«Articular históricamente lo pasado no significa «conocerlo como verdaderamente ha sido». Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado, imagen que se presenta sin avisar al sujeto histórico en el instante de peligro. El peligro […]
«Articular históricamente lo pasado no significa «conocerlo como verdaderamente ha sido». Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado, imagen que se presenta sin avisar al sujeto histórico en el instante de peligro. El peligro amenaza tanto a la existencia de la tradición como a quienes la reciben. Para ella y para ellos el peligro es el mismo: prestarse a ser instrumentos de la clase dominante. En cada época hay que esforzarse por arrancar de nuevo la tradición al conformismo que pretende avasallarla. El mesías no viene sólo como redentor; también viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.»
Walter Benjamin (Tesis de filosofía de la historia)
La necesidad que el capital tiene de los Estado-Nación es un tema a debate que debe considerarse en el análisis histórico/económico de la realidad; con el Estado-Nación nacemos la masa de desposeídos que no tenemos nada más que nuestra fuerza de trabajo, y con esta, llenamos los bolsillos de la naciente burguesía nacional.
Con el Estado-Nación también nace el nacionalismo burgués, que pretende erigir una falsa cultura nacional, de patriotismo y servilismo a la gran empresa que es el Estado; y con esto, perpetuar el acumulado de capital social generado tras siglos de opresión y explotación.
Sin embargo, con el Estado-Nación, el capitalismo de Estado y el nacionalismo burgués, también nace la necesidad de construir un nacionalismo revolucionario que trascienda los órdenes capitalistas y que desde las entrañas del régimen articule una propuesta de rescate nacional que trascienda los límites de las fronteras impuestas por el capital y que ponga en el centro el internacionalismo revolucionario de la clase trabajadora y con este, la construcción del comunismo.
La propuesta revolucionaria de liberación tiene que partir de un acto político/reflexivo que ponga en el centro de manera dialéctica a los múltiples sujetos y clases, con su composición histórica concreta y el reconocimiento de múltiples nacionalidades dentro de ellos.
El nacionalismo revolucionario tiene por tarea la creación de una propuesta emancipadora que parta de las realidades concretas y contradictorias que se desarrollan dentro de los límites del Estado-Nación, para la superación de este. Implica necesariamente reconocer la lucha de clases, pero también la opresión colonial y patriarcal que configuran el sistema de dominación y explotación que el nacionalismo burgués/criollo exalta contradictoriamente en sus discursos adoctrinadores.
El análisis de la realidad política tiene que partir sí del marxismo, pero de un marxismo crítico que se nutra de las históricas experiencias de nuestros pueblos que dentro de sus cosmovisiones y territorios resisten desde hace más de 500 años al capitalismo y su expansión.
Ni las propuestas políticas que nacen de la interpretación más lineal del marxismo y ni las propuestas indianistas por sí solas han podido resolver el tema del poder, y con esto, la superación del capitalismo; esta superación del tiene que partir de la lucha por la liberación nacional, por la construcción de un nacionalismo revolucionario que recoja las aportaciones teóricas, políticas y organizativas que han emanado de la clase trabajadora desde el siglo XIX y las de las naciones y pueblos en resistencia que aportan un milenario misticismo y resignificación de la lucha revolucionaria; es decir, la necesidad de construir una nueva narrativa de resistencia y contraofensiva que permita avanzar en la guerra de posiciones para la emancipación.
El Estado-Nación configura en sí mismo a un bloque dominante en el que se agrupan no sólo la burguesía nacional, sino un conjunto de figuras o personajes políticos que encarnan la más fetichizada expresión del nacionalismo burgués; rastreando la historia del México independiente podemos encontrar a distintos personajes que representaron en su tiempo los intereses de distintos grupos burgueses determinados, desde Porfirio Díaz, Benito Juárez, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza y hasta el propio Lázaro Cárdenas, entre otros tantos.
Cada uno de estos personajes encarnaba los intereses de diversos grupos burgueses, pero en general, los intereses del capital mundial; esto, sin embargo, no niega el empuje revolucionario que las clases subalternas mantuvieron en su época, quienes motivados por la defensa de la soberanía nacional reflejaban las contradicciones de un acumulado histórico que iba construyendo, desde el seno del bloque de las clases subalternas, el nuevo nacionalismo revolucionario.
No olvidemos que fuimos nosotras y nosotros quienes con nuestra sangre, nuestro trabajo, nuestras vidas, erigimos al México independiente, que fuimos nosotras y nosotros quienes peleamos contra las intervenciones extranjeras, quienes libramos las guerras de independencia, reforma y de revolución; fuimos nosotras y nosotros quienes con nuestros pulmones hemos desarrollado las fuerzas productivas nacionales; somos nosotras y nosotros quienes hemos escrito la historia de este país, y es a nosotras y nosotros, a quienes se nos ha negado la dirección y conducción de la nación hacia la emancipación.
El nacionalismo burgués que pregona la clase política antinacional está dispuesto a ceder nuestros territorios, nuestros recursos naturales, nuestras vidas, en beneficio de sus capitales; es un nacionalismo que está dispuesto a aniquilarnos internamente, a exterminar nuestras cosmovisiones, a negarnos nuestra autodeterminación y a implantarnos falsos modelos de desarrollo que se nos imponen, aún como hace 500 años, con la violencia y el dogma. Este fundamentalismo se mueve dentro de los límites del Estado-Nación, negando nuestra identidad como pueblos, fragmentándonos en fronteras políticas y económicas.
Hay otros, que en su afán, partiendo de la tradición del liberalismo criollo español, pugnan por la recuperación las fuerzas productivas nacionales de las manos del neoliberalismo neocolonial, pregonan un nacionalismo que sigue manteniendo sus privilegios de clase y coloniales, al igual que Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, buscan el resurgimiento de una burguesía «a la mexicana»; que pueda seguir manteniendo el control de nuestros territorios, renegociando los términos de la explotación, este nacionalismo criollo se disfraza de nacionalismo revolucionario y hasta en algunos casos, integra el frente antiimperialista, es el nacionalismo de la socialdemocracia criolla, reformista y reaccionaria que históricamente se ha encargado de traicionar y subyugar a la clase trabajadora.
El nacionalismo revolucionario toma como principio las propuestas organizativas y teóricas que la clase trabajadora hemos desarrollado con años de histórica lucha, pero a la vez, incorpora elementos que territorializan la lucha, como lo son las cosmovisiones de nuestros pueblos indígenas y el reconocimiento de una conciencia de clase que parte desde la identidad histórica que como pueblos hemos preservado.
Es decir, somos indígenas, indígenas mestizos, y también somos trabajadores y trabajadoras, provenientes de sectores populares, de la clase obrera; esta tesis pretende replantear una nueva narrativa revolucionaria que parta del reconocimiento de la colonización y neocolonización como un sistema de dominación del que se desprenden los nuevos procesos de acumulación originaria que el capital necesita para expandirse y llevarnos a la barbarie.
No es sorpresa entonces, que el sujeto revolucionario encuentre su génesis en los elementos más profundos de la nación; en la costumbre cotidiana, en nuestra alimentación, en la resistencia cultural, en la resistencia desde el territorio; en todo el amplio abanico de sujetos que integran el movimiento social en su conjunto.
Han sido pocas las organizaciones de la izquierda revolucionaria que realmente nos hemos planteado el tema de la liberación nacional como un problema complejo que permita avanzar hacia la construcción del comunismo; podemos decir que dentro del bloque antiimperialista el debate acerca de la nación es aún un tema pendiente en la agenda política.
Encontramos pues cuatro líneas que lejos de converger disputan una falsa dirección sin cuerpo, ya no es el tema del «proletariado sin cabeza»; sino de la dirección sin cuerpo; la creación de un nuevo sujeto político social (el sujeto revolucionario) ha sido un tema que parece haber sido abortado.
El debate aquí planteado implica también un regreso hacia la polémica de Rosa Luxemburgo y Lenin, es decir, la contradicción entre movimiento de masas y el partido, que lejos de buscar la superación dialéctica de dicha contradicción, parece antagonizarse aún más.
La derrota nos ha comido por la incapacidad de reflexionar sobre el acumulado histórico que las clases subalternas hemos apelotonado a lo largo de siglos de resistencia y batalla contra el capital.
La derecha, sin embargo, bajo el nacionalismo burgués o reformista, ha sabido aglutinar bajo su propuesta a la gran mayoría de las clases subalternas; fetichizando así el tema de un proyecto de nación que ellos puedan administrar y controlar.
La incapacidad de la izquierda en formular un proyecto de nación que parta desde la tradición de los oprimidos ha sido determinante para los múltiples reveses que hemos sufrido en el terreno político desde el 88 hasta nuestros días.
Hoy el neoliberalismo es insuficiente y al ir por elementos que anteriormente le parecían residuales (la cultura, los recursos naturales, etc.); al profundizar la sobrexplotación laboral, y al verse en una irreversible crisis política; la urgencia de refundar la nación desde sus elementos más profundos, es crucial.
Tenemos pues, una misión histórica y ante nosotras y nosotros se abre una coyuntura que lejos de acabar en el 2018, parece ser el preludio de uno de los periodos más álgidos de la humanidad.
Rebelarse desde lo que somos, desde nuestra posición de clase, pero también desde nuestra espiritualidad y ancestralidad, es hoy nuestra misión histórica.
¡Venceremos!
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