En las últimas semanas saltaron a la agenda pública hechos de racismo ocurridos en distintos lugares de nuestro continente. Argentina no está exenta de esas prácticas, es más, podríamos decir que son bastante habituales aunque nos cueste identificarlas. La injustificable visión de otros seres humanos como inferiores, pretende justificar la desposesión de los mismos. Esto tiene una larga historia que aquí no podemos detallar, pero sí dar algunos indicios de la misma.
Construcción del otro como subalterno
Existe un relato histórico eurocéntrico que relativiza y hasta niega las historicidades grupales y locales. Es más, desde esa visión “occidental” se establecieron categorías de “adelantos” y “atrasos” jerarquizando todas las culturas en un orden que implicó la centralidad de lo europeo y la perificidad del resto del globo. A partir de la expansión capitalista y colonialista europea, desarrollada desde fines del siglo XV, se produjo una extraordinaria apropiación ilegítima de territorios y riquezas que tuvo como una de sus prácticas la explotación esclavista a una escala hasta entonces desconocida por la humanidad. Esto no solo llevó a la matanza de poblaciones de nuestro territorio y del continente africano, sino también a un denodado esfuerzo dirigido tanto a la sustitución de memorias locales, como a la colonización de los imaginarios colectivos de los pueblos preexistentes a la invasión europea.
A pesar de las resistencias, se produjo una apropiación subalternizadora de los cuerpos no europeos en función de la expoliación de riquezas. Esa construcción deshumanizante del distinto, del “no europeo”, habilitaba o permitía cierta “legitimidad” para quitarle su riqueza u obligarlo a trabajar generando la fortuna que no quedaría en sus manos. Incluso, esos cuerpos fueron utilizados en combates, se trató de una dinámica que no fue modificada con las revoluciones emancipadoras como tampoco luego de la organización de las repúblicas americanas. Es así que en la conformación de las identidades nacionales se silenciaron voces. En el caso de Argentina esto tiene una fuerza especial pues se conformó un discurso hegemónico que fue moldeando una identidad nacional, imaginaria, distante de la real presencia de esos otros cuerpos que terminaron siendo construidos como negatividad. El silenciamiento de voces, el ocultamiento de la existencia e importancia de lo no europeo en el discurso de la historia oficial ha sido de gran peso. Desde allí se partió para construir un imaginario hegemónico de la identidad argentina, en el cual, por ejemplo, lo afroamericano o lo indígena aparecerá como distorsión o negación. Esto hace que sea muy difícil encontrar trabajos acerca de la afroargentinidad y mucho más problemático es hallar discursos que incorporen a la identidad argentina todo aquello distinto de lo europeo. El discurso hegemónico tiene tal fortaleza que puede sonar natural escuchar hablar de “la pampa gringa” o “el país de los que bajaron de los barcos” haciendo solo mención de lo europeo y olvidando los barcos que trajeron los esclavos desde Africa o quienes ya vivían en estas tierras.
Discursos de las identidades argentinas
Para el escritor e investigador Alejandro Solomianky, es claro que existe “una negación argentina de los aportes y componentes afroargentinos” que acarrea la total ignorancia de los inmensos aportes de lo africano a lo que podríamos llamar “argentinidad”.
No tenemos tanto espacio aquí para abundar en citas de lo escrito por Domingo Faustino Sarmiento, pero su discurso acerca del gauchaje, los indios y los negros es bastante conocido. Sí podemos mencionar a Juana Manso, que llegó a ser una colaboradora de Sarmiento en la implementación de los planes educativos, en su obra “Los misterios del Plata” (1846) hablando de Juan Manuel de Rosas, señala una suerte de entre el “tirano” y la “negritud”. Para ella los negros y la tiranía son astillas del mismo palo. “El pueblo bajo, compuesto en buena parte por negros y mulatos, está conforme con Rosas como lo estuvo en la Roma de los césares con Claudio, con Nerón o con Calígula”. Párrafo anterior habla de la “fidelidad de la raza africana” que “viven en comunidades que llaman pueblos” en los cuales tienen “reyezuelos por cada grupo de familia del mismo origen”. Manso no solo no reconoce esos liderazgos, sino que los plantea como extranjeros, alejados, externos, y se los remacha con el ejemplo de la cultura europeísta de Roma. Cuando habla de “pueblo bajo” no lo hace remarcando lo intelectual, sino que abarca lo moral y otros aspectos. Un análisis de esa obra nos lleva decir que para ella los habitantes de esos lugares son seres “bajos”.
José Mármol, en 1849, publica “Manuela Rosas. Rasgos biográficos”. Allí puede leerse, en relación a Manuela “y hela allí danzando cuatro o seis horas con ebrios, con asesinos y hasta con negros una vez. Danzando no los bailes de la sociedad culta, porque eran unitarios, sino los bailes de la plebe, con todos esos movimientos repugnantes y lascivos que llaman ´gracias´”. En este texto Mármol señala, de manera clara, que ser negro es peor que asesino o ebrio. El ya referido Solomianski, en su libro “Identidades secretas: la negritud argentina” señala que “a mediados del siglo XIX la presencia efectiva y pesadillesca para los letrados europeizantes de la mujer afroargentina torna su representación aún más irritante que la de los varones de piel oscura. Sarmiento puede hablar bien del coronel Barcala, Mitre puede inventar a su Falucho, pero no hay representaciones positivas de mujeres negras, ni siquiera como objetos sexuales hasta unas cuantas décadas más tarde”. Recién cuando avanza el mar migratorio y el porcentaje de afrodescendientes es menor, aparecen otras representaciones de la mujer negra. Es que cargaba con el “problema” de su poder oscurecedor, lo que era visto como un atentado a la supuesta “superioridad” del sexo masculino y la pigmentación clara. Ellas no podían garantizar la reproductividad de la blanquedad.
Repensarnos desde la ternura
Si bien aún no lo dijimos, es claro que la invención histórica del concepto de “raza” y las “raciologías” fueron fuentes de justificaciones para jerarquizar como superiores o inferiores a diferentes grupos humanos. Ahora debemos anotar que si bien se trata de conceptos que entraron en crisis, no pasó lo mismo con el racismo que continúa generando hechos tan terribles como lo de la localidad de Fontana, provincia de Chaco, en la madrugada del 31 de mayo de este año. Allí cinco policías de esa provincia ingresaron violentamente a una casa, atacaron a las personas que estaban en el lugar y luego llevaron a varias de ellas a la comisaría. En ese lugar las torturaron, violaron y ejercieron todo tipo de violencia. “’Indios infectados, ustedes son unos mal acostumbrados’, nos gritaban mientras nos torturaban cinco policías saltando sobre nuestros pechos», señaló una joven qom. Parte de toda la violencia ejercida sobre esos cuerpos fue filmada y fue reproducida en miles de pantallas de todo el país. Lo mismo pasó con el accionar policial, en la ciudad de Minneapolis, Minnesota, Estados Unidos, contra George Floyd un ciudadano afrodescendiente.
Como dijimos la construcción de ciertos grupos como “no iguales”, “no merecedores de los mismos derechos”, “inferiores”, no es algo que surge ahora. Es algo que viene organizándose desde hace mucho, y persiste. Más allá de que los grupos afectados sean integrantes de pueblos originarios de América o afrodescendientes, existe una manera de ejercicio de poder en esta sociedad donde está, como componente necesario, el sometimiento del otro, el no goce de los mismos derechos por parte de quienes no son considerados iguales sino inferiores. Y esto se da con todos a los que los grupos de poder no consideran iguales, ya sean mujeres u hombres afrodescendientes, pueblos originarios, pero también con sectores pobres, trabajadores, etc. La lógica no es muy diferente cuando se justifica la explotación o la precarización de la vida de trabajadoras/es. Seguro es tiempo de pensar mucho más en la igualdad de derechos y hacerlo desde la ternura, es decir, sintiendo que todos los otros son merecedores de nuestro amor.