Antecedentes Macri no es tonto. Macri no es tonto. Macri no es tonto. Parece ser que hay que repetirlo hasta convencernos de cuánto se lo ha (lo hemos, me incluyo) subestimado al ahora Presidente electo. En 2007 se decía que era un fenómeno porteño, en 2011 que no lo conocía nadie -recordemos que a último […]
Antecedentes
Macri no es tonto. Macri no es tonto. Macri no es tonto. Parece ser que hay que repetirlo hasta convencernos de cuánto se lo ha (lo hemos, me incluyo) subestimado al ahora Presidente electo. En 2007 se decía que era un fenómeno porteño, en 2011 que no lo conocía nadie -recordemos que a último momento debió «bajar» a las elecciones de la ciudad-, pero en 2015 asumirá como el nuevo Presidente.
Es hora de hacer un balance de «larga duración» -como se dice en las ciencias sociales- de la experiencia macrista. Éste debe comenzar en su presidencia de Boca Juniors en 1995 y quizás así encontremos algunas continuidades que sirvan de claves interpretativas de su forma de pensar la economía, la construcción de legitimidad y la resolución de problemas.
La experiencia en Boca fue fundamental y es una marca de origen. Recibió el club saneado financieramente tras la presidencia de Carlos Heller. Durante su mandato en el club, Macri recortó los gastos deportivos no rentables (en deportes amateur, por ejemplo) y las funciones sociales que ejercía. Además se elitizó el acceso a la cancha obligando a comprar las plateas por el período de un año entero y aquellas que quedaban disponibles se comenzaron a ofrecer en hoteles y agencias de viajes para turistas. En sus 10 años al frente de la institución, el pasivo del club pasó de 14 millones de pesos a 70 millones 10 años después. Evidentemente, esto da cuenta sólo la mitad de la historia. La otra mitad es que en esos años Boca ganó 4 campeonatos locales, 3 copas libertadores y una copa intercontinental. Deuda, campeonatos y marketing funcionaron como plataforma para el lanzamiento electoral de Macri: en 2005 fue elegido diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires.
Después del fracaso del progresismo porteño -tragedia de Cromagnon mediante- en 2007 el Pro conquistó la intendencia de la ciudad con mayor PBI per cápita del país y Macri se convirtió en su Jefe de Gobierno. En aquel momento también fue subestimado. La primera reacción fue «qué quilombo se va a armar», «ahora vamos a estar todos juntos luchando en la calle». Sin embargo la realidad se dio un modo mucho más complejo si tenemos en cuenta que de la lucha contra la UCEPi, el Estudiantazoii y la toma del indoamericano, Macri extrajo importantes conlusiones. Parecieran -viendo este desarrollo a la distancia- haber motivado en él un cambio de estrategia.
Para las elecciones de 2011 en las que la oposición a nivel nacional se encontraba fragmentada y débil, el oficialismo (el Frente para la Victoria) construyó al PRO como el partido que pretendía «volver a los `90». Aquella lógica dicotómica que tantas veces fue útil al peronismo y al kirchnerismo funcionó una vez más. Sin embargo, en la rotunda reelección del macrismo en la ciudad (63% contra el 35% del FPV) estaba inscripta la clave de su nueva política: el macrismo ganó en todas las comunas, incluso en las más pobres y postergadas.
El cambio de estrategia que permitió dicho triunfo se apoya en varios pilares entre los que queremos resaltar: marketing, endeudamiento y obra públicaiii. Durante el segundo mandato de Macri en la Ciudad de Buenos Aires se realizaron importantes obras de infraestructura, aunque con calidad y velociad diferenciada para el norte y el sur de la ciudad; se garantizaron salarios del sector público (inclusive docentes y profesionales de la salud) relativamente más altos que en la Provincia de Buenos Aires -donde los propios kirchneristas vivían en conflicto permanente con el gobernador de su mismo partido, Daniel Scioli-; y se construyó una red de seguridad social que compitió con los planes de Nación.
De algún modo Macri resignó su política más abiertamente reaccionaria para ponerle varias capas de maquillaje. Mejoró las condiciones edilicias de las escuelas aunque para controlar a los docentes y los contenidos se creó el Instituto de Evaluación de la Calidad y Equidad Educativa, un ente regido bajo la lógica de la competencia y las recomendaciones privatistas de los organismos internacionales. Renovó parte del sur de la ciudad entregándola a los llamados «desarrolladores urbanos», midiendo el desarrollo por el precio del M2 y no por el acceso a la vivienda propia. La red de seguridad social «En todo estás vos» no pudo disimular el aumento de la mortalidad infantil. Luego de construir menos kilómetros de subte por año -en promedio- que los gobiernos que lo antecedieron y aumentar el precio del pasaje más del 400%, construyó los Metrobús, que rápidamente cambiaron la imagen de la política de transporte, sin resolver los problemas estructurales de la ciudad.
En la historia no existe «foja cero» y al parecer Macri comprendió que para legitimarse debía tomar nota de las transformaciones sociales que se estaban sucediendo y con quién competía a nivel nacional. Del liberal que era cuando comenzó su carrera política se convirtió en algo más parecido a un populista de derecha. Los cambios de forma que permitieron llevar adelante una política de contenido reaccionario se sostuvieron en base a un importante endeudamiento -sobre todo en dólares- que se cuadruplicó entre 2008 y 2014. El giro definitivo lo dio en 2015, luego del ajustado resultado de Rodriguez Larreta (51,6%) sobre Lousteau (48,4%); Esa noche Macri sostuvo la importancia de la Asignación Universal por Hijo, la estatización de YPF y de Aerolíneas Argentinas. Con resultados distintos, Capriles -el líder de la derecha venezolana- hace tiempo viene prometiendo mantener la Misiones Sociales del chavismo.
Macri Presidente y el debate «shock o gradualismo»
El 22 de noviembre Macri fue elegido el nuevo Presidente de los argentinos con una ajustada victoria. Lejos de los 10 puntos de ventaja que auguraban algunas encuestas y algunos medios de comunicación, el candidato opositor venció a Scioli por poco más de 700mil votos. A este panorama se suma que el nuevo gobierno cuenta con minoría en ambas cámaras; de los cinco gobernadores pertenecientes a la Alianza Cambiemos sólo dos pertenecen al PRO (CABA y Buenos Aires); que Scioli ganó la Provincia de Buenos Aires en el balotaje; y que la estructura territorial que garantizó la elección pertenece al derruido Partido Radical. Por último, aunque no menos importante, la clase obrera y los sectores populares en general tiene alto poder de condicionamiento porque no vienen de una derrota política (como sí sucedió en el alfonsinismo, el menemismo y el duhaldismo).
En este contexto de debilidad congénita el nuevo gobierno no puede tener en mente otro objetivo que el 2017 si quiere garantizar su supervivencia política. Para eso, la política más racional pareciera ser una política gradualista que no sacuda demasiado de golpe las variables macroeconómicas: 40% de devaluación a lo largo de un año con un ajuste inicial como el que practicó el gobierno de Cristina Kirchner en 2014, contener el crecimiento de los salarios por debajo de la inflación y liberar las exportaciones para garantizar el ingreso de dólares al Banco Central para no tener que hacer una política monetaria demasiado restrictiva. Esta política «sin prisa pero sin pausa» podría ser llevada adelante por un gabinete que combine ambas facetas.
En los días que sucedieron al balotaje el anuncio tan anticipado de una devaluación vía unificación de tipos de cambio y quita de las retenciones ya empezó a mover los precios internos en función del tipo de cambio esperado. De algún modo el gobierno disparó un proceso inflacionario que se está comiendo hoy la devaluación futura. Adicionalmente, en esta condicionada victoria podría suceder que la fortaleza de los trabajadores y movimientos sociales permita conseguir aumentos salariales semejantes o incluso mayores a la inflación, lo cual haría fracasar la política devaluacionista cuyo propósito consiste en iniciar un proceso de transferencia de ingresos desde los trabajadores hacia los capitalistas.
En conclusión, aunque parezca paradójico, el gobierno electo ve hoy con mejores ojos el shock que el gradualismo y espera que una política agresiva aunque acotada restablezca las ganancias de los capitalistas y que, bajo ese impulso, las variables macroeconómicas repunten. Esta lógica subyace en la conformación del nuevo gabinete.
Nuevo gabinete y el aplazamiento de las inconsistencias
El nuevo gabinete está constituido, en parte, por un reciclaje noventista. Pero mirando los antecedentes de los ministros, lo que el flamante oficialismo califica como un «gabinete de profesionales» consiste en realidad en un gabinete de las corporaciones. Marx decía en el Manifiesto Comunista que «el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa». Si algunos teóricos marxistas han calificado esa definición como tosca, hoy parece bastante acertada: Ministerio de Agricultura a cargo de la Sociedad Rural Argentina, Ministerio de asuntos Agrarios de la Provincia de Buenos Aires para Monsanto, Ministerio de transporte a Dietrich, Ministerio de Energía para Shell, Ministerio de Relaciones Exteriores a las privatizadas (Telecom), el Banco Central y el Banco Nación atendido por la City. El Ministerio de Industria pasará a llamarse de Producción y será dirigido por un hombre vinculado al mundo bancario (AFJP y HSBC) y el desarrollo inmobiliario. Aerolíneas Argentinas estará controlada por la General Motors y ADEFA. LAN y Pegasus son los responsables de la coordinación de estos actores. Por último se eliminará el Ministerio de planificación: más claro imposible. La obra pública se repartirá mediada por las negociaciones de Frigerio con los gobernadores, pero será ejecutada por Caputo (empresa constructora) desde el una secretaría del Ministerio de Hacienda y Finanzas.
Esta «comunidad de negocios» tiene una serie de exigencias de políticas económicas en común pero también otras tantas que no necesariamente son convergentes: Quita de retenciones y eliminación de todo control sobre el comercio exterior, unificación del tipo de cambio (devaluación), quita de subsidios, freno a la inflación.
Si bien el Estado puede incorporar a importantes fracciones del capital al gobierno -el llamado «gabinete económico» por Macri-, esos capitales nunca dejan de ser capitales individuales con intereses particulares. Por lo tanto, la sumatoria de capitales individuales (aunque representen a una buena parte de los capitalistas o incluso a todos) no puede dar como resultado la representación de un capitalista colectivo en el Estado. Los capitalistas pujan entre ellos por la apropiación del plusvalor. Un experimento similar realizó Menem antes del plan de convertibilidad de Cavallo: el experimento Bunge&Born terminó en explosión inflacionaria. Está por verse si esta comunidad de negocios puede convivir y por cuánto tiempo.
Un poco más arriba apuntábamos que Macri tiene el desafío de legitimar su gobierno frente a una situación de debilidad relativa. Promete que al tiempo que llevará adelante las políticas antes reseñadas, aumentará el mínimo no imponible de ganancias, que seguirán las paritarias, continuarán los planes de pago en cuotas sin interés, se ampliará la Asignación Universal por Hijo y se desarrollará el Plan Belgrano que implica obras de infraestructura para el Norte argentino. Como plantea O´Donnell «el Estado no es garante de la burguesía sino del conjunto de la relación que establece a esta clase como clase dominante», lo que permite explicar por qué el Estado puede, para garantizar la reproducción del dominio burgués, ir incluso en contra de las demandas de la burguesía.
Estas medidas -de intentar llevarse a cabo, cosa que aún está por verse- plantean dos planos bien distintos y contradictorios entre sí. Desfinanciamiento del Estado, apertura comercial y política antiinflacionaria, por un lado. Políticas expansivas, gastos de infraestructura y reactivación económica, por el otro. El único modo de combinar estas dos orientaciones consiste en aplazar las inconsistencias de la acumulación de capital mediante el crédito. Ahora sí se explica el rol central que jugará Prat Gay al frente del Ministerio de Hacienda y Finanzas: es representante del J. P. Morgan.
El endeudamiento cierra el círculo. Una devaluación y apertura comercial que ajusten la economía doméstica -es decir, que demande menos dólares para su funcionamiento-, mientras estimulan las ganancias de los exportadores y por lo tanto el ingreso de dólares. Una política de aumento de tasas de interés en dólares para que no vayan a parar «debajo del colchón» ni que se inviertan en Estados Unidos (la FED viene con una política sostenida de aumento de tasas de interés). Mientras las inversiones extranjeras se negocian y ponen en marcha, un pacto con los buitres bajo la conducción del J.P. Morgan habilitaría una fuente de financiamiento inmediataiv, la deuda externav. Estos dólares financieros podrían dar a los trabajadores, luego del ajuste inicial mediado por una caída del salario real, una sensación de reacomodamiento y nueva marcha de la economía.
Macri pretendería volver al esquema de la primera convertibilidad, la de 1991-1994, que combinó ingreso de capitales extranjeros, caída del salario real, desempleo moderado (12%) y alto crecimiento del PBI. Con esto al Partido Justicialista le alcanzó para ganar las elecciones legislativas de 1993 (42% de los votos) y a Menem para ser reelecto en 1995 (49,9% de los votos) bajo lo que se denominó «voto cuota» o «voto licuadora». Si este fuera el plan, la política populista de derecha aprendida a lo largo de los años vuelve a aparecer favorecida por la construcción de la lógica ciudadano-derechos-consumo que el propio kirchnerismo construyó. Marketing, deuda externa, consumo y obra pública podrían saldar las diferencias ideológicas mientras se sigue polarizando la propiedad y el ingreso.
Tal como se ha vivido en carne propia, resulta evidente que este esquema no puede reproducirse para siempre. La deuda externa hay que pagarla y los capitales extranjeros pretenden remitir sus utilidades. El final ya se conoce. En las crisis se vuelve a poner en juego -nuevamente- qué sector ajusta a cuál.
Si estos fueran en trazos gruesos los planes de Macri para la economía, todo el desarrollo presentado descansa sobre una serie de supuestos que aún está por verse si se verifican. Como nos enseñan a los economistas, «depende». El supuesto más fuerte es que quienes viven de su trabajo negociarán salarios por debajo de la inflación, que callarán ante los despidos y el aumento de las tarifas públicas, y que admitirán la inserción dependiente en las Cadenas Globales de Valor. ES decir, presupone una derrota de los sectores populares y de los trabajadores. Si esto va a suceder o no está todavía por verse. El final permanece abierto.
Notas:
i La Unidad de Control de Espacio Público fue una de las primeras instituciones que creó el macrismo previo a la creación de la Policía Metropolitana. Su función, en los hechos, fue correr a los sectores humildes que vivían en las calles de la ciudad hacia sus zonas más marginales o directamente forzarlos a abandonarla.
ii Así se denominó en 2010 el proceso de tomas masivas de las escuelas secundarias de la ciudad durante varias semanas bajo el reclamo de mejoras edilicias y académicas.
iii No podemos dejar de mencionar el rol del aparato punteril sobre el que se montó el PRO mientras afirma hacer «una nueva política».
iv Si bien el acuerdo con los buitres y un nuevo endeudamiento deben ser aprobados por el Congreso Nacional, el macrismo tiene con qué negociar. En definitiva será el Ejecutivo nacional quien habilite fondos para afrontar la delicada situación fiscal de las provincias. No sorprendería que los gobernadores negocien votos en el congreso a cambio del financiamiento. Además nunca se culpó a ningún legislador por la deuda contraída, por lo que sería una solución win-win.
v Los swap con China podrían aportar en el mismo sentido, aunque todavía resta ver cómo Macri resuelve la relación con el gigante asiático. El acercamiento del Mercosur a la Alianza del Pacífico (liderada por Estados Unidos) y, por medio suyo, a un mega tratado de libre comercio transpacífico (TPP) con China podría ser una clave aunque aún queda mucho por recorrer en este sentido.
Igal Kejsefman. Economista (UBA/CONICET) y Centro de Estudios para el Cambio Social (CECS).
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