«La imposibilidad de huir del propio tiempo, de escapar de la prisión del espíritu del tiempo, de emigrar del propio presente, es una esclavitud ontológica sobre la cual se basa toda esclavitud política o económica» (Boris Groys) En estos tiempos de polarización inducida por los medios masivos de incomunicación, sean oficialistas u opositores; muchos, creyéndose […]
«La imposibilidad de huir del propio tiempo, de escapar de la prisión del espíritu del tiempo, de emigrar del propio presente, es una esclavitud ontológica sobre la cual se basa toda esclavitud política o económica»
(Boris Groys)
En estos tiempos de polarización inducida por los medios masivos de incomunicación, sean oficialistas u opositores; muchos, creyéndose estar claramente entre los blancos o entre los negros, opinan que no es tiempo para grises. Sin embargo, desde una observación desde afuera de la dualidad entre el kirchnerismo y su oposición más enconada, ambos proyectos se parecen mucho, muchísimo, y ambos, al discutir sobre asuntos laterales en lugar de centrarse en la tragedia socio-ambiental que está viviendo el país, ayudan casualmente a pintar de gris el futuro de todos los argentinos.
La tradicional y virulenta serie de rivalidades históricas nacionales -comenzando con los unitarios y los federales, siguiendo con Boca y River, y llegando a su mayor expresión política en el enfrentamiento entre peronistas y anti-peronistas durante más de medio siglo- encienden las pasiones y oscurecen los balances, los matices, la apertura de los dos ojos para dejar de hacer como los tuertos, o como los piratas, que miran todo siempre con, y a través de, la misma y única pupila. Así es como vamos disminuyendo la perspectiva y la comprensión de lo que está sucediendo políticamente en el país, e incluso fronteras afuera, pues lo que ocurre en Argentina para nada está desvinculado de lo que acontece en la región latinoamericana ni en el resto del planeta.
El llamado «modelo», independientemente de la polarización entre kirchnerismo y anti-kirchnerismo, tiene sus grandezas y también tiene sus miserias. Su mayor virtud fue haberle devuelto a la sociedad argentina la dimensión política de la economía y de la vida cotidiana. En esta percepción social se encierra también la posibilidad de transformación de la sociedad en algo mejor de lo que es en el presente. Su lado débil, tirando a nefasto, es la política productiva vinculada a los llamados «recursos naturales». Los grandes agredidos del modelo son las montañas, los ríos, los bosques, la agricultura familiar, los pueblos originarios, la vida campesina y todo lo que sustentó hasta ahora la viabilidad de las ciudades, donde vive (y a veces malvive) el 90% de la población nacional.
En estos tiempos se hace urgente romper, ante todo, con la vivencia de la política como si fuera fútbol, donde siempre se quiere que gane el propio equipo y que pierda el rival. La auténtica política no es un enfrentamiento entre barras fanatizadas con pequeños intereses contrapuestos aunque similares entre sí, sino un auténtico arte, el de servir a la sociedad; pero para entender y ejercer esta política artística son necesarios, sobre todo, la honestidad intelectual y el discernimiento; saber salir de los particularismos y de las micropolíticas, de lo que dijo tu candidato sobre mi diputado y viceversa; y estudiar cada caso con una mirada amplia, enfocada en el porvenir de la sociedad entera.
Las posturas del «todo o nada» sirven, en cambio, para contentar a quienes no se animan a profundizar en los problemas y en sus causas; pero sobre todo sirven para mantener oculto algo que es, justamente, aquello en lo que coinciden ambos proyectos y que no favorece nunca a quienes militan las políticas en las calles y siempre a quienes las financian en los despachos: un subcontinente expoliado, atado a su rol de exportador de materias primas y de pagador puntual de una deuda externa contraída ilegalmente.
En Argentina, como ya fue expresado en estas páginas y en tantas otras, pero nunca en los grandes medios de desinformación nacional; la agricultura transgénica, por no entrar por hoy en la tragedia de la mega-minería y del fracking, está produciendo todo tipo de desastres económicos, sociales (ver comunicado adjunto) y ambientales: desmonte acelerado, concentración de la tierra y de la producción agrícola, contaminación con agrotóxicos del agua, de los seres humanos, animales y plantas; expulsión de los campesinos de sus tierras, aumento de la población en las villas miserias y del gasto social, alza en los precios de los alimentos, inflación, represión de las protestas, dependencia ante los centros financieros internacionales, control por parte de las grandes multinacionales de nuestra economía.
¿Por qué los medios opositores y oficialistas no cuestionan esta política agraria con sus evidentes catástrofes asociadas? En el primer caso, porque quienes los financian son los verdaderos ganadores del modelo. No hay más que revisar los suplementos rurales de los dos grandes medios de prensa escrita nacional para ver quiénes son sus anunciantes. En el caso de los oficialistas, porque las retenciones a las exportaciones de granos dejan una considerable suma de dinero en las arcas del Estado. ¿De cuánto dinero estamos hablando? De entre 10 y 15 mil millones de dólares anuales.
Mientras tanto, el capital de la deuda externa no se paga, sino que cada año se siguen acumulando intereses, al tiempo que se sigue contrayendo nueva deuda, disminuyen las reservas y se habla de «desendeudamiento», que es sólo una forma simpática de decir que se pagan puntualmente los vencimientos mientras el país sufre una sangría de divisas que podría destinarse a otras cosas o bien ahorrase de ser obtenido mediante una política socio-ambiental destructiva. ¿De cuánto estamos hablando? De entre 10 y 15 mil millones de dólares anuales, lo mismo que queda por las retenciones. Para el año 2013, se están calculando 13.100 millones de dólares sólo en vencimientos de intereses.
Y es que la deuda no es un tema secundario, sino el condicionante central de nuestra política económica, una fuga permanente de dinero que desequilibra cada año la balanza comercial y que nos pone en manos de los exportadores de granos y de los importadores de insumos. Así, nos encontramos en una situación en la que, para poder exportar divisas, nos vemos obligados a exportar también nutrientes, bosques nativos milenarios, millones de litros de agua, y la capacidad de producir nuestros propios alimentos.
¿Quiénes contrajeron esta deuda odiosa? Los mismos que tomaron el gobierno por la fuerza, apoyados y financiados, casualmente, por quienes desde hace décadas vienen cobrando estos intereses y condicionando los nuevos préstamos. Ahora bien, para salir de tal trampa regida por una lógica colonial de dependencia financiera y biotecnológica, es preciso que fracturemos nuestros mecanismos de dualidad que nos llevan a apoyar a gobiernos metidos hasta la médula en un extractivismo con compensación social, por un lado, y por el otro a una oposición cuyos formadores de opinión más influyentes están muy vinculados a quienes justificaron las décadas neoliberales de endeudamiento.
Llegó el tiempo de la madurez política para nuestras naciones, para lo que es necesario que nos alejemos de las discusiones menores y de los odios inducidos; que apoyemos políticas concertadas a nivel continental que se animen a suspender los pagos y que emprendan, simultáneamente, transiciones hacia modelos agrícolas y energéticos más amables con la naturaleza y mejor distribuidos socialmente. Quizás, cuando dejemos de gritarnos nuestras pequeñas miserias domésticas a cacerolazo limpio, comencemos a escuchar los planteos por un post-extractivismo que, lejos de las restauraciones neo-liberales, ya hacen oír su voz en América Latina. Los grandes medios no nos lo dirán.
Fuente
http://alertatierra.org.ar/?p=
http://federicopaz.net/mas-
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