Las elecciones y la guerra son elementos clásicos de la legitimidad de los estados capitalistas. La política mexicana, envuelta en una crisis económica, avanza a toda velocidad, pese a los intento de frenarla, rumbo a su coyuntura sexenal decisiva. Una posible colisión de la maquinaria político-electoral sin frenos nunca está descartada. La clase dominante sabe […]
Las elecciones y la guerra son elementos clásicos de la legitimidad de los estados capitalistas. La política mexicana, envuelta en una crisis económica, avanza a toda velocidad, pese a los intento de frenarla, rumbo a su coyuntura sexenal decisiva. Una posible colisión de la maquinaria político-electoral sin frenos nunca está descartada. La clase dominante sabe que su poder depende en gran parte de la «apariencia» de que tiene «todo bajo control». Las elecciones influirán, de distintas formas en la Guerra, pero la situación no cambiará en lo sustencial, sea cual sea el resultado. La estrategia contrainsurgente, el otro «mecanismo» fundamental, pese a la pesadilla de decenas de miles de mujeres y hombres ejecutados y desaparecidos, sigue generando el consenso necesario para garantizar cierta estabilidad del régimen.
La aceptación de que el estado «tiene en sus manos la situación», equivale a la legitimidad de este estado, que se erige como referente e interlocutor para la solución de las distintas problemáticas. Debemos renunciar a la visualización de la guerra como una pelea entre «policías y ladrones» a gran escala o como un maquiavélico plan perfecto para imponer el terror. Pese a la masiva participación de los aparatos represivos y de espionaje del imperialismo (como la CIA, la DEA, el FBI) La estrategia se ha venido desarollando de forma contradictoria, con todo tipo de fracasos, a tal grado que compromete la seguridad de la burocracia mexicana y también gringa, como en el caso del Vicentillo (hijo del Mayo Zambada), cuya captura hizo visibles los vínculos y las relaciones entre la DEA y el Cártel de Sinaloa.
La muerte y la violencia, que azotan a las mayorías pero no excluyen a funcionarios, burócratas, militares, narcos y policías desde la menor jerarquía hasta las altas cumbres de la alianza mafiosa, se han convertido en la moneda con que se paga la transición hacia un estado para-militarizado, en el cual, la violencia es el medio, el lenguaje y el contenido de la política de los de arriba. Todos los discursos y las actuaciones de los políticos en el parlamento o la televisión no son más que ridículas mascaras que se caen a pedazos intentando ocultar el verdadero sentido de su acción: la dominación de la sociedad a través de la gestión de la crisis y la guerra en provecho de los de arriba, en contra de las y los de abajo. Por eso, pese a que el grupo de Sicilia del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, haya acudido en son de paz a dialogar con el tirano, la respuesta fue la misma: la desaparición forazada y el asesinato.
Para dejarlo claro, la alianza de políticos, banqueros, empresaurios, capos, generales y ricos que nos gobierna no solo no tiene una verdadera estrategia, que sea una alternativa a la actual stiuación, sino que está desesperada, atravesada por todo tipo de crisis, a las cuales no encuentra solución. La oligarquía, enviciada con la violencia, no mide los alcances de sus atrocidades. Como poseída, y del mismo modo que los jovenes sicarios, se siente portadora de un arma, de una maquinaria invencible. Y del mismo modo, las y los de abajo también nos convencemos de que nuestro enemigo es invencible. El miedo nos ayuda a confiar en el poder, lo que lo hace más poderoso. Pero detrás del horror, en perspectiva histórica, nuestro enemigo está en crisis, es un tigre de papel y está a punto de llover.
La militarización y la para-militarización, que hasta ahora resultan en balance positivo para la dominación capitalista, se han topado con obstáculos y oposiciones de todo tipo. El estado de guerra no se ha logrado legalizar (por medio de iniciativas como la reforma a la Ley de Seguridad Nacional) y aún dónde se encuentra consolidado, como en Monterrey o en Acapulco, vemos que importantes sectores de la ciudadanía y de trabajadores como en el caso de los maestros extorsionados de Guerrero, se han movilizado para exigir un alto a las condiciones de inseguridad. Junto con el MPJD, el digno movimiento en contra de la desaparición forzada ha conseguido triunfos jurídicos, que sin embargo, aparecen como incompletos en tanto el encargado de ejecutarlos es el mismo estado terrorista.
Importantes cuestionamientos llegan de casi todos lados a la estrategia de militarización. Desde la ONU hasta la intelectualidad académica, el clero progresista y las organizaciones radicales. Pero sus cuestionamientos dirigidos al estado, «atendidos» o ignornados, no modifican en lo sustancial la situación. En Ciudad Juárez, por ejemplo, la Policía Federal se ha retirado, lo que ocasionó la disminución de la tasa de ejecusiones y otros delitos. El gobierno de Chihuahua se dice contento de esto, ¡Por supuesto! La violencia no debe de llegar al extremo de que empiece a ocasionar descontento. La «normalización» del capitalismo que se propone, tanto desde la derecha como desde la «izquierda», y que podría implicar la desmilitarización del país, parece unir voluntades de todas las clases, ansiosas por el fin de la barbarie, que identifican con el regreso al tiempo pasado.
Este horizonte, una especie de «restauración», abarca, además a casi toda expresión de la política de las clases dominantes, aunque propongan la militarización, como el mismo Calderón. Pese a la variedad de intereses que comparten esta perspectiva, aunque sea de forma discursiva, muchos de ellos contradictorios (Como AMLO, Álvarez Icaza, y hasta los narco-cantantes de corridos), la solución termina invariablemente en manos del estado. Se le requiere aunque sea un poco de «participación ciudadana», pero no hay duda de que el actor central en el show sigue siendo él. Para alcanzar este objetivo existen muchos medios, las elecciones, las caravanas, los diálogos, las marchas, las leyes. Pero hasta ahora, el balance de las demadas y peticiones hechas al gobierno es negativo para el pueblo. La respuesta es siempre la misma: el diálogo de las balas.
Pero más oscuro que lo que ya vivimos, sería que en efecto, el estado «restaurara» al viejo orden, con o sin militares en las calles. Imaginemos: Resultaría una estupefacción general al contemplar el espectáculo de que de un momento a otro, los gobernantes nos presentasen un México renovado, sin narco-violencia ni inseguridad. Cuando se piensa fugazmente, no resulta despreciable esta breve imagen, sin embargo sería en extremo indignante para el pueblo que sufrió tanto, que sus amos, que disponen de su destino, solucionaran todo como cuando se acaba un juego, firmando cualquier papel o dando cualquier orden. Pero esta imagen está totalmente fuera de la realidad. Ningún decreto, ninguna ley, ninguna acción que venga de arriba puede acabar con la guerra, regularmente solo sirven para dos cosas: como parches y como madera para el fuego.
No necesitamos cerrar los ojos para ver la solución a la guerra. Pueblos y comunidades a lo largo y ancho del país proponen desde el «aquí» y el «ahora», alternativas autónomas, como en Cheran, donde el ejército se negó a proteger el bosque y el pueblo decidió autogobernarse para resolver sus propios problemas. También en Ascensión, Chihuahua, donde la policía local ha desaparecido, los habitantes se han enfrentado al ejército y a los para-militares, organizándose para la autodefensa. Dentro de cada poblado, de cada comunidad, de cada ciudad, existe la potencialidad de una voluntad creativa y espontánea, que hace falta para desarticular, «agrietar» aunque sea parcialmente, la estrategia que nos domina. El horizonte de la autonomía de las y los de abajo no es la restauración, el regreso al sufrimiento callado de las mayorías no puede servirnos como norte en nuestra lucha.
La guerra contrainsurgente disfrazada de guerra contra el narco es un problema fundamental, sin duda, pero no significaría nada, de hecho, no existiría, si no fuera para sostener y reproducir las relaciones del estado mexicano y del capitalismo dependiente, ambos en crisis. La super-explotación, el saqueo, la destrucción y la privatización de los recursos naturales, la marginación, etcétera, etc. :Estos problemas y muchos más están íntimamente ligados a las oligarquías, nacionales y extranjeras, y a sus cuerpos policíaco-militares. Los tala-bosques, el narcotráfico, las mineras, la urbanización, son momentos distintos de un mismo capital transnacional que se encuentra justo en la raíz del problema. Los flujos abstractos de números en las bolsas de valores, la representación más sagrada del capital, y sus «Consejos Ejecutivos» corporativos y transnacionales son quienes dominan en última instancia las acciones de presidentes y gobernadores, militares y para-militares, gringos y mexicanos.
Como decíamos más arriba, ahora con Mao Tse Tung, nuestro enemigo, el imperialismo, es un tigre de papel, pues parece temible, una bestia mucho más poderosa que nosotros, pero en su interior es de papel, por lo que los vientos y las lluvias terminarán destruyéndolo. Pero «Cuando afirmamos que el imperialismo norteamericano es un tigre de papel, estamos hablando en términos estratégicos. Visto como un todo, debemos despreciarlo; pero, en cuanto a cada una de sus partes, debemos tomarlo muy en serio. El posee garras y dientes.» La estrategia de para-militarización, que ya ha sido «agrietada» con las lluvias y los vientos de las autonomías, conserva bien afiladas sus garras y sus dientes. Para vencerlo, aunque sea de papel, hay que desarmarlo. Aquí hemos hallado nuestra pregunta central «¿Cómo desarmarlo?-¿Cómo acabar con él?». La respuesta no la tiene Mao Tse Tung, ni ningún libro y/o tesis intelectual.
De hecho, hoy esa respuesta no la tiene nadie. La cuestión de la estrategia, del Qué hacer para cambiar el mundo, es una pregunta muchas veces evadida y contestada a medias, incluso con fórmulas. Hay grupos, colectivos, organizaciones e individuos que ven en la autonomía del «aquí» y el «ahora» el mejor camino para cambiar el mundo, otros creen que es a través del partido de las clases revolucionarias que se puede luchar para la transformación de la sociedad. Y Sin importar estas distinciones, el imperialismo y la clase dominante, sumidos en una profunda crisis y de forma desesperada, asestan zarpazos contra las y los que luchan, sin importar el color de su bandera, junto con lxs de más abajo, las indígenas, trabajadoras, amas de casa, estudiantes, pueblos; para intentar sobrevivir el tigre está dispuesto a llevarse con su decadencia, a la humanidad entera al abismo.
Pese a la situación de guerra, los grupos, colectivos, organizaciones e individuos, seguimos dispersos. Aunque existan numerosos grupos de la misma corriente, la posibilidad de llegar a la unidad aparentemente no figura en las listas de prioridades. Sin importar cual hipotesis estratégica siga cada uno, es claro que con los esfuerzos dispersos de las y los de abajo no hemos logrado organizar una verdadera defensa popular frente a las agresiones del capital a escala nacional. En ciertas limitadas regiones y comunidades hay experiencias excepcionales, como las juntas del buen gobierno del EZLN, o la Policía Comunitaria de la montaña de Guerrero, (y otros referentes importantes de esfuerzos populares) pero incluso estos grupos y «grietas», por sí solas no logran escapar de las contradicciones del capitalismo, desde la guerra de contrainsurgencia, la crisis ambiental, hasta la participación en el proceso de producción y circulación mercantil.
La diversidad de grupos e ideologías no es un mal. En cambio, el que estos grupos desgasten sus fuerzas luchando en contra de sus compañeros, buscando en todo momento la divergencia, el rencor histórico y el menor pretexto para evitar colaborar con los demás grupos e ideologías, representa un enorme obstáculo que nosotros mismos hemos construido. Sea cual sea la posible respuesta a la pregunta estratégica que cada quién tenga, el instinto que nos une a las y los de abajo, por ser quiénes hacemos y deshacemos, vivimos y morimos el mundo apunta al mismo sentido que el sentimiento de libertad que rechaza al capitalismo y al poder: ¡Unidad! Como proletarios comunes, estamos a merced de la crisis, de la guerra, como Rebeldes, de todo color, estamos en contra de un mismo enemigo.
Nuestro horizonte, es pues, que los proletarios, comunes y rebeldes, de todos colores, derrotemos a nuestro enemigo, el imperialismo, transformando el mundo y la vida según decidamos. En México, la guerra contrainsurgente es una garra del tigre que hay que destruir y de la cual hay que defendernos. La Unidad surge como la herramienta para enfrentar al tigre y fortalecernos Nosotros. El Frente Unido, bajo una espíritu de camaradería, en el que las luchas del pueblo se coordinen es una forma organizativa que favorece la autonomía de los grupos y se ejerce bajo la Asamblea democrática, donde la toma de decisiones y la ejecución de las mismas se unen, expresando materialmente la posibilidad de un órgano de autogobierno donde las distintas ideologías y grupos están representados. El horizonte de nuestro caminar no puede ser una tenue «restauración» o la simple «defensa» de los restos de un nostálgico estado-nacional; la decisión, la valentía, la fe para poder derrotar a nuestro enemigo solo la podemos encontrar en la utopía del fin del capitalismo y el principio del mundo nuevo.
Sea comunista, autonomista, socialista o libertaria, la respuesta a la pregunta de Qué hacer para cambiar el mundo, el Frente Unido representa un espacio para la reproducción de estas ideas y prácticas y para la discusión de las mismas, de una manera más provechosa, pues con tareas y trabajos comunes, habría un común interés por realizarlos de la mejor forma. Este espíritu de «caminar juntos» existe en todos lados. Sin distinguir banderas, mujeres y hombres lo practican cotidianamente en sus luchas. Esta, que presento como propuesta, es mi hipótesis estratégica, pues mía es la responsabilidad de lo que escribo, pero este espíritu lo comparto con valiosas y valiosos compañeros que conozco, y sé que con muchos más que aún desconozco. No se trata de que hayamos resuelto el misterio de Qué hacer, sino de que además de seguir preguntándonos, pasemos a Hacer la unidad (unidad de acción), para llegar a condiciones más favorables para responder la pregunta del Qué Hacer, no en un texto o un ensayo, sino en la práctica, en la acción.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.