«Vivía en La Paz (Bolivia) y el dinero era escaso. Una persona me prometió empleo en Argentina y me dijo que aquí mis hijos podrían ir a la escuela mientras yo trabajaba. Pero cuando llegué, todo fue diferente a lo prometido», relata Simona, una boliviana de 46 años que reside en Buenos Aires y trabajó […]
«Vivía en La Paz (Bolivia) y el dinero era escaso. Una persona me prometió empleo en Argentina y me dijo que aquí mis hijos podrían ir a la escuela mientras yo trabajaba. Pero cuando llegué, todo fue diferente a lo prometido», relata Simona, una boliviana de 46 años que reside en Buenos Aires y trabajó en la industria textil.
Simona relata a SEMlac que las condiciones laborales en las que se encontraba eran penosas y que le habían prometido una paga de $0.40 (unos 16 centavos de dólar) por prenda, pero luego empezaron a pagarle sólo $0.30 (US$0.10). La excusa de su empleador era que las prendas estaban descuidadas.
«No me conviene seguir trabajando por esa paga, le dije al empleador que era aquella persona que me había traído a este país. El me respondió: `Si quieres, te vuelvo a Bolivia´. Y yo le dije: `¡Pues no soy un objeto que se puede llevar y traer a cada rato, soy una persona!´», rememora Simona.
El relato de Simona representa la experiencia y el sufrimiento de numerosas personas que trabajan en la industria textil de Argentina y que provienen de los países limítrofes.
Este problema salió a la luz en marzo de 2006, cuando un grupo de migrantes bolivianos perdieron sus vidas en un incendio en un taller textil de la ciudad de Buenos Aires. Aquel hecho fomentó denuncias contra la industria textil que se nutre del trabajo esclavo y que está estrechamente vinculada a la trata y el tráfico de personas.
Según el estudio Quién es quien en la cadena de valor de la industria textil, realizado por Fundación El Otro (www.elotro.org.ar) y la organización Interrupción (www.interrupcion.net), «la forma más extendida y conocida (de trata para explotación laboral) es la explotación de personas en talleres de confección de indumentaria textil».
«Específicamente los casos de trata para trabajo esclavo o servil en la Argentina, están focalizados en el norte del país y en los talleres de confección en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores», señala esa investigación.
De acuerdo con un sondeo en 10 empresas textiles dirigido por la Fundación El Otro, en 2006, la industria de ese ramo en la ciudad de Buenos Aires, ocupa alrededor de 6.443 personas, de las cuales 5.121 son varones y 1.322 mujeres.
En cuanto al salario percibido por quienes trabajan en la industria textil, es menor en relación con otros sectores industriales; pero los sueldos más bajos se encuentran en la rama de la confección que emplea, en su mayoría, a mujeres.
La economista María D´Ovidio, directora de esta investigación, señaló a SEMlac que «la mayoría de estos talleres están vinculados a la trata. Sus dueños, en un alto porcentaje, son bolivianos, luego le siguen los coreanos, aunque también hay argentinos. Allí existe discriminación de género en el trato, paga y horarios de jornadas laborales. Las mujeres allí son mas exigidas porque están con sus hijos cuando trabajan y esto conlleva a requerimientos mayores».
Trabajan alrededor de 16 horas y ellas ganan entre $0, 40 (US$ 0.15) y 0,60 (US$ 0.20) por cada prenda producida, lo cual daría un total mensual cercano a $300 a $400 (equivalente a 100/130 dólares). Sin embargo, el costo de vida para un familia tipo (pareja y dos hijos) en la Argentina ronda los $1.200 (US$ 400).
La mencionada investigación revela que existen distintas formas en las que se presenta el trabajo esclavo, una de ellas es la servidumbre por deudas, muy común en los talleres clandestinos de confección de prendas.
Con esta modalidad, las víctimas son obligadas a trabajar junto a sus familias para pagar los gastos del traslado desde su país de origen al de destino. Generalmente, el empleador-tallerista retiene sus documentos de identidad y el sueldo y, en cambio, entrega a la trabajadora sumas pequeñas semanalmente, situación que otorga al empleador un alto grado de control sobre el inmigrante.
Uno de los testimonios recogidos por la Defensoría del Pueblo de la ciudad de Buenos Aires, reproducido en ese informe, muestra la crudeza de esta realidad:
Una boliviana fue entrevistada por una empleadora que ofrecía trabajo en la Argentina y prometió pagarle 0.40 (US$ 0.13) por prenda. La mujer viajó a la frontera argentina con su hermana, su cuñado y el hijo de ambos de tres años y, tras una terrible y clandestina odisea migratoria, llegaron a Buenos Aires, donde la documentación quedó en manos de la futura empleadora.
Allí se encontraron que en el taller todos los trabajadores vivían en minúsculas casillas de madera ubicadas en la terraza. La jornada de trabajo era de lunes a viernes de ocho de la mañana a una de la madrugada, y los sábados laboraban hasta las 13 horas.
Sin condiciones de higiene y seguridad, la mujer estuvo en este lugar durante un año para recibir como remuneración de 1,50 a dos dólares por fin de semana, con el argumento de que debía pagar la deuda del viaje.
Uno de los puntos que más conmueve de su historia es que, en el lugar, vivían cinco niños menores de cinco años, que tampoco podían salir de la casa ni para ir al médico o a la escuela. Además resalta que, a causa de la miseria en que se encontraban todos los trabajadores, se robaban entre ellos los efectos personales, e incluso la comida.
Por su parte, la Organización Internacional de Migraciones informó que, durante 2006, el 40 por ciento de los casos asistidos correspondieron a explotación laboral. «La mayoría de las víctimas de explotación laboral sufren de problemas pulmonares y alergias por las condiciones sanitarias del taller donde son recluidos, y el polvillo característico de la actividad textil. Además, enfermedades como la anemia son frecuentes por la falta de alimentación», señala el organismo mundial.
Actualmente, la industria textil y de confección se encuentra en una etapa de estabilización, luego del leve crecimiento que se produjo entre 2002 y 2003. Se estima que en la ciudad de Buenos Aires existen cerca de 5.000 talleres ilegales.
«El sector empresario se muestra reacio a tomar responsabilidad en el asunto, pero también existe mucha desinformación. A la vez, el sector sindical podría jugar un papel más significativo para promover las buenas prácticas de esta industria», dijo a SEMlac la economista D´Ovidio.
La profesional señaló también que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a través de la Subsecretaria de Producción, Empleo y Desarrollo Profesional, viene desarrollando una tarea interesante de presión, exposición y denuncias a las marcas que se nutren del trabajo esclavo, y destaca que algunas de ellas están tomando conciencia de la corresponsabilidad en esta situación».