Recomiendo:
0

La misma historia, la misma derrota, la misma esperanza

Fuentes: Quebracho

No podemos negar esta derrota. En todo caso no nos queda más remedio que asumirla y refrendarla. Después de todo resulta lógico que en este orden de cosas nosotros seamos parte de la horda de derrotados mientras los crápulas descorchan sus pálidas victorias. Y es cierto que todas las cosas tienen su explicación, tienen su […]

No podemos negar esta derrota. En todo caso no nos queda más remedio que asumirla y refrendarla.

Después de todo resulta lógico que en este orden de cosas nosotros seamos parte de la horda de derrotados mientras los crápulas descorchan sus pálidas victorias.

Y es cierto que todas las cosas tienen su explicación, tienen su razón.

El mismo Gral. San Martín no pudo contenerse en su humanidad y reto a duelo a ese bandido Rivadavia que tanto empeño puso en convertir el Sueño de Mayo en una pesadilla. Tanta integridad resultaba una molestia para quienes «organizaron» y «ordenaron» este pedacito de Patria que llaman país.

Queda claro que por «organizar» y «ordenar» entendemos, en nuestra preciosa ignorancia; aniquilar, frustrar, asesinar; entendemos imponer, sojuzgar, dominar y explotar.

Podríamos hablar de Artigas y sus insolentes utopías de pretender que indios, zambos, mulatos y criollos detenten los mismos derechos, los mismos respetos. Y reseñar las innumerables defraudaciones, traiciones, defecciones a las que fue sometido. Podríamos contar todas las veces que los respetables señores que gobiernan en nombre y por mandato de las gentes decentes lo han declarado traidor a la Patria.

¿Por qué no? Podríamos invocar al Coronel Dorrego, aquel legendario peleador que con su humor ácido y atrevido combatió bajo las órdenes de Belgrano y San Martín. También a él los señores que gobiernan en nombre de las gentes decentes lo desterraron una y otra vez. Primero lo arrojaron a la bodega de un barco que debía amarrar en Santo Domingo, entonces en manos de los absolutistas. Luego lo echaron a su peculiar noción de extranjería, nada menos que a la Banda Oriental.
Pero volvió como convencional constituyente a escupir en la cara de la gente decente; a rescatar del fondo del mar el Sueño de Mayo. A volver a plantear, con la voz ronca de los que luchan, que Ellos, las gentes decentes, pretendían instaurar «la aristocracia del dinero» y que Democracia era darle voto y respeto a los hombres del Pueblo, los asalariados, la chusma»Y Dorrego pagó con su vida.

Con «esas cartas que se leen y se rompen» toda la gente decente le encomendó a Lavalle que fusile al Coronel.

Las gentes decentes han sido desde siempre despiadados. Como recomendaba Sarmiento, no economizaron sangre de gauchos. Si hasta excomulgan a los hombres que, desde la intelectualidad, comprendieron y ofrecieron Bases para la Organización Nacional. Nunca le perdonaron a Alberdi la osadía de reivindicar a los caudillos, a las masas y las lanzas, como forma de democracia popular en oposición a las formas de dominación política de la gente decente a la que llamó claramente por su nombre: Oligarquía.

Pero para espantar la posibilidad de que alguna mente cautiva nos contemple pretenciosos frente a las comparaciones históricas, no vamos a abundar en estas reseñas, aunque nos cueste escaparnos de esa atracción gravitacional de encontrarnos e identificarnos en los derrotados de esta tierra, de reconocerlos como antecedentes directos de nuestra lucha.
Nosotros somos hombres simples y por eso a veces nos cuesta poder ver nuestro destino en términos históricos. Cuesta asumirnos como un simple jalón en el derrotero de nuestro Pueblo. Nos cuesta y hasta humanamente nos molesta, sabernos un peldaño, asumirnos eslabones.

Ahí, en esa despiadada comprensión irremediablemente nos despojamos de cualquier rasgo de soberbia y quedamos instalados para siempre en la más inevitable humildad. Cabalmente comprendemos aquello que consignará José Martí a cerca de que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz».

Por eso no nos resulta tortuoso asumir esta derrota. Porque desde la derrota lo único que nos resta es conquistar una victoria. Y a Ellos, los que se enseñorean en el poder, las gentes decentes de hoy, desde su victoria no tienen más destino posible que su derrota.

Como Ellos saben eso no han ahorrado ni «sangre de gauchos» ni mentiras o difamaciones para despedazar a quienes los amenazan.

Y una vez se les ocurrió prohibir las palabras, hacer la Lucha y la Esperanza innominables, a ver si así se esfumaba su existencia. Hubo décadas enteras en que estuvo prohibida la palabra Pueblo, pero nunca pudieran evitar que se la silbe, que se la susurre, y cuando los pulmones estuvieron suficientemente cargados, que se la grite. Y ahí de nuevo el Pueblo, que no es que no existía porque no se lo nombraba; Ellos lo ignoraban, tenían esa capacidad. Pero ya no pudieron ignorarlo porque su presencia aturdía.

Le dan mucha importancia a la palabra y prestan atención de llamar a las cosas por el nombre que a Ellos les conviene.
Así frente a la fundación de un orden económico antipopular, frente a la resistencia por su supervivencia de los pueblos, acuñaron el concepto de Barbarie.

Sarmiento le enseñaba a Mitre a tratar a los patriotas como a simples bandidos y hacerles una «guerra de policía», despojándolos de toda entidad política.

La misma fórmula utilizaron Isabel, Videla y la Dictadura para combatir a las organizaciones populares. Las llamaban «bandas de delincuentes» y pretendían apartidas a los patriotas.

Hoy nuevamente desde el Régimen combaten a los piqueteros con el Código Penal, los «judicializan» ¡Como si semejante conflicto social y las formas que éste adopta pudieran encorsetarse en los rígidos límites que impone el mamotreto pergeñado por Vélez Sarsfield!

Ellos en tanto seguirán siendo los que cuentan el pasado según su conveniencia; relatan el presente según sus intereses; y auguran el futuro de acuerdo con sus planes.

Es evidente que estamos derrotados. Pero somos necios y porfiados. Además somos fatalmente conscientes que depende de nosotros, el Pueblo, no convertir estos reveses en definitivos.

Quisiéramos poder declarar aquí que estamos en mejores condiciones. Pero lo real es que creemos que todavía abundan debilidades.

Nos hacen falta dirigentes probados, agudos, genuinos. Falta coraje y consecuencia. Falta asumir que el enfrentamiento es a Patria o Muerte. Falta humildad, grandeza, capacidad para eludir sus trampas.

Pero todo eso que falta son virtudes que alberga nuestro Pueblo, que en su sabia y justa noción histórica, sabrá cómo y cuándo ir ofreciéndolo. Así irá pariendo cuadros, organización, política efectiva.

El Imperio está en decadencia y por ello se vuelve más bestial. El Régimen está debilitado y por ello recorta las libertadas conquistadas.

Esas muecas de fuerza son sus debilidades no las nuestras. Así nos explicamos que estos títeres progresistas sean los que ejecutan las políticas más represivas, los que cuentan más presos políticos y persiguen más luchadores.

Ya llegará la hora en que el Pueblo ponga las cosas en su lugar, rescate el Sueño de Mayo, y podamos gozar en este pedacito de Patria que llamamos Argentina de una democracia real, Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política.

* Dirigente de Quebracho prófugo de la Justicia argentina