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La hora del intendentismo

Fuentes: Le Monde Diplomatique

Mientras la oposición se sirvió de él para incidir en la estrategia política, al peronismo le resultó conveniente para demostrar unidad y achicar la diferencia en las elecciones. Lo cierto es que el intendentismo es un fenómeno que excede la gobernabilidad del territorio asignado y es hoy un actor determinante en la gestión provincial. ¿Llegó para quedarse?

Por decimoprimera vez desde la recuperación de la democracia, los argentinos y argentinas celebramos elecciones intermedias. A diferencia de 2019, fuimos a votar sin mucha esperanza. Abundó el cansancio, el descreimiento y una angustia cada vez menos silenciosa, transversal a todas las generaciones. Muchos expresaron su fastidio, más por la crisis en cuotas (un stop and stop que lleva demasiados años y parece no tener salida en el corto plazo) que por el encierro del que salimos. Las PASO fueron un sacudón, un cachetazo para el gobierno. Con el resultado final puesto, Alberto Fernández anunció el envío al Congreso de un programa económico plurianual que pretenderá tener en cuenta el resultado de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que no sabemos si va a llegar, por un lado, y el ansiado crecimiento económico con inclusión social (que por el momento se ve en los despachos oficiales y de cemento, y del que se espera que no sea consumido por la inflación o por unos pocos sectores, como marcó la vicepresidenta Cristina Kirchner). Mientras tanto, algunas voces opositoras trazan hojas de ruta que van desde el ajuste hasta la posibilidad de un nuevo Rodrigazo (1), pasando por la procrastinación.

El peronismo nacional perdió otra elección intermedia y se quedó sin quórum propio en el Senado (en Diputados nunca lo tuvo). Sin embargo, el miércoles el presidente celebró junto a la militancia la remontada en la provincia de Buenos Aires, el principal distrito del país, en un esbozo de relanzamiento gubernamental que incluyó un anticipo de internas dentro de dos años. La convocatoria desangeló la victoria de Juntos: Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli se desayunaron la cena y luego tuvieron que explicar durante dos días que ellos no fueron los que perdieron. Otro aspecto relevante del comicio bonaerense fue la ganancia de los extremos por izquierda, pero sobre todo por derecha. Quedó a la deriva Florencio Randazzo, cuya pelea por su banca en el recuento definitivo revela que la tercera vía no existe: están Corea del Centro, Corea del Sur y algunos coreanos de ambos lados que se acercan al Panmunjom, el sitio en donde se realiza la mayor parte de las negociaciones entre ambas Coreas. La mención especial es para algo muy gratificante: la casi extinción del uso de un gastado epíteto periodístico (la madre de todas las batallas) que se le adjudica a la elección bonaerense. De a poco, en algunas cosas vamos mejorando.

Si hablamos de elecciones bonaerenses, hay que acercar la lupa al sillón de Dardo Rocha y a la Legislatura provincial. La primera mitad del mandato de Axel Kicillof estuvo signada por la administración de la pandemia y el desarrollo del plan de vacunación. Entrada la campaña, la insistencia en resaltar el operativo más grande de la historia reveló un desacople entre el discurso y los resultados. Las formas bonaerenses de la política y la gestión son crudas, rocosas, y los funcionarios que sobreviven son los que no se toman muy en serio lo que leyeron y se asemejan a atletas de pentatlón moderno. La crisis es leitmotiv, una especie de estado permanente que desnuda la condición sui géneris de la política argentina: la territorialización. El gobernador debió abrir su gabinete. Sumó a Martín Insaurralde y Leonardo Nardini (intendentes en uso de licencia de Lomas de Zamora y Malvinas Argentinas, respectivamente) para recuperar desde la Primera y Tercera sección electoral más de medio millón de votos de los dos millones y medio perdidos. La remontada devolvió el control relativo del Senado (donde se aprueban los nombramientos de jueces y funcionarios de los organismos de la Constitución) y equiparó el reparto en Diputados. Ahora vendrán dos años de negociaciones, por el quórum y por el control de las comisiones. En el plano ejecutivo, el repunte le deja un solo camino a Kicillof: relanzar a su modo (2) su gestión e imprimirle velocidad, quizás con más apertura del gabinete y con la exigencia de resultados.

Con el diario del lunes, más de uno en el Frente de Todos reclamó su parte en la autoría intelectual de la remontada. Tal vez todos sean merecedores de ello. Pero ante a este río revuelto de datos, idas, venidas y recuperaciones, interesa poner el foco en quienes ejecutaron esta demostración del poder territorial: el intendentismo, un agrupamiento que tiene un recorrido trazado en el peronismo, ya formaba parte del gabinete nacional y llegó al bonaerense para ponerse al hombro la campaña.

Arqueología del intendentismo

Hace casi seis años me referí a este fenómeno (3). Lo definí como un dispositivo informal en permanente construcción y mutación, cimentado por capas superpuestas de intendentes e intendentas de los peronismos realmente existentes para incidir en la estrategia política a partir de la legitimidad otorgada por los votos, las gestiones de cercanía y el conocimiento de los territorios. En 2016, cuando todo era repliegue y el macrismo creía ser obamista, unos pocos sacaron de su mochila el bastón de mariscal con la excusa de la firma del Pacto de San Antonio de Padua: los mencionados Insaurralde y Nardini, Gabriel Katopodis de San Martín, la matancera Verónica Magario, Gustavo Menéndez de Merlo, Ariel Sujarchuk de Escobar, Mariano Cascallares de Almirante Brown, Juan Zabaleta de Hurlingham, Eduardo “Bali” Bucca de Bolívar y Fernando Gray de Esteban Echeverría. Luego se incorporaron jefes comunales del interior bonaerense como Santiago Maggiotti de Navarro y Juan Pablo de Jesús de La Costa; siempre contaron con la anuencia de un caucus de barones (un término tan estirado y gorila) como Julio Pereyra de Florencio Varela o Alberto Descalzo de Ituzaingó.

El fenómeno en cuestión se manifestó de modo subcutáneo durante la renovación peronista de 1980, y continuó cuando Eduardo Duhalde extendió gradualmente su esfera de influencia desde Lomas de Zamora a la Tercera Sección electoral y al resto de la provincia. Si bien durante los años 90 se mantuvieron líneas internas como la LIPEBO (Liga Peronista Bonaerense) y la Liga Federal, el andamiaje hizo eclosión con la rebelión de los coroneles de Sergio Massa y el proto Frente Renovador: Sandro Guzmán de Escobar, el sanmiguelino Joaquín de la Torre, Jesús Cariglino de Malvinas Argentinas, Carlos Selva de Mercedes, Gilberto Alegre de General Villegas y Luis Acuña de Hurlingham, entre otros. La versión más reciente fue encarnada por los grupos Esmeralda, Fénix y Establo; por su parte, La Cámpora promueve intendentismo dentro de la provincia de Buenos Aires (con Mayra Mendoza en Quilmes, Juan Ustarroz en Mercedes, el interinato hurlinghense de Damián Selci, Leonardo Boto de Luján e Iván Villagrán en Carmen de Areco) y fuera de ella (los principales son Walter Vuoto en Ushuaia y Luciano Di Nápoli en Santa Rosa).

Hay que agregar a este grupo a los insaurraldistas Federico Achával de Pilar y Nicolás Mantegazza de San Vicente; a Fernando Moreira (intendente interino de San Martín), Ricardo Curutchet de Marcos Paz y Marisa Fassi de Cañuelas. A los intendentes que pasarán a ser legisladores provinciales, como Alejandro Dichiara de Monte Hermoso y Walter Torchio de Carlos Casares. También forman parte de este pelotón Mariel Fernández, intendenta de Moreno y figura clave en la reconciliación del Movimiento Evita con el universo cristinista; el matancero Fernando Espinoza, el moronense Lucas Ghi, los resilientes Mussi de Berazategui y Andrés Watson de Florencio Varela. Aunque no son miembros plenos, puede contarse dentro de este sindicato de intendentes a Alejo Chornobroff, intendente internino de Avellaneda, y Mauro García de General Rodríguez; a los intendentes massistas como Juan Andreotti de San Fernando, Blanca Cantero de Presidente Perón y Javier Osuna de General Las Heras; a Mario Secco de Ensenada, Fabián Cagliardi de Berisso y al particular Mario Ishii, el único que comprendió el perfume de la época y promovió una interna paceña para evitarse una sucesión definida por el dedazo.

Las agrupaciones son un dato constitutivo del peronismo pero no son su patrimonio. El PRO cruzó masivamente la Avenida General Paz y el Riachuelo en 2015, pero cuatro años después debió replegarse y parir su propia versión del dispositivo para incidir a dos bandas. La base del Grupo Dorrego, que sirvió más para compartir experiencias y alinear posturas frente al gobierno bonaerense que para resistir la imposición larretista de la candidatura de Diego Santilli, son Diego Valenzuela de Tres de Febrero, Néstor Grindetti de Lanús, Julio Garro de La Plata y Jorge Macri de Vicente López (que se incorporará al gabinete porteño para coordinar la articulación con el AMBA). Orbitan este grupo los ex intendentes Martiniano Molina de Quilmes, Nicolás Ducoté de Pilar y Ramiro Tagliaferro de Morón. El grupo se amplió con Guillermo Montenegro de Mar del Plata, Javier Martínez de Pergamino, Ezequiel Galli de Olavarría, Pablo Petrecca de Junín y Héctor Gay de Bahía Blanca. De perfil más bajo, el Foro de Intendentes Radicales es un intendentismo del interior: representa a las 32 comunas gobernadas por la UCR en la provincia. Tiene como principales referentes a Miguel Fernández de Trenque Lauquen, Maximiliano Suescun de Rauch, Daniel Capeletti de Brandsen, Alejandro Federico de Suipacha y Claudio Rossi de Rojas.

El gobierno de los intendentes

Sabemos que el intendentismo es un dispositivo informal con el que los alcaldes y alcaldesas inciden en la definición de la estrategia política. Sabemos que esta dinámica es profusa en el peronismo, aunque no es el único lugar en donde sucede. Para completar el cuadro son necesarias dos aclaraciones. La primera es la constatación de que el andamiaje surge desde la oposición, porque ante la ausencia de conducciones con roles institucionales (léase gobernador o gobernadora, presidente o presidenta) los territorios cobran relevancia. Viven con lo propio y eso despierta una solidaridad relativa que aglutina. Sin embargo, no se trata de algo exclusivamente defensivo: la experiencia peronista apuntó a recuperar el gobierno y tensionó, en cierta medida, el verticalismo que sacraliza el justicialismo.

La segunda aclaración es el reconocimiento de un error analítico. La conceptualización de 2016 estuvo teñida de impotencia ante el desenlace del proceso que llevó a la Casa Rosada al peor presidente de la historia argentina. El menú desplegado en el artículo en Panamá Revista fue acotado: la actualización fue planteada como una salida óptima, y en la política real se trabaja con lo que hay y se organiza desde lo que existe, como escribió Luciano Chiconi en Obras públicas. Por eso, el análisis debe amigarse con los subóptimos. La construcción del Frente de Todos partió, entre otras cosas, desde la comprensión de que nadie sobra y de que el peronismo de la nueva democracia siempre es una versión de sí mismo, en donde la unidad “es la costura siempre parcial y momentánea de los peronismos realmente existentes”, como sostuvo Julieta Quirós (4).

Por eso, ni transición ni actualización: el intendentismo hizo sistema. Pasó de la negociación con la hoy orgullosamente porteña María Eugenia Vidal a ser parte de la estrategia frentetodista, y de las mesas políticas a la gestión gubernamental. Gabriel Katopodis fue el primer intendente en la historia en pasar al gabinete nacional, Verónica Magario pasó a presidir el Senado en reconocimiento al padrón más grande de la provincia, y la alianza entre Máximo Kirchner y Martín Insaurralde se cristalizó en la figura de Federico Otermín como presidente de la Cámara baja bonaerense. Los movimientos posteriores fueron obligados por las circunstancias. En el transcurso de este año, jefes comunales como Juan Zabaleta pasaron al ejecutivo para sortear la ley 14.836 (recientemente trascendió que será reformada) que limita las reelecciones en suelo bonaerense.

El mojón más reciente fue el accionar electoral luego de la crisis desatada por la derrota oficialista en las PASO. El intendentismo tomó las riendas de la campaña y arribó al gabinete bonaerense para aportar sherpas con conocimiento del territorio y de la botonera del Estado. Insaurralde reemplazó la agenda de la pandemia por la de las necesidades de los municipios; diseñó un dispositivo de cercanía, en tándem con intendentes e intendentas, enfocado en remontar la elección en los distritos sin tierra (aquellos en donde no gobierna el Frente de Todos). Por su parte, Leonardo Nardini comenzó a destrabar la gestión relativa a la obra pública provincial. El resultado está a la vista: el poder intendentista incidió en el achique de la diferencia con Juntos. Hacia 2023, el interrogante que esta consolidación plantea se posa en la viabilidad de la reversión de una regularidad de la política bonaerense de los últimos 20 años: esto es, que un intendente pueda ser gobernador.

Dejar de ser para seguir siendo

Conviene ser cautos: es cándido pensar que los problemas de nuestro país se resuelven sólo desde las instituciones formales. La crisis y el crash procrastinado están internalizadas en la sociedad, y en buena medida explican la aparición de un fenómeno transversal: el desborde o excedencia (5) de los roles asignados por la Ley Orgánica de Municipalidades a las y los jefes comunales bonaerenses. Una asunción de facto de cuestiones sanitarias, educativas o securitarias, una adición de tareas que suele sobrepasar las capacidades estatales locales. Esto es el caldo de cultivo del intendentismo, pero a la vez revela su límite: la administración y la búsqueda de gobernabilidad en los territorios ponen sobre la mesa el riesgo cierto de un repliegue sobre sí mismos (6), una pérdida de perspectiva nacional que devela un proceso real: la concentración alrededor de la Región Metropolitana de Buenos Aires. Pero incluso al interior del peronismo hay discusiones sensatas, en clave interna, que miran a la provincia y a su gente. El senador provincial Francisco Durañona remarcó recientemente que el resultado electoral sincera el acotamiento del Frente de Todos al tan de moda AMBA. Para revertir la tendencia, propone un giro sustancial de la agenda, la narrativa y la inversión. “Hoy el electorado del interior se siente completamente fuera de la propuesta del Frente de Todos. […] Es muy difícil que gane un dirigente peronista más allá de la Ruta 6”, completó.

Esta puesta de espaldas al resto del país guarda relación con un dato de un estudio reciente de la consultora Zuban Córdoba: el quiebre histórico en la percepción del peronismo como instrumento político válido para sortear crisis y como dotador de gobernabilidad en contextos de incertidumbre. Esa sociedad argentina que, en caso de incendio, rompe el vidrio y saca un piloto de tormentas ahora mira con recelo ese viejo rol peronista. Duhalde fue el arquetipo de ese modelo. Los análisis superponen capas: renovaciones generacionales que sienten al kirchnerismo como un statu quo, sectores medios y medios bajos receptivos al discurso sobre planes y pobres, y el efecto meseta de la propia democracia (siempre estamos en el final, que es en donde partir). Las elecciones ofrecen datos en los que perderse, laberintos del detalle, y también ofrecen pistas sobre lo que la sociedad desea. El gobierno está abajo en dos millones de votos. La sociedad lo puso en penitencia, lo acorraló entre la salida y la voz que definió Albert Hirschman. Los recursos territoriales para salir de ahí no son infinitos. Pero la intuición de que una regeneración vendrá de abajo hacia arriba es inevitable.

Pero para que esa regeneración se concrete, hay que dejar de ser para seguir siendo. La frase pertenece a un texto de Alejandro Galliano (7), el más agudo pensador de esta época, para referirse al transhumanismo. Aquí lo utilizamos para imaginar la posibilidad de un transperonismo o transambismo: dejar de ser granbonaerenses para volver a ser nacionales. La condición de supervivencia de este dispositivo es federalizar su institucionalización informal, que no es otra cosa que una suerte de trade off entre lo que hace ganar una elección y lo que necesita el país. Un punto de partida se vio con el accionar político electoral aludido, que reposicionó al intendentismo y lo proyectó como un actor determinante en la política provincial. Hacia adelante, un curso de acción realizable es la composición, con el interior bonaerense y el resto de las provincias, de una agenda nacional con el norte fijado en la resolución de las demandas postergadas y urgentes. Si acaso, como sostenemos acá, le urge al peronismo recrear un esquema relacional cooperativo que borre los contornos de esa frontera invisible que es la ruta 6 (el peronismo no puede terminar en el conurbano), este intendentismo está en condiciones de aportar una hoja de ruta que anude territorios y temas concretos. El peronismo dirá que con los intendentes no alcanza, pero después del 14 de noviembre ellos ya pueden decir: sin los intendentes no se puede.

Notas:

1. «Neoliberalismo o rodrigazo», Hernán Iglesias Illia, Seúl.ar, noviembre de 2021: https://seul.ar/neoliberalismo-rodrigazo/

2. «Kicillof, recargado: gabinete con tarea, más calle y reelección», Macarena Ramírez, Letra P, noviembre de 2021: https://www.letrap.com.ar/nota/2021-11-16-12-34-0-kicillof-recargado-ministros-con-tarea-mas-calle-y-reeleccion

3. «El ‘intendentismo’: ¿fenómeno de transición o actualización del peronismo?», Agustín Cesio, Panamá, julio de 2006: https://panamarevista.com/el-intendentismo-fenomeno-de-transicion-o-actualizacion-del-peronismo/

4. «Genealogía de un peronismo de baja intensidad», Agustín Cesio, Bunker, diciembre de 2018: http://bunker.net.ar/genealogia-de-un-peronismo-de-baja-intensidad/

5. «El AMBA tiene que adaptarse», Valeria Ana Mosca y Agustín Cesio, Panamá, septiembre de 2020: https://panamarevista.com/el-amba-tiene-que-adaptarse/

6. «¿Qué es el AMBA?», Leonardo Fernández, Café de las ciudades, julio de 2020: https://cafedelasciudades.com.ar/sitio/contenidos/ver/344/que-es-el-amba-i.html

7. «Dejar de ser para seguir siendo», Alejandro Galliano, La Vanguardia, mayo de 2019: http://www.lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2019/05/31/dejar-de-ser-para-seguir-siendo/

Agustín Cesio es politólogo (UBA). Docente (Facultad de Ciencias Sociales, UBA). Periodista. Twitter: @agustincesio

Fuente: https://www.eldiplo.org/notas-web/la-hora-del-intendentismo/