En la historia, las verdades y las mentiras terminan siendo balanceadas por su propio peso específico. En nuestro país, la verdad siempre fue un obstáculo para los sectores liberales y conservadores en pugna por el poder. Antiguos promotores del fraude patriótico, sus adeptos aun recuerdan desconsolados la prosperidad de la Argentina del Centenario, cuando gobernaban […]
En la historia, las verdades y las mentiras terminan siendo balanceadas por su propio peso específico. En nuestro país, la verdad siempre fue un obstáculo para los sectores liberales y conservadores en pugna por el poder. Antiguos promotores del fraude patriótico, sus adeptos aun recuerdan desconsolados la prosperidad de la Argentina del Centenario, cuando gobernaban un país en donde la fiesta era solo para pocos.
Estamos frente a una nueva campaña electoral, en donde la derecha -que concentra a todos los sectores afines al oficialismo- nuevamente eludirá el debate acerca del modelo de país que interesa a los ciudadanos. No puede ni podrá jamás hacerlo, sin el riesgo de revelar sus verdaderas pretensiones. En rigor de verdad, desde la campaña electoral de 2015, el actual oficialismo se vio obligado a falsear la realidad, sencillamente porque su verdad es inconfesable: ajustar, excluir, concentrar mayor riqueza en los sectores dominantes, endeudarse, evadir y fugar. Nunca pudo ni podrá salirse del libreto sin colisionar contra sus propios principios. Para el oficialismo, decir la verdad es exponerse brutalmente ante su vergonzoso secreto: el de seguir manteniendo los privilegios de una clase que todo lo tiene y todo lo quiere.
Al oficialismo, entonces, no le cuadra aquel debate ni ninguna otra controversia de ideas: se mueve por otros intersticios. Su especialidad es la corrupción ajena, apuntalada por su cadena de medios adictos, para socavar la credibilidad opositora. ¿Le alcanza con ese fantasma? Si la grieta supo darle dividendos, el alto nivel de rechazo social lo obliga hoy a ensayar nuevas estrategias. Y como no exhibe logros y, para colmo, la prensa oficial se hunde día a día en el mayor de los descréditos, navega entre un silencio cómplice y su instintiva propensión a estimular el miedo y el odio. La derecha agita fantasmas para transferir ese odio e inyectarlo en las capas medias, las más permeables a la moralina.
¿Le alcanza con militar su inverosímil republicanismo? Los voceros de la cadena oficial de medios se esfuerzan por instalar, no sin cinismo, semejante fábula: «De un lado estarán Cambiemos y el peronismo democrático -ensayó un editor del longevo diario de la oligarquía argentina- y del otro, el kirchnerismo y la izquierda, con su nostalgia setentista y sus simpatías por la intervención del Estado en la economía y por países como Irán, Rusia, Venezuela y Cuba, todos gobernados por regímenes duramente autoritarios. En una vereda, democracia plena y capitalismo económico (con distintos matices, según sean macristas o peronistas). En la de enfrente, democracia devaluada, solo formal, y políticas estatistas«. Esa mitomanía nutre de símbolos y refuerza las subjetividades de sus propios votantes: de otro modo no se explica cómo un gobierno que persigue jueces, políticos y medios opositores y encarcela a sus enemigos sin el debido proceso, pueda llamarse a sí mismo republicano. A menos que la República también se construya con escuchas fraudulentas, y dirigentes, jueces, espías y periodistas comprometidos en el espionaje, la extorsión económica y el armado de causas judiciales.
¿Le alcanza a la derecha con Miguel Pichetto para mostrar una supuesta amplitud democrática a cambio de «avalar los viejos y nuevos negocios solicitados por distintas fracciones empresarias, llamados piadosamente reformas«, como subrayó Ricardo Aronskind en «El Cohete a la Luna«? Hay que recordar que Pichetto, un escort del poder político de turno, fue la opción de descarte tras las negativas de Urtubey y Sanz de acompañar a Macri en la vicepresidencia. No tiene territorio ni votos, y apenas si suma a algún lobo solitario del peronismo troglodita desperdigado en ligas menores. Su mayor blasón fue convencer al rancio dirigente nacionalista Alberto Asseff de que abandone el frente Despertar de José Luis Espert, por ser funcional a la opositora alianza Tod@s. ¿Sabrá el nacionalista Asseff que el gobierno al que ahora dice pertenecer concedió a una corporación británica áreas de exploración y explotación de petróleo en aguas de la plataforma submarina y en la región aledaña a las Malvinas?
¿Le alcanza a la derecha aliada al gobierno con apelar a un falso crecimiento mientras abanica el cadáver con la intención de prolongar su rigor mortis hasta octubre? Mientras aventura increíbles hipótesis sobre una ficcional estabilidad macro, se anima a lanzar todo tipo de embustes sobre los indicadores sociales, contradiciendo aun sus propias estadísticas.
¿Le alcanza al poder real que gobierna la Argentina con autotitularse democrático, cuando su programa económico profundiza la crisis de legitimidad y de los mismos sistemas políticos? La democracia neoliberal se parece a una cáscara vacía a la que es necesario rellenarla con mentiras que parezcan verdades, con operaciones judiciales para someter díscolos y con una agenda política que minimice los estragos de su modelo represivo.
Como si estuviésemos en 2015, las tapas de los diarios de la prensa canalla siguen militando la corrupción K. Espantadas por las ruinas del presente ocasionadas por sus aliados políticos en el gobierno, huyen hacia el pasado en un intento por evitar la deserción del voto propio. Pero se olvidan que pasaron cuatro años, y que hay una nueva campaña electoral. ¿Subestiman a sus lectores, o pretenden reforzar el imaginario sobre ellos? ¿Le alcanza con agitar trilladas zonceras, como el manoseado Ministerio de la Venganza, echado a rodar por quienes detentan el Ministerio del Odio? Además, la derecha seguirá con el asunto de Venezuela, los PBI robados, Nisman y la reforma judicial que prepara Tod@s para destruir a la República (?). Seguirá con López y Báez, los supuestos testaferros de Cristina, La Cámpora y la batalla de la ex presidenta para no perder los fueros y enfrentar su encarcelamiento. Todo lo que le dio resultado en 2015 cuando, al parecer, se detuvo la historia.
Para los profetas de la derecha, el gobierno no tiene ninguna responsabilidad en la crisis actual. Si antes era la pesada herencia, hoy es el temor por el regreso del pasado; si antes culpaban al gobierno anterior de todos los males, hoy la misma sociedad es responsable por sostener la fantasía del consumo desmedido y descreer de la meritocracia. «El neoliberalismo -expresó Jorge Alemán- ha sabido instalar la sensación de fracaso y de culpa en la población (…) de tal manera que los sujetos no solo pierdan, se destruyan sus posibilidades y se queden sin recursos para la vida sino que, además, se sientan ellos mismos culpables de eso«.
Pero hay algo en el gobierno del orden del cinismo y que causa verdadera repulsión: el desprecio que siente por los ciudadanos. De otro modo no se explica, por ejemplo, la decisión de anunciar un nuevo aumento de tarifas que, sin embargo, deberá abonarse después de las elecciones. Eso es apelar a la estupidez del rebaño. Y a la sensación de impunidad de la clase gobernante. Cierta vez, cuando era pequeño, escuché rezongar a un patrón de estancia: «no les pienso pagar a los peones los días viernes. Si lo hago, los «negros» se emborrachan y no me vienen a trabajar el sábado. Encima, les cuido la plata«. Eso es el macrismo.
Pero la derecha y sus profetas no solo tienen motivos sino, también, poder de fuego. Detrás de las corporaciones, los sectores concentrados de la producción y la comunicación, la cofradía financiera y la patronal terrateniente, se mueven los apetitos de un imperio que pretende instalar definitivamente sus reales en estas tierras. Del otro lado, el campo nacional y popular solo tiene los votos.
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