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A la mafia policial y sus instigadores

La paramos los trabajadores y el pueblo o no la para nadie

Fuentes: LVO 142

El último 26 de junio se cumplieron dos años del asesinato de Maximiliano Kostequi y Darío Santillán y más de 30.000 personas participamos de la movilización a Plaza de Mayo. La noche anterior, en la Boca, un sicario, Juan Carlos Duarte -dealer de la droga relacionado con la Comisaría 24- fusilaba al dirigente de la […]

El último 26 de junio se cumplieron dos años del asesinato de Maximiliano Kostequi y Darío Santillán y más de 30.000 personas participamos de la movilización a Plaza de Mayo. La noche anterior, en la Boca, un sicario, Juan Carlos Duarte -dealer de la droga relacionado con la Comisaría 24- fusilaba al dirigente de la FTV-CTA, el «Oso» Martín Cisneros. En respuesta, militantes de la FTV, coparon la comisaría exigiendo el castigo a los culpables y denunciando la connivencia de los asesinos con la mafia político-policial. Este es un claro crimen político contra una organización social. Por otro lado, en Isidro Casanova, corazón de La Matanza, días antes, Diego Lucena -miembro del FTC- fue salvajemente asesinado a la salida de un boliche por matones de la bonaerense, lo que provocó la reacción indignada de sus vecinos y compañeros quienes destruyeron la discoteca y quemaron un patrullero.

Este último hecho junto al asesinato de un pibe en Palermo -que terminó con la quema de una comisaría- y el ataque de una manifestación a la policía de Tres Arroyos, indican que una serie de revueltas locales contra el gatillo fácil irrumpe en escena. Así como hace un tiempo se manifestó un sector de las clases medias tras las banderas de la derecha y la «mano dura» encarnada por Blumberg, una suerte de manifestaciones populares de sentido contrario, un «anti Blumberg», está polarizando la realidad política.

Esta negativa de los oprimidos a seguir ofreciendo «la otra mejilla» a la brutalidad policial, y la persistencia de la organización de los desocupados -aunque en una fase defensiva- molesta a los capitalistas, al poder político y a la mafia peronista y está siendo tomada por los medios de comunicación, para azuzar la campaña antipiquetera y el pedido de represión lanzado en las últimas semanas. Los analistas señalan el resurgir de la «violencia política» en la Argentina y piden frenarla golpeando aún más contra los piqueteros y los movimientos de lucha. El agente de los gusanos, Roger Noriega -encargado de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado norteamericano- acaba de sumarse con sus declaraciones a esta campaña reaccionaria (tanto que hasta el canciller Bielsa tuvo que contestarle diciendo que «estaba harto» de la intromisión de Noriega).

La nueva andanada derechista tiene su punto de origen en la molestia de los capitalistas ante los «escraches» a Repsol-YPF y las ocupaciones de los Mac Donald’s. Pero lo que verdaderamente los sacó de quicio fue la reunión de Parque Norte, donde estuvieron Tomada, Alicia Kirchner y Oscar Parrilli. Como dice el reaccionario Morales Solá «una cosa era la estrategia de dividirlos y amansarlos (a los piqueteros NdeR), a la que D’Elía sirvió notablemente, y otra es convertirlos en una estructura política presidencial para desafiar al duhaldismo» (La Nación, 30/06/04). Lo que intentan hacer desde el establishment y el aparato duhaldista -con el aval del imperialismo- es impedir que afloren «tentaciones populistas» en el gobierno e imprimirle un giro mayor a la derecha.

Extraña «violencia política» la que condenan los voceros de la burguesía que hasta ahora se cobró la vida de militantes mientras que las fuerzas del orden y los asesinos a sueldo no tienen una sola víctima. La violencia de hoy es la del gatillo fácil, las víctimas son los hijos del pueblo pobre, hambreados y apaleados. Pero también la violencia de la explotación patronal. La tragedia de Río Turbio, donde los mineros fueron llevados al muere por los burócratas estatales y la desidia empresarial, es su clara expresión. En fin, la violencia del sistema contra los explotados. Frente a este orden de cosas, los explotados deben afirmar su derecho inalienable a la rebelión.

Desde el PTS llamamos al conjunto de los trabajadores y el pueblo a repudiar y movilizarse contra los ataques reaccionarios, a luchar por imponer una Comisión Investigadora Independiente y el juicio y castigo a los responsables materiales y políticos del asesinato de Martín Cisneros y todos los compañeros caídos, producto de la violencia policial. A los asesinos hay que buscarlos en la Federal y la Bonaerense, en la SIDE, entre los punteros y dirigentes del PJ y en los empresarios que junto a la vieja política claman contra la «anarquía» alentando que se reprima a mansalva. Hay que luchar por la disolución de las policías y de todo el aparato represivo.

Llamamos a la unidad de las organizaciones obreras combativas, los movimientos piqueteros, los organismos de derechos humanos, el movimiento estudiantil y la izquierda para pararle la mano y defender a nuestros compañeros y compañeras de la furia revanchista de la clase dominante. Está planteado el más amplio frente único que -desde nuestro punto de vista- debería ser encabezado por los sindicatos, en primer lugar por la CTA, convocando a movilizar a toda la clase trabajadora, la única que puede ir hasta el final en esta lucha. El paro nacional del 2 de julio no puede ser un acto simbólico. Es necesario ganar las calles para pararle la mano a la ofensiva reaccionaria y defender irrestrictamente la libre organización y manifestación de los desocupados. Son las organizaciones obreras y de derechos humanos las que además pueden llamar a la población a ejercer el derecho a la autodefensa como un medio legítimo frente a la violencia estatal y de las mafias políticas.


El trasfondo de los hechos
Una crisis nacional irresuelta

La teoría del complot

D’Elía, Hebe de Bonafini, los «transversales» y todos los piqueteros oficialistas, explican los últimos hechos como parte de un complot duhaldista contra Kirchner. No hay que descartar de plano esta visión. En todo régimen político en decadencia la disputa de camarillas puede tomar un carácter conspirativo. Pero este «ala izquierda» del kirchnerismo se equivoca al pensar que el gobierno va a llevar adelante una lucha consecuente contra las mafias peronistas y la policía. Kirchner hasta ahora ha privilegiado sus compromisos con el PJ y con los capitalistas que son su principal sostén, y con el «Plan de Seguridad» que lanzó junto a Solá fortaleció el poder de la maldita policía. Adherir -como hicieron los dirigentes sociales antes mencionados- al discurso «progresista» de K sirve para darle legitimidad al operativo de encubrimiento con que el oficialismo intenta maquillar su verdadera orientación, cuando acaba de enviar tropas a Haití y señalar su buena voluntad para con los acreedores externos y el FMI. Pasivización y mano dura

El gobierno dice negarse a reprimir. Responde así a lo que podríamos llamar el síndrome del 26 de junio. Esto es, el temor a que una dura represión cambie el humor social y acabe con su enorme consenso obligándolo a retirarse anticipadamente del poder, tal como le sucedió a Duhalde en el 2002. Por eso, la vía elegida por K es la de atomizar, dividir y corromper a los movimientos de lucha, además de judicializar la protesta social.

El kirchnerismo ha sido hasta ahora el agente de la pasivización que intenta desarticular -y en gran medida lo logró con las clases medias- al movimiento popular que se puso en acción después del levantamiento de diciembre de 2001. La razón de ser de Kirchner y por la cual el aparato del PJ bonaerense lo sostuvo (y aún lo sostiene) es que sus gestos progresistas son una herramienta útil para generar ilusiones en las grandes masas de un cambio gestado desde arriba, mientras se sigue subordinando al país al imperialismo y garantizando las superganancias de los capitalistas tras la devaluación. El gobierno tuvo éxito en terminar de dividir a las clases medias de los trabajadores y desocupados, mientras que por otro lado Blumberg y su pedido de mano dura le dio una base ideológica de masas a las voces de la derecha.

La autodefinida «pata social» del kirchnerismo refuerza la posición oficialista, pues colaboran en la desmovilización general e incluso -en el caso de D’Elía- fueron cómplices en la demonización de los movimientos de lucha. Tanto es así, que frente al crimen de Cisneros, apuntan contra el duhaldismo como la mano negra que conspira contra el gobierno (aunque ahora el kirchnerismo ordenó bajar los decibeles), liberando de responsabilidad a Kirchner que con su política antipiquetera sentó las bases para legitimar la acción criminal. Atacando como «funcionales» a la derecha a la oposición obrera y popular, despejaron el camino a la ofensiva reaccionaria. Se equivocan cuando dicen que los ataques de la «vieja política» son un producto del rumbo «progresista» del oficialismo. Son más bien una consecuencia del éxito de la desmovilización y la pasivización reinantes.

Profundamente, son las relaciones de fuerzas entre las clases que abrieron las jornadas revolucionarias de diciembre del 2001, lo que subyace detrás de los movimientos en la escena política. Siempre que una gran crisis hizo emerger un enfrentamiento profundo entre las clases, sin que venciera ninguno de los bandos en pugna, actúan las fuerzas conservadoras para restaurar los elementos de orden. Por eso, el PJ bonaerense y el establishment plantean una solución «dura» que termine por desorganizar a los movimientos de lucha y desalentar cualquier intento de resistencia o rebelión futura en la juventud y la clase trabajadora. El kirchnerismo, por su parte, lejos de ser un ala progresista como lo presentan sus aliados «sociales», utiliza el consenso logrado en la opinión pública para recomponer la legitimidad del estado burgués y sus instituciones, dándole tiempo de sobrevida a la vieja política.

La interna peronista

La crisis de representación política es otro elemento que recorre la situación actual. La misma terminó con la UCR y el Frepaso y golpeó duramente al PJ, que subsiste aunque sumido en grandes divisiones internas. Al no haberse movilizado la clase obrera ocupada durante el auge del 2002, la burocracia sindical y el gobierno de Duhalde contuvieron el ascenso social. Pero esto fue a costa de provocar grandes heridas en el seno del PJ. El menemismo está maltrecho y sin líder. El duhaldismo carece de legitimidad para ejercer el poder. El kirchnerismo -que no era más que una facción pequeñoburguesa marginal- es el gobierno «posible» que ejerce el poder al servicio de la reconstrucción del capitalismo «nacional». Sin embargo, adolece de fuerza propia y de la plena confianza de los capitalistas. Kirchner llegó al poder por gracia de otros, sus gestos lo muestran como un virtuoso frente a los impresentables de la mafia peronista.

Constantemente busca forzar esta situación para liberarse de la tutela de los bonaerenses. Así amenaza con la transversalidad y coquetea con los piqueteros afines, mientras negocia con los gobernadores y forcejea con Duhalde la composición de las listas electorales para el próximo año. Este último quiere mantener su poder -tras bambalinas- como el hombre fuerte de la política argentina.

En este cuadro, la posición del ala «izquierda» kirchnerista lleva a un sector de los movimientos sociales a ser utilizados como base de maniobra de la política burguesa y del peronismo.


Romper con el PJ y todos los partidos de los explotadores

Presenciamos un giro en la situación política en unas semanas cargadas de contenido simbólico. Se cumplen junto al aniversario de la masacre del Puente Pueyrredon, 30 años del fallecimiento del General Perón (1º de julio) y 29 años del inicio de las jornadas de lucha contra el Rodrigazo. Aniversarios llenos de significados. La muerte de Perón aceleró la experiencia de la clase obrera en los ’70 con su partido histórico. Las huelgas generales de 1975 plantearon la necesidad de que los trabajadores rompieran con el peronismo tomando un rumbo independiente. Esta formidable acción obrera dio lugar al surgimiento de las coordinadoras interfabriles, verdaderos embriones de un doble poder fabril y de una organización obrera independiente que hizo tambalear a la burocracia sindical. Este movimiento desbandó al lopezrreguismo, que impulsaba las Tres A. A su vez llevó a la burguesía argentina y al imperialismo yanqui a decidirse por la opción golpista. En aquel entonces, la clase obrera no pudo traducir en una estrategia victoriosa el ascenso de masas iniciado tras el Cordobazo. El golpe genocida fue el precio que los trabajadores pagaron por haberse rebelado contra el orden capitalista sin terminar de poner en pie organizaciones democráticas de masas para la lucha por el poder y, subjetivamente, por carecer de independencia política con respecto a la burguesía y no contar con un partido revolucionario a su frente.

El peronismo actual fue el que en los ’90, bajo Menem y Duhalde, entregó el país al imperialismo y arrasó con las conquistas obreras generando un mar de miseria y desempleo. La devaluación del 2002 -bajo el gobierno del caudillo bonaerense- hundió a más de la mitad de la población en la pobreza. El kirchnerismo se presenta como la renovación, y así lo ensalza el ala transversal, pero no es más que el costado izquierdo de las fuerzas conservadoras de la vieja política, que atrae detrás de sí a los sectores más de derecha de las «fuerzas progresistas» con el fin de mantener la subordinación de la clase obrera y el pueblo pobre tras una política patronal y eventualmente del PJ.

La clase trabajadora ocupada empieza a protagonizar diversas luchas reivindicativas, mostrando su vitalidad. Las organizaciones piqueteras siguen siendo un factor de oposición social aunque en una fase de resistencia. La negativa de sus principales corrientes a formar un Movimiento Unico de Trabajadores Desocupados, con libertad de tendencias políticas que permita terminar con el clientelismo, lo inhibe de tener una estrategia de independencia plena frente al estado. Gran parte de la izquierda que se reclama clasista se niega a levantar una política que permita reconstruir la unidad de clase y una nueva alianza obrera y popular. Es necesario romper con todas las trampas de la burguesía y su estado y plantear con más fuerza que nunca la independencia política con respecto al peronismo y todas las variantes patronales -y de los carreristas- que se quieren presentar como progresistas (ARI, «transversales», etc.), y de todas las alianzas de colaboración de clases (como Izquierda Unida).

Dirigentes ceramistas de Neuquén plantean ya hace tiempo la lucha por una herramienta política de los trabajadores. Desde el PTS hemos apoyado su llamado. La unidad de las organizaciones obreras combativas, los movimientos piqueteros y la izquierda clasista, para impulsar la lucha de clases y pelear por reconquistar los sindicatos y comisiones internas para transformarlos en poderosas organizaciones militantes de los trabajadores, debe ser acompañada por el objetivo de disputar la base obrera y del pueblo pobre cautiva aún del PJ, la burocracia sindical y el punterismo clientelar, levantando la constitución de esta fuerza política propia de la clase trabajadora.

1/7/04