La estrategia represiva y de criminalización, que el régimen político actual aplica, es la misma para aplastar cualquier inconformidad, movilización o movimiento de la magnitud que sea y en el lugar que sea. No importa si se trata de demandas inmediatas y a corto plazo o si es un movimiento social de largo alcance. Las […]
La estrategia represiva y de criminalización, que el régimen político actual aplica, es la misma para aplastar cualquier inconformidad, movilización o movimiento de la magnitud que sea y en el lugar que sea. No importa si se trata de demandas inmediatas y a corto plazo o si es un movimiento social de largo alcance. Las diferencias son mínimas y las podemos observar si atendemos los siguientes aspectos: el tipo de demandas o propuestas que se realizan, a quiénes están dirigidas, el carácter de las acciones que se cometen y, primordialmente, a la forma y nivel de organización.
Casi todas estas diferencias se encuentran en el modo en que se tratan a los conflictos en un principio. Sólo por mencionar algunos ejemplos, si es el caso de un sindicato, el conflicto se administra con negociaciones burocráticas sin salida y retorciendo las leyes laborales. Si son campesinos que defienden su tierra se intenta cooptarlos, engañarlos o sencillamente se les despoja. Si es un problema magisterial, los medios de comunicación los ridiculizan. Si son indígenas, se les desprecia de muchos modos. Si hablamos de estudiantes, se nos ignora. Si son defensores de derechos humanos, se les hostiga. Si son mujeres reivindicando sus derechos se les estigmatiza. Si el conflicto persiste y la organización se fortalece, las diferencias desaparecen y la represión se agudiza. El orden de estas respuestas primarias del régimen puede cambiar y ninguna excluye a otra. En algún momento, trátese de quien se trate, a todos les ocurre lo mismo. Depende del grado de peligro que el régimen evalúe.
Como actores colectivos, al trabajador, al campesino, al ejidatario, al indígena, al estudiante, al profesor o a cualquiera que proteste -no necesariamente en el siguiente orden y dependiendo de hasta cuando decida detenerse- se le exhibe, se ataca su credibilidad, se le ignora, desprecia, ridiculiza, despoja, estigmatiza, persigue, hostiga… A quien no sea indiferente ante cualquier acto injusto, se le prejuzga, insulta, intimida, amenaza, se le expulsa o se le despide… Si persiste, se le violenta su existencia física o psicológicamente, se le encarcela, asesina o desaparece… Es decir, se les reprime y criminaliza como sujetos políticos, no como a individuos, aunque sea en momentos distintos y aunque las consecuencias directas sean particulares. Los ejemplos son vastos, no nos permiten exagerar. Si los contextualizamos en el momento actual del país y después realizamos un sencilla relación entre ellos, podemos concluir que no se trata de coincidencias, sino de la puesta en marcha de un plan sistemático de criminalización y represión.
¿Cómo responder a esta situación de represión y criminalización que cada vez se agudiza más, pero al mismo tiempo se normaliza? ¿Cómo seguir actuando si estos ejemplos y muchos otros más nos recuerdan que el régimen político, no olvida, que siempre tiene presente a todo tipo de disidentes, a sus palabras y sus actos? ¿Qué hacer si la pinza de esta estrategia se cierra y si el aparato del Estado cuenta con todos los recursos, para afinar y actualizar sus métodos, mientras que los movimientos y organizaciones seguimos cayendo en la ingenuidad excesiva o en la paranoia política?
En tanto que las clases dominantes encuentran su unidad histórica en el Estado y afirman su posición de poder mediante todas las instituciones del aparato del Estado, a los activistas sociales nos rebasan los vicios de siempre y nos persigue lo que parece ser el gen de la desunión. En nuestras protestas, además de considerar lo antes indicado, es imprescindible solventar, de forma simultánea, la estructura organizativa que nos permita integrarnos, unificarnos, tanto en ideas como en acciones. Sólo así sería posible responder a lo antes mencionado y pasar de la tradicional defensiva dispersa a una ofensiva organizada de todos los oprimidos.
Javier Saldaña Martínez, estudiante, UAM-Iztapalapa
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