Cuando llega una compañera y me propone que escriba algo sobre el 24 de marzo de 1976 (ese nefasto día, respuesta a tantos días de lucha y carnavales previos), me dejó en un verdadero aprieto: ¿Qué puedo decir que no se haya dicho ya, y seguramente de manera mucho más bella, o cruda, o estadísticamente […]
Cuando llega una compañera y me propone que escriba algo sobre el 24 de marzo de 1976 (ese nefasto día, respuesta a tantos días de lucha y carnavales previos), me dejó en un verdadero aprieto: ¿Qué puedo decir que no se haya dicho ya, y seguramente de manera mucho más bella, o cruda, o estadísticamente más precisa? ¿Qué puedo aportar a los ríos de tinta que se han escrito sobre ese terrible genocidio planificado en el norte y ejecutado por los militares cipayos de por aquí? Escribir sobre el 24 de marzo de algún modo me paraliza.
No se si es por el terror que produce, por la indignación. Sé que el problema no es el no poder decir nada «original» sobre el tema. La escritura en este caso es un arma, una (modesta) herramienta de lucha; y poco me importa acá la originalidad (aunque crear es revolucionar). Poco importa cuando uno escucha que «con los milicos estábamos mejor» o ve una clase media desaforada defendiendo el uso de pistolas-picanas para inmovilizar a «los malos», ¡y si pueden golpearlos y enseñarles de una buena vez, mejor! grita fuera de sí un señor pelado en el noticiero del mediodía. El entumecimiento primero, esa parálisis dictatorial ante la propuesta del texto, cede ante tanta gorilada, tanto fascismo. Entonces, ante eso, ante la indigestión cotidiana que produce el noticiero, volvería a escribir una y mil veces lo mismo, sin importar formas ni estilos.
Vuelvo al señor pelado de hace un rato, e intuyo que hay algo que no está teniendo en cuenta: ese miedo, ese terror que lo lleva a pedir a gritos que le den una paliza a cualquiera que pueda tocarle las migajas que logra laburando como desquiciado, toda esa furia, ese fracaso, esa incertidumbre desembarcó en el país con «los milicos». Ellos implementaron a sangre y fuego (y torturas, y secuestro de niñxs, y desaparición, y violaciones, y robos, y endeudamiento, y licuación de deudas privadas, y mentiras, y desprecio, y entrega, y guerra de Malvinas, y) lo que se conoce como «neoliberalismo», que vale aclarar, no es otra cosa que el capitalismo en su fase financiera (nadie crea aquí que algún tipo de capitalismo puede ser humano cuando la base del mismo es la explotación del hombre por el hombre y la alienación que intenta borrar los rasgos humanos a cada uno de nosotrxs. El capitalismo necesita de humanos como máquinas, que nazcan, trabajen, se reproduzcan, consuman y mueran, nada más).
Entonces, como el señor pelado y un montón de gente con él, no recuerdan que fueron los milicos lo que hicieron esto (porque desde el norte se los ordenaron) es importante repetirlo: los militares «argentinos» llevaron adelante un plan sistemático de desaparición forzada de personas (¡de una generación entera!) para implementar sin oposición alguna la profundización del sistema capitalista en estas tierras. Aclaración: no estaban locos, no.
Tampoco estaban solos: ellos eran la cara visible de las transnacionales, del imperialismo norteamericano y europeo, de los socios locales, de la oligarquía terrateniente, y también estaban las direcciones gremiales entregadoras, la policía, los medios de comunicación, la iglesia oficial, la clase política tanto radical como peronista (léase bien, clase política, no militantes de base) ¡puf! un entramado bastante extenso que son esos mismos que hoy salen en tele, en las revistas y diarios, los mismos que nos gobiernan, las mismas estructuras, los mismos beneficiarios, los mismos empresarios, el mismo imperialismo. Arriba todo sigue igual, más ricos, pero igual de asesinos.
Y sé de matices, no se vayan a creer que para mí es igual Videla que Menem que Kirchner. Pero las continuidades no refieren a nombres, sino a estructuras, a políticas de Estado, a las estructuras económicas implementadas por la dictadura del ´76. Y acá es donde los televidentes de «seis, siete, ocho» se enojarán, pero señorxs, un gobierno que prioriza, justifica y defiende encarnizadamente el pago de la deuda externa antes que solucionar el hambre del pueblo (y hablo de hambre en serio, del que vemos los que militamos diariamente en villas miseria de nuestra provincia) no puede considerarse distinto en lo esencial, es decir, en el proyecto económico que impulsa. ¡La deuda externa es ilegítima! Y el gobierno decide (sí, decide) no revisarla, no impugnarla. Pero ese es sólo un ejemplo, porque podría hablar de las políticas de seguridad donde se sigue fortaleciendo una y otra vez policías asesinas, corruptas y defensoras de las minorías dominantes. O de las mineras y petroleras y pesqueras que están saqueando el país y matando a nuestra gente. Amigxs, hasta que no se modifique la estructura básica de acumulación de riqueza, hasta que no se pretenda salir de un patrón de dependencia económica del imperialismo, hasta que eso no suceda el resto serán cambios que pueden ser borrados de un plumazo, porque en este país siguen mandando los mismos.
Y creo que es necesario en este punto un párrafo de insistencias: insisto en que este es un escrito que intenta hacer memoria, recordar que los militares llegaron para crear una sociedad violenta, desconfiada, apática, una economía de exclusión y muerte. No asesinaron (sólo) por placer, tenían un plan. Insisto, porque luchar contra la dictadura es hoy luchar contra el sistema económico que implementaron ellos y continuaron todos los gobiernos hasta la fecha. Sin ese cambio en la estructura económica de nuestra patria, ninguna otra medida (que puedo acordar y defender) es viable a largo plazo ¿Dónde está el pueblo organizado que va a defender en las calles la ley de medios? Buscando trabajo, porque no hay industrialización del país, porque no hay reforma agraria, porque ¡ni siquiera el Plan Argentina Trabaja llega! (eso queda entre los intendentes del PJ y sus compinches). Cambiar, implica realizar cambios que puedan perdurar más allá del apellido de turno, ¡como hicieron los milicos! Ellos cambiaron la estructura económica del país, y cambiaron junto a eso las relaciones humanas, culturales, sociales de nuestro pueblo. Ahora nos toca cambiar a nosotrxs las cosas de raíz, organizarse para algún día dar vuelta la tortilla. Una ley o un decreto no es un cambio sustancial si un simple proceso electoral puede dejarlo sin sustento y hacerlo volar por los aires. Insisto, este es un escrito recordando y luchando contra los militares y el país que nos dejaron, nada más. Insisto, el enemigo no es el gobierno sino el sistema y todos sus sostenedores, todos.
También recordaría dos cosas más. Nunca funcionó eso de cuanto peor mejor. Pero tampoco nunca funciono eso del mal menor. Cada uno sabrá que parte le toca.
Y resulta que mi escrito sobre el 24 de marzo de 1976 termina siendo un escrito «muy político» y «poco histórico». Quizás porque el primer ejercicio de memoria posible es generar un presente que permita pensar el pasado. Por eso quizás estas líneas no tengan mucho sentido en un país donde el hambre, el desempleo, el analfabetismo. No nos engañemos ¿quiénes van a leer este texto?
Memoria activa contra los militares me suena parecido a cambiar el país que nos dejaron, a generar las condiciones para que entre todxs podamos construir la patria que queremos, que elegimos, es cambiarlo a largo plazo, sin importar apellidos. Es organizarse, alfabetizar, curar, charlar, escuchar, reír, bailar, cambiar las lógicas, escapar a la mediocridad, es crear, es mirar hacia abajo y los costados, no hacia arriba. Es charlar de la dictadura en nuestras familias, entre nuestros amigos, pero también en los barrios, en las fábricas, en nuestros laburos. Cada vez desconfío más de las políticas de memoria que se limitan a la clase media o los decretos, son los pueblos organizados los únicos que no olvidan. Nuestra tarea de memoria, nuestro desafío parece ser ese, organizarnos. La organización es lo que los militares destruyeron, la organización democrática desde abajo es entonces la mejor política de memoria que podemos construir. De nosotrxs depende que los 30.000 compañerxs no hayan muerto en vano, levantemos sus armas, sus textos, sus historias, sus risas y mates, sus tizas, sus sueños y llantos, y construyamos de una buena vez esa patria que soñaron: digna, libre y soberana en serio.
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