están en algún sitio / nube o tumba están en algún sitio / estoy seguro allá en el sur del alma es posible que hayan extraviado la brújula y hoy vaguen preguntando preguntando dónde carajo queda el buen amor porque vienen del odio(Desaparecidos – Mario Benedetti) Han pasado más de 33 años desde que la […]
están en algún sitio / nube o tumba
están en algún sitio / estoy seguro
allá en el sur del alma
es posible que hayan extraviado la brújula
y hoy vaguen preguntando preguntando
dónde carajo queda el buen amor
porque vienen del odio
(Desaparecidos – Mario Benedetti)
Han pasado más de 33 años desde que la última asonada militar asaltara el poder a sangre y fuego en Argentina. 33 años en los que la justicia sigue en deuda con los desaparecidos del régimen militar. 33 años de impunidad en los que la memoria de los desaparecidos ha sido usada de manera perversa. Sin embargo hoy, esa memoria, tozuda, obstinada y tenaz nos interpela. Dos sucesos me han evocado en la conciencia la necesidad de seguir profundizando la historia pasada y sobre todo buscar los mecanismos para narrarla. El primero tiene que ver con un proyecto audiovisual por el momento truncado. El segundo con la historia que un amigo, profesor de historia, me ha contado. El origen son dos geografías totalmente distintas pero con un punto de unidad: los desaparecidos que reaparecen permanentemente para recordarnos que «en el país del no me acuerdo» todavía no se ha hecho justicia y que las bestias del horror siguen sueltas, impunes, vergonzantes.
Juan, como si nada hubiera pasado
El 16 de septiembre me llega un mail que inmediatamente recorre mi alma y me eriza los pelos. El mail es de Felicidad Carreras quien me recuerda que ese 16 se han cumplido 33 años de la desaparición de Juan. También se han cumplido 33 años exactos de la llamada «Noche de los Lápices», en la que jóvenes estudiantes secundarios de la ciudad de La Plata fueron secuestrados por los grupos de tarea. La historia de Juan y la de sus compañeros de militancia ha sido pensada para llevarla a la pantalla. Y en eso estamos.
Juan Francisco Carreras era estudiante de la facultad de Bioquímica, parte del cuerpo de delegados de esta facultad (casi todo el grupo desaparecido), militaba en el Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS), un frente organizado por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y que reunía a distintas expresiones del socialismo. Tenía 26 años. Este joven catamarqueño, nacido el 26 de julio de 1950 en la ciudad de Belén, fue secuestrado desde dentro del edificio universitario cuando salía de rendir un examen. Juan es uno de los 30.000 desaparecidos de la última dictadura militar. Su caso es inédito en Tucumán, ya que se trata de uno de los pocos secuestros que se conocen en la provincia producidos dentro de una sede universitaria. Esto demuestra cómo la dictadura se ensañó, muy particularmente, con los jóvenes estudiantes comprometidos, con la generación de los «Tucumanazos».
Juan Carreras debía presentarse a un examen final el 16 de septiembre de 1976. Juan había sido señalado por la dictadura militar y estaba en las listas negras. Cuando el 2 de mayo de ese mismo año un grupo de tareas irrumpió en su domicilio de calle Chacabuco al 400 y no lo encontró, Juan salvó su vida, regresando inmediatamente a Belén, en Catamarca, a la casa de sus padres. Sin embargo y contra todas las opiniones que le sugerían a Juan no regresar a Tucumán, el joven catamarqueño decidió presentarse a rendir el examen final ese 16 de septiembre.
Juan debía encontrarse momentos antes del examen con Enrique Sánchez, un amigo y compañero de carrera. Sin embargo Sánchez fue secuestrado la noche anterior al examen y el encuentro entre los amigos no se produjo. Sin embargo la desaparición de Juan involucra al propio Enrique. El «grupo de tareas» que secuestró a Juan usó de señuelo a Sánchez, llevándolo en un coche al momento de encontrarse con Juan. Al pasar a la par del coche, Juan saluda a Enrique, quien estaba en el interior, sin que éste le devolviera el saludo. Juan estaba entonces ya «señalado» por su amigo.
Carreras entró a rendir sin saber por qué su amigo no le había saludado. Promediando el examen tres hombres ingresan en la sala y preguntan si se encontraba allí Juan Carreras. La Doctora Elsa Brauckman, quien estaba tomando el examen, respondió afirmativamente. De allí en más todo cambió para Juan. Carreras fue el último estudiante en salir de la sala. Desde el mismo momento en que entraron los hombres a buscarle Juan comenzó a dibujar líneas en el papel del examen. Al salir de la sala, el joven pidió ayuda al profesor titular de la Cátedra, el Dr. Francisco Barbieri quien se encontraba en el pasillo del edificio universitario. Barbieri no atinó a hacer nada por el estudiante, quien acto seguido fue sacado de la facultad por los hombres que le buscaban. El joven «bélicho»[1] fue visto por última vez en el centro de exterminio Arsenal Miguel de Azcuénaga. El centro universitario de donde fue secuestrado Juan lleva el nombre de Barbieri, quien no hizo nada para evitar la desaparición del joven. En el centro universitario central una placa solo recuerda a «quienes pudieron haber sido sus egresados» sin dar mayores explicaciones. En el listado de nombres se encuentra Juan. Esa es nuestra memoria, aquella que prefiere olvidar que pudieron haber egresado de la carrera si la dictadura no los hubiera secuestrado y hecho desaparecer.
Vale aquí el recuerdo de los otros dos desaparecidos de Belén: Yolanda Borda y Oscar Gervan.
La doble desaparición de «Tina»
El mismo 16 de septiembre me reúno con un amigo profesor secundario de historia. Le ha tocado en suerte dar clases en una escuela de la localidad de Los Pereyra, en el departamento de Cruz Alta, en Tucumán. La zona es territorio de represores. Los casos que hoy son portada de periódicos como el del ex comisario Camilo Orce y el de Oscar «el Malevo» Ferreyra, nos remiten al pasado, cuando éstos dos represores asolaban la zona, atormentando a vecinos dentro del esquema del plan sistemático de desaparición de personas.
Mi amigo me cuenta entonces que tras una actividad con sus alumnos sale a la luz el caso de una maestra de la escuela donde él enseña, quien desaparece en 1976. Al buscar mayor información, ni sus alumnos, ni los vecinos, supieron darle precisiones sobre quién se trataba. Tuvo por el contrario, todo tipo de versiones sobre la maestra, incluso aquella que señalaba que la misma había sido secuestrada por las organizaciones armadas de izquierda. Todos los testimonios, sin embargo, coincidían en dos aspectos sobre «Tina»: era buena y linda. Si, incluso aquellas personas que la señalaban como «extremista» (término que en la jerga del régimen era sinónimo de subversiva y por ende debía ser «aniquilada»), destacaban estos rasgos de la maestra: Linda y Buena.
Mi amigo acudió a mí sabiendo que podía averiguar datos sobre Tina González. Mi primera fuente de consulta ha sido entonces el Informe de la Bicameral sobre la violación a los derechos humanos en Tucumán, y encuentro allí la referencia a María Celestina González Gallo, desaparecida el 23 de noviembre de 1976, maestra y estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Tucumán. La mujer había sido secuestrada del Juzgado de Paz de Los Pereyra y la última vez que fue vista, ha sido en el campo de exterminio, el Arsenal Miguel De Azcuénaga. Igual que Juan.
Hay otros detalles de la vida de Tina, como los hay en la vida de cada uno de los desaparecidos de la dictadura. Porque si el régimen procuró borrar la memoria de los luchadores sociales setentistas, a 33 años, la tesón de la memoria se fija tozudamente en quienes buscamos saber la verdad. Y aquí, casi como si de un milagro se tratara, ellos, los militantes represaliados, vuelven a estar presentes entre nosotros, nos interpelan, nos claman desde las entrañas mismas de la tierra que no olvidemos sus nombres. Como lo pidieron, en otras geografías y en otros tiempos, por ejemplo, las «Trece Rosas», esas que gritaron que sus nombres no sean borrados de la historia. Y aquí estamos, para evitar que los nombres de los 30.000 no sean borrados una vez más de la historia. Juan y Tina están ahí por eso, porque obstinada la memoria se enfrenta al olvido y triunfa.
Los desaparecidos están siempre presentes
Todavía cantamos, todavía pedimos,
todavía soñamos, todavía esperamos
que nos digan adonde
han escondido las flores
que aromaron las calles
persiguiendo un destino,
¿dónde, dónde se han ido?
(Todavía Cantamos – Víctor Heredia)
El último18 de septiembre se cumplieron tres años de la desaparición de Julio López. La fingida democracia argentina carga sobre sus espaldas la desaparición de una persona, como en las peores épocas de la dictadura, sin que este gobierno, auto denominado de los derechos humanos, hiciera lo suficiente (por no decir que no hizo absolutamente nada) para que López apareciera con vida. Cuando han pasado 33 años de la desaparición de Juan y de Tina, y de los 30.000, sus memorias nos interpelan. López nos interpela. Y nosotros, como sociedad debemos responder. Debemos dar cuenta sobre qué hemos hecho para que se haga justicia, para que el país que tenemos se convierta finalmente en el país que soñaron los 30.000. Pero como paso previo a la lucha por recuperar nuestra dignidad humana, la justicia es el imperativo esencial bajo el cual los dictadores deben ir a la cárcel y terminar allí sus días, pagando por el genocidio, por el crimen. Solo así los 30.000 y López dejarán de mirarnos de reojo a cada instante, porque la memoria no puede estar llena de olvido en un país que se proclama democrático. No basta con sentar en el banquillo a dos viejos decrépitos llorosos, aquí deben pagar del primero al último de los represores, el aparato represivo, hoy intacto en Argentina, debe ser desmantelado urgente, López debe aparecer con vida YA y la memoria debe triunfar sobre el olvido para siempre. Mientras esto no ocurra los desaparecidos nos seguirán interpelando siempre, nos seguirán preguntando siempre qué hemos hecho. Debemos entonces saber que ellos, los Juan, las Tinas y los López, siempre estarán presentes, cada año, en cada rincón del país, en cada libro de poemas, en cada paisaje de nuestra geografía. Como en Belén, como en la Facultad de Bioquímica de la Universidad de Tucumán, como en la escuela de Los Pereyra. Y para que sus nombres no se borren nunca más de la historia: Será Justicia!!
Fuente original: De igual a igual
Con permiso del autor