Sin duda es obligado celebrar a quienes se levantaron en armas para quitarse el yugo de los que, por siglos, trataron como extraños en tierra propia a indios y mestizos, y se dedicaron a saquear los recursos naturales de América, esclavizando y asesinando a los pueblos originarios. Pero conmemorar una lucha como ésta, no puede […]
Sin duda es obligado celebrar a quienes se levantaron en armas para quitarse el yugo de los que, por siglos, trataron como extraños en tierra propia a indios y mestizos, y se dedicaron a saquear los recursos naturales de América, esclavizando y asesinando a los pueblos originarios. Pero conmemorar una lucha como ésta, no puede reducirse al ridículo carnaval hollywoodense de Calderón, costosísimo y de muy bajo nivel cultural, en el que la gesta histórica y la reflexión sobre el México actual estuvieron completamente ausentes. De un gobierno contrarrevolucionario, sólo podíamos esperar ese inmoral derroche de recursos que le permitió repartir entre sus amigos contratos millonarios y el show que le preparó un empresario gringo para su lucimiento personal.
La guerra de independencia, sus ideales, sus triunfos y derrotas, nada tiene que ver con eso.
Desde el 16 de septiembre de 1810 hasta la entrada del Ejército Trigarante a la capital el 27 de septiembre de 1821, pasaron 11 años de muerte y sufrimiento para los indígenas y demás pobres de esa época, pero también fueron años en los que se fueron mostrando y enfrentando los intereses de los distintos sectores sociales que participaron en esa revolución. Los de abajo estuvieron muy bien representados en el General José María Morelos, quien expuso en Los sentimientos de la Nación su aspiración de que América fuera libre e independiente de España y de toda otra nación o monarquía, y afirmó que «la soberanía dimana inmediatamente del pueblo».
Sin embargo, esta lucha sólo representó, por diferentes razones históricas, el principio de un nuevo tipo de orden económico, en el que no terminó la esclavitud, la desigualdad, ni la pobreza.
A la mitad del siglo XIX, diferentes capitales extranjeros, principalmente franceses e ingleses, invirtieron en nuestro continente con la clara intención de convertirlo en la granja de Europa. América Latina pasó a ser la distribuidora de materias primas para los países industrializados que sacaron abundantes ganancias a costa de los pueblos de la región. A lo interno de nuestros países, sólo se vieron beneficiadas las oligarquías nacionales y los terratenientes que le habían arrebatado sus tierras a las comunidades campesinas a punta de bayoneta y fusil. El campesinado, que entonces agrupaba a la mayoría de la población, trabajaba en condiciones inhumanas, sometidos por la represión y pauperizados por las tiendas de raya.
Hoy, en pleno siglo XXI, la miseria y la opresión, no han disminuido. La hegemonía económica mundial ha cambiado a manos del imperio más poderoso jamás antes visto. ¿Qué celebra Calderón cuando el país se ha subordinado a la dominación de Estados Unidos y la independencia política no es más que una ilusión? Es absurdo que pese a los enormes recursos naturales con los que contamos, nuestro país ya no es autosuficiente en materia alimentaria y tiene que comprar en el extranjero 50% de lo que consume, y que habiendo sido una potencia petrolera actualmente se tenga que importar gasolina y hasta petróleo crudo.
Acuerdos internacionales como el ALCA y el TLCAN, han trazado las líneas de saqueo de los recursos naturales y de la sobreexplotación de nuestro pueblo para beneficio de los grandes capitales. La política económica de nuestro país, se dicta en el extranjero. El 90% de lo que el país exporta, va hacia Estados Unidos, igual que el 80% de nuestra producción petrolera. Un país sin soberanía económica no puede ser independiente, ni puede tomar decisiones libremente.
Las consecuencias que ha generado esta dependencia económica y política se expresan en la miseria de las mayorías: el 54% de los mexicanos (57.8 millones) viven con menos de 4 dólares diarios, mientras que el 32% (34.3 millones) lo hacen con menos de 2.5 dólares y un 24% (25.7 millones) con menos de 2 dólares.
Un país con estos índices de pobreza, en donde 7.5 millones de sus jóvenes ni estudian ni trabajan, con un sistema educativo que está en crisis, en donde la falta de escuelas y trabajo provoca el reclutamiento de miles de personas a las filas del narcotráfico y la delincuencia, y donde la migración forzada por estas condiciones es mayor que hace 200 años, no puede llamarse independiente.
¡Y qué decir de la libertad! El capitalismo inventó otra forma de esclavitud: la esclavitud asalariada, que emana de que la inmensa mayoría de la población ha sido desposeída de todos los medios de producción que le permitían obtener su sustento, obligándola a vender su capacidad de trabajo por un salario para sobrevivir. El látigo del capataz contra el indio campesino, fue sustituido por el hambre y la necesidad que obligan a la mayoría a vender su fuerza de trabajo.
Y este sistema, que ha encontrado la forma de reconstruirse tras múltiples crisis, en los últimos 30 años ha roto fronteras, convirtiendo a la producción y el comercio en un enmarañado sistema que abarca a diversos bloques de países en el mundo. El neoliberalismo ha globalizado la pobreza y ha concentrado en muy pocas manos la riqueza.
Por eso, hoy la lucha por la independencia y la libertad es, sobre todo, una lucha anticapitalista de todos los pueblos del mundo contra los dueños del dinero.