri­cante de opinión en la res publica, que afecta a un noventa por ciento de la vida social informativamente hablando…

Situémonos ahora en el país del mito Ciudadano Kane. Pues bien, el New York Times, The New Republic y el Was­hington Post, el grueso de la prensa nor­teamericana, sale ahora pi­diendo ex­cusas y mostrando arrepenti­miento ante sus lecto­res por haberles engañado con las pretendi­das ar­mas de destruc­ción masiva que justi­ficaron el ataque a Irak. Aun­que, como dice la Red Voltaire, una lec­tura dete­nida de su contricción muestra, primero que no experi­menta ningún rubor por haber apoyado a la propa­ganda oficial, sino por haberse prestado a ella, y luego, que finge buena fe tra­tando de mi­nimizar su responsa­bilidad y las consecuen­cias de sus mentiras…

Pero como los lectores a los que engaña tan fácilmente si­guen siendo tan lerdos como sus gobernantes, no se per­ca­tan -ni quieren percatarse tampoco- de que la prensa vector de la ignominia lo tiene ahora muy fácil. De todos es sa­bido que al arre­penti­miento corresponde una pe­niten­cia. Y la pe­niten­cia que ahora cabe sólo puede consistir en provocar o con­tribuir deci­di­damente al derroca­miento del criminal que les mintió a ellos, que mintió al mundo y que ocupó Irak y Afga­nistán a base de mentiras. Ahora está en sus manos, en ma­nos de la prensa, des­truir al mentiroso, a ese abomi­na­ble pre­si­dente de la guerra como él se cali­ficó a sí mismo. Si no lo hace habrá reco­nocido ante el mundo, sobre todo el eu­ropeo, lo que aquí todos sabíamos y sabemos: que no sólo consintió y sigue consintiendo, sino que es cómplice di­recto de la in­va­sión y de la monstruo­sidad de mantenerse en el país ira­quí para seguir robando su pe­tró­leo. Y que ella misma, aun­que confundidos sus intere­ses con los políticos, armamen­tísticos y macroempresariales obtiene beneficios direc­tos del saqueo además de los indirectos como tapa­dera.

Pero no lo harán. No apuntarán al símbolo actual nortea­mericano de la villanía. Y no lo harán, porque el periodismo oc­cidental, en lugar de constituirse en verdadero contrapo­der, en el cuarto poder o en la con­ciencia del poder, es el princi­pal patrocinador, el alentador subliminal de los desma­nes del poder. Por eso no atrona nunca al poder aunque con tanta frecuencia abusa. Y así, la prensa se alza en cierto modo en el primer poder, astutamente sin responsabi­lidad directa. El de allá, y el de aquí. Recuérdese si no, cómo respondió la prensa de entonces a la ignominia de las invasiones y las ostensibles mendacidades de la administra­ción estadouni­dense, mien­tras el resto del mundo contem­plaba sobreco­gido, lloroso e impotente la infamia de las in­famias del siglo XXI. La prensa de allí… y la de aquí. La prensa y, perso­nali­zada­mente, los pe­riodistas que controlan los medios son los ins­tigadores, los inductores, en definitiva los culpa­bles princi­pales de la ma­yoría de cosas graves que suce­den. Y en Estados Unidos alcanza proporciones de es­cán­dalo y de tragedia fuera de la metrópoli; escándalo y tra­gedia que pocos «iluminados» de­nuncian.

Y uno de esos «iluminados», además de Moore, es Chomsky. Por eso Chomsky viene diciendo últimamente que «la prensa no está dedi­cada a informar a los ciudada­nos, sino a fabri­car su consenti­miento»…