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Sobre lo tendencioso del periodista que entrevistó a Olivier Besancenot en Público

La mezquindad de los burócratas

Fuentes: Público

La izquierda no ha sabido encontrar, hasta el día de hoy, una vacuna contra la degeneración burocrática. El poder administrativo, la pasión por mantenerlo, el amor por la silla, por el despacho, por conservar y potenciar el servilismo de los subalternos… son síntomas de una enfermedad de efectos catastróficos para el socialismo. Socialdemócratas y comunistas […]

La izquierda no ha sabido encontrar, hasta el día de hoy, una vacuna contra la degeneración burocrática. El poder administrativo, la pasión por mantenerlo, el amor por la silla, por el despacho, por conservar y potenciar el servilismo de los subalternos… son síntomas de una enfermedad de efectos catastróficos para el socialismo.

Socialdemócratas y comunistas han intentado destruir todo lo que ven a su izquierda, como si en esta práctica encontraran alguna garantía de supervivencia. Y ese hábito les ha llevado a extremos espantosos. Su historia está llena de difamaciones, calumnias y crímenes por los que nunca sentirán suficiente vergüenza.

Unos convirtieron las sociedades en las que vivían en un auténtico infierno. Los que defendieron aquella patria suya, mal llamada soviética, intentan que ese dato no figure en su currículum. Otros no saben siquiera el motivo por el cual su partido se llama así: socialista. No imaginan otra manera de organizar la sociedad diferente a la que imponen las leyes del mercado. Ni siquiera han pensado en ello.

Pero para alegrar la vida de los optimistas, en el mapa de la vida política, mirando a la izquierda, hay algo más. Siempre aparecen colectivos que no conocen la palabra resignación y razonadamente todavía aspiran a que un día triunfen los perdedores de siempre.

El movimiento antiglobalización ya tiene unos cuantos años de historia. Lleva ya tiempo en el empeño de encontrar
caminos hacia un mundo más justo, menos violento, más habitable. «Otro mundo es posible». En algunos países, entre ellos Francia, aparecen con bastante fuerza corrientes políticas dispuestas a ir un poco más allá y a explicar en qué puede consistir ese mundo posible. «Nuestras vidas valen más que vuestros beneficios», repite la gente de la Ligue Communiste Revolutionaire. Sintetizan así de manera inequívoca su voluntad de plantar cara al capital.

Se proponen dar vida a un nuevo partido, que mientras no tenga nombre le llaman Nuevo Partido Anticapitalista (NPA). Dicen que ya cuentan con unas 10.000 personas dispuestas a participar en este proceso. Les va tan bien que han hecho sonar las alarmas en las organizaciones de la izquierda tradicional.

El eco de ese movimiento político resuena más allá de las fronteras francesas, pero apenas se oye desde esta parte de los Pirineos y cuando se escucha llega con distorsiones.

Público ha sido uno de los pocos medios que ha explicado algo sobre el tema. Lástima que lo hiciera de manera sesgada. Informó sobre la decisión del Partido Socialista (PS), del Partido Comunista Francés (PCF) y de los Verdes de progreso de poner en marcha un «proyecto común» sin contar con la LCR ni con el NPA. La noticia se recogió en la fiesta de l’Humanité, el diario del PCF. No era sorprendente.

El personaje más conocido de la LCR, Olivier Besancenot, ya había explicado que la palabra clave del nuevo partido es la ruptura. Ruptura con el capitalismo, con sus instituciones y con las «viejas direcciones» del PS y del PCF. En las pasadas elecciones presidenciales, Besancenot obtuvo algo más del 4% de los votos, un porcentaje superior al del PCF.

El corresponsal de Público dijo de él que es «una figura ascendente de la izquierda contestataria francesa», «un mutante neotrotskista», «un individuo difícil de catalogar por el desfase inmenso de su recorrido político». El «desfase» reside, según él, en que igual se le ve «del lado de la gente que sufre que en los platós de programas de gran audiencia, en cadenas de televisión privadas de derecha, ligadas al gran capital». Al periodista ese dato le parece sospechoso.

Para afinar en el dibujo de su perfil le calificó de «simpático cartero», «que se gana la vida distribuyendo correo en un arrabal rico de París, que fuera feudo de Sarkozy», que es «titular de un pequeño diploma de historia de la Universidad de Nanterre». ¿Es un dato significativo el barrio por el que distribuye correo? ¿Se miden las titulaciones por el tamaño del diploma?

«Queda por saber la sinceridad real de Besancenot», se preguntaba el corresponsal. «Es invitado en las mismas emisiones de variedades que Carla Bruni». Es un hecho objetivo, remarca. Y concluyó con una reflexión que, para disimular la falta de rigor, pone en boca de «malas lenguas»: «Sarkozy pretende jugar con Besancenot para condenar a la izquierda». Debe tener poderosas razones para mantener en el anonimato a las malas lenguas que cita, pero son poco originales. Pertenecen sin duda a cabezas mezquinas acostumbradas al «todo vale» para desacreditar al disidente.